Se consumó un divorcio bajo reglas burguesas, alejado de las necesidades populares.
Por Rubén Tzanoff
La Unión Europea (UE) se fundó en 1993 con 28 miembros. En 2016 el Reino Unido (RU) llevó cabo el referéndum mediante el cual decidió su salida del bloque, en el proceso conocido como Brexit. Desde ese momento, Bruselas y Londres transitaron por una montaña rusa de negociaciones, amenazas y crisis. A principios de 2020 consiguieron fijar un plazo de transición para arribar a un acuerdo, con la fecha límite el 31 de diciembre del mismo año. Finalmente, el 24 de diciembre, firmaron las condiciones de sus futuras relaciones comerciales. El acuerdo entrará provisoriamente en vigor a partir del 1º de enero de 2021, hasta su aprobación definitiva en el Parlamento Europeo.
Caos, entendimiento, recelos e interrogantes
El último tramo del vertiginoso recorrido en común fue un caos, con incertidumbres, presiones internas, miles de camioneros atrapados en el puerto británico de Dover por el cierre de la frontera francesa y por la expansión de la nueva cepa del coronavirus descubierta en RU.
Los intereses económicos en danza son cuantiosos, se trata de un flujo de mercancías anual de 500 mil millones de euros que transita entre la isla y el continente. Con relación a la pesca, el último punto en llegar a un acuerdo, Londres accedió a permitir la entrada de la flota continental en aguas de su influencia a cambio de la cesión del 25% del valor de las capturas a las pesqueras británicas, con una transición de cinco años y medio para negociar las cuotas. La UE compensaría las pérdidas de los pescadores europeos con un fondo de 5 mil millones de euros.
Las nuevas regulaciones establecen que el RU abandonará definitivamente el mercado común y la unión aduanera, pero habrá una apertura de los mercados recíproca y total. “Las empresas británicas tendrán acceso ilimitado a un mercado de 450 millones de personas. Y las empresas europeas podrán seguir comerciando con el Reino Unido en las mismas condiciones que en la actualidad, lo que mantiene abierto un mercado al que destinan el 18% de sus exportaciones extracomunitarias”. Hay otros puntos que configuran lo que en líneas generales todos aceptan como un “divorcio amistoso”.
Ambos bandos quedaron satisfechos con el “equilibrio” alcanzado al borde del abismo. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, expresó con alivio: “Por fin podemos dejar el Brexit atrás”. Por su lado, el primer ministro británico Boris Johnson (Partido Conservador) afirmó “…hemos recuperado el control de nuestras leyes y de nuestro destino, de un modo completo y sin restricciones”. Más allá de las coincidencias, establecieron mecanismos de vigilancia mutua y represalias en caso de incumplimientos. La UE recela de que Johnson conserve bajo la manga el otorgamiento ventajas competitivas a las empresas de bandera nacional. Por otro lado, en un divorcio disputado como éste, donde prima la desconfianza, ya se verá qué correlato hay entre los papeles firmados y la realidad económica, más aún en los puntos de acuerdo forzados a los que arribaron o quedaron en el camino con la pesca, Gibraltar, el mercado financiero e Irlanda del Norte.
La UE no tiene arreglo
El bloque imperialista intenta recuperarse de la crisis política que atraviesa desde hace tiempo, sobredimensionando el resultado de sus intervenciones. El fondo de recuperación le dará aire a la economía europea, pero no es una muestra de la “refundación de la UE con un proyecto solidario” como lo han presentado. El acuerdo por el Brexit es importante, pero no hace desaparecer mágicamente los impactos económicos del des anclaje con uno de los socios fundacionales del bloque desde hace décadas, cuando no tenía la composición contemporánea. En esta etapa del capitalismo no están planteadas medidas que impliquen una recuperación estable, sólida, duradera y real de la producción, porque domina la especulación, al final el dinero volverá al circuito financiero que provoca las crisis cíclicas y habrá más ajustes y recortes.
Vergonzosamente, los funcionarios también se jactan por el inicio de la distribución y aplicación de la vacuna Pfizer. Sin embargo, no hay inyección que pueda esconder el alto costo en vidas que causaron las imposiciones de “austeridad”, los recortes en salud, las privatizaciones, las respuestas descoordinadas, insuficientes, injustas y autoritarias durante la pandemia. La UE es un bloque imperialista al servicio de los poderosos y el capitalismo. Aunque la maquillen no tiene arreglo.
Pesadilla británica
Más allá de las legítimas aspiraciones populares, el Brexit terminó siendo dominado por una percepción elitista del RU en el escenario mundial, bajo el imaginario de un resurgir imperial británico. Lo concreto es que: los trabajadores sufren la precariedad laboral, los precios suben, los salarios están estancados -en el sector público desde el 2008- y la huelga general está ilegalizada. El pueblo está cada vez peor: dos millones de personas no pueden alimentarse por sí mismas, dependen de la buena voluntad de las personas que donan alimentos y el 33% de los niños de la clase trabajadora e inmigrantes se acuesta sin comer o insuficientemente alimentados. La bronca va en aumento, como la necesidad de que los sindicatos encabecen la lucha.
Con el Covid-19 y la incidencia de los contagios con las nuevas cepas, se han manifestado más claramente las desigualdades sociales arraigadas en el estado británico: una persona pobre o inmigrante tienen cuatro veces más probabilidades de contagio y muerte. El gobierno ha utilizado la pandemia para distribuir contratos a sus amigos, mientras que la burguesía la ha aprovechado para seguir enriqueciéndose.
Las aspiraciones de los poderosos alimentan el nacionalismo, el racismo, la misoginia y el ataque a los inmigrantes. El proyecto encabezado por Boris Johnson tiene similitudes con el de Margaret Thatcher de los años ´80, mientras que, desde la derrota de Jeremy Corbyn, el Partido Laborista no es opositor sino un firme defensor del sistema. Las bravuconadas de Boris Jonhson no son para recuperar “soberanía popular” como lo intenta hacer creer, sino para garantizar las ganancias de los burgueses británicos, sus intereses económicos y políticos.
La experiencia del Brexit deja una conclusión: para que arribe a buen puerto, la ruptura con el bloque imperialista de la UE debe ser encabezada por la clase trabajadora y los sectores populares, con una agenda de lucha para satisfacer sus necesidades sociales, democráticas y políticas; y no los intereses de los ricos y poderosos.
Hay que tomar un nuevo camino
Los funcionarios están terminando de delinear el “post Brexit” y la “nueva normalidad”, pero es claro hacia donde se dirigen. Tanto en la Unión Europea como en el Reino Unido, los gobiernos se abocarán a que sean los trabajadores y los pueblos los que paguen las consecuencias de la crisis sanitaria, económica y social. Las ayudas de Bruselas llegarán a los países miembros generando más deuda, sosteniendo o profundizando reformas laborales reaccionarias, atacando las pensiones y los servicios públicos, para favorecer a las empresas del IBEX35. Ante el panorama que presenta la continuidad de la crisis capitalista, no se puede depositar expectativas en el accionar de los burgueses.
Hay que confiar en la lucha de la clase trabajadora y los pueblos que se rebelan en todo el mundo. En Francia, las movilizaciones de los “chalecos amarillos”, las huelgas generales y los enfrentamientos contra el gobierno y el régimen, proyectan la imagen de un continente que acumula contradicciones, desigualdad social y en la que crecen las respuestas de lucha.
En Europa, las diferencias entre los partidos socialdemócratas, de derecha y ultraderecha, se licuan cuando se trata de sostener al capitalismo, que es un sistema de explotación, opresión, destructor del hombre y la naturaleza. Es necesario diferenciarse claramente de los reformistas cultores del “mal menor”, de los “europeístas” y de los “euroescépticos”; para poner de pie una tercera opción, de izquierda, de independencia de clase, consecuente con la movilización y la construcción de organizaciones revolucionarias, con la estrategia de que gobiernen los trabajadores en el socialismo con democracia obrera. En definitiva, el socialismo es el único sistema que puede liquidar la explotación del hombre por el hombre, la opresión, la destrucción de la naturaleza y de la propia humanidad.