Compartimos el informe realizado por nuestro compañero Alejandro Bodart en la emisión de Panorama Internacional del 8/10/2020
El primero de enero de 1959 triunfaba la Revolución Cubana. El dictador Batista huía de la isla mientras las tropas guerrilleras comandadas por Fidel Castro entraban a Santiago, y las que encabezaban el Che y Camilo Cienfuegos tomaban La Habana.
Cuba sería el primer país en América en expropiar a la burguesía, y su surgimiento inspiró y radicalizó a una generación entera en América Latina y el mundo.
Cuba era prácticamente una colonia de Estados Unidos, gobernada por la sanguinaria y corrupta dictadura de Batista.
El Movimiento 26 de Julio que encabezó la revolución no era marxista ni anticapitalista, sino nacionalista y antidictatorial.
Su programa se limitaba a sacar a Batista, instalar un régimen democrático burgués e implementar una limitada reforma agraria.
Contaba con el apoyo de un sector de los terratenientes enfrentados a Batista y sectores del imperialismo yanqui que eran excluidos de los negocios de la isla.
Pero el triunfo de la guerrilla provocó un salto en el ascenso del movimiento de masas.
Este venía avanzando en el campesinado, que junto a la guerrilla llevaba tiempo implementando la reforma agraria en los territorios que controlaba.
Tras la caída de Batista se le sumó una ola de huelgas generalizada en las ciudades que duró gran parte del año.
Esta presión fue empujando a la dirección a tomar medidas que, sin traspasar los límites del capitalismo, aumentaron los roces con el imperialismo, especialmente las ejecuciones de los represores de la dictadura y la baja de las tarifas de electricidad y telefonía, manejadas por empresas yanquis.
Esto iniciaría el proceso que el Che definió como revolución de contragolpe.
Estados Unidos cortó la importación de petróleo para refinar en Cuba, el nuevo gobierno entonces comenzó a importar petróleo de la URSS. Las petroleras yanquis se negaron a refinarlo y el gobierno las terminó expropiando.
De igual manera terminaron las empresas telefónicas y eléctricas ante el sabotaje que realizaron a los servicios públicos.
Luego vino el embargo comercial y la liquidación de la cuota de azúcar cubano en el mercado yanqui. Terminaron expropiadas también las azucareras a la par que se firmó un acuerdo con la URSS para comprar azúcar cubano a precio preferencial.
Para el fin del primer año de la revolución, también se habían nacionalizado los bancos y cientos de empresas más, se había expropiado a los latifundistas e iniciado una profunda reforma agraria y se les había otorgado viviendas expropiadas a miles de inquilinos, entre otras medidas.
Había nacido una nueva Cuba, libre e independiente del imperio yanqui, y esto no se podía perdonar.
Estados Unidos impuso lo que sería el bloqueo más largo y brutal de la historia, para intentar estrangular la revolución. No lo lograrían.
Como no tenían margen para invadir con tropas propias, armaron una invasión de mercenarios organizada por la CIA, que fue derrotada en la Bahía de Cochinos, humillando al mayor imperio del planeta.
En 1961, Fidel declaró el carácter socialista de la revolución cubana. Se había producido un hecho que no tenía antecedentes.
Una dirección no marxista, de origen pequeño burgués nacionalista y con un programa de reformas democráticas, empujada por la necesidad de dar respuestas a las demandas del pueblo movilizado y para enfrentar las presiones del imperialismo, liquidó a las fuerzas armadas e instituciones fundamentales del Estado burgués y expropió a la burguesía.
Se desató una enorme oleada de entusiasmo revolucionario en toda la vanguardia latinoamericana y mundial, y se abrieron debates profundos en la izquierda.
En primer lugar, como se produjo independientemente de la URSS estalinista, se transformó rápidamente en un ejemplo a seguir para grandes sectores de la vanguardia desilusionada con el estalinismo, que venía de aplastar la revolución húngara pocos años antes.
Lamentablemente, muchos intentaron trasladar el modelo cubano de manera mecánica a realidades muy distintas.
La dirección cubana, y en particular el Che, hacían de la táctica de la guerrilla una estrategia permanente, presentándola como la única vía posible hacia la revolución.
Nuestra corriente polemizó con la estrategia foquista, que reemplazaba a las masas trabajadoras con el ejército guerrillero como sujeto de la revolución.
Señalamos que no nos oponíamos a la táctica de la guerrilla, siempre que estuviera apoyada en el movimiento de masas.
Pero que la estrategia del foco guerrillero era todo lo contrario, era elitista y equivocado para el momento, cuando el movimiento de masas en América Latina estaba entrando en un gran ascenso urbano y obrero.
La realidad nos dio la razón de la manera más trágica.
Los intentos guerrilleros llevaron a camadas enteras de revolucionarios a lanzarse a la lucha armada en países en los que no estaba para nada planteado.
Se despegaron de la clase trabajadora y sus procesos reales, con consecuencias trágicas.
Aislados del movimiento de masas, fueron liquidados por la represión en Argentina y otros países.
El propio Che Guevara fue asesinado intentando llevar esta política a Bolivia.
En el trotskismo, la revolución cubana jugó un papel unificador, acercando en torno al apoyo a la revolución a las principales corrientes – el morenismo, el mandelismo y el SWP de Estados Unidos, quienes concretarían la reunificación de la Cuarta Internacional.
Sin embargo, el mandelismo luego pasó a caracterizar al castrismo como dirección revolucionaria, a apoyarlo sin críticas, y a adoptar su estrategia foquista.
Esto lo llevó a apoyar a grupos guerrilleros de diversos países en contra de los partidos trostkistas.
En Argentina, por ejemplo, aceptaron como sección oficial de la cuarta a la ruptura santuchista del PRT, por encima del partido de nuestra corriente orientado por Nahuel Moreno.
Por supuesto, Santucho y el PRT-ERP terminarían abandonando la Cuarta poco después.
Con la revolución nicaragüense, el mandelismo llegaría el extremo de apoyar al sandinismo mientras este frenaba la revolución y formaba gobierno con la burguesía, incluso apoyando la expulsión de nuestros compañeros de la Brigada Simón Bolívar, provocando la ruptura de la Cuarta nuevamente.
El SWP, que inicialmente se unió con el morenismo en contra de ese giró vanguardista, impresionista y claudicante del mandelismo, giraría años después hacia hacerse completamente castrista.
Otros sectores del trotskismo cometieron el error contrario. Como la dirección castrista no era obrera y revolucionaria, negaron el carácter socialista de la revolución cubana, o incluso desconocieron que se tratara de una revolución.
Ambos, tanto oportunistas como sectarios, comparten un método equivocado. Igualan el proceso a su dirección. Para unos, como la dirección no es revolucionaria, no puede haber una revolución.
Para otros, como hay una revolución, su dirección debe ser revolucionaria. Y la realidad es completamente distinta.
La revolución cubana confirmó la teoría de la revolución permanente por la positiva.
Cuba no podía lograr las conquistas democráticas que se proponía el Movimiento 26 de Julio sin enfrentar y derrotar al imperialismo capitalista.
Y aunque no era su intención inicial, la dirección castrista tuvo que expropiar a la burguesía y liquidar al Estado burgués para implementar su programa y sobrevivir.
A su vez, también la confirmaría por la negativa. Al no contar con un partido revolucionario y no avanzar con la democracia obrera y la extensión de la revolución por América Latina y el mundo, indefectiblemente terminaría retrocediendo y burocratizándose.
Nuestra corriente demoró unos meses en identificar el giró hacia la revolución que había dado la dirección cubana, pero rápidamente ajustó y adoptó una política que partía de defender la revolución cubana y sus conquistas ante el imperialismo, pero sin dejar de criticar y marcar las limitaciones de su dirección, luchando por el socialismo con democracia y la expansión de la revolución.
La contradicción entre la revolución y su dirección se refleja en las conquistas que se lograron en Cuba, en las que quedaron pendientes y en las que se fueron perdiendo.
En una isla de escasos recursos, se logró garantizarle a la población trabajo, salario, alimentos y vivienda; se acabó con el analfabetismo en tiempo récord; y se construyeron sistemas de educación, salud, deportes y cultura de acceso universal y una calidad reconocida internacionalmente hasta por sus enemigos más acérrimos.
Pero para consolidar esas conquistas y seguir avanzando, había que profundizar la revolución.
En lugar de eso, la dirección castrista subordinó el país a la Unión Soviética y replicó en la isla su modelo de régimen monolítico de partido único encabezado por una burocracia privilegiada.
En el plano internacional, se convirtió en un satélite de la diplomacia estalinista y agente local de su intervención contrarrevolucionaria.
Por eso Fidel condenó la Primavera de Praga y apoyó la invasión soviética de Checoslovaquia.
Viajó a Chile a darle el apoyo a Salvador Allende y su vía pacífica al socialismo, aclarando que Chile no debían hacer la revolución como en Cuba.
Ante el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua llamo a los sandinistas a no expropiar a la burguesía, diciendo que no hagan otra Cuba, y apoyó la vergonzosa política de Ortega de dejar aislada la revolución salvadoreña, diciendo que ellos no hagan otra Nicaragua.
Más recientemente, jugó el mismo rol ante la revolución bolivariana y en apoyo a los regímenes represivos de Maduro y Ortega.
El Che Guevara había discrepado con parte importante de esta orientación. Se opuso a la subordinación de la revolución cubana a la URSS.
Defendió a los países atrasados contra la política comercial de la Unión Soviética, que denunciaba como una injusticia burguesa.
Se opuso también a la política estalinista de convivencia pacífica con el imperialismo.
Consciente de que la suerte de Cuba estaba atada a la revolución mundial, se dio una política de intentar extender la revolución. Decía que había que crear una, dos, tres Vietnam.
Esto lo llevó a abandonar Cuba, primero para combatir en Angola, y luego para intentar levantar un foco guerrillero en Bolivia, donde fue asesinado en octubre de 1967.
Por eso, más allá de las diferencias, al Che lo reivindicamos como revolucionario consecuente y militante de la revolución permanente.
La caída de la Unión Soviética en los 90 generó una crisis brutal en Cuba. Al perder su principal socio comercial, Cuba quedó aún más aislada y vulnerable al bloqueo yanqui.
El pueblo cubano sufrió la peor carestía desde la revolución, pero resistió heroicamente.
La burocracia castrista, lejos de apoyarse en esas reservas para una política antiimperialista, comenzó un proceso de restauración capitalista que en los últimos años ha pegado saltos cualitativos.
Hoy en Cuba, hace falta una nueva revolución para defender las conquistas que quedan, recuperar las perdidas y aspirar a un verdadero socialismo.
La revolución de 1959 es todavía una gran inspiración para nuevas camadas de revolucionarios, y merecidamente.
Contra las diversas corrientes reformistas y posibilistas de hoy, que agigantan las dificultades para lograr cambios de fondo, demostró que incluso bajo condiciones muy precarias, las de una isla con muy pocos recursos, y bajo el asedio más obstinado del imperialismo, que está a pocos kilómetros de la isla, la revolución se puede hacer y triunfar.
En la actualidad, cuando cada vez más pueblos se levantan y demuestran que están dispuestos a luchar sin cuartel contra sus gobiernos y regímenes, con un sistema capitalista en descomposición que solo puede ofrecer la barbarie como perspectiva, la necesidad de la revolución y el socialismo está más presente que nunca.
La LIS trabaja incansablemente para construir partidos revolucionarios en la mayor cantidad posible de países y una dirección internacional para llevar adelante esta tarea.
Lo hacemos convencidos de que un triunfo revolucionario en cualquier lugar pondrá al socialismo al orden del día en todo el mundo.