El 7 de mayo se cumplieron 75 años de la caída de Berlín y el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, el llamado Día VE (Victoria en Europa). Las conmemoraciones del triunfo aliado sobre el fascismo se equivocan de héroes.
Por Vicente Gaynor
En 1943, la máquina de guerra nazi que había conquistado casi toda Europa continental sin derrotas en más de tres años, cayó vencido en la batalla de Stalingrado, considerada la más sangrienta de la historia, con más de dos millones de muertos. Fue el comienzo del derrumbe der Tercer Reich. Los pueblos de los paises ocupados se levantaron uno por uno contra los nazis, mientras los ejércitos aliados avanzaron hacia Alemania.
Estados Unidos y Reino Unido invadieron Italia el mismo 1943 y Francia al año siguiente. De ahí avanzaron hacia el este mientras el Ejército Rojo avanzaba desde la otra dirección, hacia la capital alemana. El 20 de abril comenzó la Batalla de Berlín, el 30 Hitler y varios de sus altos mandos se suicidaron, el 2 de mayo se rindieron las fuerzas defensoras de la ciudad y el 8 de mayo el mariscal Wilhem Keitel firmó la rendición incondicional del ejército aleman, terminando la guerra en Europa.
¿Qué fue la II Guerra Mundial?
La Segunda Guerra Mundial fue esencialmente una segunda guerra imperialista, como la calificó León Trotsky. Tanto los poderes aliados como del eje nazi-fascista lucharon por mantener o extender su control sobre territorios, recursos, mercados y mano de obra. Pero no fue el único fenómeno.
Como siempre, la guerra y la ocupación generan resistencia. Los pueblos de las colonias de ambos bandos imperialistas protagonizaron rebeliones y revoluciones de liberación contra sus opresores, muchas logrando la independencia durante o después de la guerra mundial. Para el pueblo soviético, la invasión nazi impuso la defensa de las conquistas de la revolución rusa que aún preservaban a pesar de la contrarrevolución stalinista.
La guerra además enfrentó a a dos regímenes en Europa, el democrático burgués y el fascista. La necesidad de defender los derechos y libertades conquistadas durante décadas de lucha de clases bajo regímenes democrático burgueses y que el fascismo venía a enterrar de un golpe, motivaría a millones de europeos a enfrentar la ocupación nazi desde la primera hora, enfrentándolos además con la burguesía colaboradora local.
¿Quiénes derrotaron a Hitler?
En la Europa ocupada, los pueblos trabajadores desarrollaron una resistencia revolucionaria contra la ocupación y represión alemana. Fue esa heroica resistencia que debilitó y quebró el Tercer Reich. Es común ver a esas resistencias representadas como meros apoyos auxiliares de los ejércitos aliados. Pero, no sólo es su rol en la caída del Reich groseramente minimizada, sino que se oculta que los intereses, motivaciones y objetivos de las resistencias eran diametralmente opuestos a los de los Estados Mayores aliados.
Las burguesías derrotadas de Francia, Polonia, Yugoslavia o Grecia no jugaron ningún rol relevante en la resistencia. O huyeron de sus países o colaboraron con los nazis. Por lo tanto, fueron los trabajadores y sus organizaciones quienes enfrentaron y derrotaron al invasor. En el proceso, realizaron verdaderas revoluciones, encontrándose con el control de la economía en sus manos y un vacío de poder estatal ante el derrumbe de la ocupación nazi.
Lamentablemente, las intensiones de sus direcciones, mayoritariamente los partidos comunistas de esos países, no coincidieron con la esperanza de los pueblos victoriosos de salir del horror de la guerra hacia un mundo mejor, sino con los intereses de los aliados imperialistas de reconstruir el orden capitalista previo.
¿Contra quién luchaban los aliados?
La ofensiva final de los aliados hacia Berlín fue intencionadamente demorada, mientras los aliados negociaban el reparto del mundo y aplastaban los movimientos revolucionarios que habían derrotado a los nazis en gran parte de Europa.
En Italia, una ola de huelgas volteó a Mussolini en 1943 y se transformó en masiva resistencia cuando los alemanes ocuparon el país. Las tropas aliadas que invadieron desde el sur, demoraron su avance para darle tiempo a que los nazis aplastaran a los partisanos que habían tomado el poder en varias comunas alpinas.
Cuando finalmente llegaron al norte, los alemanes ya habían sido expulsados por los trabajadores y trabajadoras partisanos, que además habían ocupado las fábricas en Turín, Milán y Génoa. Entonces los tanques yanquis se encargaron de reprimirlos ellos mismos. El PC italiano colaboró en el desarme de los trabajadores insurrectos y formó parte de un nuevo gobierno de “unidad nacional” bajo el rey Emmanuel III.
En Francia también, los trabajadores ocuparon el vacío de poder que quedó tras la caída del gobierno colaborador de Vichi, y fue el PC que intervino con la consigna de “producir primero” para reconstruir la industria burguesa y el Estado capitalista.
En Grecia, la resistencia armada había liberado la mayor parte del país para cuando llegaron las tropas inglesas a fines de 1944, con las instrucciones de Churchill de actuar “como si estuvieran en una ciudad conquistada en la que transcurre una rebelión local”.
En la represión que siguió, los aliados masacraron 50.000 griegos, restauraron la monarquía e impusieron un gobierno dictatorial de derecha. Contaron con el apoyo del PC, cuyo dirigente Siantos dijo entonces que “Grecia pertenece a una región de Europa en la que los británicos asumen toda la responsabilidad”.
El avance soviético hacia Berlín también se vio interrumpido por revueltas “inoportunas”. Es el caso del levantamiento de Varsovia en 1944, dirigido por la resistencia nacional de la que el PC era parte. El Ejército Rojo había empujado a las tropas alemanas al lado oeste del Río Vistula cuando el levantamiento estalló. Las tropas soviéticas se instalaron del lado este, pero se negaron a ayudar a los insurrectos, incluso impidiendo que los aviones estadounidenses y británicos que recargaban combustible tras sus líneas le lanzaran provisiones a los rebeldes polacos.
Una Polonia independiente se contraponía a los planes de Stalin, que le dijo a Churchill que el levantamiento era una “aventura imprudente y terrible”. Las tropas soviéticas observaron desde la orilla del Vistula durante dos meses cómo los alemanes destruían Varsovia antes de entrar a una ciudad en ruinas y continuar su avance hacia Berlín.
Un división de tareas internacional
Unos meses antes de la caída de Berlín, Churchill, Roosevelt y Stalin se juntaron en Yalta. Fue la cumbre clave en una serie de reuniones que habían empezado en Teherán en 1943 y continuarían en Potsdam ya finalizada la guerra, en la que los líderes aliados configuraron el mundo pos-guerra.
Dividieron el mundo en zonas de influencia de unos y otros. Supuestamente Churchill le pasó un papel a Stalin con una lista de países y porcentajes y Stalin lo tildó con un lápiz azul. Pero Yalta fue mucho más que una repartija geopolítica.
La derrota del ejército alemán en Stalingrado a comienzos de 1943 marcó el punto de inflexión de la guerra. Se frenó el avance nazi y comenzó su larga agonía de retrocesos hasta su inevitable derrota militar. Pero también marcó una bisagra en la lucha de clases mundial.
Estalló el ascenso revolucionario mundial más extendido y profundo de la historia. Los trabajadores y pueblos oprimidos se levantaron contra las ocupaciones fascistas en Europa, contra la ocupación japonesa en China e Indonesia, contra la opresión colonial en India y África, en el mundo entero los pueblos trabajadores se levantaron. Nunca como entonces estuvo tan planteada la revolución socialista mundial.
Los reunidos en Yalta compartían un temor. Los unía el espanto, no del nazismo, cuya derrota era ya una mera cuestión de tiempo, sino de la revolución. Los tres recordaban muy bien cómo la Primera Guerra Mundial había terminado con revoluciones por toda Europa. Los tres recordaban lo cerca que estuvo de caer el sistema capitalista cuando la revolución que empezó en Rusia en 1917 se expandió a Alemania y el resto del continente. Y los tres estaban determinados a defender sus intereses, impidiendo que algo semejante volviera a suceder.
Lo que se acordó en Yalta no fue una simple repartición territorial, sino una división de tareas contrarrevolucionaria en un esfuerzo común por frenar al asenso mundial de la clase trabajadora. Para Stalin y los PC, garantizar el acuerdo no implicó una pasiva no-intervención en las zonas que le correspondían al imperialismo occidental, sino una activa colaboración en desactivar, desarmar y derrotar las revoluciones, y en reconstruir los Estados burgueses y la economía capitalista en Europa occidental. A cambio, fueron integrados a los regímenes de esos países, completando su bancarrota como organizaciones de la clase trabajadora.
Sin embargo, contradictoriamente, el stalinismo se fortaleció después de la guerra, a pesar de haber traicionado la mayor oportunidad revolucionaria de la historia. A diferencia de lo que sucedió cuando los partidos socialistas de la Segunda Internacional capitularon en la Primera Guerra Mundial y surgió el Partido Bolchevique como dirección alternativa tras el triunfo de la Revolución Rusa, al finalizar la Segunda Guerra, las fuerzas revolucionarias habían sido efectivamente aplastadas por el fascismo y la contrarrevolución stalinista. El propio Trotsky había sido asesinado en 1940. Sin una dirección alternativa que se le interpusiera, una vez aplastada la ola revolucionaria que derrotó al fascismo, el stalinismo logró erigirse como el heroe que venció a Hitler y el dueño del “socialismo realmente existente”. Las imágenes de las banderas soviéticas flameando victoriosas sobre Berlín le permitieron proyectar ese engaño al mundo entero.
El aniversario de la derrota del fascismo en Europa debe servir para conmemorar a los verdaderos héroes de la Segunda Guerra Mundial, los millones de trabajadores y trabajadoras que resistieron y derrotaron a la bestia nazi, no a los genocidas imperialistas y stalinistas que ahogaron a esos trabajadores y sus revoluciones en sangre.