La semana del 20 al 27 de septiembre de 2019 van a ser recordadas como un punto de partida. Este nuevo movimiento internacional en defensa del planeta es la irrupción política de un tema indigerible por el capitalismo. Con cerca de 6000 acciones de protesta en 160 países y todos los continentes, este nuevo internacionalismo socioambiental inaugura una nueva etapa de la lucha en defensa del planeta y las personas que vivimos en él.
A la humanidad le llevó varios miles de años adaptarse socialmente a las condiciones climáticas sobre el planeta. Se calcula que desde la última gran glaciación pasaron más de 10 mil años y a partir de entonces, y hasta hace algo más de 100 años, la temperatura se estabilizó en un promedio de alrededor de 15 ° C. Eso significó regularidad, estabilidad relativa y, por lo tanto, un piso material de condiciones para un desarrollo social de la población humana sobre la tierra. Es el período del desenvolvimiento civilizatorio que llegó hasta el capitalismo pasando por diversas formaciones: el comunismo primitivo, las sociedades asiáticas, las esclavistas, el feudalismo y con las grandes revoluciones de los siglos XVII-XVIII el capitalismo. Lo irrefutable con base en la más seria estadística, es que, en coincidencia con el ciclo de predominio energético del petróleo, se consolidó un fenómeno de alteración del clima conocido como “calentamiento global”. Ese cambio primero lento y en los últimos 40 años acelerado, tiene como consecuencias modificaciones en las condiciones de vida sobre el planeta. Uno de los autores del capítulo “aumento del nivel del mar” del cuarto informe del GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), Anders Levermann, sintetiza la primera amenaza diciendo que “se derrite el casco antártico; se produce una dilatación térmica de las masas de agua y aumenta su volumen; deshielo de los glaciares de las montañas y del casquete de Groenlandia. Solo con eso, el riesgo de subida de niveles de agua de los océanos compromete millones de personas”. Es suficiente recordar que 10 millones de habitantes de Egipto viven a menos de 1 metro de altura sobre el nivel del mar, 15 millones en Bangladesh, unos 30 millones en China e India, unos 20 millones en Vietnam. Eso, para no contar las grandes ciudades construidas en las zonas costeras: Londres, Nueva York, San Francisco. A esa deriva hay que sumar la desertificación, la acidificación de mares y otros cursos de agua, el aumento de eventos climáticos extremos y, por lo tanto, graves consecuencias sociales. En resumen, estamos frente a una dinámica de catástrofe, verdaderamente.
Guerra ideológica, urgente
Los llamados poderes fácticos en el capitalismo están preocupados. El debate social sobre el futuro del planeta está en agenda. Esto los fuerza a intervenir con sus recursos y tanques de falsas ideologías para distraer, confundir y neutralizar la radicalización de la conciencia de las personas sobre este tema. Esquemáticamente, las concepciones más influyentes, sería:
- El “negacionismo”: esta corriente está representada por Trump, Bolsonaro y los gobiernos derechistas más reaccionarios. Expresan a las corporaciones del petróleo, los bancos y las transnacionales extractivas más concentradas. Su tesis es “que el cambio climático es un fenómeno natural y que los objetores de la industria del petróleo se oponen al desarrollo y el crecimiento económico”. Aunque no tengan directa influencia en la juventud que se moviliza, más bien lo opuesto, es la línea con la que actúan a través de las burocracias sindicales sobre el movimiento obrero.
- El “capitalismo verde”: esta política es levantada por Merkel, los partidos verdes, la II Internacional, los demócratas de EEUU y personajes como Macron. En concreto, plantean que desde el estado habría que consensuar con las empresas capitalistas un proceso de “reformas graduales” que vayan reconvirtiendo la matriz de energía hacia limpias y renovables, con incentivos económicos y “premios fiscales” a las menos contaminadoras. En definitiva, hacer de la “ecología” un nicho de negocios que se someta a las leyes capitalistas del mercado.
- El “neo-keynesianismo ecológico”: esta visión, levantada por Sanders, Ocasio-Cortez y otras figuras de la “izquierda demócrata” y el DSA de EEUU, plantea un proceso con subsidios estatales de reconversión energética subsidiada a las corporaciones capitalistas. Es decir, un “pacto” con las transnacionales de reconversión en 10 años, obviamente sin cuestionar la propiedad privada de los principales resortes de la producción y distribución energética. La escritora y activista, Naomi Klein, reporta a esta perspectiva también.
- La corriente de la “culpa individual”: la propaganda de las corporaciones y los gobiernos contaminantes, fomentan la ideología falsa que focaliza la responsabilidad por la degradación socioambiental en las personas y sus “hábitos de consumo y vida” individuales. Así, la responsabilidad por la escasez de agua se resuelve “con duchas más cortas” o “cerrando correctamente la canilla” (no por el uso absurdo y gigantesco de las megamineras); o el calentamiento global por la multiplicación de autos privados como “responsabilidad individual otra vez” y no por el lobby de las automotrices y petroleras, o como salida el reemplazo de todo por bicicletas y variantes de ese estilo. Incluso, en este punto han ganado peso las corrientes del “decrecimiento”, que proponen la “austeridad personal” como estrategia. En todos los casos para encubrir las responsabilidades sistémicas del capitalismo.
- El “desarrollismo o productivismo” de izquierda: también tenemos polémicas con corrientes marxistas que simplemente colocan como salida “el control obrero” sin cuestionar el desarrollo de “fuerzas destructivas” del capitalismo en esta etapa. Hay ramas de la producción capitalista que no tienen ningún sentido social positivo, como la megaminería contaminante, el fracking o el agronegocio y que, por lo tanto, más allá de la clase social que la gestione, son contaminantes y dañinas per se sin ningún beneficio social concreto. Por lo tanto, es clave romper con el tabú “desarrollista” y plantear eliminarlas.
- El “onegeísmo” y la presión sobre los gobiernos actuales: esta orientación es la dominante en las organizaciones convocantes de la semana del 20 al 27. Es el “programa de Greta” y que consiste es “convencer” a los poderes estatales capitalistas del mundo que provoquen un cambio en política socioambiental y asuman medidas radicales de transición en los próximos 10 o 20 años.
Un alerta final: la buena prensa de la estudiante sueca Greta Thunberg y el surgimiento de algunos pequeños colectivos de activismo “independiente”, son utilizados como cobertura en nuestro país, por ejemplo, para que las agrupaciones del Frente de Todos de Alberto Fernández para bloquear la intervención de fuerzas como el MST y la Red Ecosocialista en el movimiento. Quieren maniatar el proceso y mantenerlo a raya, en la órbita de la “presión de la sociedad civil a través de las instituciones de la democracia”. Una trampa sin salida.
Cambiar el sistema, no el clima
Nuestro planteo es muy claro: no hay ninguna condición para resolver los problemas más acuciantes de la relación entre la humanidad y la naturaleza hoy, sin tomar medidas que cuestionan la lógica del sistema capitalista. Algunas de nuestras “pistas” programáticas son:
- Declarar la Emergencia Socioambiental en nuestros países.
- Transición energética hacia limpias y renovables, en base a la expropiación de las industrias hidrocarburíferas bajo control de los trabajadores.
- Prohibir el fracking, el agronegocio, la megaminería y la cementación urbana con fines especulativos.
- Otro modelo alimentario, en base a parámetros agroecológicos, sin transgénicos ni agrotóxicos.
- Servicios públicos como derechos sociales. Estatización de todas las privatizadas.
- Más salud y educación pública en base a un reforzamiento del presupuesto estatal, basado en el no pago de la deuda externa al FMI.
- Reparto de las horas de trabajo entre toda la mano de obra disponible. Incorporación masiva de tecnología no para reemplazar personas por máquinas, sino para alivianar la carga colectiva del trabajo.
- Eliminación de la industria del empaquetado y reducción de residuos en base a separación en origen, reciclado y educación socioambiental estatal en todos los niveles escolares.
- Prohibición de la industria publicitaria capitalista. Reemplazarla por el derecho social a la información pública. Democratización general de los medios masivos de comunicación.
- Activar mecanismos de consulta popular vinculante para que sean los pueblos los que decidan toda controversia sobre desarrollar o no determinadas industrias que puedan contaminar.
- Presupuesto para remediación ambiental y preservación de especies en base a la expropiación de activos de empresas contaminantes.
- Por otro modelo productivo, de distribución y consumo basado en la planificación democrática de las reales necesidades sociales de la mayoría trabajadora.
Mariano Rosa