Por Pablo Vasco
El presente conflicto empezó en abril, con la ofensiva israelí para desalojar a los palestinos de Sheik Jarrah, en Jerusalén Este. Aquí abordamos la actualidad, los debates que resurgen y nuestras propuestas políticas sobre Palestina, Israel y Medio Oriente.
Sheik Jarrah es un barrio palestino en Jerusalén Este, a unos dos kilómetros al norte del casco histórico o Ciudad Vieja, que a su vez está dividida en cuatro sectores. En el sector musulmán está la Explanada de las Mezquitas (ver mapa), que incluye la mezquita de Al Aqsa, el tercer sitio sagrado para la religión islámica. Este fue el escenario inicial del conflicto.
Los vecinos de Sheik Jarrah descienden de los refugiados palestinos que fueron expulsados de su barrio originario, Talbiya. Así como Israel apenas se fundó, en 1948, desalojó por la fuerza -entre tantos otros- a los habitantes de Talbiya, la justicia israelí viene persiguiendo a sus hijos, nietos y bisnietos con maniobras para quitarles sus viviendas y entregarlas a colonos sionistas.
El jefe de gobierno israelí, el primer ministro derechista Netanyahu, buscó adelantar los desalojos. Procesado en juicios por corrupción que podrían costarle hasta 10 años de cárcel, con crisis en su coalición gobernante y a punto de tener que dejar su cargo, buscó desviar la atención política con su operativo anti-palestino. Lo que Netanyahu no previó es que decenas de miles de palestinos y árabes saldrían a las calles y así lograron frenar los desalojos.
Como represalia, lanzó una serie de provocaciones y ataques a los palestinos, justo al inicio del mes de Ramadán, la principal celebración islámica. Primero intentó bloquear las entradas a la Explanada de las Mezquitas, donde miles de musulmanes rezan cada tarde durante el Ramadán. Hubo dos semanas de choques y la policía israelí tuvo que retroceder.
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Una provocación, mal calculada
No obstante, del 7 al 9 de mayo la policía volvió a atacar a las familias que rezaban en la Explanada. Querían desalojarlos de allí como sea, para que el lunes 10, aniversario de la invasión israelí de 1967 a Jerusalén, cuando cada año la derecha sionista recorre todas las zonas árabes de la ciudad gritando «muerte a los árabes», esa marcha desfilara ante la propia Explanada.
Como no pudo desalojarlos, el mismo 10 a la mañana la policía israelí volvió a reprimir con saña: irrumpió en la mezquita sagrada de Al Aqsa disparando tiros y gases, y causó más de 300 palestinos heridos. Aun así no pudo vencer la firmeza palestino-árabe y la marcha sionista se tuvo que desviar.
Desde Gaza, bajo la presión de la indignación popular ante la represión sionista, Hamas respondió con algunos misiles. Esa misma noche Israel empezó su andanada de bombardeos, en un duro enfrentamiento que duró once días, hasta el jueves 20 en que se pactó un alto el fuego. Los misiles israelíes se dirigieron contra población civil palestina y destruyeron edificios enteros, incluida la sede de las cadenas internacionales Associated Press (norteamericana) y Al Jazeera (árabe).
El balance de los muertos confirma la tremenda disparidad de fuerzas entre el Estado de Israel y Palestina: israelíes hubo 12 muertos (2 niños) y 150 heridos, mientras que palestinos hubo 232 muertos (65 niños) y más de 1.700 heridos. Pero ese alto costo humano no es toda la realidad palestina. Así como Netanyahu no previó que su plan de desalojos en Sheik Jarrah hallaría respuesta, el bombardeo israelí a Gaza desató una oleada de resistencia en todo el territorio de Palestina.
A diario hubo marchas masivas en Gaza, Cisjordania y todas las ciudades «mixtas» dentro del territorio que ocupa Israel. En algunas de ellas participaron grupos de israelíes pacifistas. El ascenso palestino incluyó una huelga general el 18 de mayo, que fue total. Esto afectó al propio Israel, ya que de sus nueve millones de habitantes dos millones son árabes, dentro de ellos más de un millón de palestinos. A la vez, en todo el mundo hubo acciones de solidaridad con Palestina.
Tregua, dudas israelíes y festejos palestinos
Con la presión internacional que abarcó hasta a Biden y la mediación del gobierno egipcio, el jueves 20 se firmó una tregua «provisoria e incondicional» entre el gobierno de Netanyahu y el gobierno gazatí de Hamas. Desde ya, este impasse es muy precario.
En ese marco, interesa analizar cómo quedan los contendientes al otro día del alto el fuego, en especial el estado de ánimo en ambas poblaciones. Según José Levy, el tradicional corresponsal de la CNN en Medio Oriente, de origen judío, hay «escepticismo» del lado israelí y «celebración» del lado palestino. En Gaza, Cisjordania-Jerusalén Este y muchas ciudades en territorio israelí, decenas de miles de palestinos y árabes salieron a cantar, bailar y reafirmar sus consignas de lucha. El agresor sionista fue frenado, lo cual lo debilita, en tanto que el pueblo palestino y su juventud salen fortalecidos.
El gobierno palestino lo ejerce Fatah, sector moderado de la OLP(1) que ya desde 1993 abandonó la lucha histórica por destruir al Estado de Israel y recuperar toda Palestina. Desde los Acuerdos de Oslo la OLP reconoce a Israel, en la ficticia línea de dos Estados. En los últimos años Fatah retrocedió aún más y sólo plantea derechos para los palestinos dentro de un único Estado: Israel. Además, desde 2005 el presidente palestino Mahmud Abbas viene postergando las elecciones, lo que alimenta el descontento popular.
Ante la traición de la OLP primero se fortaleció su ala radical, el FPLP(2). Como luego ese frente fue más ambiguo hacia Israel, creció la simpatía por Hamas(3): un partido palestino nacionalista e islamista que cuando surgió, en 1988, sostenía la lucha por toda Palestina. Pero desde 2017, y aun sin reconocer a Israel, Hamas acepta las fronteras palestino-israelíes de 1967: o sea, también retrocede a la propuesta de dos Estados.
En fin, mientras la dirigencia política palestina cada vez más se aleja de sus banderas de lucha históricas, el pueblo palestino y su nueva vanguardia juvenil combativa mantienen la Intifada, su legítima rebelión contra la dominación sionista y por la liberación de toda Palestina. La radicalización de las nuevas generaciones palestinas y su contagio a todas las masas árabes de la región es lo que temen Israel y sus socios, incluidas las burguesías árabes traidoras.
Antisionismo, nada que ver con antisemitismo
La primera acusación ante las críticas a Israel es la de antisemitismo. Enseguida genera un lógico rechazo, ya que evoca el horror nazi durante el Holocausto, que siempre repudiamos. Pero utilizar aquella persecución genocida contra los judíos para justificar la política anti-palestina de Israel es una burda falsificación.
En primer lugar, los pueblos semitas, término que no es de carácter racial sino lingüístico, no son sólo quienes hablan hebreo, sean de religión judía o no, sino también los 400 millones de árabes, incluidos los palestinos, que hablan árabe, y amplios sectores de Etiopía que hablan amhárico y tigriña, idiomas también semíticos. Por ende, antisemita es quien odia a cualquiera de esos pueblos.
Otra cosa totalmente ajena es ser antisionista, como sí lo somos quienes rechazamos el sionismo, el movimiento político que sostiene la prioridad de la comunidad judía por sobre todos los derechos de la población autóctona de Palestina, en su mayoría árabe y musulmana(4). En esa ideología supremacista y de apartheid o segregación racial, similar al nazismo, se basa la ocupación de Palestina y la persecución a su pueblo por el Estado israelí.
Con todo cinismo, desde 2016 el sionismo amplió su definición de antisemitismo. Según la IHRA (Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto), «es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto»5. Desde entonces, impulsa que los parlamentos de todos los países aprueben esa tergiversación. Más claro, agua: como la definición abarca a las instituciones, toda crítica al Estado de Israel y/o a sus organismos es manipulada como antisemita.
Dos demonios, dos Estados, dos falacias
Ante el conflicto israelí-palestino, Biden y todo el imperialismo se alinean con Israel. Alberto Fernández y otros gobiernos que se consideran progresistas, con sus matices, criticaron a ambos bandos. Pero aun así esta postura apunta a equiparar a opresores y oprimidos, así como en nuestro país la nefasta teoría de los dos demonios iguala al terrorismo de Estado con las acciones equivocadas de los grupos guerrilleros. En este caso, terrorismo de Estado hay uno solo: el de Israel.
En igual sentido, la supuesta solución de dos Estados, uno israelí y otro palestino, que coexistan en paz, se ha demostrado no sólo tramposa sino a la vez inviable. Basta mirar los cambios en el mapa desde que se fundó Israel para verificar su avance incesante sobre las exiguas áreas palestinas. Siempre con el aval político-militar del imperialismo yanqui y la OTAN, Israel incumplió más de 30 resoluciones de la ONU y jamás respetó frontera alguna.
Israel controla el agua, la electricidad, las rutas, el aprovisionamiento y el espacio aéreo de la Franja de Gaza y de Cisjordania. Gaza es como un gran campo de refugiados a cielo abierto y Cisjordania está cada vez más fragmentada, rodeadas ambas por muros y puestos de control militar israelí. Además intenta expulsar a los palestinos de Jerusalén Este para reemplazarlos por colonos sionistas, en un expansionismo sin límites.
Así, tanto la política de dos Estados como la de dos demonios son dos falacias funcionales a Israel.
¿Puede haber un Israel democrático?
Si ya en 1948 Israel nació como un Estado teocrático, la «patria judía», expulsando a los palestinos nativos, en 2018 se endureció. El 19 de julio de ese año el parlamento israelí (Knesset) aprobó una ley básica, de rango constitucional, que define a Israel como el Estado nacional del pueblo judío, impone el hebreo como único idioma oficial -ya no el árabe-, reconoce el derecho a la autodeterminación sólo a los judíos, considera como un interés nacional y alienta los asentamientos sionistas ilegales en áreas palestinas, y reafirma como capital israelí a Jerusalén entera.
Esto último violó hasta el histórico criterio de la ONU de al menos considerar palestina la zona Este de la ciudad compartida. Poco antes de la ley, en mayo de 2018, mientras Israel atacaba Gaza, Trump mudó la embajada yanqui de Tel Aviv a Jerusalén, alentando a los sionistas.
El diputado derechista autor de dicha ley, Avi Dichter, no dejó dudas sobre su objetivo: «Hoy estamos consagrando este importante proyecto como ley para evitar incluso el más mínimo pensamiento, y mucho menos el intento, de transformar a Israel en un país de todos sus ciudadanos»(6). Una verdadera oficialización de la política sionista de limpieza étnica anti-palestina y anti-árabe que dura hasta hoy.
No cabe ninguna expectativa de que sea posible una «democracia» real en el Estado de Israel, para que toda persona goce de iguales derechos y libertades. Su legislación consagra la discriminación(7).
Por eso, por ejemplo, es hipócrita la campaña de contrastar los derechos de la diversidad sexual en Israel con el oscurantismo islámico, que sí existe en algunas de sus ramas, en varios países árabes. Como bien se señala desde la Federación Argentina LGBT, «como LGBTI+ denunciamos el pinkwashing del Estado opresor y pro-imperialista de Israel para ocultar su política de apartheid, limpieza étnica y genocidio contra el pueblo palestino. Ningún pueblo que oprime a otro es libre ni democrático»(8).
Es imposible entonces soñar con «democratizar» un Estado como el de Israel, opresor por su propia génesis y naturaleza.
Con Israel no hay ni habrá paz
La lucha por la liberación efectiva de Palestina y el retorno de todos los refugiados a sus territorios ancestrales implica la tarea no menor de desmantelar por completo el Estado colonialista israelí. Si no, jamás habrá una genuina paz en Medio Oriente.
Pero el heroísmo de la juventud palestina contra tan poderoso enemigo requiere de un avance revolucionario de los trabajadores y pueblos árabes de toda esa región. Por eso, la lucha por la autodeterminación palestina y su recuperación como nación independiente(9) la entendemos como un paso transicional en el contexto de una estrategia revolucionaria regional contra el imperialismo y el capitalismo: una federación libre y socialista de Medio Oriente. Allí sí podrán convivir en paz los diversos pueblos y religiones, libres también de todas las monarquías y gobiernos burgueses árabes.
Como bien lo señala la declaración de nuestra Liga Internacional Socialista (LIS), de fecha 12 de mayo: «repudiamos esta nueva agresión criminal de Israel y llamamos a la más amplia movilización y solidaridad internacional en apoyo al pueblo palestino.
«Otra vez queda demostrado que ninguna solución es posible sin la destrucción del Estado genocida de Israel. Hasta que Israel se derrumbe y el imperialismo y sus colaboradores, los déspotas locales, sean derrotados, ni los trabajadores ni las naciones oprimidas como los palestinos podrán ser liberadas.
«La Liga Internacional Socialista defiende el derecho a una Palestina única, democrática, laica y no racista, con su capital en Jerusalén. El único reaseguro para los pueblos oprimidos es el socialismo.
«Por eso tenemos que encender el fuego de la revolución en Oriente Medio y en todo el mundo. Si trabajadores, jóvenes, mujeres y pueblos oprimidos se unen y luchan contra el capitalismo imperialista, entonces podremos disfrutar de una vida libre, feliz y con igualdad.
«¡Viva la heroica resistencia del pueblo palestino!»
1 Organización para la Liberación de Palestina.
2 Frente Popular para la Liberación de Palestina.
3 Movimiento de Resistencia Islámico.
4 Según un censo otomano de 1878, la población palestina era de unos 500.000 habitantes: el 87% era árabe, el 10% cristiano y el 3% judío.
5 https://www.holocaustremembrance.com/es/resources/working-definitions-charters/definicion-del-antisemitismo-de-la-alianza-internacional
6 https://www.timesofisrael.com/jewish-democratic-nation-state-law-raises-questions-over-israels-purpose/
7Ley de retorno (1950): cualquier judío del mundo puede emigrar a Israel y obtener la ciudadanía. Pero para los refugiados palestinos nacidos en su territorio histórico antes de ser fundado Israel en 1948, y para sus descendientes, está prohibido retornar a su lugar de origen.
Ley de tierras (1960): prohíbe transferir la propiedad de las tierras que ocupa el Estado de Israel -el 93% del total-, que sólo se entregan en alquiler o en administración a judíos. Los árabes israelíes son el 21% de la población israelí, pero sólo poseen un 3,5% de las tierras.
Ley de ciudadanía y entrada (2003), ley «de emergencia» prorrogada hasta hoy: impide a los cónyuges de ciudadanos israelíes -incluso de árabes israelíes- obtener permisos de residencia y la ciudadanía si provienen de territorios palestinos, Irán, Líbano, Siria o Irak.
Ley de comités de admisión (2011): en numerosas comunidades o municipios se autorizan dichos comités, que tienen la potestad de aceptar o rechazar a quienes buscan residir allí. Así, se discrimina a los solicitantes árabes por «no ser aptos para vivir en tal comunidad».
Ley de la Nakba (2011): permite quitar los fondos públicos a toda entidad -universidad, escuela, teatro- que conmemore el 15 de mayo como día de duelo palestino. En 1948, al otro «día de la independencia» israelí, empezó la expulsión palestina o nakba (desastre, en árabe).
8 Comunicado de la Secretaría de Laicismo de la FALGBT (18/5/21).
9 Como también reclaman los kurdos, catalanes, vascos y otros pueblos oprimidos.
10 Declaración de la lis: el Estado sionista sera destruido y un Medio Oriente socialista se levantará de sus cenizas, 12/05/2021 en www.lis-isl.org.