Estamos viviendo jornadas históricas. Cientos de miles salen a las calles. Se bajan estatuas de generales confederados y esclavistas. Un gigantesco «Black Lives Matter» pintado en la calle que conduce a la Casa Blanca. La rebelión que recorre Estados Unidos, desatada por el asesinato de George Floyd, ha adquirido una extensión y profundidad que cuestiona los fundamentos sobre los cuales se construyó la principal potencia del mundo.
Por Luis Meiners
Las imágenes de la rebelión recorren el mundo. Son postales del futuro. En medio de la pandemia y la crisis, sintetizan muchas de las características del mundo que vendrá. Sin dudas marcan un quiebre en las perspectivas de la lucha de clases en Estados Unidos, y su impacto alrededor del mundo ya puede verse. Analizar este proceso es fundamental para comprender las características del nuevo momento que comenzamos a transitar y prepararnos para tener un papel central en él.
Las raíces profundas
Hay un racismo fuertemente arraigado en la estructura del Estado de EEUU. Es un estado racista, que sistemáticamente utiliza sus estructuras de poder para oprimir a la población afroamericana y latina. Es parte de su historia ya que fue construido sobre la base del sistema colonial y capitalista de la esclavitud y sobre el saqueo y genocidio a los pueblos originarios.
La esclavitud dejó una marca estructural en el funcionamiento del capitalismo estadounidense que perdura hasta el presente. Las formas de opresión racial han cambiado, de la esclavitud a la segregación legal, a la segregación de hecho con un peso decisivo del sistema policial, la justicia penal y el aparato carcelario. Pero la opresión ha sido constante. Y esto se explica por su vínculo orgánico con la explotación capitalista.
Para someter a una sección de la población a un nivel de explotación más alto basada en la violencia directa, legalizada, de la esclavitud, era necesario desarrollar una justificación que naturalice las desigualdades y la opresión. El racismo, por lo tanto, tiene sus orígenes en la economía de las plantaciones basadas en la esclavitud con fines capitalistas, en el marco de una sociedad capitalista. Es el capital, la clase dominante, quien produce y reproduce el racismo.
Esto ha perdurado en gran medida por el impacto que tiene sobre el mercado de trabajo de conjunto. El racismo logra dividir a la clase trabajadora, y sostener una explotación mayor sobre una sección de esta, particularmente oprimida. Esto, a su vez, condiciona al conjunto de la clase trabajadora en su lucha por mejoras salariales, de condiciones de trabajo. A través de la amenaza de competencia en el mercado de trabajo la clase dominante impulsa el racismo hacia abajo, generando divisiones en la clase trabajadora que la debilitan de conjunto.
En síntesis, el capitalismo estadounidense se basa en una combinación particular de la opresión racial y la explotación de clase. Esto significa que la violencia policial debe comprenderse como una expresión de estas estructuras racistas profundamente arraigadas. La institución policial es incluso heredera de las policías de los dueños de las plantaciones. Ha sido y es el brazo ejecutor de la segregación racial y la opresión.
Las características
La primer cuestión que hay que señalar es el alcance de esta rebelión. Tras su comienzo en Minneapolis, ha crecido hasta transformarse en un movimiento nacional antirracista y contra la policía, que ha desarrollado acciones en cientas de ciudades alrededor del país. Son mucho más que protestas, es una rebelión masiva, de la que participan cientos de miles de personas. Los jóvenes negros son sus principales protagonistas, pero tiene una composición multirracial con un papel destacado de la juventud.
Está demostrando una vez más la importancia del movimiento de Liberación Negra como vanguardia del conjunto de la clase trabajadora en Estados Unidos. El trotskista CLR James a través de un análisis del papel de esta lucha en la historia de EEUU señalaba que «el movimiento Negro independiente tiene la capacidad de intervenir con una fuerza tremenda sobre la vida política y social general de la nación, a pesar del hecho de que pelee bajo la bandera de derechos democráticos (…) tiene la capacidad de ejercer una poderosa influencia sobre el proletariado revolucionario, tiene una enorme contribución que hacer al desarrollo del proletariado en Estados Unidos, y es en sí mismo una parte constitutiva de la lucha por el socialismo».(1)
Otro elemento clave para caracterizar esta rebelión es su relación con el contexto más general. En lo inmediato, es fundamental señalar que la rabia que estamos viendo se debe en gran parte a la desastrosa respuesta del gobierno de Trump hacia la pandemia. Con más de cien mil muertos, la pandemia expuso las enormes desigualdades del sistema capitalista en EEUU. Expuso cómo las comunidades afroamericanas, de clase trabajadora, latinas, son las que tienen el peor acceso a la atención de salud, que están más expuestas al virus, que tienen las peores condiciones de vida, los trabajos de mayor riesgo. Entonces la furia contra estas desigualdades está en el corazón de esta rebelión que estamos viendo. Hay un hilo conductor entre las luchas que comenzaron durante la pandemia y la lucha actual. Se desarrollaron un número importante de huelgas a lo largo del país. Tuvieron como eje a los trabajadores esenciales, áreas en las que las comunidades latinas y afroamericanas están desproporcionadamente presentes. En Amazon, en supermercados, en el sindicato de enfermeras. Anunciaban un ascenso en la lucha de clases que hoy estamos viendo.
En términos de un contexto más general es necesario recuperar la experiencia de la última década. Se han producido importantes cambios en el nivel de conciencia y en la lucha de clases en EEUU que tienen sus orígenes en la crisis de 2008/2009, y movimientos como Occupy y Black Lives Matter. También se ha producido un proceso de radicalización, especialmente en la juventud, con millones que se consideran socialistas. La elección de Trump polarizó aún más y produjo importantes movilizaciones de rechazo. Las campañas de Sanders han sido producto de este proceso y también actuaron sobre el mismo. Estos procesos sin duda han empalmado con la situación actual y explican gran parte de su fuerza y radicalidad. Hay una experiencia acumulada con las respuestas del estado frente a las demandas de la movilización que alimenta que las lleva a cuestionar más profundamente el conjunto de la estructura. Esto sólo puede comprenderse a la luz de los acontecimientos previos.
La respuesta del estado
Ante este escenario el estado ha desplegado una feroz política represiva. Más de 10 mil personas han sido arrestadas desde que comenzaron las protestas. La Guardia Civil ha sido movilizada en 40 estados. Ha habido toques de queda en muchas ciudades. Los gobernadores y alcaldes demócratas han jugado un papel central en esto ya que gobiernan muchas de los epicentros de la protesta como Minneapolis y Nueva York.
Trump se ha mostrado como el presidente de la «ley y el orden», siendo el principal vocero de una salida represiva a la crisis. Apunta explícitamente contra la izquierda y los sectores anti fascistas, a quienes ha amenazado con catalogar como organización terrorista. También amenazó con invocar el Acta de Insurrección que le permite movilizar tropas federales. En Washington DC, distrito bajo autoridad federal, desplegó una represión que involucró a diversas fuerzas federales.
Sin embargo por el momento esta salida ha fracasado. Fortaleció la protesta, expuso a Trump a duras críticas de la comunidad internacional y la fuerza de la movilización fracturó la unidad del aparato de estado burgués necesaria para esta salida. Tanto el Secretario de Defensa como prominentes figuras del pentágono criticaron abiertamente la postura de Trump. Sectores de renombre del Partido Republicano como George W. Bush, Mitt Romney, Collin Powell y otros, se sumaron a las críticas al presidente y algunos directamente expresaron que no apoyarán la re-elección de Trump. Finalmente gran parte de los toques de queda han tenido que ser levantados, y las Guardia Nacional retirada de Washington. En Minneapolis avanza un proyecto para desmantelar la policía local, que, más allá de sus limitaciones, es un inmenso indicador de la fuerza del movimiento.
En esta situación, el Partido Demócrata se ha convertido en el instrumento central del intento de institucionalizar la protesta, encauzando las demandas por el laberinto de la democracia formal y las elecciones y desarticulando las propuestas más radicales de la calle. Mientras sus alcaldes y gobernadores reprimen, los legisladores demócratas han montado toda una escena, arrodillándose durante 8 minutos y 46 segundos en homenaje a George Floyd antes de presentar una ley de reforma policial extremadamente moderada. Su candidato presidencial, Joe Biden, que había dicho que es necesario entrenar a la policía para que dispare a las rodillas en vez de asesinar, se reunió con líderes religiosos de la comunidad afroamericana y con la familia de George Floyd. Al mismo tiempo, los voceros de su campaña confirmaron que el ex vicepresidente rechaza la idea de desfinanciar la policía. En síntesis, los demócratas han demostrado una vez más su vital servicio al régimen en su carácter de «cementerio de los movimientos sociales», aun cuando los intentos de congelar la rebelión aún no han tenido éxito.
Una nueva etapa y una tarea urgente
La rebelión ha abierto una nueva etapa en la lucha de clases. Si bien tendremos que seguir debatiendo y analizando la profundidad de este cambio a la luz de la evolución de los acontecimientos, es posible afirmar que ya nada será igual. Estamos ingresando a un período donde los ajustes, recortes presupuestarios y políticas de austeridad están en lo más alto de la agenda de las prioridades del régimen. Esto sin dudas va a generar luchas y resistencia. Es cualitativa-mente distinto que ingresemos a este momento con esta rebelión como marco. Ha fortalecido a la clase trabajadora y sectores oprimidos de conjunto.
La rebelión ha demostrado cómo la acción del movimiento de masas puede alterar cualitativamente los términos del debate político. Demandas que parecían imposibles, como el desfinanciamiento y el desmante-lamiento de la policía, se han vuelto exigencias concretas y objetivos alcanzables. Ha despertado una nueva ola de radicalización y un avance importante en la conciencia. Este impacto no se limita las fronteras de Estados Unidos. Hemos visto como centenares de miles en el mundo han tomado las calles.
El nuevo momento abierto plantea la urgencia de la tarea de construir un partido revolucionario. Ha puesto en evidencia los límites de los sectores reformistas. Sanders y todo su sector ha quedado muy por detrás de los acontecimientos. El DSA, que es la organización más grande de la izquierda en Estados Unidos con alrededor de 70 mil miembros nacionalmente, también ha estado muy por detrás del papel que debería tener. Más allá de la participación de invidual de sus miembros, no ha tenido una presencia organizada en las protestas. Esto también nos habla de los límites del DSA, que está orientado centralmente hacia las elecciones, no es un partido que esté organizado para la lucha de clases.
Es fundamental ser parte de esta lucha, y vincular la demanda de Justicia por George Floyd, con las transformaciones estructurales fundamentales que son necesarias para que esto no se vuelva a repetir, como el desmantela-miento de la policía racista. Simultáneamente, se impone con urgencia la necesidad de dar la pelea por construir una organización que esté a la altura de las circunstancias. Hay un enorme espacio para hacer avanzar las ideas socialistas, sumando a miles a la pelea por un mundo sin racismo, sin explotación. Quienes compartimos la necesidad de pelear por esta perspectiva debemos comenzar por agruparnos, conformar una organización sobre bases estratégicas compartidas, desde la cual participar activamente en la lucha de clases y en los debates del activismo de izquierda. Los desafíos del momento son enormes, también lo son las oportunidades. Estamos viviendo un momento histórico, hagamos historia.