El 11 de febrero de 1979 triunfaba en Irán una enorme revolución que derrotaba al régimen del pro norteamericano Sha Mohammad Reza Pahleví. El líder del movimiento, el ayatolá Ruhollah Khomeini, instauraba un régimen nacionalista enfrentado al imperialismo yanqui, que luego de una brutal represión interna, instauró una dura dictadura al servicio de consolidar los intereses del clero local y la burguesía del Bazar. Hoy el pueblo iraní, sumido en la pobreza, necesita una nueva revolución, como lo demostraron las intensas protestas populares de enero de 2018.
En el año 1953 un golpe militar derrocaba al gobierno del primer ministro Mohammad Mosaddeq, que con gran apoyo popular había nacionalizado el petróleo, entre otras acciones que afectaban los intereses de EEUU. La caída de Mosaddeq permitió el retorno de las petroleras multinacionales y la monarquía del Sha Reza Pahleví instauró un régimen represivo, con la proscripción del Tudeh (PC irani), la izquierda y los opositores, centenares de presos políticos, masacres a levantamientos populares y la creación de una temible policía secreta, la SAVAK.
La monarquía desarrolló la llamada “revolución blanca” que afectaba a la estructura económica del país, por un lado por el grado de dependencia del imperialismo yanqui y por el otro, por medidas que aumentaban la concentración de la riqueza en pocas manos, afectando a la tradicional producción campesina, entre otros sectores sociales. En el terreno cultural pretendía “occidentalizar” las costumbres, lo que lo llevó a romper los lazos con los ayatolás, que son los clérigos de la rama chiita del Islam que predomina en Irán, muy ligados a la burguesía comercial del Bazar.
El ayatolá Ruhollah Khomeini fue detenido en 1963 por haber desautorizado al Sha y su política pro norteamericana y “destructora de Irán y del islam”, lo que ocasionó tres días de protestas duramente reprimidas. Luego de varios meses preso, Khomeini fue liberado y en 1964 partió al exilio, primero en Turquía y luego en Francia.
La política pro imperialista del Sha fue la causante del surgimiento al interior de Irán de un creciente malestar social y de un importante núcleo de organizaciones nacionalistas, tanto religiosas como laicas. La crisis económica de 1977/78 mostró divisiones dentro de la burguesía iraní, entre los sectores ligados a la burguesía comercial del Bazar y los capitalistas medios y pequeños de la industria tradicional, a los que afectaba una mayor apertura hacia las multinacionales, y que propiciaban reformas democráticas que cambiaran el poder absoluto de la monarquía del Sha.
La revolución islámica
El año 1978 vio al país persa cruzado por enormes protestas. El 8 de setiembre de 1978 una multitudinaria y pacifica concentración en la plaza de Yalé fue reprimida por el ejército, utilizando incluso tanques y helicópteros artillados para disolverla, dejando el saldo de miles de muertos. A esta masacre se la llamó el “Viernes negro”.
Las huelgas se hacen masivas, paran casi todos los mercados, universidades, escuelas, hospitales públicos, bancos, instalaciones petroleras, las fábricas más importantes. Las manifestaciones eran de cientos de miles, la del 10 de febrero de 1979 se calcula que sacó a dos millones de personas a la calle.
El ejército y la policía se pliegan a la insurrección popular. El sha Reza Pavleví parte al exilio y deja a su primer ministro Shapour Baktiar a cargo del gobierno, un político de corte nacionalista, en el intento de salvar a la monarquía. Khomeini regresa del exilió, muchos sectores nacionalistas, partidos de izquierda, se le unen. Existe en esos días un verdadero doble poder en el país y finalmente el 11 de febrero cae la monarquía, una institución milenaria de la antigua Persia, y se establece un gobierno provisional revolucionario.
La revolución dio origen a los shoras (consejos) de trabajadores, campesinos y soldados, a comités de barrio, y a distintas formas de organización de los trabajadores y el pueblo. Distintos movimientos y sectores sociales se plegaron a la lucha, desde las nacionalidades oprimidas cómo los kurdos, a los movimientos estudiantiles, por los derechos de la mujer, desocupados, etc. Hubo experiencias de control obrero y los campesinos ocuparon tierras de los grandes terratenientes, aunque ninguna de estas conquistas se pudo mantener en el tiempo.
Como toda revolución se generó un gran clima democrático, impuesto por el control de las masas. Conquistas democráticas que pronto se perderán en la medida que Khomeini y la cúpula de los ayatolás toman el control de la situación.
El triunfo de la revolución iraní cambio la relación de fuerzas en la región con el imperialismo. Los yanquis habían sufrido una enorme derrota militar (y política) con el triunfo de la revolución vietnamita en 1975, ahora “la derrota del Sha y la destrucción de su poderoso ejército por la revolución iraní en 1979 significó la liquidación de uno de los principales baluartes militares y políticos del imperialismo en Medio Oriente” y junto a “la crisis de Israel luego de la derrota de sus tropas en el Líbano, las masas han logrado entrar en crisis toda la estrategia de agresión militar del imperialismo en Medio Oriente” (art. Revolución y Contrarrevolución en Irán, Correo Internacional N° 22)
La contrarrevolución de Khomeini y los ayatolás
La república islámica dio origen a un gobierno nacionalista burgués que, a partir de sus primeros choques con EEUU, que llegaron a la ruptura de relaciones diplomáticas luego de la toma de la embajada yanqui en Teheran, o de nacionalizar el 60% de la gran industria iraní, fue buscando restituir el orden capitalista y su inserción en el mercado mundial a través de estos 40 años de historia. Reflejando los intereses del sector de capitalistas enriquecido en sus acuerdos con el régimen. En este sentido transitó el mismo camino que los “nacionalismos burgueses” de otras burguesías árabes, que luego de fuertes roces y enfrentamientos con el imperialismo en sus comienzos, pactaron con las multinacionales petroleras y distintos gobiernos imperialistas.
Al servicio de los intereses de esta burguesía “nacional” paulatinamente fueron desechadas una a una las conquistas sociales que los trabajadores y el pueblo iraní conquistaron con la revolución. Del control de la industria o la toma de tierras en días de la insurrección se pasó a una importante escasez de los artículos de primera necesidad, una inflación galopante qué licuaba el salario y a la superexplotación de obreros y campesinos. Se impide el derecho a la negociación colectiva de los trabajadores y la “reforma agraria” fue anulada y los campesinos echados de las tierras tomadas a los terratenientes. Medidas como la nacionalización del comercio exterior fueron maniobras demagógicas destinadas a favorecer a un grupo de capitalistas que simpatizan con el régimen (datos del PST de Irán, agosto de 1986).
En el terreno político, primero se eliminaron todas las organizaciones que los trabajadores y el pueblo generaron durante la revolución, luego las formas republicanas de la “República Islámica” en realidad encubren una dictadura, donde el Consejo de los Guardianes aprueba que candidatos de pueden presentar a las elecciones, donde se proscribió a la izquierda y los opositores, se llenaron las cárceles de presos políticos, y una guardia religiosa se mete en la vida de las personas, obligando a las mujeres a portar obligatoriamente el hijab y ser ciudadanos de segunda totalmente sometidas. Las huelgas están prohibidas y los que desafían esta prohibición pueden purgar largas penas de cárcel. Minorías nacionales como la kurda, que apoyó inicialmente la insurrección, son violentamente reprimidas y privadas de sus derechos.
Es por todo esto que las recientes movilizaciones populares de enero de 2018, en las cuales miles de iraníes de las regiones del interior más postergadas salieron a protestar, alentados por el sector conservador del ayatolá Ebrahim Raissi, reflejan una creciente desigualdad social y pobreza, que al estallar levanta demandas democráticas contra el régimen y nos recuerda a lo sucedido en la primavera árabe. Mas allá de los ritmos del proceso, en un gran país de 80 millones de habitantes, que en una región convulsionada todavía conserva, en comparación a los otros países del área, algunos signos de una relativa estabilidad.
Por una nueva revolución
Las organizaciones que se ubican en el terreno del “campismo” suelen defender al régimen iraní, como un régimen progresivo, opuesto al imperialismo. Y al servicio de esto silencian todos sus atropellos contra su pueblo, sus trabajadores, su terrible opresión a las mujeres, la falta de total democracia, el enriquecimiento de una casta capitalista que controla el estado y el empobrecimiento del resto de la población.
La defensa de la nación iraní frente a las agresiones imperialistas, como el bloqueo y las sanciones actuales, que desde Anticapitalistas en Red repudiamos, no puede terminar por avalar la política nefasta del gobierno y del clero iraní.
La ruptura unilateral que Trump realizó del acuerdo nuclear con Irán y del que son parte otras potencias de la UE y Putin, no es motivado por que Irán represente un peligro para el sistema capitalista mundial, como tampoco lo es la burocracia China, sino del afán de EEUU de avanzar en obtener más cuotas de plusvalía del mundo y achicar la influencia iraní en Medio Oriente, que es una región de fuerte disputa entre las potencias mundiales.
En ese sentido el gobierno disputa con Arabia Saudita su influencia entre los países de la región, y está enfrentada a Israel, que es el portaaviones del imperialismo en la zona. Esta disputa no lo hace a favor de los intereses de los trabajadores y los pueblos, sino en pelea, muchas veces junto a Rusia y China de la renta capitalista. Su nefasto apoyo al gobierno del genocida sirio Al Assad, al cual salvo con su apoyo militar del desastre, a manos de una revolución democrática de su pueblo, lo convierte en uno de los puntales de la contrarrevolución en la región.
El pueblo iraní, la revolución en Medio Oriente, necesitan una nueva revolución. Esta vez contra el régimen de la República Islámica. Una revolución que reconquistará los derechos democráticos de todo el pueblo y que deberá retomar las tareas inconclusas de la revolución del 79, expropiando a los grandes capitalistas nacionales y extranjeros y apoyando las luchas de los pueblos de Medio Oriente.
Gustavo Giménez