Por Mariano Rosa, coordinador de la Red Ecosocialista
Se cumplen 40 años de la 1ª Conferencia Mundial sobre el Clima (Ginebra, 1979). Allí científicos de 50 países señalaron que las tendencias alarmantes en relación con el cambio climático hacían necesario actuar con urgencia.
Desde entonces pasaron la Cumbre de Río de 1992, el Protocolo de Kyoto de 1997 y el Acuerdo de París de 2015, así como advertencias categóricas en decenas de otras reuniones mundiales. Lo nuevo entonces no es eso, sino que el 2019 va a pasar a la historia como el año en que se produjo un salto de calidad en la movilización mundial en defensa del planeta.
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (dependiente de la ONU) de agosto de este año titulado El cambio climático y la Tierra, que se preparó como insumo para la malograda COP25 en Chile, releva los siguientes datos:
- Un calentamiento del orden de 1,5ºC (grados centígrados) derivaría consecuencias muy difíciles de contrarrestar en términos sociales: reforzamiento de las migraciones climáticas de millones de personas, más sequías, calores insoportables e inundaciones por la alteración en el comportamiento de las lluvias.
- El objetivo de la Cumbre de París de reducir a menos de ese guarismo el calentamiento en los próximos 10 años ya aparece difícil de lograr, casi utópico ante las nulas medidas de mitigación y cambio radical urgentes.
Trump primero desechó esos compromisos muy menores, y finalmente retiró al principal contaminador mundial del Acuerdo de París: EE.UU. Bolsonaro y el gobierno chino también sabotean ese acuerdo. El informe de los expertos describe la amenaza de retroceso de los gigantescos glaciares Thwaites y Tottenen en la Antártida: ellos solos podrían hacer subir el nivel de los mares unos cuatro metros. El informe utiliza una consigna: “cada tonelada de CO2 cuenta”. Y efectivamente es así.
Solo para mencionar el impacto del imperialismo, señalemos que la industria militar estadounidense envía a la atmósfera todos los años alrededor de 80 millones de toneladas de CO2. Hay que añadir 70 millones de toneladas emitidas por el Departamento de Defensa de EE.UU., sin contar las emisiones de cientos de bases en el extranjero. En definitiva: los contaminadores que se van a reunir en la COP25 “reubicada” en Madrid por la revolución chilena, van a volver a actuar a contramano de la urgencia por tomar medidas de fondo para salir de la matriz basada en hidrocarburos, y seguramente van a aprobar una declaración que seguirá retrocediendo de ínfimos compromisos previos. La salida a la crisis socioambiental es política y anticapitalista. Ese es el dictamen de la realidad. Y los tiempos apremian, de verdad.
Un punto de inflexión
La semana del 20 al 27 de setiembre tuvo lugar la semana de acción internacionalista más grande que registre la historia en defensa del planeta y frente al desastre socioambiental provocado por el capitalismo. Hubo acciones de protesta en 3.000 ciudades, 162 países y todos los continentes. Se realizaron movilizaciones masivas en epicentros capitalistas como EE.UU., Gran Bretaña, Alemania y otros países, con sorprendente participación multitudinaria como en varias de las principales ciudades de Australia. Hubo marchas y concentraciones en decenas de ciudades de España, Francia e importantes movilizaciones en Pakistán, India y los más remotos lugares del mundo: desde Indonesia, Tailandia o Tuvalu hasta Nairobi o las Islas Salomón y la Antártida. Tomada como acción global, tiene una escala, masividad y extensión geográfica planetaria superior a cualquier proceso de lucha vivido en las últimas décadas.
Es una nueva ola verde planetaria, incluso más homogénea geográficamente y con alcance territorial que el movimiento feminista. Es la irrupción de un nuevo movimiento social cuyo protagonismo central reside en la juventud, pero a la vez hubo países en Europa, en especial España, donde algunos sindicatos convocaron a parar y movilizarse. Se trata de un proceso que llegó para quedarse, que conmueve con una acción que obliga a toda la superestructura política a pronunciarse sobre un tema que básicamente no tiene salida en los marcos del capitalismo. El desenlace de la tensión entre el tamaño de la amenaza para el planeta y la fuerza de este movimiento ascendente va a determinar hasta dónde la humanidad en esta etapa histórica logra superar este desafío político.
No es una: son dos amenazas
El efecto invernadero consiste en un mecanismo que regula el clima terrestre. Opera dejando pasar del sol a la tierra la radiación y reteniendo una parte del calor sobre la superficie, permitiendo disipar el resto. Esa mecánica funciona en base a una capa de gas (ozono) que retiene parte del calor, aunque no todo. La sobreacumulación de CO2 impide que esa capa disipe parte del calor y retiene más de lo necesario, aumentando el efecto invernadero sobre el planeta; o sea, calentando la temperatura por sobre la estabilidad promedio.
Este ciclo desata una espiral que se desenvuelve peligrosamente: más calor afecta bosques y selvas, esos bosques y selvas liberan más CO2 retenido y aumenta el ciclo; el hielo retiene CO2, su derretimiento por el calor libera más y, por lo tanto, la dinámica es creciente e imparable si no se toman medidas radicales.
El planeta funciona con cierta estabilidad climática. Durante 10 mil años se estabilizó en 14,5°C de promedio. Esto posibilitó adaptación y desarrollo civilizatorio de las fuerzas productivas. En los últimos 200 años, el aumento de temperatura creció más que los diez mil años anteriores. Ese período es coincidente con el desarrollo del capitalismo en su fase decadente, de sobreproducción e hiperconsumo. Vale decir: el fenómeno que altera todas las condiciones de la vida sobre el planeta está directamente asociado no a la “humanidad” en general, sino al modo de producción basado en la sobreproducción/hiperconsumo para la ganancia privada llamado capitalismo. A la vez, en regiones del mundo sometidas a la presencia de corporaciones imperialistas, al cambio climático como presión y desafío concreto se suma la forma de acumulación depredatoria del capital que conocemos como extractivismo.
La necesidad de bajar costos de producción en insumos y asegurar valor en reserva diseñó un patrón de acumulación capitalista de consecuencias contaminantes: agronegocio con semillas transgénicas y agrotóxicos a gran escala; megaminería contaminante; las forestales como en Chile para la industria de la celulosa, que comprometen bosques, agua y violentan territorios de pueblos originarios; fracking en todas partes, y cementación en las ciudades, también anárquica con la racionalidad antisocial del capital. Por supuesto, todo gestionado por gobiernos de partidos tradicionales, burocracias en sindicatos y empresas mediáticas que militan para justificar esa orientación como “destino inexorable”.
Combate de ideas
Cuando un movimiento de masas irrumpe, el poder de las corporaciones, sus partidos, regímenes y Estados no ponen a operar solamente los mecanismos de represión social: también las fábricas de ideologías falsas para confundir, dividir, inyectar escepticismo y otras variantes. Las siguientes son algunas de las concepciones fabricadas para ese propósito:
- El “negacionismo”. Esta corriente está representada por Trump, Bolsonaro y los gobiernos derechistas más reaccionarios. Expresan a las corporaciones del petróleo, los bancos y las transnacionales extractivas más concentradas. Su tesis es “que el cambio climático es un fenómeno natural y que los objetores de la industria del petróleo se oponen al desarrollo y el crecimiento económico”. Aunque no tengan directa influencia en la juventud que se moviliza, más bien lo opuesto, es la línea con la que actúan a través de las burocracias sindicales sobre el movimiento obrero.
- El “capitalismo verde”. Esta política la levantan Merkel, los partidos verdes, la IIª Internacional, los demócratas de EE.UU. y personajes como Macron. En concreto, plantean que desde el Estado habría que consensuar con las empresas capitalistas un proceso de reformas graduales que vayan reconvirtiendo la matriz de energía hacia limpias y renovables, con incentivos económicos y premios fiscales a las menos contaminadoras. En definitiva, hacer de la “ecología” un nicho de negocios que se someta a las leyes capitalistas del mercado.
- El “neo-keynesianismo ecológico”. Esta visión, levantada por Bernie Sanders, Ocasio-Cortez y otras figuras de la “izquierda demócrata” y el DSA de EE.UU., plantea un proceso de reconversión energética de las corporaciones capitalistas con subsidios estatales. Es decir, un pacto con las transnacionales de reconversión en 10 años, obviamente sin cuestionar la propiedad privada de los principales resortes de la producción y distribución energética.
- El “autonomismo” antipartido. Esta corriente, con cierto peso ideológico, es la que plantea que, frente a la dificultad de luchar contra el capitalismo, sus Estados centralizados y desde el poder dar otro rumbo a la relación con la naturaleza, la salida es construir “islas no-capitalistas” de “autogestión autónoma” de los Estados. Es la teoría posmoderna de la coexistencia con el capitalismo depredador y contaminante.
- La corriente de la “culpa individual”. La propaganda de las corporaciones y gobiernos contaminantes fomenta una ideología falsa que focaliza la responsabilidad por la degradación socioambiental en las personas y sus “hábitos de consumo y vida” individuales. Así, la responsabilidad por la falta de agua se resuelve “con duchas más cortas” o “cerrando bien la canilla” (no por el uso absurdo y gigantesco de las megamineras y forestales); o el calentamiento global por el aumento de autos privados como “responsabilidad individual” (no por el lobby de las automotrices y petroleras); o como salida, el reemplazo de todo por bicicletas y variantes así. En este punto han ganado peso las corrientes del “decrecimiento”, que proponen la “austeridad personal” como estrategia. En todos los casos, encubren las responsabilidades sistémicas del capitalismo.
- El progresismo extractivista. Es la justificación política por parte de los proyectos llamados “progresistas” en América Latina, que sostuvieron o sostienen la matriz de producción capitalista basada en la apropiación y despojo de la naturaleza con modalidades “insignia” como el agronegocio o la megaminería. Desde el proyecto de Evo Morales-García Linera en Bolivia hasta el chavismo, pasando por el kirchnerismo en Argentina o el PT de Brasil, defienden esta idea. Insisten en que es una etapa necesaria para el desarrollo productivo de países “atrasados”, que por ende hay que apropiarse de parte de la renta extractiva para financiar programas sociales y en un futuro indeterminado salir del modelo actual. Es la coexistencia con corporaciones que saquean y contaminan. Los gobiernos y proyectos de este espectro político reforzaron esa matriz en los últimos 15 años.
- El “desarrollismo” de izquierda. También tenemos polémicas con corrientes marxistas que simplemente plantean como salida el control obrero sin cuestionar el avance de fuerzas destructivas del capitalismo en esta etapa. Hay ramas de la producción capitalista que no tienen ningún sentido social positivo (megaminería, fracking, agronegocio) y que, por lo tanto, más allá de la clase social que las gestione son contaminantes y dañinas per se sin ningún beneficio social concreto. Por eso es clave romper con el tabú “desarrollista” y plantear eliminarlas, delimitándonos también de la nefasta experiencia del desarrollismo burocrático estalinista en la ex URSS que, sin democracia directa en la planificación productiva por los trabajadores, usurpada por la camarilla gobernante, impuso una lógica de producción y consumo disociada de las reales necesidades sociales y con derivas contaminantes increíbles.
De conjunto, todas estas corrientes tienen un punto en común: ninguna cuestiona directamente el sistema capitalista como problema crucial de la humanidad, que pone en crisis la relación con la naturaleza como sistema de producción/consumo orientado por la ganancia y que además se expresa en poder político estatal, imperialista y militar concentrado. Y que, en todo, construye ideología y formas de pensar que multiplica a través de instituciones y aparatos político-sindicales-mediáticos.
Una hoja de ruta para la transición
El movimiento social mundial en defensa del planeta tiene un enorme potencial de cambio. Nuestra propuesta es impulsar la más amplia acción de lucha en esta perspectiva, y a la vez, desarrollar al interior de este movimiento una tendencia organizada por una estrategia anticapitalista, ecosocialista y profundamente internacionalista. La LIS a través de sus organizaciones nacionales y experiencias como la Red Ecosocialista tienen ese propósito político en lo mejor del activismo juvenil, pero también para influenciar cada vez más al sujeto decisivo para la transición pos-capitalista a otra forma de producir y consumir: la clase trabajadora y sus organizaciones tradicionales. Sin ella para luchar por el poder, en alianza con otros sectores populares agredidos por el capitalismo contaminante, no es posible la reorganización social, económica y política sobre bases nuevas, socialistas pero amigables con la naturaleza. Para todo esto, levantamos una serie de coordenadas programáticas como GPS para orientar la intervención de lucha de este movimiento:
- Por la declaración de la inmediata emergencia socioambiental en nuestros países, dirigida a los gobiernos capitalistas de turno.
- Transición energética hacia limpias y renovables, en base a la expropiación de las industrias hidrocarburíferas bajo control de los trabajadores y una nueva matriz de energía.
- Lo anterior incluye la reconversión laboral-profesional de todos los trabajadores de las industrias afectadas con garantía de continuidad salarial y el piso de derechos anteriores.
- Prohibir el fracking, el agronegocio, las forestales, la megaminería y la cementación urbana con fines especulativos. Reconversión productiva basada en las reales necesidades sociales, en base a una planificación democrática con intervención de la clase obrera.
- Otro modelo alimentario, en base a parámetros agroecológicos, sin transgénicos ni agrotóxicos, para garantizar la comida como derecho social suficiente, saludable y accesible a las mayorías.
- Ampliación de derechos en los servicios públicos, empezando por el transporte estatal bajo control social de trabajadores y usuarios. Estatización de todas las privatizadas y ampliación de infraestructura de las mismas.
- Más salud y educación pública en base a un reforzamiento del presupuesto estatal, basado en el no pago de la deuda externa al FMI y los organismos financieros internacionales.
- Reparto de las horas de trabajo entre toda la mano de obra disponible. Incorporación masiva de tecnología, no para reemplazar personas por máquinas sino para alivianar la carga colectiva del trabajo.
- Eliminación de la industria del empaquetado y reducción de residuos en base a separación en origen, reciclado y educación socioambiental estatal en todos los niveles escolares.
- Prohibición de la industria publicitaria capitalista que fomenta el consumo artificial, confunde y miente a la población. Reemplazarla por el derecho social a la información pública. Democratización general de los medios masivos de comunicación.
- Activar mecanismos de consulta popular vinculante para que sean los pueblos los que decidan toda controversia sobre desarrollar o no determinadas industrias que puedan contaminar. Incorporar a fondo el principio precautorio del derecho ambiental, que dice que “toda modalidad productiva que pueda impactar socioambientalmente debe ser suspendida y sometida a investigación y debate social”.
- Presupuesto para remediación ambiental y preservación de especies, bosque nativo y otros bienes comunes de la naturaleza, patrimonio de la humanidad en base a la expropiación de activos de empresas contaminantes.
- Apertura de todas las fronteras a las corrientes de migración climática.
- Derecho a la autodeterminación, desmilitarización y reconocimiento de derechos territoriales a los pueblos originarios.
- Por un modelo de producción que oponga a la anarquía capitalista cuyo único propósito es la ganancia privada, la planificación democrática con intervención de la clase trabajadora para la generación de bienes y servicios que respondan a las necesidades reales mayoritarias y una distribución que garantice el acceso a todo lo requerido por la mayoría que trabaja, incorporando como parámetro la sustentabilidad socioambiental.