Setenta y dos años después de la fundación del Estado de Israel, la única solución sigue siendo destruirlo y reemplazarlo con una Palestina única, laica y democrática.
Por Vicente Gaynor
Para el pueblo palestino, la fundación de Israel es conocida como el Nakba, la catástrofe. El 15 de mayo de 1948, tropas sionistas, apoyadas por el imperialismo inglés y estadounidense, invadieron Palestina e iniciaron un genocidio que continúa hasta nuestros días.
Desde entonces, el pueblo palestino no ha dejado nunca de luchar, protagonizando reiteradas heroicas intifadas (rebeliones). Lamentablemente, sus conducciones han ido claudicando y retrocediendo progresivamente hacia aceptar el Estado de Israel y la desaparición de Palestina como hechos consumados.
Un proyecto colonial e imperialista
El sionismo surgió como corriente política e ideológica en Europa central y oriental a fines del siglo XIX, como respuesta reaccionaria al antisemitismo de los gobiernos europeos. Acepta la idea racista y equivocada de que los judíos no pueden convivir con otros pueblos para defender la necesidad de un Estado exclusivo para judíos, racista y opresor de otros pueblos.
Desde un comienzo, el sionismo fue un proyecto colonizador e imperialista. Tras barajar varios posibles sitios, incluyendo Madagascar y la Patagonia, y solicitar el apoyo de las monarquías alemana, rusa y otomana, los sionistas se decidieron por Palestina, una vez que el imperialismo inglés decidió respaldarlos.
Los británicos desde 1917 y los estadounidenses desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, le brindaron al sionismo un enorme apoyo militar, económico y político a cambio de contar con un aliado incondicional en el estratégico Medio Oriente.
Como parte de los acuerdos de Yalta y Potsdam, Estados Unidos, junto al Reino Unido y la Unión Soviética de Stalin, decidieron formar dos Estados en Palestina, aunque rápidamente se evidenció que la repartición era poco más que una pantalla para la colonización sionista de Palestina.
El primer jefe de estado de Israel, David Ben-Gurión, no tenía dudas: “no hay espacio para los dos pueblos en este país. No lograremos nuestro objetivo de ser un pueblo independiente con la presencia de los árabes en este pequeño país. La única solución es una Palestina, o como mínimo una Palestina occidental, sin árabes. Y no hay otra forma que traspasarlos desde aquí a los países vecinos, traspasarlos a todos. Ni un pueblo, ni una tribu, debe quedarse”.
Un documento sionista del momento, el “Informe Koening” avizoró de qué manera se llevaría adelante el “traspaso” de palestinos que pretendía Ben-Gurión: “Debemos usar el terror, el asesinato, la intimidación, la confiscación de tierras y el bloqueo de todos los servicios sociales para deshacer a Galilea de su población árabe”.
En 1948, esta política se aplicó sin miramientos, expulsando a punta de fusil a más de 700.000 palestinos y masacrando pueblos enteros en el camino.
Desde entonces, generaciones de palestinos han vivido en condiciones infrahumanas en campos de refugiados en el Líbano, Jordania y Siria. Muchos aún conservan las llaves de sus casas. Los que quedaron en los territorios palestinos han sido víctimas de ataques, ocupación militar, bloqueo económico, bombardeos indiscriminados, segregación y desplazamiento constantes. Y los que han quedado dentro de los límites del Estado de Israel han sido reducidos a ciudadanos de segunda clase, discriminados y oprimidos.
Aunque los judíos representaban el 31% de la población en Palestina en 1948, lo acordado en Yalta y Potsdam le otorgó a Israel el 54% de las tierras fértiles. Sin embargo, los sionistas ocuparon tres cuartas partes de la tierra. Sería el comienzo de una larga trayectoria de ignorar los acuerdos y resoluciones internacionales, reafirmando permanentemente que su verdadero objetivo es el desplazamiento de la población y la colonización de toda Palestina.
La guerra del Suez de 1956, la guerra de los siete días en 1967 y la invasión del Líbano en 1982 le sirvieron para anexar más tierras y establecer una ocupación militar permanente en el resto del territorio palestino que perdura hasta hoy. Este avance ha sido impulsado también por una política permanente de establecimiento de colonias ilegales en tierras palestinas que luego son conectadas a Israel por caminos exclusivos para judíos, dividiendo el territorio palestino en innumerables enclaves aislados, al igual que los pueblos negros en la Sudáfrica del apartheid.
Un pueblo heroico con direcciones cobardes
A cada paso, Israel ha enfrentdo la tenaz y heroica resistencia del pueblo palestino. La primera intifada estalló en 1987 y obligó a Israel a entablar negociaciones y reconocer a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como semi-Estado de una parte de los territorios palestinos. Sin embargo, en las mismas negociaciones, que concluyeron con los Acuerdos de Oslo, la dirección histórica de la Organización por la Liberación de Palestina (OLP) abandonó su posición contra el Estado de Israel y aceptó la creación de dos Estados. El acuerdo desmovilizó al pueblo palestino y permitió que Israel siguiera avanzando.
La segunda intifada estalló en el 2000 y duró cinco años. La vacilación de la OLP permitió que se impusiera nuevamente Israel, aislando definitivamente a Gaza, que es desde entonces una gran prisión a cielo abierto. La desilusión con el nacionalismo árabe de la OLP permitió el ascenso del islamismo político, cuya principal organización palestina, Hamas, ganó las elecciones de la ANP en 2006. Sin embargo, el carácter burgués y reaccionario de la dirección islamista los llevó también a claudicar ante una nueva ofensiva israelí.
En 2018, Israel aprobó la nefasta y repudiada ley de “Estado-nación” que define a Israel como el “Estado nacional del pueblo judío”, reservando el derecho a la autodeterminación exclusivamente a los judíos. La ley también establece al hebreo como única lengua oficial (antes el árabe también lo era), define “de interés nacional” a los asentamientos ilegales de comunidades exclusivamente judías y confirma a la ciudad de Jerusalén como capital de Israel.
En 2019, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu y el presidente yanqui Donald Trump hicieron público el plan del “acuerdo del siglo” que pretende consumar el proyecto colonial, racista, genocida y de limpieza étnica que comenzó con el establecimiento del Estado de Israel bajo protección del imperialismo hace 72 años.
El “pacto” prevé la imposición al pueblo palestino de todas las pretensiones expansionistas del Estado racista y genocida de Israel, y liquida cualquier posibilidad de establecer un Estado palestino, abandonando hasta la apariencia del engañoso proyecto de “dos Estados”. Reconoce los asentamientos israelíes en los territorios ocupados y permite su anexión junto a un 30% de Cisjordania, incluyendo toda la frontera con Jordania; establece la capital de Israel en una Jerusalén unificada bajo soberanía israelí. El “Estado” palestino que propone quedaría reducido a un conjunto de guetos dispersos, divididos y enteramente rodeados por territorio israelí, con capital en “las afueras” de Jerusalén del Este, sin seguridad propia y enteramente dependiente de Israel en su seguridad, economía, tránsito, acceso al agua y demás necesidades.
El pueblo palestino respondió a la nueva ofensiva sionista dando una nueva muestra de su inquebrantable valor. Desde el 30 de marzo de 2018 hasta fines de 2019, realizaron la Gran Marcha de Retorno cada viernes desde Gaza hacia la frontera con Israel, enfrentando una feroz represión que se cobró por lo menos 312 vidas.
Lamentablemente, las direcciones políticas mayoritarias, una vez más, retroceden. Aunque rechazan el “pacto del siglo” de cuyas negociaciones fueron excluidos, y reafirman que su proyecto sigue siendo el establecimiento de dos Estados que vivan al paz uno al lado del otro, comienzan a esbozar la idea de que, si eso no fuera posible, estarían dispuestos a discutir cómo democratizar el Estado de Israel de tal manera que sea inclusivo de los palestinos. Es la máxima claudicación, aceptar la colonización completa de palestina y pedirle inclusión a un Estado genocida.
La historia y el presente del Estado de Israel, así como de la resistencia palestina, reafirman dos conclusiones que el marxismo revolucionario a defendido desde 1948. En primer lugar, que no hay posibilidad alguna de paz, libertad ni dignidad para el pueblo palestino mientras exista el enclave colonial, genocida y racista de Israel. Que no hay salida sin una revolución que destruya ese Estado y construya, sobre sus cenizas, un nuevo Estado palestino democrático y laico, en el cual todos puedan vivir en paz como hicieron durante siglos hasta que Israel estableció su enclave colonial.
En segundo lugar, que, aunque al pueblo palestino le sobre predisposición, fuerza y abnegación revolucionaria para dar esa lucha, no la puede ganar aislado del resto del pueblo árabe, ni bajo conducciones burguesas que negocian y ceden ante el sionismo a cada paso. Solo podrán lograrlo con una movilización revolucionaria conjunta contra Israel y las burguesías y Estados reaccionarios de la región, con una dirección que luche por un Medio Oriente socialista. Porque hoy es sólo la izquierda revolucionaria la que sostiene esta política. Porque las burguesías árabes temen más a sus propios pueblos movilizados que a Israel, con quién mantienen negocios conjuntos. Porque las direcciones históricas del pueblo palestino y el stalinismo que participó de la fundación del Estado de Israel, ya hace tiempo aceptaron su existencia y comienzan a abandonar la posibilidad de cualquier tipo de Estado palestino. Porque Israel es un bastión clave del imperialismo y sólo una revolución socialista que enfrente al sistema de conjunto será capaz de acabar con la opresión sionista y construir un Medio Oriente igualitario y democrático.