Por Alessandro Fernandes – Alternativa Socialista / Brasil
Han pasado 80 años desde el asesinato del revolucionario León Trotsky el 21 de agosto de 1940 en su última residencia y exilio en Coyoacán, México. Stalin pudo respirar un poco de alivio al eliminar al principal organizador de la oposición del proceso de burocratización que estaba sufriendo la antigua URSS. Muchos otros defensores de la tradición marxista corrieron la misma suerte a manos del sepulturero de las revoluciones.
El Viejo, como Trotsky también fue conocido por sus allegados, es parte de un importante capítulo de lo que fue el siglo XX, el siglo de las rebeliones, levantamientos y revoluciones. Intervino activamente junto a Lenin, otros y otras, en la revolución de 1917 en Rusia, luchó contra la degeneración burocrática de lo que ayudó a construir con millones de trabajadores organizados, libró una batalla contra el estalinismo, que no percibía el peligro inmediato del ascenso del nazismo y, finalmente, dio la última pelea antes de su asesinato por la formación del partido mundial de la revolución socialista, la Cuarta Internacional.
Desde el surgimiento de la corriente trotskista, siguiendo la tradición del marxismo-leninismo, hasta las diásporas trotskistas, siempre ha existido la necesidad urgente de comprender el mundo e intervenir sobre la base de las tradiciones y contribuciones revolucionarias. Pero el viaje de allí a aquí no ha tenido un único curso. Ha habido muchas bifurcaciones, cruces y callejones desde la aparición de la Cuarta Internacional el día lluvioso del 3 de septiembre de 1938 en las afueras de la capital, París. Ese día se aprobó el Programa de Transición, o «La mortal agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional».
Los trotskismos de post Segunda Guerra Mundial clavaron las diásporas en la historia. Desde Pablo, Mandel, pasando por Lora, Posadas, Healy, Lambert, otros y, entre ellos, el argentino Nahuel Moreno, que marcó la tradición morenista en el trotskismo, la cual reivindicamos, con gran presencia en América Latina.
En una entrevista en agosto de 1985, poco antes de su muerte, Nahuel Moreno habló un poco sobre lo que entendía por ser un trotskista hoy en día. Lejos de ser un santo en el altar, Trotsky y el trotskismo deben ser reivindicados desde lo que todavía puede ser actual en la lucha de clases, en el proyecto de derrocamiento del capitalismo y para la construcción del socialismo. «Ser trotskista hoy» fue parte de la batalla en la vida del tigre Moreno, con aciertos y errores, para construir un programa de acción desde las raíces del marxismo revolucionario e intervenir en la realidad.
Para nosotros la batalla sigue, la revolución socialista internacional. Para la participación efectiva en los procesos de rebeliones y revoluciones. Por la lucha implacable contra el capitalismo y su cría – el fascismo, el bonapartismo, entre otros. Por la disputa política en el movimiento obrero contra el reformismo y el burocratismo que sólo retrasan la urgente tarea de la revolución.
Reproducimos el extracto de la entrevista, publicada originalmente en 1988 en » Esbozo Biográfico», organizado por Carmem Carrasco y Hernán Cuello, en los antiguos Cuadernos de la revista Correo Internacional.
SER TROTSKISTA HOY
Nahuel Moreno
En líneas generales, significa defender las posiciones de principio del socialismo, del marxismo. Es decir, los trotskistas hoy día son los únicos defensores, según mi criterio, de las verdaderas posiciones marxistas.
Empecemos por entender qué significa ser verdaderamente marxista. No podemos hacer un culto, como se ha hecho de Mao o de Stalin. Ser trotskista hoy día no significa estar de acuerdo con todo lo que escribió o lo que dijo Trotsky, sino saber hacerle críticas o superarlo. Igual que Marx, que Engels o Lenin, porque el marxismo pretende ser científico y la ciencia enseña que no hay verdades absolutas. Eso es lo primero, ser trotskista es ser crítico, incluso del propio trotskismo. En el aspecto positivo, ser trotskista es responder a tres análisis y posiciones programáticas claras.
La primera, que mientras exista el capitalismo en el mundo o en un país, no hay solución de fondo para absolutamente ningún problema: empezando por la educación, el arte y llegando a los problemas más generales del hambre, de la miseria creciente, etc. Unido a esto, aunque no es exactamente lo mismo, el criterio de que es necesaria una lucha sin piedad contra el capitalismo hasta derrocarlo, para imponer un nuevo orden económico y social en el mundo, que no puede ser otro que el socialismo.
Segundo problema, en aquellos lugares en donde se ha expropiado a la burguesía (hablo de la URSS y de todos los países que se reclaman del socialismo), no hay salida si no se impone la democracia obrera. El gran mal, la sífilis del movimiento obrero mundial es la burocracia, los métodos totalitarios que existen en estos países y en las organizaciones obreras, los sindicatos, los partidos que se reclaman de la clase obrera, y que han sido corrompidos por la burocracia. Y éste es un gran acierto de Trotsky, que fue el primero que empleó esta terminología, que hoy día es universalmente aceptada. Todos hablan de burocracia, a veces hasta los propios gobernantes de estos estados que nosotros llamamos obreros. Mientras no haya la más amplia democracia no comienza a construirse el socialismo.El socialismo no sólo es una construcción económica. El único que hizo este análisis es el trotskismo, y también fue el único que sacó la conclusión de que era necesario hacer una revolución en todo estos estados y también en los sindicatos para lograr la democracia obrera.
Y la tercera cuestión, decisiva, es que es el único consecuente con la realidad económica y social mundial actual, cuando un grupo de grandes compañías trasnacionales domina prácticamente toda la economía mundial. A este fenómeno económico social hay que responderle con una organización y una política internacional.
En esta era de movimientos nacionalistas que opinan que todo se soluciona en el propio país, el trotskismo es el único que dice que sólo hay solución al nivel de la economía mundial inaugurando el nuevo orden, que es el socialismo. Para eso, es necesario retomar la tradición socialista de la existencia de una internacional socialista, que encare la estrategia y la táctica para lograr la derrota de las grandes trasnacionales que dominan al mundo entero, para inaugurar el socialismo mundial, que será mundial o no será nada.
Si la economía es mundial tiene que haber una política mundial y una organización mundial de los trabajadores para que toda revolución, todo país que hace su revolución, la extienda a escala mundial, por un lado; y por otro lado, cada vez le dé más derechos democráticos a la clase obrera, para que sea ella la que tome sus destinos en sus manos por vía de la democracia.
El socialismo no puede ser nada más que mundial. Todos los intentos de hacer socialismos nacionales han fracasado, porque la economía es mundial y no puede haber solución económico-social de los problemas dentro de las estrechas fronteras de un país. A quien hay que derrotar es a las trasnacionales a escala mundial para entrar en la organización socialista mundial.
Por eso, la síntesis, del trotskismo hoy día es que los trotskistas son los únicos en el mundo entero que tienen una organización mundial (pequeña, débil, todo lo que se quiera) pero la única internacional existente, la Cuarta Internacional, que retoma toda la tradición de las internacionales anteriores y la actualiza frente a los nuevos fenómenos, pero con la visión marxista: que es necesaria una lucha internacional.