El 19 de agosto de 1936 dio inicio el primero de los tres juicios que culminarían con la desaparición física de toda la vieja guardia bolchevique que encabezó la revolución en octubre de 1917. Cuando finalicen los procesos, del Comité Central del Partido Bolchevique en tiempos de Lenin los únicos dirigentes que quedarán con vida serán Stalin y Trotsky, que será asesinado poco tiempo después por un agente stalinista.
Por Emilio Poliak
Analizar el proceso de burocratización y la deriva contrarrevolucionaria de la Unión Soviética y del Partido Bolchevique llevaría varios artículos y no es el objetivo de estas líneas, pero lo cierto es que durante la década del ´20 la burocracia había ido tomando el control del nuevo Estado Obrero y del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). A mediados de la década del ´30 Stalin ya había liquidado a las distintas oposiciones que se habían sucedido desde 1923. La derrota de la oposición unificada en 1927 había terminado con la expulsión del partido de casi todos sus dirigentes, muchos de los cuales fueron deportados o encarcelados. Trotsky, desterrado en Alma Ata, cerca de la frontera con China había sido expulsado definitivamente de la URSS en 1929 y se encontraba en el exilio. La oposición de derecha, encabezada por Bujarín también había sido derrotada a principios del ´30. Pero es a partir de los procesos de Moscú, con el exterminio físico de toda oposición, Stalin consolidará definitivamente su poder.
El asesinato de Kirov
A comienzos de la década el descontento era creciente en la URSS. Las consecuencias de la colectivización forzosa en el campo y los efectos del plan quinquenal y la industrialización acelerada en las ciudades acrecentaron el malestar entre los obreros, los campesinos y la juventud. Aunque ya no había una oposición organizada se extendían los reclamos por las consecuencias de la crisis económica, contra los privilegios de la burocracia y contra el accionar creciente de la GPU, la policía política.
El 1 de diciembre de 1934 fue asesinado Serguei Kirov, miembro de la máxima dirección del partido, por un militante de las juventudes comunistas llamado Nicolaiev, que fue condenado y ejecutado inmediatamente previa “confesión” de que Trotsky había organizado y financiado el atentado. El crimen servirá como excusa para desatar una persecución implacable y llevar adelante una de las farsas más grandes de la historia. El hecho nunca fue esclarecido realmente aunque no son pocos los elementos que hacen suponer que detrás habría estado la mano de Stalin. Kírov había sido el miembro del CC con más votos en el congreso de 1934 y encabezaba un ala moderada frente al régimen represivo de Stalin. La falta de custodia en el momento del crimen y el “accidente” que causó la muerte de su guardaespaldas cuando se dirigía a declarar son parte de los hechos que alentaron las sospechas. Sin embargo la acusación de Stalin recaerá sobre Zinoviev, Kamenev y otros dirigentes de Partido de Leningrado.
El juicio a los acusados del crimen, y los dos que le siguieron, se llevaron adelante en el colegio militar de la Corte Suprema de la URSS de manera pública con cobertura de la prensa nacional y extranjera. El fiscal André Vychinski, viejo abogado menchevique que ingresó al Partido Bolchevique al finalizar la guerra civil, estuvo encargado de las acusaciones y las únicas pruebas fueron las confesiones de los propios acusados arrancadas mediante torturas y amenazas contra sus familias.
La vieja guardia
En el primer juicio, llevado adelante entre el 19 y el 24 de agosto de 1936, los acusados son 16, entre los que sobresalen Grigori Zinoviev y Lev Kamenev. Ambos formaban parte del Partido Bolchevique desde sus inicios y fueron de los principales colaboradores de Lenin en las épocas de clandestinidad y durante el exilio. Siendo de los miembros más importantes del CC, luego de la muerte de Lenin encabezaron junto a Stalin “la troika” que tomó la dirección del partido y encabezó la pelea contra el “trotskismo”. Más adelante formarían con Trotsky la Oposición Unificada para enfrentar el creciente autoritarismo de Stalin. Junto a ellos fue acusado otro miembro de la dirección en tiempos de Lenin: Iván Smirnov.
Durante el segundo juicio, realizado entre 23 y el 30 de enero de 1937, la acusación ya no tiene que ver con el asesinato de Kirov sino con un supuesto complot orquestado por un centro trotskista-zinovietista que tenía como objetivo dar un golpe de Estado y restaurar el capitalismo con la ayuda de las potencias extranjeras. Entre los 17 acusados se encuentran los viejos miembros del Comité Central Yuri Piatakov, Karl Radek, Grigori Sokolnikov y Leónidas Sérébriakov.
El tercer juicio se desarrolla entre el 2 y el 13 de marzo de 1938. Son llevados al banquillo 21 personas entre las que destacan Nicolás Bujarin, Alexis Rykov, Nicolás Krestinski y Christian Racovski, todos miembros del CC en distintos momentos, inculpados de espionaje al servicio de Alemania y Japón. También es procesado Yagoda, anterior jefe de la policía secreta que había sido determinante en las acusaciones del primer juicio. De esa manera Stalin no sólo liquidaba a la oposición, también borraba toda prueba viviente de sus crímenes. Trotsky es juzgado en ausencia y condenado a muerte al igual que su hijo León Sedov.
Casi todos los dirigentes de la revolución y sus familias, la mayoría de los miembros del Comité Central de 1917 a 1923, los tres secretarios del partido entre 1919 y 1921, la mayoría del Comité Ejecutivo entre 1919 y 1924, 108 miembros de los 139 del Comité Central designado en 1934. Tal fue el resultado de las purgas.
La decapitación del Ejército Rojo
Junto a los juicios públicos se realizaron otros secretos. En junio de 1937 en una sesión secreta del tribunal militar fueron condenados a muerte al mariscal Tujachevski, la mayor autoridad del Ejército Rojo, y otros siete generales. Desaparecieron 75 de los 80 miembros del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas, ocho almirantes, dos de los cuatro mariscales, 14 de los 16 generales del ejército, 90 por ciento de los generales de los cuerpos del ejército, 35.000 de los 80.000 oficiales. La facilidad inicial con que los nazis entraron a la URSS pocos años después, así como el alto costo en millones de vidas pagado por la URSS durante la segunda Guerra Mundial tiene su explicación, en gran medida, por la decapitación del Ejército Rojo llevada adelante durante las purgas.
Los juicios fueron sólo la parte visible de una purga masiva. Desde el asesinato de Kirov se impusieron expulsiones masivas del partido y de la Internacional Comunista, deportaciones y más de un millón y medio de opositores terminaron en los campos de concentración mientras que 700.000 fueron directamente ejecutados.
El significado de las purgas
Tan importante como el exterminio físico de la vieja guardia era que estos dirigentes realizaran su propia confesión pública. El objetivo de Stalin no era sólo el aplastamiento definitivo de la oposición, si no su desacreditación completa frente a la vanguardia obrera mundial, sobre todo en momentos en que la Oposición de Izquierda había puesto proa a la fundación de una nueva internacional. Todas las confesiones de los acusados tenían tres cosas en común 1) el reconocimiento de los crímenes de los que se les acusaban 2) la reivindicación de los aciertos de Stalin y de su rol de jefe indiscutido y continuador de Lenin y 3) la denuncia de Trotsky como el líder e inspirador del complot contra el país como parte de sus pactos con la Alemania Nazi.
“A priori, puedo suponer que Trotsky y mis demás aliados en estos crímenes, así como la II Internacional (…), intentarán defendernos, principalmente a mí. Yo rechazo esta defensa, pues estoy de rodillas ante el país, el Partido y todo el pueblo. La monstruosidad de mis crímenes no tiene límites, sobre todo en esta nueva etapa de la lucha de la U.R.S.S.
Ojalá sea este proceso la última y penosa lección, y compruebe todo el mundo que la tesis contrarrevolucionaria de la estrechez nacional de la U.R.S.S. permanece suspendida en el aire como un miserable guiñapo. Todo el mundo ve la sabia dirección del país, asegurada por Stalin”.
Testimonios como este de Bujarin se repiten en todas las declaraciones de los acusados. Cabe preguntarse entonces cómo dirigentes que habían estado a la cabeza de la revolución, que habían enfrentado y resistido la persecución del zarismo durante años terminaron en semejante humillación y sumisión. Evidentemente las torturas y la necesidad de proteger a sus familiares son factores muy importantes que no pueden menospreciarse, pero también lo es el hecho de que en la mayoría de los casos se trata de dirigentes que ya habían sido derrotados hacía tiempo. Zinoviev, Piatakov, Bujarin y muchos otros que fueron en distintos momentos opositores a la dirección del partido terminaron, para ser aceptados nuevamente dentro del partido, renegando de sus posiciones anteriores, autocriticándose a pedido del aparato, renunciando a sus opiniones, perdiendo mucho antes de los juicios su integridad y respeto político. Quienes no aceptaron la humillación fueron fusilados en secreto, como Preobashensky o se suicidaron, como Yoffe o Tomsky. En su Libro Rojo sobre los Juicios de Moscú León Sedov escribió que “En el banquillo de los acusados se sentaban hombres rotos, aplastados, acabados. Antes de matarlos físicamente Stalin los había roto y matado moralmente”.
También Trotsky escribe: “¿Cuál era la situación de Zinoviev y Kamenev ante la GPU y el tribunal? Desde hace diez años estaban envueltos en una nube de calumnias pagadas duramente. Durante diez años estuvieron suspendidos entre la vida y la muerte, primero en sentido político, luego en sentido moral y por fin en sentido físico. ¿Existen en la historia, otros ejemplos de trabajo tan sistemático, refinado y diabólico destinado a romper la columna vertebral, los nervios y el espíritu? Tanto Zinoviev como Kamenev poseían un carácter más que suficiente para las épocas tranquilas. Pero las tremendas convulsiones sociales y políticas de nuestra época exigían una firmeza fuera de lo común a estos hombres cuya capacidad los había colocado al frente de la revolución. La disparidad entre su capacidad y su voluntad tuvo consecuencias trágicas.”
“Hay que ser Trotsky para no rendirse”
Esta frase de Bujarin en su última declaración durante el juicio, aunque fue pronunciada con el objetivo de inculpar a Trotsky como jefe de todas las conspiraciones no deja de ser una reivindicación al viejo dirigente exiliado. Efectivamente, la voluntad de Trotsky por continuar la pelea en defensa del marxismo y la tradición bolchevique requería responder a las falsedades provenientes de Moscú. Con ese fin Trotsky impulsó la conformación de una comisión investigadora para analizar las acusaciones del fiscal Vychinski contra él y su hijo León Sedov. La comisión fue presidida por el prestigioso filósofo y pedagogo liberal norteamericano John Dewey e integrada por otras personalidades reconocidas, como la periodista liberal Suzanne Lafollete, que no tenían relaciones políticas con Trotsky, por el contrario mantenían una clara oposición política a las ideas del revolucionario ruso que se expresaron durante las audiencias.
La convicción de Trotsky en la falsedad de las acusaciones y en la necesidad de hacerlas públicas era tan grande que declaró: “Estoy dispuesto a comparecer ante una comisión investigadora imparcial y pública, con los documentos y los hechos para descubrir toda la verdad. Y declaro: si esta comisión me encuentra culpable de una mínima parte de los crímenes que me imputa Stalin me comprometo, por anticipado, a entregarme a los verdugos de GPU.” La comisión sesionó en la Casa Azul de Diego Rivera y Frida Kahlo entre el 10 y el 17 de abril de 1937. Trotsky puso a disposición no sólo su testimonio; aportó archivos, correspondencia, cuentas de ingresos y gastos, además de todos sus escritos. La comisión dio su veredicto en septiembre de 1937 declarando inocentes a Trotsky y León Sedov y denunciando a los Procesos de Moscú como “orquestaciones basadas en falsos testimonios”. El texto completo fue publicado con el nombre de Not Guilty.
La insistencia de Trotsky para llevar adelante su defensa no tenía que ver con salvar su honor personal sino con una convicción mucho más profunda que resumió de esta manera: “La lucha trabada sobrepasa de muy lejos en importancia a las personas, a las fracciones y a los partidos. El porvenir de la Humanidad se decide. Será una lucha dura. Y larga. Los que buscan la tranquilidad y el confort que se aparten de nosotros. En las épocas de reacción, ciertamente, es más cómodo vivir con la burocracia que investigar la verdad. Pero para aquellos para quienes el socialismo no es una palabra vana, para quienes es el contenido de la vida moral, ¡adelante! Ni las amenazas, ni las persecuciones ni la violencia nos detendrán. Será tal vez sobre nuestros huesos, pero la verdad se impondrá. Le abriremos el camino. La verdad vencerá. Bajo los golpes implacables de la suerte, me sentiré dichoso, como en los grandes días de mi juventud, si he logrado contribuir al triunfo de la verdad. Porque la más grande felicidad del hombre no está en la explotación del presente, sino en la modelación del porvenir”.
Bolchevismo vs. Stalinismo
Hay sectores que ubican el surgimiento del stalinismo como la continuidad lógica de la concepción leninista de partido y su régimen basado en el centralismo democrático. Sin embargo los Procesos de Moscú son la muestra más acabada de lo equivocada de esta apreciación, ya que la consolidación del stalinismo sólo fue posible no sólo con la liquidación de toda voz de oposición sino con el exterminio físico de todo vestigio de la tradición bolchevique.
En el partido dirigido por Lenin las discusiones, polémicas y peleas políticas eran naturales y permanentes. Los agrupamientos que se formaban ante cada debate importante sobre la situación política, las estrategias o las tácticas eran parte de la cotidianeidad de la vida interna de partido. Peleas muchas veces muy duras que incluso se hacían de manera pública a través de la prensa. Los ejemplos son muchos: la batalla de Lenin en abril de 1917 contra la estrategia de la mayoría de la dirección, la discusión sobre la insurrección, la conformación del grupo de “los comunistas de izquierda” en torno a la firma de la paz con Alemania, la oposición obrera en la discusión sobre el rol de los sindicatos. Era al calor de la realidad de la lucha de clases que se resolvían cada una de estas luchas políticas y una vez saldados los desacuerdos no había represalias ni pases de factura hacia dirigentes que habían tenido tal o cual posición o habían formado parte de tal o cual grupo. Por ejemplo, Zinoviev fue nombrado presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista pese a su postura durante la insurrección de octubre. Bujarin, que encabezó la oposición de los “comunista de izquierda” llevando casi a la ruptura del partido fue luego reincorporado al Comité Central y luego también fue presidente de la Internacional. El propio Trotsky, que durante muchos años se opuso a la concepción el partido de Lenin y permaneció fuera del partido, a partir de agosto de 1917 no sólo fue incorporado al Comité Central sino que fue el encargado de la insurrección de octubre y luego nada menos que de la construcción del Ejército Rojo. Fue ese régimen el que permitió incorporar a lo mejor de la vanguardia y a las grandes masas obreras y campesinas para dirigir la revolución.
El surgimiento de la burocracia y la fuerza que adquirió no puede analizarse por fuera de la situación de la lucha de clases. Fue la refracción dentro de la URSS y del Partido de las derrotas del movimiento obrero europeo y el triunfo de la contrarrevolución. No fue continuidad del leninismo, sino ruptura consolidada definitivamente a partir de una verdadera contrarrevolución, un aplastamiento físico de la oposición y de la tradición revolucionaria del bolchevismo.
El peso adquirido por el stalinismo, sobre todo luego de la segunda guerra mundial, devino en una ubicación marginal del trotskismo, que ante la desaparición de su dirigente más experimentado incorporó características propias del stalinismo al interior de sus partidos. Rasgos burocráticos, pensamiento único, pedidos de autocríticas, calumnias, en fin, métodos ajenos a la tradición bolchevique se fueron introduciendo de a poco también en el movimiento trotskista. En la actualidad, cuando las masas se levantan contra un sistema capitalista cada vez más en crisis, cuando los aparatos contrarrevolucionarios son mucho más débiles y el Programa de Transición elaborado por Trotsky se pone a la orden del día y es tomado por sectores cada vez más numerosos del pueblo trabajador, la tarea de forjar una dirección revolucionaria capaz de darle una perspectiva socialista a la energía de las masas es la tarea esencial de lxs revolucionarixs. Recuperar la esencia del bolchevismo para la construcción de esa dirección es indispensable.