Por Gustavo Gimenez
El 1° de octubre, el gobierno conmemoró el 70° aniversario de la revolución con el que ha sido considerado el “desfile militar más grande de toda la historia”. Sin embargo, la televisión mostró que, en la vecina Hong Kong miles de manifestantes chocaban violentamente con la policía exigiendo mayor democracia y autonomía.
Luego del imponente desfile, que incluyó misiles que pueden llegar en pocos minutos al territorio norteamericano, se sucedieron otros impresionantes festejos en los que participaron unos 100.000 civiles de distintas profesiones. Las imágenes mostraron al presidente del gigante asiático y secretario general del Partido Comunista Chino parado a bordo de una limusina Hongqi de fabricación nacional, saludando a las tropas cual un Napoleón Bonaparte del siglo XXI.
La parada militar y festejo masivo, destinados a mostrar los logros del “modelo chino”, en un país que alberga 1.400 millones de habitantes y es la segunda economía del planeta, no pudieron ocultar que a unos cientos de kilómetros al sur, en esa ex colonia británica que es Hong Kong, devenida en zona autonómica especial regresada a la soberanía china, existe una rebelión justamente contra esa misma burocracia con aires de omnipotencia que gobierna China con los métodos de una férrea dictadura y no puede contener a un territorio de escasos siete millones de habitantes.
La revolución y contrarrevolución en la China contemporánea
Setenta años antes, al comenzar octubre de 1949, las tropas del PC chino dirigidas por Mao Tse-tung, luego de derrotar tras largos años de guerra civil a las tropas del partido nacionalista Kuomintang que acaudillaba Chiang Kai-shek, ingresaron victoriosas a Pekín. Allí, en la plaza de Tiananmén, Mao declaraba la “república popular”. Triunfaba así la tercera revolución china. La primera, dirigida por Sun Yat-sen, había liquidado al régimen monárquico del emperador e instaurado una república democrático-burguesa en 1911. La segunda, en 1927, dirigida por el PC chino, fue una gran revolución obrera y campesina brutalmente derrotada luego de que Moscú ordenara a los comunistas entregar las armas a la burguesía nacional liderada por Chiang, al que años antes había nombrado miembro honorario de la III Internacional.
Mao, sobreviviente de aquella sangrienta derrota, se encargó de concentrar las fuerzas del PC en la región montañosa de Hunan, a resguardo de la represión del Kuomintang, para asumir una táctica defensiva propia de las luchas del campesinado chino: la guerra de guerrillas rural. Así, al aplastamiento de la revolución en las ciudades más importantes, le siguió una larga resistencia campesina, que era el 80% de la población del país. La guerra civil se extendió desde 1927 hasta 1937 cuando Japón, que ocupaba Manchuria, invade toda China y los nacionalistas y comunistas se unen para enfrentarlo.
Al finalizar la guerra en 1945 y tras el triunfo sobre Japón, la economía china estaba destruida, sus industrias desmanteladas y una grave crisis golpeaba su economía campesina. Se retomaba la guerra civil entre el campesinado pobre dirigido por el PC y la burguesía china con Chiang en el gobierno. El PC, que se había fortalecido en las masas campesinas en los años de resistencia al invasor japonés, no tenía la intención de tomar el poder para realizar una revolución socialista. Al contrario: intentaba llegar a un acuerdo con Chiang para fundar primero una república democrática, una receta de la “revolución por etapas” del manual estalinista. Pero Chiang y sus generales no querían ese acuerdo: querían destruir el poder del PC entre las masas campesinas, como única salida para retomar el control total del país y reorganizar China capitalista.
Por los acuerdos de Yalta y Potsdam firmados por Stalin, Roosevelt y Churchill, China debía quedar bajo la órbita capitalista, se reconocía el gobierno de Chiang y en consecuencia Stalin ordenó al PC chino subordinarse al poder del Kuomintang.
Después de la guerra, la situación china era calamitosa. La industria estaba desmantelada, millones de campesinos habían sido despojados de sus tierras y una capa de especuladores y colaboracionistas del Kuomintang se había apoderado de millones de hectáreas. Hambre, hiperinflación y corrupción generalizada en los estratos gobernantes completaban un cuadro de grave crisis.
La situación era tan frágil que el gobierno norteamericano ordenó a su flota, que había peleado contra los japoneses en el Pacífico, que desembarcara en China. Una sublevación de los trabajadores y jóvenes marineros y soldados yanquis se lo impidió. El triunfo de la revolución china le debe mucho a este levantamiento, así como la revolución vietnamita se lo deberá en 1975 a las multitudes de jóvenes que en EE.UU. se rebelaban y se negaban a ser reclutados para la Guerra de Vietnam.
Paulatinamente el régimen de Chiang, que persigue y obliga al ejército de Mao a emprender la “Larga Marcha”, va perdiendo terreno ante la insurgencia campesina. El curso del enfrentamiento lleva a Mao a decretar en octubre de 1947 una reforma agraria, en la que decenas de millones de campesinos expropiaron a los latifundistas. Esa medida marcó el curso definitivo de la guerra civil: las tropas de Mao y la insurrección campesina fueron imparables. Finalmente los generales de Chiang son derrotados y ese histórico 1° de octubre la revolución triunfaba en China continental. Los burgueses del Kuomintang huían desesperados a la isla de Formosa, luego llamada Taiwán, en donde proclamaban su gobierno, que hasta 1971 la ONU reconoció como legítimo representante de la nación china.
La república popular
La revolución china unificó e independizó al país del imperialismo. Realizó una primera reforma agraria que luego de la Guerra de Corea fue masiva. Terminó con el hambre de millones. Alfabetizó. Recompuso la industria y al movimiento obrero. El imperialismo contratacó con la Guerra de Corea de 1950-53 y un millón de chinos combatieron con los coreanos contra el imperialismo, propinándole una dura derrota.
Si bien la revolución significó un enorme salto adelante para cientos de millones de chinos, las decisiones burocráticas de la conducción en materia económica (fracaso de la “campaña de las cien flores” primero y del “gran salto adelante” después), la cada vez más reticente ayuda de la URSS, tres años de calamidades (sequía, inundaciones, etc.) y la derrota de la revolución en Indonesia[1] fueron creando roces y disputas dentro de la camarilla burocrática.
Para inclinar a su favor la balanza de esas disputas internas, en 1966 Mao lanza la “Revolución Cultural”. Así desplazó a los dirigentes y cuadros del aparato partidario que, como Deng Xiao-ping, cuestionaban sus políticas. Fue un intento de frenar las contradicciones planteadas por el avance imperialista en Vietnam tras la derrota indonesia y problemas internos originados por el fortalecimiento de la clase obrera y la crisis del campesinado pobre. Pero el movimiento lanzado, que despertó al inicio un gran entusiasmo entre los estudiantes e intelectuales chinos, penetró en el movimiento obrero: éste desarrolló una ola de huelgas y en enero de 1967, junto a los estudiantes, fundó una comuna en la ciudad de Shanghái. También entró profundamente entre los Guardias Rojos.
Logrado su objetivo, Mao frena el proceso, reprime al ala más izquierdista, copa los organismos creados por las masas y llama a dejar de criticar al aparato. Se produce la “rehabilitación” de muchos de los jerarcas desplazados y se inicia un giro a la derecha. Abonado por los choques fronterizos con la URSS en marzo de 1969, ese giro lleva a recibir al presidente Nixon en Pekín en 1971, en plena ofensiva militar de EE.UU. en Vietnam. Por diferencias con esa política es desplazado Lin Piao, el jefe del ejército al que se consideraba sucesor de Mao, y en 1973 se rehabilita a Deng Xiao-ping. En 1975 se reforma la Constitución china y se reconoce a los campesinos el derecho a la propiedad privada sobre pequeñas parcelas de tierra. Se avanzaba así en el giro derechista que Deng profundizaría en forma cualitativa tras la muerte de Mao en 1976.
El maoísmo
La dirección maoísta surge de un proceso que combina una revolución agraria y sus organismos de poder -las asociaciones de campesinos pobres- en el norte del país, con un levantamiento contra el feudalismo, el capitalismo burocrático y el imperialismo yanqui en el sur. Mao intenta contener a la revolución en una fase democrática, pero se impone la lógica de la revolución socialista en el campo y aun contra su primera estrategia surge un gobierno que expropia a la burguesía. A diferencia del régimen de democracia soviética de los primeros años de la Revolución Rusa, el gobierno chino estará asentado desde un primer momento en un régimen bonapartista[2], basado en el aparato del Partido Comunista Chino y en el Ejército Popular.
La debilidad de la clase obrera china que había sido devastada durante la guerra, el enorme peso del campesinado y las influencias pequeñoburguesas que pesan sobre él, la inexistencia de un partido marxista revolucionario y la presión del estalinismo van a ser factores sustanciales en la formación de esa dirección. Tiene un origen distinto al de la dirección estalinista que gobernaba la URSS: mientras la rusa era producto de una contrarrevolución y reflejaba una casta privilegiada, la china surgía a caballo de una gran revolución intentando jugar un rol de árbitro entre las distintas clases en pugna. Por su origen, la burocracia china es similar a la cubana o la yugoeslava, que nacieron de revoluciones dirigidas por ellas. Su bonapartismo se parece mucho al de los movimientos nacionalistas burgueses de los países atrasados, que Trotsky llamó bonapartistas sui generis[3].
Pasadas ya varias décadas de aquella comparación, podemos afirmar que tuvieron un curso similar a estos movimientos, que en muchos casos de bonapartistas sui generis pasaron a bonapartismos clásicos, cuando fueron perdiendo sus roces con el imperialismo, consolidándose en la administración de su economía burguesa y la conservación de sus privilegios de casta burocrática y para ello debieron enfrentar al movimiento de masas. Así como Perón evolucionó de líder nacionalista a fundador de la Triple A o el nicaragüense Ortega de revolucionario democrático a dictador asesino, el maoísmo generó una casta burocrática que terminó restaurando el capitalismo en China y no dudó en reprimir a sangre y fuego en Tiananmén en 1989 a quienes intentaron cuestionar su poder.
De Deng a hoy: la restauración capitalista
El año 1978 marca un punto de inflexión en torno a la economía y el proyecto burocrático para China. Confirmando los pronósticos que en su momento Trotsky hiciera para la burocracia soviética como agente restauracionista del capitalismo, su par china con Den Xiao-ping al frente abrió el país al mercado mundial capitalista.
“Las profundas reformas iniciadas en 1978 incluían la descolectivización de la agricultura, la apertura de China a inversores extranjeros y la concesión de licencias para iniciar empresas privadas. Esta desnacionalización de servicios, unida al fin de la Guerra Fría y el auge del comercio internacional permitieron al país comenzar a registrar ese rápido crecimiento que Mao no había logrado obtener, a pesar de que su economía planificada había aumentado significativamente la formación de los perfiles técnicos que empezaron a sustentar al país durante los 80. La política aperturista, asimismo, disparó el mercado en el exterior, especialmente en el ámbito de las exportaciones”[4].
A partir de esta decisión, las sucesivas medidas adoptadas por el poder burocrático chino van a profundizar ese camino: “En el tercer Plenario de 1984 se vio cómo el secretario general del partido Hu Yaobang abandonó la idea de una economía planificada y fue inaugurada la temporada de la ‘reforma económica urbana’. En el Plenario de 1993, Jiang Zemin comenzó la temporada de la ‘economía de mercado socialista’…”[5] Lo mismo describían respecto de Jiang[6] los diarios europeos: “Habló de socialismo para apoyar la libertad de precios, la liberalización del sector financiero, la conversión de las sociedades en entidades con accionariado público y privado, el establecimiento de un sistema de Seguridad Social y la privatización de nuevos sectores, incluido el inmobiliario (aunque, misteriosamente, no explicó por qué considera fundamental que otras áreas de actividad económica no lo sean). También anunció la apertura de toda China, y no sólo de las ‘zonas especiales’ situadas en las costas, a las inversiones extranjeras. Y afirmó que se debe aceptar el desarrollo desigual: las zonas más avanzadas deben ir más deprisa, y ello ayudará a que el resto del país mejore”[7]. En esas zonas especiales, con tal de instalar a las corporaciones imperialistas, el gobierno otorgó beneficios impositivos y limitó los derechos sindicales.
Xi Jinping, el actual mandatario, llevó el sueño burocrático hasta su mayor expresión: hoy China es la segunda potencia capitalista global superando largamente a Japón en ese lugar, tiene un ambicioso proyecto de expansión comercial llamado “ruta de la seda” consistente en enormes inversiones en infraestructura para facilitar su penetración y es el principal socio comercial de muchos países en el mundo. Desarrolla una verdadera política imperial sobre el Mar de la China, que comparte con otras naciones asiáticas, y viene desarrollando un fuerte avance en rubros de alta tecnología y en el desarrollo militar. En el terreno político, Xi ha procurado desarrollar el bonapartismo del régimen a un grado tal que podría proclamarse como un nuevo emperador, dado que ahora, después de las últimas reformas, puede ser reelegido eternamente.
Nubarrones de crisis bajo la espuma triunfalista
Una de las principales explicaciones del enorme y vertiginoso desarrollo industrial chino hasta convertirse en la “fábrica del mundo” fue su mano de obra barata, casi regalada, para las inversiones capitalistas. La política de las deslocalizaciones industriales que, a partir de la década del ’80 trasladaron enormes emprendimientos fabriles de EE.UU. y otras potencias a la China “comunista”, se vio beneficiada por obreros chinos que trabajaban por un puñado de dólares, viviendo en condiciones infrahumanas, que tenían incluso “camas calientes” muy cercanas a las líneas de producción, como en las primeras etapas del desarrollo industrial capitalista. Esta mano de obra superexplotada otorgaba una ganancia tal que hacía que los gastos extras en transporte fueran menores frente al ahorro de sueldos industriales que en EE.UU. rondaban los 3.000 dólares.
China se convertía en un país donde el llamado tazón de hierro, que garantizaba a todo el pueblo chino trabajo, alimentación, educación y salud gratuitas, fue gradualmente desplazado por el tazón de porcelana, que fue suprimiendo esos derechos colectivos por la falsa promesa de triunfo individual en el mercado capitalista
Fue así que los productos baratos made in China invadieron las góndolas de los supermercados del mundo, logrando una economía que crecía a un ritmo récord del 10% anual. El crecimiento chino no tiene un gran secreto: es una gigantesca extracción de plusvalía, sometiendo a su clase obrera a enormes niveles de superexplotación. Eso, sumado a la estabilidad política que aseguraba la dictadura burocrática, resultaba muy atractivo para los capitales sedientos de ganancia.
Pero este “desarrollo” capitalista no triunfó sin transitar enormes contradicciones. En 1989 un levantamiento popular, encabezado por los estudiantes, luego apoyado por amplias capas de los trabajadores y el pueblo chino, protagonizó un reclamo nacional contra la burocracia y el régimen político reclamando una apertura democrática y participación del pueblo en las decisiones: fue el levantamiento de la Plaza Tiananmén. Incluso hubo sectores burocráticos que reflejando las crisis y contradicciones en el seno del aparato del PCCH apoyaron o como mínimo dejaron correr el movimiento. Tiananmén era el reflejo local de una enorme ola antiburocrática mundial que tiró abajo el Muro de Berlín y el viejo régimen estalinista de la URSS.
Justamente la derrota del levantamiento de Tiananmén va a marcar una diferencia en torno al proceso de restauración capitalista en China con el que se desarrolló en la ex URSS y Europa del Este. El proceso chino fue mucho más vertiginoso al vencer la resistencia del movimiento de masas. El control del aparato del PCCH fue mucho más férreo y se fue uniformando, acentuando cada vez más su carácter bonapartista, su dictadura sobre toda la sociedad. La persecución a los opositores, la opresión gran-china sobre territorios enteros como el Tíbet o el actual intento de liquidar las cláusulas democráticas en el status de Hong Kong, la imposibilidad de fundar sindicatos que no sean los oficiales o partidos opositores, una vigilancia ciudadana que ahora exigirá el escaneo facial para poder navegar en Internet, son algunas de las características de un régimen que por momentos recuerda al Gran Hermano de “1984” de Orwell.
La crisis de la economía imperialista que estalló en 2007/2008 pronto va a impactar sobre la economía del gigante asiático, sobre cuyos hombros se cargaron mentirosas expectativas, ya que por ese entonces más de un propagandista liberal hablaba de que la “locomotora china” serviría para superar la crisis capitalista mundial, convirtiendo a la potencia emergente en la nueva potencia dominante ante el evidente declive de EE.UU., la Unión Europea y Japón.
Pocos años pasaron para diluir estas exageraciones. La economía china vio mermar parte de sus exportaciones hacia los mercados centrales imperialistas. Tuvo que alentar el desarrollo de un importante mercado interno y una nueva clase media china, mientras descendían sus tasas de crecimiento del 10 al 6% o menos anual. Producto de la inminente desaceleración de la economía mundial, bajó aún más sus pronósticos de crecimiento. El aumento del “costo” de su mano de obra por los reclamos gremiales provocó además una relocalización de capitales en otros países de la región como Vietnam, Laos o Camboya, con salarios mucho menores.
Finalmente, como una consecuencia directa de la crisis económica imperialista mundial, el desarrollo de la “crisis comercial” con EEUU, como reflejo de una pelea descarnada por la plusvalía mundial entre la potencia más grande del planeta y la que emerge como su competidor, no solo afecta al intercambio comercial que tiene un enorme superávit a favor del gigante asiático sino a su plan de desarrollo de nuevas tecnologías, una aspecto clave para la pelea por el dominio del mercado mundial capitalista.
El desarrollo capitalista chino ha traído como consecuencia un grave aumento de la desigualdad social y agigantado enormemente las tensiones hoy contenidas por la loza burocrática. Existe una inmigración muy grande del campo a la ciudad que en las últimas décadas ha cambiado gran parte de su demografía tradicional, pero esta inmigración no tiene redes de contención social necesarias. Al ascenso de capas medias beneficiarias del crecimiento económico se contrapone una enorme desigualdad social entre cientos de millones de pobres y los millonarios beneficiarios del modelo capitalista burocrático. En el Comité Central del PC chino, de 300 miembros, hay al menos tres millonarios.
China fue la nación del planeta que más creció en estos tiempos. Según el Banco Mundial, en tres décadas su producto bruto interno se triplicó y sus exportaciones se cuadruplicaron. Esto ha llevado a la burocracia china a sostener que sacaron a 700 millones de habitantes de la pobreza. Sin embargo, detrás de los argumentos burocráticos, otros datos corroboran lo distorsionado de este “crecimiento” capitalista: “Lejos de las imágenes de los rascacielos en Shanghai y los multimillonarios chinos recorriendo el mundo saciando su apetito de exotismo, un 40% de los chinos vive aún en zonas rurales, en su mayoría trabajando en pequeñas granjas y con ingresos que en cualquier país del mundo desarrollado los ubicaría en la pobreza extrema. Se trata en muchos casos de poblaciones que comen poco y tienen un limitado acceso al agua potable y los servicios básicos, mientras que el 60% urbano, una masa obrera que trabaja cerca de 13 horas diarias, entre seis y siete días a la semana en condiciones deplorables de seguridad, no vive mucho mejor, aunque aun así la diferencia en el acceso a servicios básicos ha sido suficiente para aumentar la división cultural en el país”[8].
En tiempos de desaceleración económica, guerra comercial y nubarrones de recesión mundial estas contradicciones van a desarrollarse con mayor rapidez. La crisis ya está impactando y va a impactar profundamente en la China de Xi Jinping y a develar que sus festejos del 70° aniversario fueron en realidad una gran muestra de músculos para esconder la crisis.
Tiananmén y Hong Kong
Es válido preguntarse por qué el gigante chino, su pesada losa burocrática, su nuevo emperador que desfiló mostrando todo su poder, no puede detener a una comunidad de apenas siete millones de habitantes, cuando domina con talón de hierro a 1.400 millones de personas. ¿Por qué las manifestaciones masivas del insurrecto Hong Kong, cada vez más radicales, no lo llevan a reprimir a sangre y fuego como lo hizo en Tiananmén hace 30 años?
La cuerda se está tensando. La exasperación de Xi lo lleva a decir: “Quien se libre al separatismo en cualquier región de China… será reducido a polvo y hecho pedazos”.Todo esto pese a que Hong Kong no sólo es un ínfimo sector del territorio y la población china, sino que su economía y los negocios chinos allí han disminuido mucho en proporción a lo que significaban 20 años atrás.
Es evidente que la situación mundial después del ’89 ha cambiado mucho. La crisis imperialista es mayor y la condescendencia con su ahora rival chino por el reparto de la plusvalía no es la misma que entonces. De allí las amenazas de sanciones y diversos chantajes utilizados a la hora de negociar en mejores condiciones con la burocracia de Xi. Las peleas democráticas y las luchas de los pueblos en el mundo, desde la Primavera Árabe a los independentistas de Cataluña, la ola de levantamientos y revoluciones que, desde Chile, Bolivia, Ecuador, Puerto Rico, Haití, Honduras, Irak, Etiopía, el Líbano, están conmoviendo al mundo en la coyuntura actual, son otro condicionamiento. Pero el temor central de Xi, sin lugar a dudas, es lo que puede costar un paso en falso en Hong Kong en su repercusión al interior de China. Es evidente que tras su espuma triunfalista aparecen nubarrones de tormenta que pueden sacudir al gigante asiático. Si esos nubarrones terminan por precipitarse en tormenta abierta y la clase trabajadora y el pueblo chino salen a una pelea frontal contra el régimen, el giro de los acontecimientos en esa región del mundo y su repercusión mundial serán algo cualitativo.
En esa perspectiva, la construcción de una
alternativa revolucionaria antiburocrática y anticapitalista es una tarea
impostergable y un horizonte estratégico para quienes integramos la LIS con la intención de abordar las enormes tareas que la hora
impone a las y los revolucionarios.
[1] La burocracia china aconsejó al PC indonesio subordinarse al gobierno nacionalista burgués de Sukarno, que terminó masacrando a los comunistas.
[2] El marxismo ha utilizado el concepto de bonapartismo para definir un régimen en el que la clase dominante no puede gobernar por métodos democráticos y lo hace a través de un gobierno apoyado en el aparato policial y militar. Como régimen que defiende los intereses de la clase explotadora o la casta burocrática opresora, aparece como un “régimen personal” autoritario que se eleva por encima de la sociedad y “concilia” los intereses de las clases sociales. De allí la analogía con Napoleón Bonaparte.
[3] Variante del bonapartismo clásico, descripta por Trotsky. Mientras que el primero es propio de los gobiernos que defienden los intereses de la burguesía imperialista y usa métodos dictatoriales contra el movimiento obrero y de masas, el bonapartismo sui generis es típico de los gobiernos nacionalistas burgueses que, como el de Cárdenas en México o el primero de Perón en Argentina, en su momento tuvieron fuertes roces con el imperialismo por el reparto de la plusvalía local y para enfrentarlo han tenido que apoyarse en la movilización de masas dada la debilidad estructural de las clases capitalistas que representaban.
[4] Evolución de la economía china: viaje al pasado para entender el presente, en la web APD, 14/3/18.
[5] Se viene el Tercer Plenario, el acto político más importante de China, por Andrea Pira, en la web china-files.com, 5/11/13.
[6] Jiang Zemin: secretario general del PCCH de 1989 a 2002 y presidente de la República Popular China de 1993 a 2003.
[7] Comunismo de mercado chino, diario El País (España), 17/10/92.
[8] La otra cara de China…, diario Infobae, 31/10/19.