Hay perfume de cambios. Es planetario, no está localizado. Si algo faltaba para exhibir las debilidades del imperialismo es la rebelión en el corazón del sistema. No son momentos para dudar, son tiempos para organizarse, animarse y transformar. El Encuentro Internacional de Jóvenes Socialistas del próximo 20 de junio, tiene ese propósito, esa aspiración.
Por Mariano Rosa
Las primeras semanas de la pandemia multiplicaron las referencias históricas a otras enfermedades de alcance mundial. La Gripe Española, de 1918 por ejemplo. Incluso, estuvieron los que se remontaron a la Edad Media y la peste negra. Los analistas de la economía hacen pronósticos y trazan paralelos con crisis anteriores. Algunos arrancaron con la comparación en el 2008, otros empezaron a ir hacia atrás y llegaron a 1930, e incluso algunos se animaron con la depresión larga de finales del siglo XIX. Obvio, usan las comparaciones dramáticas de crisis anteriores para sembrar terror y al final, intentar amedrentar para hacer pasar sus planes anti-populares. Tanto las comparaciones de la historia sanitaria como las de la economía van alimentando una conclusión: con el capitalismo en la actualidad es todo peor para las personas, para la inmensa mayoría social. Sin embargo, hay otras referencias que empiezan a aparecer y ganan peso. Es que transitamos el momento de las primeras rebeliones de la pandemia. Y no en cualquier lugar: en el centro mundial del imperialismo y contagia acciones masivas en Europa, e incentiva las protestas en gigantes decisivos como Brasil. Ese cuadro tiene un protagonista excluyente: la juventud estudiantil y trabajadora, multi-étnica, plebeya y de sectores medios. Es este punto, el panorama remite a una rebelión bisagra en el siglo pasado, con el mismo protagonista inicial: el Mayo Francés de 1968. Pero una vez más: los primeros síntomas de esa reacción masiva, también prometen ser superiores en las condiciones actuales del capitalismo del siglo XXI, decadente, reaccionario y asediado.
Los negros (millennials) de la clase obrera
El capitalismo no es una «idea». Es una organización social, concreta. Tiene el poder concentrado, tiene un aparato de represión que actúa, tiene los resortes clave de la producción, de la economía. Pero claro, también tiene mecanismos para construir formas de pensar. Los medios masivos de comunicación, los contenidos del sistema educativo, la familia, la religión, los partidos tradicionales, las conducciones burocráticas de los sindicatos, todos operan a favor de reforzar creencias. Así, las crisis son «desgracias sin responsables», la pobreza es una contradicción circunstancial, la contaminación el resultado de malas prácticas de «algunos», el machismo un «flagelo sobre el cual hay que concientizar». Y así. El sistema nunca como causa de conjunto. La misma lógica funciona para explicar la desocupación o incluso la precarización laboral. Son accidentes de la economía, la precariedad un «desacople» que hay que «regular» y todo más o menos de esa forma. Sin embargo, las cosas funcionan distinto. El capitalismo, se define como modo de producción y organización de la sociedad, por un propósito exclusivo: asegurar rentabilidad sostenida y creciente a los dueños privados y explotadores de trabajo humano. Por lo tanto, con cada crisis económica, que tiene como causa última que la rentabilidad caiga, los mandamases del sistema actúan siempre igual. ¿Qué hacen? Receta repetida: incorporan máquinas para aumentar la productividad y reemplazar personas; profundizan la depredación de la naturaleza para tener insumos más baratos y procuran bajarle todo lo posible el precio al factor decisivo para sostener todo el edificio: la fuerza laboral. Para bajar el precio del salario tienen recursos: la desocupación, que presiona como factor «extra-económico» para que la clase obrera relegue muchas veces derechos por miedo a quedar sin trabajo. Pero como los patrones no pueden hacer funcionar nada (ni máquinas, ni robots, ni inteligencia artificial, ni nada) sin trabajadores encontraron una forma de hacerlo barato: flexibilizar todas las condiciones de uso de la fuerza laboral. No pagar salario fijo, sino «por producción», no comprar equipamiento, sino que el trabajador lo pone, no pagar obra social, ni jubilación, ni nada. La inmensa mayoría de la juventud se incorpora de forma precaria a la producción. En Argentina, en esa condición hay por lo menos 3 millones de jóvenes trabajadores. Impresionante. Pero claro, los capitalistas tienen un obstáculo: la lucha, la rebeldía, la reacción de la juventud que se planta. Sí, los negros (millennials) de la clase obrera, los parias. Se plantan, luchan, suman conciencia y así las cosas empiezan a poder ser cambiadas.
El capital racista, machista y contaminador
Hay debates muy profundos, y claves para encarar en la lucha de ideas que se multiplica con la rebelión mundial que crece. En la juventud hay dos o tres importantes para entrarles:
- El racismo, las teorías de las identidades y las concepciones de la inter-seccionalidad.
- El machismo, la violencia de género y el feminismo como movimiento policlasista.
- La depredación socio-ambiental y las variantes de «reformismo ecológico» como propuesta.
Por razones de espacio, no vamos a poder desarrollar nuestras posiciones acá. Pero, sí explicar un asunto: todas esas posturas tienen en común que no levantan como estrategia para erradicar el racismo, desmantelar el machismo o preservar el planeta, la lucha por suplantar el capitalismo por otro sistema. Y, en definitiva, asumir a partir de ahí que por las posiciones que ocupa en los enclaves de la producción y la economía, la clase obrera sigue siendo el sujeto decisivo. Obviamente, hay planteos de un cerrado sectarismo que desprecian las opresiones que el capitalismo multiplica, y reduce todo a la contradicción capital-trabajo. No lo compartimos tampoco. Nuestro enfoque integra, en una plataforma de lucha y reorganización social común, las medidas de fondo para abolir la explotación social y todas las opresiones derivadas de la dominación capitalista del mundo. Al final, no se trata del «racismo», el «machismo» o la «contaminación» en el capitalismo. Más bien, la cuestión consiste en que el sistema es consustancialmente racista, machista y depredador. Por eso, no tiene reforma posible que lo humanice. Hay que desmantelarlo de abajo, arriba.
Entonces sí: dar vuelta todo
El sistema, los que mandan (por ahora), dividen de mil formas a los pueblos, a las personas. Y claro, también a la juventud. Las fronteras, son un artificio crucial para ese objetivo: separar, dividir. Por eso, la tarea número 1 que tenemos los socialistas es unir lo que ellos separan. Hay una generación mundial de relevo que de hecho se mueve en el mismo sentido: contra gobiernos, burocracias, aparatos de represión, iglesias, y falsos patriotismos y acumula, y acumula experiencia y conciencia. Es una generación que tiende al internacionalismo de la solidaridad en las banderas, de la empatía por encima de límites nacionales en las causas por las que lucha. Es fundamental, que miles de los mejores activistas de este movimiento objetivo contra el capital, transformemos esa energía en propuesta y organización política, para la revolución. Que al final, construyamos contra todos los muros de los que mandan esos puentes hacia un mundo nuevo, de derechos que no se discutan más. De libertades conquistadas como un nuevo piso civilizatorio para salir del sótano de esta barbarie. Esa perspectiva, ese horizonte se llama socialismo con democracia para los de abajo. Luchamos por eso. Activamos, militamos y construimos organización por eso. Hacemos internacionalismo, socialista, por la revolución. El 20 de junio, por encima de fronteras, más de 20 países, 5 continentes representados: Encuentro Internacional. Es nuestra hora y entonces sí: dar vuelta todo.