En el año 2000, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante, para “… seguir tratando de asegurar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos los migrantes.” Según la ONU, hay 272 millones de personas migrantes en el mundo, un 80% más que hace 20 años, pero tan sólo es el 3,5% de la población mundial. Alrededor de 31 millones de los migrados son niños que, en muchos casos, se encuentran solos.
Más allá de las declaraciones y las formalidades no hay nada que celebrar y sobran los motivos para denunciar. Migrar es un derecho humano elemental, ya sea para buscar mejores condiciones de vida, como para huir de la guerra, de la persecución política, de la tortura, de la miseria o de cualquier horror democrático o social. Sin embargo, la Unión Europea, Estados Unidos y otras potencias mundiales ejercen un brutal control migratorio que genera el sufrimiento y la muerte de personas en su intento de cruzar las fronteras.
En 2019 la OIM estimó que ese año 3.160 personas migrantes habían muerto o desaparecido en todo el mundo. Vergonzosamente, los límites de las supuestas “democracias avanzadas” en los “países del Primer Mundo” son el escenario de una barbarie antihumana. El Mediterráneo es una fosa común de migrantes africanos, con aproximadamente 20.000 muertes en los últimos siete años. La “Ruta del Atlántico” hacia Canarias por la que navegan cada vez más pateras improvisadas, con más personas desesperadas, también se está transformando en destino final de muchas vidas. Lo mismo sucede con una gran cantidad de venezolanxs que naufragan al intentar llegar a Trinidad y Tobago.
La Unión Europea, lejos de tender una mano solidaria al que llega, se ha transformado en una fortaleza cuyos gendarmes son los gobiernos, la derecha y la ultraderecha. Con distinta intensidad y bajo variadas formas, rechazan los rescates en alta mar, cierran puertos, ejecutan devoluciones de personas “en caliente” y promueven o permiten criminales políticas xenófobas. El imperialismo europeo también delega el control represivo de sus propias fronteras en terceros países como Libia, Turquía, Marruecos o Níger.
Con Donald Trump como presidente, Estados Unidos también ha disputado el primer lugar en el horror, como el muro en la frontera con México donde mueren centenares de personas al año y las brutales medidas adoptadas contra los migrantes, principalmente provenientes de América Latina. Otro drama humanitario tiene como víctimas a los refugiados. Según los datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para lxs Refugiados (ACNUR), existen 70,8 millones de personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares, de las cuales 25,9 millones son refugiados fuera de las fronteras de sus países de origen. Sólo para tomar algún ejemplo, de Siria, Afganistán o Sudán del Sur han huido más de 11 millones de personas, algunos de los cuales viven en precarios campos, como los montados en Grecia.
Las personas que logran llegar y permanecer en su destino, son sometidas a una brutal explotación, son señaladas y perseguidas, los menores son internados, los derechos democráticos y sociales son cercenados. Los sectores de la derecha y la ultra son los principales cultores de la xenofobia, mientras la socialdemocracia y la centroizquierda reformista hacen declaraciones y toma medidas parciales, que no resuelven ninguno de los problemas de fondo. En países como España, donde gobiernan la coalición PSOE-UP se hagan deportaciones y exista la ley de extranjería como herramientas que van contra los derechos humanos. No es casualidad que en ese país aún no se haya esclarecido la muerte del nicaragüense Eleazar Blandón, que fue abandonado desde una furgoneta en la puerta de un centro de salud de Murcia, donde trabajaba como jornalero es condiciones deplorables. Que Fátima, una temporera de las fresas, de origen marroquí, haya sido abandonada hasta su muerte en Huelva, una vez que sus patrones explotadores supieron que padecía cáncer. Ni que, en el incendio de una nave en Badalona, haya causado la muerte de personas inmigrantes y pobres. Todas estas calamidades sobre los más vulnerables se han profundizado con la pandemia y la crisis sanitaria, económica y social.
Al mismo tiempo, los inmigrantes se organizan y reciben la solidaridad movilizada de millones de personas en todo el mundo, que exigen el respeto a los derechos humanos y sociales y que sostienen que “ninguna persona es ilegal”. El problema de fondo es el sistema capitalista-imperialista, con sus fronteras nacionales creadas para dividir a los trabajadores y los pueblos, para explotarlos y oprimirlos. Hay que derrotar a este sistema para que no conduzca a la humanidad hacia la barbarie. Desde la Liga Internacional Socialista apoyamos los reclamos de los inmigrantes, sus luchas y el reconocimiento pleno de sus derechos; que sólo llegará plenamente de la mano de un sistema distinto, justo y solidario: el socialismo con democracia en un mundo sin fronteras.