Por Gustavo Giménez
El 30 de junio, la Asamblea Nacional Popular de China sancionó la llamada Ley de Seguridad Nacional para Hong Kong con la excusa de frenar la injerencia extranjera en esta ciudad, que le fue devuelta a China por el Imperio Británico en 1997, tras 150 años de dominación colonial. La región gozaba de un estatus, pactado por la burocracia china con los británicos, por el cual durante 50 años (hasta 2047) gozaría de un régimen especial. “Un país, dos sistemas” era el lema que describía una nueva organización política apoyada en una mini constitución llamada “Ley Básica”, por la cual se garantizaría la libertad de las multinacionales imperialistas allí asentadas y se mantenían las libertades democráticas que gozaba el pueblo hongkonés durante la ocupación.
El acuerdo con los británicos preveía una importante autonomía del territorio hongkonés para legislar sobre asuntos internos, manteniéndose la tutela de Beijing solo para las relaciones exteriores y la custodia de la seguridad nacional.
Poco a poco, la burocracia de Xi Jinping fue avanzando sobre estas últimas libertades democráticas con la complicidad del gobierno local, que responde directamente al régimen chino, lo que provocó “la revolución de los paraguas” en 2014 y el actual levantamiento masivo del pueblo de Hong Kong desde el 9 de junio del 2019.
En movilizaciones multitudinarias que llegaron a congregar a casi dos millones de hongkoneses, la población de esta antigua colonia británica derrotó un proyecto de ley de extradición, por el cual se permitía extraditar a ciudadanos para ser juzgados en China continental. Se calcula que el movimiento desatado realizó al menos 700 manifestaciones con un número acumulado de 13 millones de personas (sobre una población de siete millones y medio) durante seis meses. La revuelta avanzó a exigir la democratización del régimen político de la isla reclamando la elección directa del poder ejecutivo (1) y empezaba a extenderse el pedido de independencia de la burocracia china.
La incapacidad del gobierno títere de Hong Kong, que pese a una creciente represión que llevó a la detención de cerca de 9.000 manifestantes en estos meses, no pudo detener un masivo movimiento, que cada vez se radicalizaba más en su enfrentamiento a la dirección de Beijing, motivó a la burocracia china a lanzar, aprovechando el curso de la pandemia, esta “inconstitucional” ley de seguridad que viola la Ley Básica.
Entre las disposiciones de la nueva ley se determina que “los crímenes de secesión, subversión, terrorismo y confabulación con fuerzas extranjeras” son castigados con penas que van de tres años a cadena perpetua y constituyen graves delitos incitar al odio al gobierno chino o al regional de Hong Kong. Dañar las instalaciones del transporte público es considerado un acto de terrorismo. Figuras legales especialmente diseñadas para enfrentar las protestas. Los declarados culpables no podrán ejercer ningún cargo público, el Jefe de Gobierno de Hong Kong podrá nombrar jueces y el secretario de Justicia podrá eliminar el jurado de los juicios que se realicen por violar esta ley. Las decisiones de la Seguridad Nacional no pueden ser revertidas legalmente y China podrá juzgar los casos que considere “muy graves”, incluso se podrán librar juicios en secreto si las autoridades consideran que es necesario para la “seguridad nacional”.
Como se puede observar, esta ley liquida la mayor parte de las libertades democráticas que gozan los habitantes de una ciudad acostumbrada a vivir en un régimen de libertades, imposible de mantener por la dictadura totalitaria de Xi Jinping. En Hong Kong, durante 30 años se han realizado multitudinarios homenajes a las víctimas de la masacre de Tienanmen y allí se refugiaban los disidentes que lograban escapar del régimen chino. Ahora, bajo esta legislación, cualquier manifestación, por más pequeña que fuere, puede ser considerada como violatoria de esta Ley de Seguridad y los que la inflijan, ser juzgado a penas que pueden llegar hasta cadena perpetua, por una justicia que, manipulada por el PCCH (2), tiene un 100% de condenas aprobadas sobre sus acusados.
Para completar esta ofensiva, este miércoles 8 de julio se inauguró en Hong Kong la Oficina de Protección de la Seguridad Nacional, que será el centro de operaciones de la inteligencia china, dirigida por Zheng Yanxiong, un funcionario designado por el PCCH, que tendrá a su cargo la tarea de imponer la draconiana Ley de Seguridad Nacional. Zheng es conocido por ser un burócrata de la línea dura que no escatima su accionar represivo para doblegar a los pueblos que se oponen a los dictados del gobierno central, en el que fue escalando posiciones luego de la brutal represión que desató para frenar en 2011 las protestas de los habitantes de la localidad de Wukan.
La reacción
Según relata Ben Hillier en su nota publicada en Redflag (3), el activista socialista hongkonés Au Loong Yu (4), comentando la movilización del 1° de julio en rechazo a la Ley de Seguridad, en la que fueron detenidos más de 350 manifestantes, una parte de los cuales fue procesado por la nueva siniestra ley, señaló: “Hay una ira aquí. Desesperación, desmoralización, pero también ira y odio. La buena noticia es que todavía hay voluntad de luchar y resistir. Al menos 10,000 salieron a las calles, lo que fue más de lo que esperaba”.
Si bien el número de manifestantes frente al cambio brutal en las condiciones políticas de Hong Kong fue menor, si se lo compara con las enormes movilizaciones que el pueblo hongkonés ha realizado, expresa que existe una vanguardia dispuesta a resistir este brutal embate. También abre un interrogante sobre si la burocracia de Beijing podrá consolidar esta suerte de “golpe de estado” derrotando definitivamente al levantamiento hongkonés, o si pasado el primer impacto, se retomara con fuerza la resistencia a esta medida, en una coyuntura marcada por las limitaciones que impone la pandemia del Covid-19.
Las contradicciones que genera la disputa con EEUU
Mientras duraron sus “buenas” relaciones con el gobierno chino, el gobierno norteamericano fue indiferente a las protestas democráticas del pueblo hongkonés. La ciudad puerto de Hong Kong ha jugado un rol muy importante para los negocios de la burocracia pro capitalista china con las trasnacionales. Ahora en medio de la “disputa comercial”, el gobierno de Trump a amenazado con liquidar el estatus especial que Hong Kong ha disfrutado y que la ha convertido en el centro financiero más importante de esta región del mundo.
Si bien la economía hongkonesa, que jugó un rol muy importante en el ascenso de la potencia capitalista china, se ha reducido en su peso relativo frente a la economía del continente (en 1997 representaba el 18% contra el 3% de 2018), aún juega un rol importante para los negocios de la burocracia, las trasnacionales y para el flujo comercial con EEUU.
Según señala Au Loong Yu (5) refiriéndose a un informe del British Hong Kong Watch: “casi dos tercios de los flujos de inversión directa de China están mediados por Hong Kong”, “desde 1997, las empresas chinas han recaudado $ 335 mil millones en Hong Kong”, “se ingresaron $ 95 mil millones en los mercados de capital de China continental a través de Hong Kong entre 2016 y septiembre de 2019”, y además, según señala el gobierno de la isla, “Hong Kong es el lugar donde Estados Unidos disfruta de la mayor cantidad de superávit comercial: 297 mil millones de dólares entre 2009 y 2018, y el de Hong Kong. El comercio con los Estados Unidos proporcionó más de 210,000 empleos para los trabajadores estadounidenses”.
A estos datos, que dan una idea de los intereses en juego, podemos sumarle las declaraciones del gobierno británico de Boris Johnson señalando la posibilidad de que tres millones de habitantes de la ciudad, que gozan del pasaporte británico de ultramar, pudieran emigrar a Gran Bretaña y la amenaza de anular el convenio con la empresa china Huawei para la instalación de la tecnología 5G, lo que podría afectar gravemente la red de celulares y electricidad del país europeo.
Estas disputas entre las potencias occidentales con la China capitalista, que existían en forma previa a la jugada política de Beijing, parecen haberse exacerbado. También, al interior de las multinacionales y sectores burgueses con arraigo en la isla, se aprecia una división entre las que tienen fluidos negocios con la dirigencia de Beijing y otras que ven peligrar sus intereses, como es el caso de las redes tecnológicas que encabezadas por “Tic, Toc”, se están retirando de Hong Kong ante el peligro de ser penalizadas por difundir contenidos penados por la nueva Ley de Seguridad Nacional.
El imperialismo yanqui, que de la mano de Trump, venía utilizando la crisis hongkonesa en sus negociaciones y disputas con la burocracia china, no tiene ningún interés en el triunfo del levantamiento, pero lo utiliza al servicio de sus peleas. Por ejemplo, la resolución del parlamento yanqui sobre la crisis de estos meses, condiciona su apoyo a la aceptación por parte de los hongkoneses de gran parte de la política imperialista para la región.
La polarización política
Cuando empiezan a descongelarse los elementos de la situación mundial que se expresaban en los momentos previos a la pandemia, la avanzada del gobierno de Xi Jinping muestra una cara de la polarización existente. La necesidad de los gobiernos capitalistas de recurrir a medidas represivas para avanzar en sus planes de ajuste y su disputa de la plusvalía mundial.
Basta recordar la intención de Netanyahu en incorporar el territorio palestino de la Cisjordania ocupada, para tener un punto de comparación de la brutalidad con que están dispuestos a avanzar.
En el otro lado, el de la reacción de los trabajadores y los pueblos, existe en la pelea del pueblo de Hong Kong grandes puntos de contacto con los principales movimientos generados en los últimos tiempos. Uno es la enorme valentía y predisposición de una nueva vanguardia joven en los procesos de lucha. Una juventud que vemos a la cabeza de la enorme lucha contra Piñera en Chile, en las movilizaciones en EEUU y otros países europeos por el “black lives matter”, en los jóvenes palestinos y las revoluciones árabes contra los regímenes capitalistas de Medio Oriente.
Otro aspecto es que sus reivindicaciones y luchas democráticas rápidamente chocan contra las estructuras e intereses capitalistas, que en estas épocas de crisis necesitan de más y más represión para enfrentar las demandas del movimiento de masas que colisionan con sus planes de superexplotación, lo que le imprime un marcado contenido anti capitalista a estas luchas.
De hecho, la movida de la burocracia china tiene también un carácter preventivo. El movimiento democrático hongkonés es muy peligroso para una potencia que, con 1.400 millones de habitantes puede sufrir un virus que podría ser mortal para los intereses de su casta burocrática, si la revuelta hongkonesa penetra en la enorme clase obrera y el pueblo chino.
Finalmente, estas luchas en Hong Kong plantean la misma necesidad imperiosa que la nueva oleada de luchas en el mundo requiere, la necesidad de dotarse de una dirección revolucionaria capaz de desarrollarlas y llevarlas hasta el final.
Una de las debilidades señaladas por los analistas del proceso hongkonés ha sido la renuencia de las direcciones estudiantiles, vanguardia del proceso, para superar las características espontaneas naturales de la lucha, lo que explica también sus vaivenes y desgastes. Un proceso reciente de agremiación sindical parece ser un elemento alentador, ya que esta organización de los trabajadores en nuevos sindicatos puede darle mayor solidez a la organización de la protesta. Hay que ver cómo responde su desarrollo, en torno al reciente mazazo dado por la burocracia china con esta Ley de Seguridad, pero en un sentido estratégico, si sigue avanzando, va a ayudar mucho tanto al desarrollo de la lucha como a la tarea de construir una alternativa política revolucionaria.
Una tarea que desde la LIS alentamos con toda nuestra fuerza, mientras llamamos a la mayor solidaridad contra la agresión de la burocracia de Xi Jinping, en defensa de los derechos del pueblo hongkonés.
- El gobierno de Hong Kong que encabeza la Jefa de Gobierno Carrie Lam es elegido por un antidemocrático Comité Electoral conformado por distintos sectores de la población, con gran peso de las multinacionales, de sectores ligados a la burocracia de Beijing y una pequeña representación de los sindicatos y organizaciones populares. Necesita de la autorización del Consejo de Estado chino que puede vetar candidatos. El parlamento consta de 70 miembros, la mitad elegidos por la población y la otra designada por “meritocracia” y el poder judicial por distintas instancias heredadas de la vieja administración colonial británica.
- PCCH: Partido Comunista Chino.
- Artículo titulado “¿El fin de Hong Kong?” publicado en Redflag (Bandera roja), página web de Socialist Alternative (Alternativa Socialista) de Australia, el 03/07/2020.
- Au Loong Yu, es un activista hongkonés autor de “la revuelta de Hong Kong: el movimiento de protesta y el futuro de China” y de muchos otros trabajos sobre la protesta del pueblo de Hong Kong.
- Declaraciones extraídas de la entrevista de Ashley Smith a Au Loong Yu, publicada por Spectre el 6/06/2020.