Compartimos el informe realizado por nuestro compañero Alejandro Bodart en la última edición de Panorama Internacional el programa de la Liga Internacional Socialista.
La reciente elección en Estados Unidos ha tenido la atención del mundo entero.
Antes de analizar el significado del resultado y la tareas y debates que se nos plantean a los socialistas revolucionarios, nos queremos detener en un breve repaso sobre la rica historia de la lucha de clase en este país, ya que es prácticamente desconocida por gran parte de los luchadores que están al frente de las rebeliones que recorren el mundo.
El levantamiento que sacudió Estados Unidos tras el asesinato de George Floyd aparece como una novedad en un país al que acostumbramos ver como máximo ejemplo de la estabilidad social.
También sorprende la popularidad masiva que ha alcanzado el socialismo, con la mayoría de los jóvenes prefiriéndolo al capitalismo, en el país conocido por ser el centro mundial del imperialismo capitalista.
Sin embargo, la lucha de clases y el movimiento socialista en Estados Unidos tienen una riquísima historia, incluso fechas claves de la lucha de clases mundial como el Primero de Mayo y el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, tienen su origen en las luchas de la clase obrera estadounidense.
El capitalismo yanqui se construyó sobre la base del despojo territorial y genocidio de los pueblos originarios y la esclavitud masiva de africanos y sus descendientes.
Hizo falta una revolución, que culminó con la Guerra Civil de mediados de siglo XIX, para acabar con la esclavitud institucional.
Aunque incluso después de la emancipación, los negros fueron sometidos al brutal régimen de segregación y persecución legal conocida como Jim Crow en los estados del sur.
El racismo estructural es una característica central del capitalismo yanqui desde sus inicios, y le ha resultado increíblemente efectivo a la burguesía como arma para mantener a los trabajadores divididos.
Ha sido un eje de la lucha de clases hasta nuestros días.
Tras el triunfo de la burguesía del norte en la Guerra Civil, esta impulsó el mayor ritmo de crecimiento económico de la historia de la humanidad, y lo logró en base a la super-explotación de trabajadores blancos, negros, chinos e inmigrantes europeos.
La revolución industrial en Estado Unidos fue vertiginosa. Las industrias del acero, el petróleo, el ferrocarril y los bancos permitieron a un puñado de empresarios, como Rockefeller, Gould, Morgan y Carnegie, acumular fortunas multimillonarias y un poder político supremo.
Los métodos inescrupulosos de estos magnates para acumular y defender sus negocios: estafa, extorsión, soborno, robo y violencia.
Esto les ganó el título de “barones ladrones”. Son los progenitores de la moderna burguesía imperialista yanqui que aún domina el mundo.
Nada de esto se logró sin resistencia. La “era dorada” de los barones ladrones también es la del surgimiento de las primeras organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera.
La lucha por las ocho horas que dio origen al Día Internacional de los Trabajadores tras la revuelta de Haymarket en Chicago en 1886, fue la culminación de una oleada de huelgas combativas dirigidas por revolucionarios anarquistas y socialistas.
A fines de siglo XIX se consolidaron los primeros sindicatos nacionales en la primera federación obrera, la AFL, y en 1901 se fundó el Partido Socialista de América dirigido por Eugene Debbs.
Este sacaría millones de votos, incluso con su candidato presidencial preso por oponerse a la participación de Estados Unidos en la Guerra Mundial.
La entrada de Estados Unidos en esa guerra, y el triunfo de la Revolución Rusa a fin de ese año, provocaron un nuevo ascenso en la lucha de clases.
La huelga general de Seattle en 1919 inició como un acto de solidaridad con el estado bolchevique, cuando los trabajadores portuarios impidieron que zarparan buques con armas destinadas al Ejército Blanco contrarrevolucionario en la URSS.
El paro portuario se transformó en una huelga general de 65.000 trabajadores que tomaron el control de la ciudad durante 6 días, en solidaridad con el gobierno soviético y por sus propias reivindicaciones.
El Partido Socialista después de Debbs quedó en manos de dirigentes reformistas que condenaron la Revolución Rusa, por lo cual un sector rompió y fundó el Partido Comunista en 1919.
Uno de sus dirigentes, James Cannon, tras conocer las críticas de Trotsky al proceso de burocratización de la URSS, fundaría el primer partido trotskista del mundo: La Liga Comunista de América, que luego daría paso al SWP o Partido Socialista de los Trabajadores.
La Gran Depresión que inició con el crack de la economía en 1929 fue un golpe durísimo para la clase trabajadora estadounidense. Para 1933, un tercio de la mano de obra estaba desocupada y millones de trabajadores se hundían en la miseria y el hambre.
Pero esto provocó una reacción desde abajo que resultaría en las conquistas más importantes que haya conseguido la clase obrera de Estados Unidos en la historia.
En 1934, tres huelgas históricas marcaron una nueva situación. La huelga automotriz de Toledo fue conocida por la batalla campal que sostuvieron 10.000 trabajadores contra 1.300 soldados de la Guardia Nacional, y que salieron ganando a pesar de dos muertos y más de 200 heridos.
La huelga portuaria de San Francisco terminó con una huelga general de 4 días en los que la policía y el gobierno huyeron y los trabajadores manejaron la ciudad antes de ganar todos los reclamos de la huelga.
Mientras tanto, en Minnesota una huelga de camioneros dirigida por los trotskistas de la Liga Comunista de América también evolucionó hacia una huelga general que terminó ganando el grueso de los reclamos de la lucha.
Los tres triunfos de 1934 iniciaron un ascenso generalizado de la clase obrera industrial, que entonces no estaba sindicalizada, ya que los gremios de la AFL se organizaban por actividad no por industria, dejando afuera a la mayoría de los trabajadores descalificados de la producción industrial.
En 1935, una ruptura de la AFL fundó el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) con el objetivo de sindicalizar las automotrices, siderúrgicas y otras industrias.
En pocos años, y al calor de las luchas, el CIO organizó a millones de trabajadores en las principales industrias del país.
Tal vez la más importante fue la sindicalización de las automotrices, que se logró con una serie de largas huelgas con ocupación de las fábricas en 1936.
La oleada de huelgas y ocupaciones cambió la relación de fuerzas entre la burguesía y la clase obrera por un período que duraría décadas. Se conoce como la era del New Deal, en la que se ganó el derecho legal a la sindicalización y la negociación colectiva, el sistema previsional público, regulaciones y protecciones laborales, entre otras conquistas.
En el plano político, el Partido Comunista pegó un salto monumental. Estuvo a la cabeza de las principales luchas, era la corriente más importante en la dirección del CIO y llegó a organizar a cientos de miles de militantes.
Lamentablemente, la política estalinista del frente popular lo llevó a apoyar el gobierno de Roosevelt, y a adoptar una política directamente contra las huelgas una vez que empezó la Segunda Guerra Mundial.
La política efectivamente pro-patronal del PC durante la guerra lo aisló de la base obrera, lo que permitió que los sectores anticomunistas los echaran de la dirección del CIO durante el Macartismo de la posguerra.
La guerra fría le sirvió a la burguesía para pasar a la ofensiva contra el movimiento obrero. El Senador Joseph McCarthy encabezó una caza de brujas contra militantes comunistas y activistas de todo tipo en los sindicatos, las plantas de trabajadores estatales, la industria de entretenimiento y el ámbito académico.
El macartismo logró liquidar, no solo a los comunistas, sino a todo el activismo radicalizado de los sindicatos, un golpe del cual el movimiento obrero estadounidense tardó décadas en recuperarse.
En los años 50 y 60, los negros del sur se levantaron contra la segregación, los linchamientos y la opresión estatal que venían padeciendo desde la abolición de la esclavitud legal. Con acciones radicales de boicot y ocupaciones, y masivas marchas, lograron la Ley de Derechos Civiles en 1964, que prohibió la discriminación y la segregación, y la Ley de Derecho del Voto en 1965, que impuso el control federal de las elecciones para garantizar el derecho del voto a las minorías oprimidas.
Estos triunfos, combinados con la influencia del ascenso mundial de la lucha de clases a partir de la revolución cubana, radicalizaron al movimiento negro en Estados Unidos y contagiaron a otros sectores de la sociedad.
El asesinato de Martin Luther King Jr. en 1968 desató una ola de rebeliones de los negros en cientos de ciudades del país.
El mismo año la ofensiva vietnamita expuso que el ejército yanqui estaba empantanado y perdiendo una guerra a la que hasta entonces pocos le habían prestado atención.
Surgió un masivo movimiento contra la guerra, encabezado por un estudiantado radicalizado, que enfrentó al establishment de Washington.
La rebelión llegó a las filas del ejército, que sufrió una ola de motines, deserciones y asesinatos de comandantes, que colaboró con la derrota de Estados Unidos ante el pueblo vietnamita en 1975.
Se alzó el movimiento LGBT a partir de la rebelión de Stonewall en 1969, y el movimiento feminista que, con una nueva ola masiva, conquistó el derecho al aborto en 1973.
El Partido Comunista, quebrado por el Macartismo, y desprestigiado por su apoyo a los demócratas y su asociación a las atrocidades del estalinismo, no jugó un rol en el ascenso del 68.
En la vanguardia surgió lo que se llamaría la nueva izquierda, fundamentalmente asociada al maoísmo, aunque el SWP trotskista también tuvo un rol destacado en el estudiantado.
La expresión política más importante del período vino del sector más radicalizado del movimiento de los negros, las Panteras Negras.
Nacido como grupo de auto defensa ante el abuso policial, la organización llegó a organizar a decenas de miles de militantes, bajo un programa que defendía la revolución socialista, con milicias armadas y un periódico con una circulación de 250.000.
Lamentablemente, la nueva izquierda no logró empalmar con la clase obrera. Las organizaciones mayoritarias en la vanguardia giraron hacia el maoísmo, incluyendo las Panteras Negras.
Veían a la clase obrera atrasada y privilegiada, y no como un sujeto revolucionario. Mirando en cambio hacia los sectores oprimidos y los movimientos tercer mundistas. Esta debilidad los aisló y permitió al régimen encarar una feroz contraofensiva, asesinando y encarcelando a los principales dirigentes y desarticulando Panteras Negras.
La clase obrera, debilitada desde la ofensiva macartista y en manos de una burocracia sindical subordinada al Partido Demócrata, no participó como tal en el ascenso, que fue derrotado mediante la cooptación y la represión a lo largo de los 70.
Con el reflujo de los movimientos de los 60 y 70, la burguesía encabezó una contraofensiva, la llamada revolución conservadora de Ronald Reagan, y comenzó la avanzada del neoliberalismo que exportaría al resto del mundo a lo largo de los 80 y 90.
En Estados Unidos, implicó un ataque permanente a la clase obrera. Así se fueron desmontando las conquistas de los años 30; reduciendo los sindicatos al punto de tener menos del 6% de los trabajadores del sector privado sindicalizados; y liquidando el grueso de la industria para trasladarla a países con mano de obra más barata.
Aunque fue un gobierno republicano que inició este giro, el corrimiento a derecha fue del conjunto del régimen bipartidista de Estados Unidos.
El bipartidismo yanqui ha gobernado ininterrumpidamente desde la Guerra Civil.
Aunque se han modificado sus bases sociales, los demócratas y republicanos se han alternado en el gobierno desde entonces.
Los primeros pasaron de ser el partido de los esclavistas del sur, a adoptar un perfil ligado a los sindicatos y de defensa del Estado de bienestar, desde la Segunda Guerra Mundial y el New Deal.
Los segundos nacieron como partido abolicionista ligado a la burguesía liberal del norte, y se ha corrido hacia la derecha conservadora.
Ambos son partidos integralmente de la burguesía imperialista.
Trump expuso de la manera más cabal la esencia del Partido Republicano, defensor descaradamente clasista, racista y misógino de los intereses de la burguesía imperialista.
Pero los demócratas son representantes directos de esa misma clase. Sus legisladores han acompañado las peores políticas de los gobiernos republicanos, y sus gobiernos han avanzado las mismas políticas.
Han jugado un rol nefasto en la cooptación de los movimientos sociales a lo largo de la historia.
Bernie Sanders es el más reciente en una larga lista de candidatos que canalizan la movilización de millones hacia una estrategia de ganar las primarias demócratas y cambiar al Partido Demócrata desde adentro, para luego apoyar al candidato que el aparato termine imponiendo.
En este caso es Biden, un hombre del riñón de la burguesía imperialista, que ni siquiera disimula su oposición a las políticas progresistas que se hicieron masivas con la campaña de Sanders.
Ganó la elección gracias al mérito central de no ser Trump, pero no va a tardar en decepcionar.
Por eso la tarea política central en Estados Unidos pasa por la construcción de un partido independiente de la clase trabajadora.
El Partido Comunista de los 30 dilapido la oportunidad cuando la tuvo, integrándose con el tiempo al propio Partido Demócrata.
Las Panteras Negras intentaron construir un partido independiente, pero separados de la clase obrera, y fueron derrotados.
Es SWP, por su parte, se hizo castrista en los 80 y abandonó la tarea. Y la principal organización trotskista que se había construido desde entonces, la ISO, se disolvió el año pasado.
Le queda a las nuevas camadas de militantes revolucionarios resolver esta tarea fundamental.
Por suerte, tienen las mejores condiciones en décadas para encararla.
Tras décadas de derrotas, desmovilización y retroceso en la lucha de clases, hoy estamos viendo un ascenso monumental, a la par de una crisis sin precedentes del régimen político yanqui.
El estallido de la crisis económica de 2008 liquidó la ilusión del paraíso capitalista, especialmente para los propios trabajadores de Estados Unidos.
El movimiento de Occupy Wall Street en 2011 fue una primera expresión de la radicalización que comenzaba.
La pueblada de Ferguson y el surgimiento de Black Lives Matter en 2014 expusieron la continuidad del racismo institucional y desataron un movimiento de masas que estalló en rebelión social tras el asesinato de George Floyd hace unos meses.
Las mujeres volvieron a las calles masivamente con el Me Too y contra Trump desde su asunción.
Mientras tanto, la clase obrera se fue reactivando, llegando a un punto alto con las huelgas docentes de 2019, organizadas por fuera de los sindicatos burocráticos, a pesar de leyes que criminalizan los paros, movilizando a decenas de miles y logrando los primeros triunfos de la lucha obrera en largos años.
Y desde 2016, con la campaña presidencial de Bernie Sanders y el crecimiento de los Democratic Socialists of America, el DSA, se expresa una profunda radicalización, especialmente entre los jóvenes, una mayoría de los cuales reivindica el socialismo.
Todo esto, al mismo tiempo que se produce una radicalización también en la derecha y el régimen intenta avanzar contra derechos elementales, profundizando la polarización social que agudiza la lucha de clases.
La elección presidencial confirma la decadencia del régimen político yanqui, deslegitimado y sin respuestas para la mayoría, e indica una profundización de las luchas y la polarización.
En ese escenario, la Liga Internacional Socialista en Estados Unidos trabaja para reagrupar fuerzas militantes revolucionarias, intervenir en la lucha de clases y construir el partido revolucionario que tanta falta hace.