La pandemia por Covid-19 no sólo produjo la más grande crisis económica mundial del capitalismo. Puso también al descubierto muchas de las miserias del sistema. Falla en los sistemas de salud, con años de desinversión desde investigación, infraestructura hospitalaria y personal. Y ahora, salta a la luz la lucha por las patentes de las vacunas, central en las ganancias de los grandes grupos farmacéuticos, que ven en la pandemia, el miedo, la enfermedad y la muerte una enorme oportunidad para hacer negocio.
Por Gerardo Uceda
Casi desde su inicio, la pandemia por Covid-19 se perfiló como el detonante de dos crisis simultáneas, la lógica y más o menos esperada crisis sanitaria y la otra no tan esperada crisis económica. Pero el transcurrir de los primeros meses del 2020 dejó en evidencia que ambas tomarían dimensiones históricas. En lo sanitario puso en evidencia que el sistema capitalista aún en los países más avanzados y ricos del mundo atravesaba una crisis crónica, que se manifestaba en años de desinversión en salud, desde abandono de líneas de investigación que podrían haber adelantado conocimiento sobre el coronavirus, hasta cosas más concretas como falta de personal de salud e infraestructura hospitalaria en sectores críticos, por citar algunos ejemplos. En el otro extremo la crisis económica desencadenada se perfila como la más importante en la historia del capitalismo mundial en todos sus siglos de existencia, con parálisis de economías, transportes, millones de trabajadores perdiendo sus trabajos, empresas fundidas y una recuperación que está lejos de avizorarse.
Es en este contexto que se puede entender la disputa y hasta la pelea de los grandes grupos farmacéuticos y los gobiernos imperialistas por obtener una cura de la enfermedad. A sabiendas de que quien lo lograse podría obtener ganancias fabulosas y extraordinarias por encima de sus competidores. Mientras aún se testean distintas alternativas terapéuticas, estuvo siempre claro que el objetivo primario para controlar primero y erradicar después el Covid-19 era la obtención de una vacuna eficaz y segura para prevenir la infección. Y muchísimos laboratorios de distintos países, sobre todo los más ricos, se largaron en una desenfrenada carrera para obtener la vacuna. Como siempre en el capitalismo, la razón primera no fue la salud de la población mundial, ni siquiera el evitar la profundización de la crisis económica en general, los movía el afán de la ganancia pura y llana. En tiempo récord, menos de un año, ya hay en el mundo más de diez vacunas con grandes posibilidades de ser exitosas, 4 o 5 de ellas ya cuentan con estudios clínicos que prueban su eficacia.
Pero el problema en vez de empezar a resolverse se podría decir que recién comienza aquí. En las últimas semanas, de la mano de la lentitud con que va la producción de vacunas y por ende la imposibilidad de una vacunación masiva, acorde a las expectativas generadas, ha generado una crisis importantísima, sobre todo en la Unión Europea donde Alemania, el país rector y más rico de la misma, no puede explicarle a su pueblo la lentitud con la que se está vacunando, frente a una Inglaterra del Brexit con casi el 15% de su población vacunada. A tal punto que se citó a una cumbre urgente para tratar este tema en donde se planteó algo totalmente insólito y temido para el capitalismo, la posibilidad de la expropiación de las patentes o la concesión obligatoria de licencias para las vacunas. Veamos de qué se trata en realidad todo esto.
El curro de las patentes farmacéuticas
Por definición una patente farmacéutica es “el conjunto de derechos de exclusividad concedidos por un Estado (en general imperialista) al invento de un nuevo producto o tecnología farmacéutica, susceptible de ser explotado comercialmente, por un periodo limitado de tiempo (en general 5-10 años) a cambio de la divulgación de la invención”.
Traducido sería que los Estados imperialistas les garantizan a sus empresas que por años tendrán la exclusividad de la fabricación, distribución y venta de un medicamento o vacuna, sobre los que las empresas ponen los precios que ellos quieren, sin que nadie les pueda competir. O sea, una superganancia asegurada. Si bien las patentes industriales y en especial farmacéuticas existen desde hace muchos años, fue en la década de los ’90 que, guiados por el miedo a que la globalización y la velocidad de intercambio de conocimientos por internet les afectara sus ganancias, se reforzaron y endurecieron todos los términos y derechos referidos a las patentes. Todos los más poderosos gobiernos capitalistas del mundo estuvieron de acuerdo en proteger a sus empresas nacionales y multinacionales para preservarles sus ganancias. Pero no pudieron dejar de reconocer en los papeles que ante circunstancias excepcionales este derecho casi supremo de las empresas podría afectarse y así las patentes podrían ser expropiadas (es decir, los estados pedirle la fórmula y la forma de fabricación al inventor y divulgarla a otras empresas o al propio Estado para su fabricación mediante pago) o conceder la licencia de fabricación por un plazo determinado también para su fabricación por otras.
La pandemia con su grave doble crisis, hizo que desde el principio aparecieran algunas voces desde el propio capitalismo en este sentido, en mayo del 2020 el presidente de Costa Rica hizo una primera propuesta, que dado el alcance y el riesgo humanitario por el Covid -19 existiera la obligación de compartir soluciones, datos y tecnología para la lucha contra el coronavirus, ya se encendieron las primeras alarmas y sólo 40 países lo apoyaron. Pero la crisis sin soluciones de fondo siguió avanzando y Sudáfrica y la India ahora propondrán ante la OMC (Organización Mundial del Comercio) la exención de patentes para todas las herramientas médicas para tratar el Covid-19. Esto trajo aparejado un gran revuelo y todas las grandes farmacéuticas salieron al cruce, diciendo que “era falso y peligroso decir que las patentes o la propiedad intelectual son una barrera a la colaboración y producción de vacunas” como dijo el CEO de Pfizer a nivel mundial.
La crisis pega un salto
Pero no es hasta hace un par de semanas que la discusión toma estado público y aparece en los grandes medios de comunicación mundial. La razón es sencilla, le tocó sufrir las consecuencias a Alemania, el país más rico de la Unión Europea. Es que tuvieron que cerrar escuelas y comercios mientras la vacunación llega a cuentagotas por falta de producción. Y entonces las críticas arreciaron sobre Angela Merkel y su gobierno y son ellos ahora los impulsores de una iniciativa que va en el sentido de la expropiación de las patentes de las vacunas, obviamente con el firme rechazo y pataleo de todos los grandes laboratorios empezando por el propio Biongen alemán, pasando por Astra-Zeneca, Moderna y Pfizer, pero también incluyendo a los Estados de Rusia y China, también productores de vacunas que no quieren perderse las ganancias.
Es que las expectativas y propaganda que se hizo de la rápida obtención y disponibilidad de vacunas no condice con la realidad, ni siquiera en los países más avanzados del mundo. Sólo unos pocos países alcanzan niveles de vacunación más o menos aceptables como Israel que ya vacunó al 60% de su población, pero con una vacuna que no está del todo probada, EEUU que alcanza al 10% y Reino Unido con un 15% siendo el detonante de la crisis alemana. Muy por detrás están todos los países europeos y ni qué hablar del resto de los países del mundo, donde la disponibilidad de vacunas dependerá del dinero que tengan para comprarlas, de modo que los más pobres países de África y América Latina por ejemplo podrían estar en situación de no vacunar masivamente hasta más de 2 años, si se tiene en cuenta que los cálculos más optimistas para la poderosa Europa hablan de 6-9 meses para poder cubrir a su población.
El futuro peligra por la ambición capitalista
Pero el planteo del CEO de Pfizer en defensa de las patentes, y por ende la preservación de sus ganancias, choca con algo mucho más grave y profundo que los reclamos de Sudáfrica, India o incluso Alemania, que buscan asegurarse las dosis necesarias en tiempo y forma para sus poblaciones y así poder volver más rápido a un normal funcionamiento económico. Lo que está en juego, dada la magnitud de esta pandemia, es la salud mundial, donde queden países o continentes enteros sin vacunarse eficazmente, con enfermos y muertos de manera crónica y la posibilidad que en ellos existan mutaciones virales que resulten resistentes a las vacunas hoy disponibles y así generar un ciclo vicioso que haga peligrar en el futuro la salud mundial, incluida la de los países capitalistas avanzados. Y todo esto justificado solamente por la ambición de ganancia de las empresas farmacéuticas.
Anular las patentes ya
Desde Alternativa Salud y el MST en el FITU siempre hemos sostenido que la salud es un derecho inalienable, superior a cualquier ganancia privada. Por ello, para nosotros el conocimiento médico, sus avances, sus logros en cuanto a terapéutica, prevención o métodos de diagnóstico, deben ser propiedad intelectual de la humanidad y no pueden estar protegidos por ninguna patente ni ningún otro mecanismo que le asegure a ningún sector ganancias extraordinarias y exclusividad de producción. Y decimos esto para todo tipo de enfermedades desde el cáncer hasta el sida, desde la Malaria hasta las enfermedades cardiovasculares. Estamos en contra del aprovechamiento de la salud y la enfermedad como un negocio capitalista.
Pero en el caso de la pandemia por Coronavirus, la eliminación de todo tipo de patentes y resguardos de ganancias están de sobra justificados. A tal punto que lo empezó a plantear la OMS e incluso funcionarios de los países imperialistas como Alemania, que no ven salida si no hay una modificación en ese sentido.
En primer lugar, por la magnitud y envergadura de esta pandemia que pone en riesgo la salud, la vida y la subsistencia económica de miles de millones de personas a nivel mundial. En segundo lugar, porque es falso que las empresas hayan arriesgado capital e invertido años de investigación, como aluden, para asegurarse exclusividad. Es conocido por todos que fueron los Estados quienes aportaron por adelantado el dinero para su desarrollo, y las universidades públicas las que aportaron los conocimientos.
Especialmente en el caso de las vacunas rusas y chinas, donde la investigación y desarrollo se hizo en organismos estatales y se han transformado para el pesar de las farmacéuticas en poderosos competidores a la hora de vender vacunas en el mundo. De allí las críticas exageradas hacia ellas.
Por eso no sólo estamos a favor de la anulación de las patentes, sino que vamos más allá y decimos que hay que levantar de inmediato todas las restricciones al acceso al conocimiento médico con respecto a la prevención (vacunas), y tratamiento (sean curativos o de sostén) conformando una gran base de datos colaborativa a nivel mundial de los avances, conocimientos y experiencia para acelerar la cura del Covid-19.
Junto a esto exigimos una reconversión productiva mundial que garantice la producción y distribución a todos los países del mundo de los elementos de protección necesarios para la atención de pacientes. Sostenemos que es necesaria la unificación bajo control estatal de todos los subsistemas de salud públicos, privados y mixtos para garantizar la atención igualitaria de enfermos, avanzando a un sistema único universal. Solo con medidas de este tipo se podrá controlar y seguramente poner fin a esta pandemia. No existe justificación fundada en la ganancia del capital que pueda anteponerse a derecho a la salud de la población mundial.