Compartimos el informe realizado por nuestro compañero Alejandro Bodart en la emisión de Panorama Internacional del 29/10/2020
En estos días se cumplieron 75 años del surgimiento del peronismo en la Argentina y 10 años de la muerte del dirigente y ex presidente peronista Néstor Kirchner.
Esto reabrió grandes debates sobre la historia y el presente de esta corriente política y queremos detenernos en explicar nuestra posición.
El peronismo no fue el único movimiento nacionalista que surgió en los años de la segunda posguerra. Es comparable con los gobiernos de Cárdenas en México, de Vargas en Brasil o de Nasser en Egipto.
Pero lo que distingue sin dudas al peronismo es lo que ha perdurado en el tiempo.
Su movimiento y el propio Partido Justicialista que fundara Perón constituyen aún, aunque debilitados, una pata fundamental del régimen político argentino y de hecho gobierna hoy en día con Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Por eso la historia y el recorrido del peronismo son un elemento fundamental para analizar la actualidad política y social de Argentina.
La característica que tal vez mejor explica porqué ha perdurado este movimiento político hasta nuestros días, es su arraigo en la clase obrera. Sin embargo, contrario al relato que el peronismo hace de sí mismo, está no nació peronista ni mucho menos nacionalista.
El movimiento obrero argentino surgió en las últimas décadas del siglo XIX, con el desarrollo de los ferrocarriles y frigoríficos, mientras el país se convertía en un importante exportador agropecuario, y con la llegada de millones de inmigrantes europeos.
Los primeros sindicatos y federaciones, la UGT y la FORA, fueron socialistas y anarquistas. Algunos de los primeros dirigentes sindicales habían sido militantes de la Comuna de París. Argentina fue de los pocos países no europeos representados en la Primera Internacional. En el primer acto de 1ro de mayo que se celebró en Buenos Aires hubieron discursos en cuatro idiomas.
La propia CGT fue fundada en 1930 por socialistas, comunistas y sindicalistas revolucionarios, y dirigida en gran medida por el Partido Comunista desde 1935.
Pero las políticas desastrosas y traiciones de estas direcciones, en particular del PC, generaron fuertes derrotas del movimiento obrero y las liquidaron como dirección, despejándole el camino a la burocracia peronista que la desplazaría.
La huelga metalúrgica de 1942 y la gran huelga de la carne el año siguiente marcaron el ocaso del PC a la cabeza del movimiento obrero argentino.
En ambos casos, huelgas muy fuertes por abajo, con todas las condiciones de ganar y fortalecer a los trabajadores fueron levantadas por la dirección, ante el repudio de las bases, en nombre de no perjudicar el suministro de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
El estalinismo había adoptado la política del frente popular en 1935, imponiendo a los partidos comunistas del mundo formar frentes políticos con las burguesías supuestamente democráticas y progresistas.
A partir de la invasión nazi de la URSS, esto implicó directamente un apoyo absoluto e incondicional al imperialismo yanqui y británico.
Argentina era semi-colonia inglesa y el grueso de su producción se exportaba al Reino Unido. Por lo tanto, los salarios y derechos de los trabajadores argentinos se debían sacrificar a favor de la necesidad de sostener el suministro de las tropas aliadas imperialistas.
La escandalosa traición de la huelga de la carne coincidió con la llegada de Perón al Ministerio de Trabajo.
El coronel formaba parte del Grupo de Oficiales Unidos que había tomado el poder el 4 de junio de 1943 para evitar la llegada al gobierno de un sector pro-yanqui de la burguesía. Los militares del GOU representaban, en cambio a la burguesía asociada al imperialismo británico.
La guerra mundial impuso a la Argentina la necesidad de producir bienes que antes importaba, y ese desarrollo industrial generó una gran migración del campo a las ciudades, creando una nueva y masiva clase obrera.
Perón vio el potencial de esa nueva fuerza social y, aprovechando la debilidad de los comunistas y socialistas, implementó desde el Ministerio de Trabajo una política para organizar y cooptar a la clase obrera.
Por un lado, aprovechó la favorable situación económica para otorgar importantes concesiones, como el aguinaldo y las vacaciones pagas.
Y por otro lado, utilizó ese prestigio para copar las organizaciones obreras. A la vez que expandió masivamente la sindicalización de nuevos sectores, desplazó a las conducciones comunistas y socialistas, reemplazándolas con burócratas controlados desde el aparato estatal.
La presión del ala pro-yanqui de la burguesía llevó al gobierno a destituir y encarcelar a Perón en 1945. El coronel se entregó y la CGT llamó a una huelga general para el 18 de octubre. Pero el movimiento de masas se adelantó y el 17 salió a la calle a defender sus conquistas.
Cientos de miles coparon Plaza de Mayo durante largas horas obligando al gobierno a liberar a Perón para que detuviera el levantamiento popular. La crisis obligó al gobierno a convocar elecciones para 4 meses después.
Perón se presentó como candidato a presidente en la boleta del Partido Laborista de Cipriano Reyes y volcó la fuerza de los sindicatos a la campaña electoral.
Lo enfrenta el sector pro-yanqui con la Unión Democrática, de la que participó la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista y el Partido Comunista.
Estos últimos, alineados a Estados Unidos por órdenes de Stalin, enfrentaron al peronismo acusándolo de fascista y pro-nazi.
La evidente y pública conducción del embajador yanqui Braden de esta coalición, llevó a la campaña peronista a instalar la consigna Braden o Perón, con carteles y pintadas por todo el país.
Perón arrazó en las elecciones de 1946 y levantó un régimen bonapartista, fuertemente apoyado en la clase trabajadora pero al servicio de la burguesía.
En esos años, Perón estatizó el Banco Central, los ferrocarriles, los servicios públicos, creó una flota mercante y monopolizó el comercio exterior en manos del Estado, logrando un nivel de independencia relativa frente al imperialismo yanqui, ya dominante en la posguerra.
Pero todo esto al servicio de negociar en mejores términos con el mismo, y de enriquecer a un sector de la burguesía y el imperialismo inglés.
A la par, utilizó los ingresos extraordinarios brindados por la economía de la posguerra para apuntalar las condiciones materiales de su base social obrera.
La distribución de la renta nacional fue la más favorable a los asalariados en la historia, superando el 50% a favor de los trabajadores. El famoso “fifty-fifty” del que hablaba Perón.
Pero estas mejoras fueron acompañadas por la pérdida de la independencia política de la clase obrera.
La CGT y los sindicatos fueron estatizados, y el Partido Laborista que había utilizado Perón para presentarse a las elecciones, fue disuelto y reemplazado por el Partido Peronista, antecesor del Partido Justicialista actual.
El dirigente laborista Cipriano Reyes intentó resistirse y terminó encarcelado, torturado y mutilado.
Por primera vez, el movimiento obrero argentino quedó organizado bajo una dirección burguesa.
Esta prometía en sus banderas “soberanía política, independencia económica y justicia social”.
Pero como toda dirección burguesa, cuando los excedentes de la coyuntura económica comenzaron a achicarse, priorizó las ganancias capitalistas.
Cuando la crisis económica comenzó a dilapidar las reservas del Banco Central, Perón empezó a restringir sus concesiones a los trabajadores para mantener las cuotas de ganancia de la burguesía local y a ceder a las presiones imperialistas.
Para 1954 era notable la baja en los aumentos salariales, y se había comenzado a abrir la economía a los capitales yanquis con la firma de los contratos petroleros con La California.
El imperialismo, por su parte, viendo el deterioro del gobierno y la oportunidad de poner a alguien que le responda directamente, preparó junto a la Iglesia y la burguesía opositora el golpe gorila de la llamada Libertadora en 1955.
El Partido Comunista y el Partido Socialista, continuando su política criminal a favor del imperialismo yanqui, apoyaron ese golpe cipayo.
La clase obrera salió a las calles a enfrentar el golpe, exigiéndole armas Perón. Y tenía toda la fuerza necesaria para derrotarlo.
Pero Perón tenía más miedo a desatar un levantamiento de masas que se pudiera ir de las manos, que a la burguesía golpista. Llamó a la los trabajadores a “desensillar hasta que aclare” y se fue al exilio.
Contaba con que otros hicieran la tarea sucia de aplicar el ajuste que requería el capitalismo en ese momento y preservar su imagen como recambio más adelante. Pero la espera sería más larga de lo esperado.
Los sindicatos fueron ilegalizados y la burocracia peronista se hizo a un costado dócilmente, abandonando a los trabajadores a su suerte. Pero la clase obrera resistió heroicamente contra la dictadura de la Libertadora.
La corriente de la que proviene el MST argentino, que había hecho su construcción inicial en el movimiento obrero de esos años, fue parte activa de esa lucha, haciendo entrismo en las organizaciones obreras de la resistencia peronista.
Nuestros compañeros fueron fundadores de las 62 organizaciones y Nahuel Moreno dirigió su periódico Palabra Obrera.
Aunque duró unos pocos años, hasta que la burocracia logró recuperar el control de las organizaciones del sindicalismo peronista, esa intervención nos permitió construir una corriente de peso en el movimiento obrero argentino y organizar en nuestro partido a parte de su vanguardia, manteniendo nuestra independencia política y organizativa.
La radicalización que recorrió América Latina después de la Revolución Cubana, las rebeliones obreras como el Cordobazo, el Rosariazo o el Tucumanazo, y el surgimiento del clasismo sindical que comenzaba a disputarle terreno al peronismo en los 60 y 70, dividió al movimiento peronista.
Por un lado, se cristalizó la derecha peronista ligada a sectores de la burguesía y la burocracia sindical.
Por otro, surgió la izquierda peronista, arraigada en el estudiantado y sectores de la clase obrera, influenciada por el guerrillerismo y expresada en organizaciones como Montoneros y la Juventud Peronista, que luchaban por lo que llamaban una Patria Socialista.
Estas alas se enfrentaron, muchas veces a los tiros, pero cuando volvió Perón en 1973, no dejó lugar a dudas sobre cuál sería su orientación política.
El ascenso obrero había debilitado al régimen al punto que no le quedó otra que recurrir a Perón, como única figura que podía disciplinar al movimiento de masas.
El centro de la política del nuevo gobierno de Perón con su esposa Isabelita como vicepresidenta y el pseudo fascista López Rega como figura central, fue imponer un Pacto Social para frenar las luchas obreras.
Echó a la izquierda peronista de la Plaza, llamándolos “inberbes”, y organizó la triple A: la Alianza Anticomunista Argentina. Una banda paramilitar fascista para atacar a las organizaciones obreras y populares de la izquierda, incluyendo la peronista.
Pero Perón no terminaría su tarea. Murió a menos de un año de asumir la presidencia.
Isabelita no tenía la fuerza ni la autoridad política para jugar el rol que la burguesía y el imperialismo requerían del gobierno, entonces fue desplazada por la dictadura de la Junta Militar, que perpetraría un genocidio en el país, matando a 30.000 personas para liquidar a la vanguardia de la clase trabajadora.
Nuestra corriente, junto a miles de honestos militantes de la izquierda peronista enfrentaron la dictadura, pero el grueso de la dirección política del Partido Justicialista y de la burocracia sindical se hizo a un costado, o peor, colaboró con la dictadura, incluso entregando listas de militantes para ser desaparecidos.
La dictadura finalizaría en 1983 y el peronismo volvería al gobierno en 1989 con Carlos Menem. Este ganó las elecciones con una campaña que prometía “salariazo” y “revolución productiva”, pero asumió e implementó una política descaradamente neoliberal.
Privatizó los trenes, los servicios públicos, la aerolínea nacional, el petróleo y todo lo que se podía entregar; flexibilizó las regulaciones laborales y el comercio internacional; y estableció lo que llamaba “relaciones carnales” con el imperialismo yanqui.
El rol de las conducciones peronistas en la dictadura y el desastre neoliberal y cipayo de Ménem debilitó mucho la relación orgánica que el peronismo había mantenido con el movimiento de masas durante décadas.
Y el Argentinazo de 2001 le dio otro golpe.
El bipartidismo argentino no se recuperaría de esa revuelta popular que volteó al presidente radical De la Rúa y a cuatro presidentes más en dos semanas.
Tanto el Partido Radical como el justicialista quedaron fracturados y deslegitimados.
La izquierda revolucionaria avanzó en ese período, pero no logramos transformarnos en una alternativa de masas.
El kirchnerismo, surgido de las propias filas del peronismo, apareció como un proyecto burgués para frenar el giro a izquierda que se había producido.
Para llegar al poder en 2003 y estabilizarse, tuvo que diferenciarse del propio Partido Justicialista y construir un frente de diversos sectores políticos.
Adoptando algunas banderas del movimiento de masas y dando algunas concesiones.
Aunque ilusionó a mucha gente y empleó un doble discurso de centro izquierda y crítico del imperialismo, el kirchnerismo mantuvo y profundizó el modelo económico dependiente y extractivista de la Argentina.
Por los altos precios de los commodities, tuvieron una situación económica inmejorable para implementar cambios de fondo, mejorar la situación del pueblo trabajador e industrializar el país.
En cambio de eso, pagaron más deuda externa que cualquier gobierno anterior, expandieron la megaminería y el monocultivo de transgénicos para la exportación.
Incluso en el terreno de los derechos humanos, dejaron mucho que desear.
Por la presión de la lucha social tras el argentinazo, reiniciaron los juicios contra los represores de la dictadura, pero siguieron reprimiendo cuando los capitalistas lo necesitaron e intentaron avanzar en la recomposición de las fuerzas armadas, incluso poniendo a un represor como Milani al frente de las mismas.
Durante sus gobiernos, se lograron conquistas como el matrimonio igualitario y la identidad de género, pero esto también es mérito de las luchas, no del gobierno de los Kirchner, que en sus 12 años trabaron la ley de aborto legal, seguro y gratuito.
Cuando bajaron los precios de los commodities, el kirchnerismo, por supuesto, comenzó a ajustar a los trabajadores y el pueblo. Esto le abrió la puerta al gobierno del Macri y el Pro, que durante cuatro años profundizaron el ajuste.
Cuatro años en los que el kircherismo y la burocracia sindical peronista hablaron mucho contra Macri, pero jugaron para salvarlo cuando la movilización se lo podía llevar puesto, como sucedió a fines de 2017, cuando cientos de miles nos movilizamos para enfrentar la Reforma Previsional y logramos frenamos la Reforma Laboral.
Ahora ha vuelto al gobierno un peronismo reunificado, en un frente de diversos sectores que hasta hace poco se mataban entre sí, acusándose de corruptos y traidores, con el kirchnerismo en el asiento de acompañante y Alberto Fernández al volante.
Supuestamente venían a revertir la entrega y el ajuste de Macri. Desde que llegaron, priorizaron la deuda externa y administran la pandemia sin tocar los intereses de las corporaciones mientras se derrumba la economía popular, con 41% de la población y 63% de los niños debajo de la línea de la pobreza.
Poco y nada de la mística del peronismo del 45 queda en Alberto y el PJ de hoy, pero la trayectoria del movimiento histórico sirve para reafirmar que ninguna solución a los grandes problemas del pueblo argentino vendrá de esa fuerza política.
La tarea impostergable para encontrar esas soluciones pasa por recuperar la independencia política de la clase trabadora en la Argentina.
Y esto sólo es posible con la izquierda, con un programa anticapitalista y socialista, y una orientación revolucionaria.
Esa es la alternativa que estamos construyendo desde el MST en el FIT Unidad en nuestro país.