Por Jerome Small, Socialist Alternative Australia
Algunos bomberos reportan llamas de 150 metros de altura. Lee esto de nuevo, lentamente. Llamas de 150 metros de altura. Más alto que un edificio de 40 pisos.
Este es el nuevo verano normal de Australia. Altísimas llamas y humanos aterrorizados, acurrucados en la playa en la noche oscura o el resplandor naranja del día. Shambolic, en pánico, miles obligados a huir. Ciudades y pueblos tapados durante días y semanas y ahora meses por una neblina de humo que oscila desde irritante, hasta tóxico, incluso mortal. Un área quemada que según reportes ésto achicaría el terreno, afectado éste por los incendios del Amazonas y California.
Decenas están muertos o desaparecidos. Y todavía son los primeros días.
El periódico Age de Melbourne informa sobre la evacuación de Corryong, en el noreste de Victoria, en la víspera de año nuevo: “Cualquiera que quisiese unirse al convoy necesitaba suficiente combustible para llegar a Tallangatta, a unos 85 kilómetros de distancia, y escribir sus nombres en una lista. La lista será para un médico/a forence para saber las causas de muerte si todo saliera mal.”
Las llamas echan luz ardiente sobre las prioridades de los gobernantes de Australia.
Vemos a los bomberos arreglárselas con patéticas máscaras de papel, mientras que el gobierno ofrece $ 12 mil millones cada año a las compañías de combustibles fósiles ($ 29 mil millones si se cuentan los subsidios indirectos).
Vemos un ejército que puede movilizar una fuerza masiva para defender el petróleo y el imperio en el Medio Oriente, y capturar refugiados de esas guerras y llevarlos a una prisión de isla, pero aparentemente es incapaz de llevar a una población civil a un lugar que los ponga a salvo ante la urgencia.
Vemos una élite política y económica que no puede apartarse de las industrias que han creado este desastre. Seis de las 30 corporaciones más grandes en la bolsa de valores de Australia son compañías mineras o de combustibles fósiles, tal vez un récord mundial. El carbón representa el 15 por ciento de los ingresos de exportación. La clase dominante de Australia es una de las secciones más adictas al carbono de una élite mundial que siempre ha valorado el poder y las ganancias por encima de nuestro planeta y nuestras vidas.
Vemos la expresión política de este interés económico: un ala del poder político (los liberales y los nacionales) no puede admitir que esta catástrofe tenga algo que ver con el cambio climático. La otra ala del poder político (laboristas y algunos liberales «disidentes») se quejará sobre el cambio climático y al mismo tiempo abrirán vastas extensiones del país a las industrias de combustibles fósiles y a la minería.
Vemos a los medios de comunicación de propiedad de Murdoch arremeter con mentiras sobre las cargas de combustible. La verdad es que estos incendios son de hecho la consecuencia predictible del cambio climático. Durante más de una década, hemos visto cómo un frente frío húmedo que una vez trajo lluvia de invierno al sur de Australia se deslizaron hacia el sur, tal como lo predijo la ciencia. No hay garantía de que estas lluvias vuelvan con regularidad. El economista Ross Garnaut, que no es radical, señala que la cuenca del sistema fluvial más grande del país conduce a la desertificación y lo compara con el colapso de antiguas civilizaciones.
Vemos comunidades que no tienen apoyo. Una de las pocas comunidades aborígenes que no tiene cobertura en los medios de comunicación es Lake Tyers, en Gippsland, donde un pequeño tanque en una ute ([1]), es el único equipo para sofocar incendios que está disponible para la comunidad. Mientras tanto, el nuevo avión del primer ministro Scott Morrison costó unos $ 250 millones.
Vemos fiesta tras fiesta en Kirribilli House mientras el país arde y Sydney se asfixia. Mientras busca ayuda, nuestro primer ministro idiota afecto al carbón, juega al cricket.
En otras palabras: vemos el capitalismo australiano en toda su gloria obscena y adicta al carbón.
En la búsqueda de palabras para describir la catástrofe, muchos sobrevivientes, bomberos y observadores encuentran una: apocalipsis. Y claramente lo es: para los muertos, para sus seres queridos, para las comunidades destruidas por columnas de fuego y convertidas en columnas de humo.
Pero éste no es el final de los días. Ni siquiera es el final del verano. Hay mucho más del país que arderá.
Quienes escuchen la radio habrán oído hablar durante meses a granjeros, alcaldes de pequeñas ciudades, camioneros y todo tipo de gente, testificando que vastas extensiones de país en la costa este desde Brisbane hasta Melbourne, secas durante diez años, no han tenido precipitaciones significativas por tres años y están muy secas. Esperamos que los meteorólogos tengan razón, que el cambio tardío del monzón hacia el norte traiga algo de lluvia hacia el sur en enero. Sin embargo, nadie sabe si eso realmente apagará los incendios. Lo que pueda suceder el resto de este verano y los veranos por venir no se sabe.
Y esto es antes de llegar a los «puntos críticos» discutidos por los científicos del clima; antes de que la mina Adani del Partido Laborista y Liberal desaten su carga de veneno sobre la atmósfera, alentada por su sed de ganancia; antes de dar con el «fugitivo» del «cambio climático desbocado» que las élites corporativas de Australia se benefician tan generosamente del abastecimiento de combustible; antes de que el fracking de Origin Energy en el Territorio del Norte genere ganancias; antes de que BHP anuncie otra ganancia récord mundial de su negocio de carbón que envenena el mundo.
A diferencia del apocalipsis bíblico, esta temporada de incendios aparentemente interminable no es un acto de Dios. Las personas más poderosas en la Tierra, y en Australia, han tomado decisiones que han llevado a esto: elecciones específicas por su interés en las ganancias y el poder. Y no se detendrán solo por los incendios, no mientras todavía haya ganancias por ganar y poder político que mantener.
En un mitin afuera de la Conferencia Internacional de Minería y Recursos en Melbourne en octubre, un activista chileno lo expresó bien: “No les importa si la gente arde. No les importa si el planeta arde. Solo les importa su poder. Serán los señores de las cenizas.
Ningún salvador desde lo alto nos librará. El
único camino a seguir es construir un movimiento de masas radical que pueda
desafiar y finalmente derrocar el credo de nuestros gobernantes, su verdadera
religión, su alfa y su omega: sus ganancias y su poder.
[1] Aus, informal (utility vehicle) vehículo utilitario