El 9 de agosto hubo elecciones presidenciales en Bielorrusia. Volvieron a ser un teatro montado para que Lukashenko fuera reelecto. Sin embargo, en esta ocasión, les salió el tiro por la culata, ya que estalló una rebelión popular que tiene acorralado al dictador y su régimen. La bronca desbordó por una combinación de cuestiones democráticas y sociales. Ante esto, hay estalinistas alrededor del mundo que apoyan a Lukashenko y su régimen autoritario e intentan desacreditar la lucha. Nuestra ubicación está junto a los trabajadores y el pueblo movilizado. Por una salida política obrera y popular independiente de burócratas y burgueses.
By Rubén Tzanoff
A lo largo del proceso electoral se impidió la presentación de opositores mediante su encarcelamiento, se persiguió y reprimió a los activistas. Durante los días de votación, se impidió la presencia de veedores imparciales y hubo toda clase de irregularidades que fueron denunciadas, pero no atendidas. Nuestros compañeros las han señalado desde el fragor de la lucha en Bielorrusia (1). El escrutinio arrojó un resultado del 80% de los votos para el oficialismo y el 10% para Svetlana Tijanóvskaya, docente y esposa del bloguero opositor encarcelado Syarhei Tsikhanouski.
La rebelión
En la sexta postulación de Lukashenko, las cosas no le salieron como esperaba. La gran mayoría de la población no creyó en los resultados fraguados. Por eso, la misma noche que se dieron a conocer, miles y miles de personas ganaron las calles durante varias horas, encontrando como respuesta una brutal represión. Al otro día, la bronca y la incredulidad se apoderaron de las reuniones y asambleas en las fábricas, oficinas y establecimientos donde los trabajadores preguntaban ¿Quién votó a Lukashenko y quién votó a Tijanóvskaya? Y los resultados no tenían nada que ver con los datos oficiales.
Luego de seis días de movilizaciones y huelgas en las principales fabricas del país, el domingo 16 cientos de miles de personas se expresaron alrededor del obelisco que conmemora la resistencia ante los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Fue una manifestación histórica que también se reprodujo en las principales ciudades del país. Como contracara, la marcha convocada por Lukashenko fue pobrísima, de pocos miles, aun con el aparato del estado presionando para forzar la asistencia. El “80%” de los votos que le asignaron, no aparece por ningún lado.
Tan fuerte y masiva ha sido la participación obrera y popular en los acontecimientos que desde hace varios días el régimen a tenido que detener la represión abierta hacia las manifestaciones, aunque continua una represión focalizada en el activismo a través de los servicios de inteligencia.
El fraude electoral encendió la mecha del estallido, pero la pólvora se venía acumulando hace tiempo y por distintos motivos. La falta de libertades democráticas se combinó con el avance de la crisis económica capitalista, el deterioro de las condiciones de vida, las desigualdades sociales, la falta de futuro para los jóvenes, la precariedad laboral y una pésima gestión de la pandemia, ya que Lukashenko es negacionista, como Donald Trump y Jair Bolsonaro. Y hay otro componente insoslayable: el efecto contagio que provocan las rebeliones que recorren el mundo y cuentan con nuevo impulso a partir de la Rebelión Negra desatada en las entrañas del imperialismo.
Un régimen autoritario
Tras 26 largos años en el poder, cada mandato implicó más autoritarismo sobre la población, en particular sobre los opositores. El movimiento obrero fue víctima de esta situación: para ejercitar el derecho elemental a protestar hay que pedir permisos que no son otorgados, y organizar una huelga “legal” se transformó en una tarea practicamente imposible.
El accionar del gobierno se basa en un régimen autoritario, con características estalinistas. Hasta el último resquicio institucional es manejado desde arriba por Lukashenko. Las fuerzas represivas son el pilar fundamental del andamiaje autoritario que, como un resabio del pasado, mantiene intacta la estructura de la KGB, responsable del espionaje interno y la persecución a los opositores. Formalmente no hay partido único, pero eso es lo que existe en la realidad, ya que sólo son legalizadas las organizaciones que conforman los socios del poder o las que se usan para justificar que la oposición existe.
La decisión popular no responde a un plan externo
Los stalinistas de todo pelaje que defienden a Lukashenko y su régimen argumentan que se trata de una conspiración externa, exhaustivamente planificada para derrocarlos. Pero no fue la movida de una ficha imperialista en el tablero internacional la que provocó la protesta. El pueblo dijo basta por los 7 mil encarcelados, los cientos de heridos, los torturados, los dos manifestantes asesinados durante la represión, el fraude y mucho más.
Los obreros con sus cascos y uniformes de trabajo, haciendo asambleas, saliendo movilizados de las fábricas, organizando Comités de Huelga, no son meros actores de un guion escrito por autores imperialistas en el extranjero. Las mujeres movilizadas, vestidas de blanco con flores en sus manos, no son la expresión de una ideología reaccionaria que imita a los “gusanos” anti Cuba, como algunos agentes contrarrevolucionarios al servicio del dictador intentan instalar, sino que corporizan la bronca existente y el rol de vanguardia que desempeñan las mujeres en la rebelion.
Con sello propio
Hay quienes comparan las manifestaciones de 2013-2014 en Ucrania, conocidas como Maidán, con lo que actualmente sucede en Bielorrusia. No lo hacen con fines ilustrativos sino con la intención de denostar la lucha en curso. En nuestra opinión, no puede ponerse un signo igual entre ambos procesos. Las manifestaciones en Ucrania se dieron con la población dividida entre voluntades “europeístas” y pro rusas. Las comenzaron los estudiantes, pero luego fueron la derecha y la ultra derecha las que adquirieron un fuerte peso y provocaron una violencia reaccionaria, que luego tuvo su correlato institucional en el gobierno de entonces.
En Bierorrusia las cosas son distintas. El centro de la protesta se orienta a recuperar libertades democráticas que nunca conocieron y mejorar las condiciones sociales de vida. Hay una realidad dinámica y cambiante, ya que el principal candidato opositor era en su momento el banquero Babariko y luego fue desplazado por el apoyo popular que logro el bloguero Tijanóvskaya. En un primer momento la juventud fue la protagonista excluyente junto con la llamada “clase creativa” compuesta por sectores de la pequeño burguesía urbana. Con la represión entró en escena el movimiento obrero en fábricas como BelAz, Grodno Azot, en las ciudades mineras como Saligorsk, en el Metro de Minsk y los ferrocarriles, en los hospitales y otros sectores. La ultraderecha no tiene peso determinante, no ha impuesto sus provocaciones en la movilización, ni un programa regresivo. En el plano mundial, la protesta se encuentra en sintonía con las rebeliones y huelgas que tiñen de sentido positivo la situación, muy alejadas de un “giro a la derecha”. Como todo movimiento popular es heterogéneo, por eso hay que combatir a las tendencias liberales y de derecha, para que no se adueñen de la lucha popular ni la lleven hacia un callejón sin salida. En tal sentido, como nos informan nuestros compañeros, es muy alentador que en sectores del movimiento obrero se haya acelerado el debate sobre la necesidad de construir un Partido de Trabajadores, en forma independiente de burócratas y patrones.
Fuera las garras imperialistas
Los altos representantes de la UE han anunciado sanciones a Bielorrusia y el gobierno estadounidense ha expresado su “profunda preocupación” por el desarrollo de los acontecimientos. Son unos cínicos. Hay que impedir que metan sus garras políticas, económicas y militares en el Este Europeo.
Esta valoración no implica apoyar al imperialismo chino ni a Rusia. Esta última ejecuta una política exterior agresiva; que algunos pretenden suavizar presentándola falsamente como la recreación de lazos solidarios “con las antiguas repúblicas soviéticas”. Las agresiones que desarrolla en el este de Ucrania son un claro ejemplo del expansionismo que practica. Por eso, tampoco se puede creer que la intención de Vladímir Putin de profundizar el Estado de la Unión (Rusia-Bielorrusia) tenga como finalidad establecer un proyecto solidario: lo que busca es la anexión del país vecino. La creciente presencia de capitales chinos en Bielorrusia tampoco obedece a un acuerdo desinteresado y fraternal, sino al interés de la potencia asiática de contar la ubicación estratégica de Bielorrusia como puente entre la UE y Rusia, como un eslabón más en la cadena de países que se encuentran en la “Ruta de la Seda”.
En medio de los roces y enfrentamientos inter-imperialistas crecientes en la disputa por la hegemonía mundial, todos cumplen un rol nefasto para los pueblos. Hay quienes nos quieren hacer creer que es necesario ubicarse en el campo ruso-chino, como si se tratara de un “mal menor” o incluso de una alternativa progresista frente a los bloques de la UE y EE. UU.
Justificar la represión y la falta de libertad por priorizar un campo frente a otro, no es una política original para el Este. Se llevo adelante para apoyar al carnicero Al Azad y es la misma que sectores estalinistas desarrollan cuando defienden el régimen de Nicolas Maduro en Venezuela, responsable de revertir todos los logros de la “Revolución Bolivariana”; o cuando justifican al régimen entreguista, hambreador y represivo de Ortega-Murillo en Nicaragua; en ambos casos, amparándose en las siniestras agresiones y campañas del imperialismo yanqui y en la falsa idea de que se trata de países “socialistas”.
Un capitalismo semi colonial que empeora las condiciones de vida
Bielorrusia formó parte de la URSS hasta 1991 y Lukashenko, que fue miembro del Partido Comunista, en algunas ocasiones ha desplegado un discurso parcialmente crítico del imperialismo occidental y sus organismos internacionales; priorizando una mayor integración con Rusia y China. En base a estos hechos hay Partidos Comunistas que defienden al régimen y además afirman que en Bielorrusia persisten “conquistas soviéticas”.
Lo cierto es que la burocracia estalinista de la URSS, que siempre se encaramó sobre regímenes autoritarios, fue destruyendo las conquistas sociales durante décadas, con sus manejos burocráticos, privilegiados y corruptos. Mijail Gorvachov consumó ese proceso cuando disolvió a la Unión Soviética en 1991 para abrirle las puertas de par en par a la restauración capitalista. Muchos burócratas se reciclaron y se hicieron patrones o socios menores de las empresas capitalistas, se expandieron las multinacionales, regresó la propiedad privada de los medios de producción y con ella la explotación a los trabajadores. Con más o menos contradicciones, todos los países que integraban la URSS y que conducía el PC emprendieron el camino restaurador.
Ni Bielorrusia ni Lukashenko fueron la excepción a la regla. El país se transformó rápidamente en Capitalista de Estado, como China, que recrea lo peor del sistema de explotación del hombre por el hombre, tanto a nivel político como social. Año tras año los organismos internacionales fueron calificando a Bielorrusia con mayor capacidad para impulsar negocios, por las medidas fiscales favorables y los procedimientos de registros de empresas sencillos, entre otras ventajas para el capital. El gobierno ha tomado medidas de adaptación al mercado, por ejemplo, el emprendimiento común con China para crear el parque industrial Great Stone, un eslabón de la nueva “Ruta de la Seda” para que los productos de la potencia asiática lleguen a Europa. En la actualidad, en el país se puede encontrar a Zara, Oysho, Mc Donalds, Redpath Mining y una creciente presencia de capitales de origen serbio en la construcción, entre otros negocios capitalistas.
El correlato de este proceso de restauración capitalista, es el deterioro de la situación económica y social para las grandes mayorías. En el 2017 Lukashenko llegó al extremo de atacar a los más pobres, cuando impuso una “Ley contra la Vagancia”, con el cobro de multas a los desempleados. Las movilizaciones multitudinarias lo obligaron a retroceder, pero fueron una clara muestra de sus intenciones, como lo fueron los ataques al sistema de pensiones. Es un hecho fácilmente constatable que la burocracia habilitó a las patronales a explotar a los obreros y obtener ganancias.
Lo más extendido en Bielorrusia son los contratos a corto plazo para el 90% de la clase trabajadora, lo cual constituye un sistema precario, más cercano a la servidumbre que a la dignidad laboral. Cada nueva firma por un año, implica la total indefensión frente a los empleadores. Encima, la organización sindical independiente es perseguida, en favor de los sindicatos oficiales. La falta de inversión estatal en salud pública que desnudó la pandemia, también es una muestra de que no se prioriza la vida. Luego de los desastres de la economía planificada burocráticamente, la introducción del capitalismo no ha provocado, ni provocará, mejores condiciones de vida, sino más crisis, pobreza, desigualdad social y padecimientos.
Solidaridad con los trabajadores y el pueblo
Hay una dura lucha en curso, aunque Lukashenko está acorralado y es considerado hasta por sus aliados como “un cadáver político” ha dicho que no repetirá las elecciones ni se irá, al mismo tiempo que ha recibido el compromiso de Vladimir Putin de “prestar la ayuda necesaria para resolver los problemas” de Bielorrusia. Contra viento y marea, la movilización continúa con una fuerza extraordinaria. Frente a esto, apoyar a Lukashenko o hacer silencio ante la represión, es una actitud vergonzosa que no tiene nada que ver con la izquierda ni con el progresismo. Nosotros, estamos junto al pueblo bielorruso, los obreros que levantaron la voz y le pusieron el cuerpo a la movilización, estamos con nuestrxs compañerxs que luchan y se organizan en ese país. Por eso, desde la Liga Internacional Socialista hemos realizado distintas acciones solidarias, llamamos a la solidaridad de los pueblos del mundo, como también la ha expresado el Sindicato Independiente de Ucrania “Protección Laboral” y distintos sectores de la clase obrera de la región. Exigimos el inmediato fin de la represión, libertad a los presos políticos, castigo a los represores y asesinos de manifestantes, elecciones libres y libertades democráticas. La movilización permanente y la huelga general activa marcan el camino para que se vayan Lukashenko y su régimen represivo.
Estamos por un gobierno de los trabajadores y el pueblo, con plena democracia obrera para decidir todo. Decimos sin ambigüedades ni medias tintas: fuera el imperialismo yanqui y europeo, fuera la OTAN del Este, no a la injerencia del imperialismo ruso y el chino. La situación pone a la orden del día la necesidad de construir una organización política de la clase obrera, independiente de burgueses y burócratas, que luche por un modelo social sin explotación capitalista, ni opresión burocrática, para construir una sociedad socialista al servicio de las grandes mayorías populares.