Por Gustavo Giménez
Finalmente, la Cámara de Representantes (1) de EEUU, de mayoría demócrata, aprobó el impeachment al presidente Donald Trump. Lo envía a juicio político para destituirlo si es condenado por dos cargos: abuso de poder y obstrucción al Congreso. La mayoría republicana del Senado, que es la cámara que funciona como jurado y dirigirá el juicio, ya anunció que lo absolverá.
El desarrollo de la crisis
El escándalo, que abrió el proceso que derivó en este impeachment de Trump, se desató cuando una fuente anónima de la inteligencia norteamericana, un soplón, develó las presiones que Trump estaba realizando sobre el primer ministro de Ucrania, Volodimir Zalenski.
Trump le exigía al mandatario ucraniano que su gobierno emprendiera una investigación sobre actos de corrupción que habría realizado como miembro de una compañía de gas ucraniana, Hunter Biden, cuando su padre Joe Biden, desempeñaba su mandato como vicepresidente de Obama. Joe es el principal candidato de la interna demócrata para competir en las elecciones de 2020.
También le exigía la apertura de una investigación sobre la posible injerencia de Ucrania en las pasadas elecciones de 2016, con el claro objetivo de tapar la responsabilidad de Rusia y Putin en estas interferencias que son materia de investigación en EEUU.
Trump amenazó al mandatario ucraniano con interrumpir la continuidad de la ayuda miliar de 391 millones de dólares, con la que EEUU asiste a este gobierno en guerra contra los rebeldes pro rusos del este del país. La moneda de cambio que compensaría la ayuda requerida sería una entrevista presidencial en la Casa Blanca. De hecho, en forma inmediata fue suspendida la asistencia militar, para lograr doblegar al presidente de Ucrania, aunque según se defienden los republicanos, posteriormente fue reestablecida.
De acuerdo a las leyes norteamericanas Trump habría incurrido en un delito contra su nación, al utilizar a un gobierno extranjero en una campaña de desprestigio contra su principal adversario político.
La presidente demócrata de la Cámara de Representantes, la veterana Nancy Pelosi, demoró en un principio la decisión de abrir el proceso que desembocó en el juicio, dado que tenía dudas políticas sobre la conveniencia para los demócratas de embarcarse en este impeachment en la etapa preelectoral. Se especula que ahora el Senado podría utilizar el control del juicio político para defender la figura de Trump y levantarlo como una víctima. Están «tratando de anular las papeletas de decenas de millones de estadounidenses patrióticos», declaró este al enterarse de la aprobación del juicio político en su contra.
Además, las polémicas sobre las acciones del mandamás yanqui se desarrollan en un cuadro político en el que la opinión pública está dividida en torno al impeachment, ya que ve “al Congreso –que cuenta con el mayor desprestigio del país- enredado en discusiones leguleyas y no en cuestiones importantes como salud, educación o impuestos.” (2) y que, como comentan muchos analistas, siguió con más entusiasmo los avatares del escándalo sexual de Clinton con la pasante Mónica Lewinsky, que esta acusación.
Trump en un principio minimizó las presiones. Ocultó lo esencial de la conversación telefónica clave que tuvo con el presidente Zelenski y se negó luego a que cualquier funcionario de su administración, empezando por él mismo, concurra a las requisitorias de la Cámara de Representantes, por lo que también es acusado del delito de “obstrucción”.
Luego tuvo que dar a conocer completa la transcripción de la conversación y su estrategia varió. Defendió su derecho de pedir ayuda extranjera para dilucidar un acto de corrupción de su principal adversario político. Ahora se victimiza.
Lo cierto es que a medida que se fueron conociendo los testimonios de importantes figuras del establishment político, la diplomacia y los servicios de inteligencia yanquis, que confirmaron las denuncias realizadas, la dinámica que llevó a esta resolución de juicio político fue imparable.
Desfilaron por las audiencias realizadas en la Cámara de Representantes personajes como Gordon Soundland, embajador de EEUU en la UE, un empresario que llegó a ese cargo luego de donar un millón de dólares a la campaña de Trump, quién confirmó las “instrucciones del presidente” para presionar a Ucrania; Laura Cooper, experta en Rusia y Ucrania del Departamento de Defensa, quién declaró sobre el congelamiento de ayuda militar a Ucrania el mismo mes de la conversación telefónica (3); William Taylor, embajador interino en Ucrania; Marie Yovanovich diplomática de carrera embajadora en Ucrania desde 2016 hasta marzo de este año; Alexander Vindman, director de asuntos Europeos en el Consejo de Seguridad, herido en combate en la guerra de Irak… y sigue una lista que completa doce denunciantes de mucho peso.
Una vez lanzado el impeachment por la Cámara de Representantes, la discusión entre demócratas y republicanos previa a las fiestas navideñas gira en torno a la fecha en que Pelosi mandaría el pedido de juicio al Senado, ya que esta estira este trámite necesario, porque intenta lograr que el proceso no sea un mero trámite rápido como quieren los republicanos, sino que se puedan presentar nuevos testigos, hacer un proceso lo más largo posible… y ahí está, por ahora, estancada una crisis de trámite incierto.
En la medida que la crisis no termina de encaminarse, surgen en el medio, contradicciones que no aparecían en la superficie, como el editorial contra el presidente de un importante medio evangelista, una fuerza que le da gran respaldo a Trump. Aunque luego la dirección de los evangelistas hizo público su apoyo al mandatario para minimizar el impacto del editorial, lo sucedido es quizás una muestra de la existencia de muchas otras tensiones que hasta ahora parecían contenidas.
¿Son maniobras electorales o es una crisis más profunda?
Con Trump, son tres los presidentes de toda la historia norteamericana que han tenido que enfrentar un proceso de impeachment. Los anteriores fueron Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998. Un cuarto, que no llegó al juicio porque renunció antes, fue Richard Nixon, luego del escándalo de las escuchas secretas en la base del Partido Demócrata, el famoso caso “Watergate”.
Durante décadas, la alternancia entre demócratas y republicanos fue el reaseguro de un sistema bipartidista, que más allá de tal o cual matiz, sirvió fielmente a los intereses de la potencia imperialista y sus pulpos multinacionales.
La crisis política desatada en las alturas no debe subestimarse, ya que más allá de que en lo inmediato Trump salga absuelto, e incluso pueda utilizar su respuesta a los ataques demócratas para su discurso electoral, es una expresión de una crisis profunda que está cuestionando, en la mayor potencia del mundo, al viejo sistema de partidos y la estructura tradicional de su régimen político.
Una crisis que se desarrolla sobre graves problemas de la estructura económica capitalista del país, que tras un aparente buen nivel de actividad y negocios en relación a la catástrofe del 2008, ha barrido con muchas de las conquistas sociales tradicionales del “sueño americano”, en una coyuntura mundial donde existe una encarnizada disputa por la plusvalía entre las grandes potencias, en la cual más allá de tal o cual acuerdo momentáneo con China, el mundo se encamina a una fuerte recesión, que ya está afectando de distintas formas a la economía del gigante del norte.
Debemos sumar a estos nubarrones que se ciernen en el horizonte, el surgimiento de fenómenos de resistencia política y social muy importantes, en el medio de una situación mundial de grandes convulsiones y nuevos triunfos del movimiento de masas, como respuesta a los intentos del imperialismo de aumentar cualitativamente la super explotación de los trabajadores y los pueblos para paliar su crisis.
El propio surgimiento de Trump hace tres años reflejó una importante crisis en el tradicional régimen bipartidista. Era un outsider en la estructura republicana que fue venciendo uno a uno a los candidatos del viejo establishment. Luego la tradicional estructura del partido terminó cerrando, no sin contradicciones, filas con él.
Su contraparte, dentro de una inmensa polarización política, no fue Hilary Clinton, la candidata demócrata representante de los intereses tradicionales de los grandes poderes de EEUU, sino Sanders el candidato “izquierdista” que disputó en la interna demócrata con Hilary. Este senador por el estado de Vermont, tras un programa neo reformista que habla de “socialismo”, expresa al interior del partido un fenómeno político nuevo en la sociedad norteamericana, en la que en los últimos años más de la mitad de los jóvenes se reivindican “socialistas”. Hoy Sanders aparece tercero en las encuestas de opinión pre electorales.
Esta crisis en las “alturas” que significa el impeachment contra Trump no puede considerarse solo como el resultado de maniobras superestructurales, con gran peso electoral, pero sin mayor trascendencia, sino que debe enmarcarse en un cuadro más complejo de decadencia de la vieja potencia imperial y su fracaso en sus intentos de derrotar las luchas de los trabajadores y los pueblos del mundo.
Justamente por eso, su desarrollo va a favorecer tanto a la lucha de los trabajadores, las mujeres, los jóvenes y el pueblo norteamericano contra su capitalismo en decadencia, como también a las luchas que cruzan el planeta contra el sistema capitalista imperialista. Enormes peleas que colocan al orden del día la necesidad de construir una corriente revolucionaria en el seno del monstruo imperialista, como parte de la construcción de una internacional socialista, tarea en la que los que integramos la LIS estamos embarcados.
- Cámara de Diputados.
- Artículo “El juicio político a Donald Trump y la evidencia de la gran división que afecta a Estados Unidos”, Paula Lugones, publicado en Clarín del 18/12/2019
- Ahora se sabe que la ayuda militar fue interrumpida horas antes de la conversación telefónica entre Trump y Zelenski.