Por Sergio García
El próximo 21 de agosto se cumplirán 80 años del asesinato de León Trotsky en México, a manos de un agente infiltrado stalinista. De joven fue dirigente del Soviet de Petrogrado en la revolución de 1905, derrotada por la represión zarista. Líder junto a Lenin en 1917 de la victoriosa Revolución Rusa que originó el primer Estado obrero y socialista. Creador del Ejército Rojo, impulsor de la Tercera Internacional junto a la máxima dirección del Partido Bolchevique y tras la burocratización de la ex URSS, fundador de la IV Internacional. Perseguido, difamado, finalmente asesinado, concentró todo el odio de la burocracia stalinista. Con su muerte quisieron cortar todos los hilos de continuidad entre su obra y la de Lenin y el marxismo. No lo lograron. León Trotsky sigue vivo a través de sus ideas centrales y renace cada día, con nuevas generaciones que abrazan su causa. Iniciamos con este artículo una serie de notas de homenaje, reflexiones y conclusiones de actualidad. En este primer artículo, con una reseña de hechos y reivindicaciones generales que iremos profundizando en sucesivos escritos.
Desde muy joven abrazó la causa revolucionaria todavía sin llegar en pleno a las ideas marxistas. Con menos de veinte años fundó su primer Liga Obrera y sufrió arrestos y la deportación a la lejana Siberia. Logró escapar y sumarse al movimiento socialista como colaborador de Iskra, el periódico que desde Londres organizaba Lenin. De regreso a Rusia, con tan solo veintiséis años Trotsky se convirtió en una extraordinaria figura de la revolución de 1905 y de los Soviet. Tras la derrota de esa gesta fue deportado para finalmente volver a escaparse. Un espíritu revolucionario, apasionado y militante lo recorría por entero, como a tantos otros de sus contemporáneos. En medio de luchas de ideas y proyectos, entre acuerdos y diferencias se fue forjando una generación de combatientes entre quienes resaltaba Lenin, por ser dentro de esas tendencias el mejor arquitecto y líder del ala bolchevique.
De esta época temprana, entre luchas, derrotas y aprendizajes que prepararon los triunfos de la década siguiente, rescatamos de Trotsky ese carácter militante, esa decisión de enfrentar a todo un sistema aún en las peores condiciones. Así se iba conformando en tiempos muy difíciles un ejército de obreros socialistas. Como el mismo explicaría años después: «El movimiento desconocía por completo el arribismo, se nutría de su fe en el futuro y su espíritu de sacrificio. No existía rutina alguna, ni fórmulas convencionales, ni gestos teatrales, ni procedimientos retóricos… el que ingresaba a la organización sabía que la prisión y la deportación le esperaban dentro de unos meses. El pundonor del militante se cifraba en resistir el mayor tiempo posible sin ser detenido, en comportarse dignamente ante la policía, en secundar cuando se pudiese a los camaradas detenidos, en leer el mayor número de libros en la cárcel, en evadirse cuanto antes de la deportación para ir al extranjero y hacer allí provisión de conocimientos, con el fin de volver y reanudar el trabajo revolucionario. Los revolucionarios creían en aquello que enseñaban, ninguna otra razón podría haberles llevado, de no ser así, a emprender su vía crucis».
Con la clase obrera, al partido de Lenin
De estos años vienen también los fuertes debates contra las tendencias reformistas en el seno de la socialdemocracia, además de sus primeros escritos en torno a la «revolución permanente» teoría que con el correr de los años se fue transformando en indispensable para comprender los mecanismos, tendencias y objetivos de la revolución mundial. Ya que se daba por primera vez una explicación científica entre las distintas tareas de la revolución y el rol dirigente de la clase obrera.
Hacia 1917 también tenemos que reivindicar la sabiduría de saber cambiar, de avanzar sobre los propios errores y de asumir lo mejor de Lenin. Trotsky llegó a la revolución socialista haciendo suyo el partido de Lenin, ayudando a que también ingresaran junto a él más de tres mil obreros, asumiendo desde entonces la estrategia organizativa y política del Partido Bolchevique, la misma que en su juventud no había comprendido cabalmente. Cambió para poder hacer la revolución, convencido por la realidad de esa necesidad. Y lo hizo con el mejor método de la clase obrera; poniendo en segundo plano rencillas pasadas para orientarse de lleno en priorizar lo que correspondía de acuerdo a las necesidades de la clase obrera en revolución. Esa clase que en su teoría colocaba siempre como el sector estratégico y dirigente.
Contra todo el andamiaje stalinista que años después quiso cobrarle su pasado «no bolchevique» y mostrarlo como alguien proclive a la alianza con socialistas reformistas, como consta en las actas oficiales de sesiones del Comité de Petrogrado del partido, el propio Lenin fue quien liquidó esa falsedad en el debate y dijo: «No puedo ni siquiera hablar en serio respecto del acuerdo. Trotski ha dicho hace ya bastante tiempo que el acuerdo era imposible. Trotski lo ha comprendido y, desde entonces, no ha habido mejor bolchevique que él».
Un León internacionalista
La revolución rusa trajo consigo desafíos políticos, económicos, sociales y militares, estos últimos ante el ataque de diversos ejércitos capitalistas que intentaron liquidar la revolución. Le tocó a Trotsky la tarea encomendada por Lenin de conformar desde la nada el Ejército Rojo de obreros y campesinos que terminó venciendo a la contrarrevolución. No es motivo de este artículo referirnos a esta gesta que merece un trabajo en particular, tan solo recordemos a Lenin quien al respecto decía: «Muéstreme usted otro hombre capaz de organizar en el término de un año un ejército que es casi un modelo y de ganarse el respeto de los especialistas militares. Nosotros tenemos ese hombre. Lo tenemos todo. Y haremos maravillas».
Por esos años, la máxima dirección bolchevique intentó extender la revolución al resto de Europa y por lo tanto, además de conducir el Estado socialista, dedicó tiempo y esfuerzo a fundar la III Internacional en 1919 en Moscú, con delegados llegados de diversos países. En esta construcción Lenin y Trotsky jugaron un rol dirigente en base al enorme prestigio que habían ganado frente a la militancia internacionalista. Así se organizaron los primeros cuatro congresos entre 1919 y 1922 con enormes aportes políticos condensando la experiencia revolucionaria soviética y analizando las tareas internacionales y cada cambio de situación.
Lenin murió tras una larga enfermedad en 1924. Poco a poco Stalin fue apoderándose del aparato central del partido y el gobierno. Dieron un salto cualitativo en pocos años los graves errores económicos y políticos, las persecuciones, las falsedades, las purgas y comienza a liquidar el proyecto y la estrategia de la III Internacional, bajo la reaccionaria teoría del «socialismo en un solo país» impulsada aprovechando el cansancio de años de guerra civil y la derrota de la revolución europea, en particular la Alemana en 1923.
Fiel al marxismo, al leninismo y a un internacionalismo militante, el viejo León ya exiliado, inició el proceso de reorganización de una vanguardia militante, primero desde la Oposición de Izquierda Internacional y finalmente hacia la fundación de la IV Internacional con su primer evento en septiembre de 1938 en las afueras de París. Se evitaba así cortar el hilo rojo de la historia y mantener organizadas y bajo un nuevo proyecto todas las enseñanzas revolucionarias. Ese fue el mayor mérito de un trascendental paso político-organizativo, dado en medio de una situación internacional muy compleja.
Desde entonces hasta hoy mucha agua paso bajo el puente. En otros artículos nos referiremos a esta larga marcha del trotskismo, a la cual hemos aportado desde nuestra corriente histórica morenista y en la actualidad desde la dinámica construcción de la LIS junto a compañeres y organizaciones de diversos países y de orígenes políticos diversos. Entendiendo que esa búsqueda sólida programáticamente y abierta a la vez, como el propio Trotsky decía, es parte esencial si queremos construir grandes organizaciones revolucionarias alejadas del sectarismo y el oportunismo, evitando el dogmatismo, siendo críticos y autocríticos. A esto también nos vamos a referir en próximos trabajos en base a los ejemplos y polémicas actuales.
El maravilloso escritor Eduardo Galeano, haciendo referencia a su reclusión final en Coyoacán, lo recordaba en la trilogía Memorias del Fuego, diciendo: «porfiadamente, Trotsky sigue creyendo en el socialismo, por más sucio que esté de barro humano». Hoy, en medio de una nueva crisis capitalista mundial, con la misma insistencia y porfía las y los trotskistas seguimos construyendo partidos revolucionarios como el MST y con la LIS una organización internacional para la revolución socialista que se torna cada vez más indispensable. En esta lucha de ideas y de clases Trotsky renace cada día. Mal que le pese a viejos aparatos burocráticos, reformistas y posibilistas, que no comprenden por qué nuevas capas de la juventud trabajadora y estudiantil quieren conocer al viejo León y se suman a las filas de sus seguidores. Alentando ese proceso seguimos andando.