Por Vicente Gaynor
El martes 24 de mayo un joven de 18 años mató a 19 niños y dos docentes en una escuela primaria en el pueblo de Ubalde, Texas, antes de ser abatido por la policía. El portal de noticias satírico estadounidense The Onion publicó un collage de 21 noticias con el mismo titular: “´No hay manera de prevenir esto´ dice la única nación donde esto sucede regularmente”. Son las 21 masacres similares ocurridas desde 2014, cuando el medio usó el título por primera vez sobre un ataque en California.
El hecho reabrió con fuerza el debate sobre la tenencia de armas en el país. El gobernador republicano de Texas, opositor de los controles y regulaciones a la tenencia y portación de armas, expresó la cruda realidad que satiriza The Onion, calificando la masacre de “un crimen sin sentido”.
Los demócratas, en cambio, no perdieron un segundo en aprovechar el impacto mortífero para arremeter a los republicanos con la necesidad de legislar controles de armas. El presidente Biden emitió un mensaje nacional desde la Casa Blanca, diciendo: “Como nación nos tenemos que preguntar cuándo en el nombre de Dios vamos a enfrentarnos a los grupos de presión a favor de las armas, cuándo en el nombre de Dios vamos a hacer lo que en el fondo sabemos que hay que hacer”.
Es cierto que la tenencia de armas en Estados Unidos no tiene igual en el mundo. Con 120,5 armas por cada 100 habitantes no solo es el único país con más armas que personas, sino que más que duplica al segundo, Yemen, que tiene 52,8, siendo un pequeño país inmerso en una larga guerra civil.
Sin embargo, la reducción del problema a la tenencia de armas solo sirve para esconder las profundas causas de las frecuentes masacres en Estados Unidos.
Hay otra estadística mundial en la que Estados Unidos supera por aún más distancia al segundo que la de armas per cápita, la del presupuesto bélico. Con 801.000 millones de dólares en 2021, casi triplica el presupuesto de China de 293.000 millones de dólares.
Como revela el documental de Michael Moore de 2002 Bowling for Columbine, hay una conexión innegable entre el militarismo imperialista y la violencia con armas de fuego dentro de Estados Unidos; entre la ideología imperialista, nacionalista y de supremacía blanca que inculca la clase dominante yanqui para justificar su agresión bélica en todo el mundo, y la tendencia a que las armas y la violencia jueguen un rol central en las expresiones más extremas de la frustración, alienación, miedo y depresión que genera en millones la decadente vida capitalista.
Esa alienación es particularmente profunda en la juventud de Estados Unidos, donde la las presiones de un extremo individualismo y meritocracia se combinan con una de las desigualdades más extremas del mundo, una fuerte restricción al acceso a la educación, la salud y otros derechos sociales básicos, y altos niveles de cruel discriminación. Desde 2020, las armas de fuego superaron a los accidentes de tráfico como principal cause de muerte de niños y adolescentes en Estados Unidos. Poco más de la mitad de las muertes a causa de armas de fuego son suicidios, pero la cantidad de ataques homicidas como el de Ubalde no tiene igual en el mundo.
La variación de este tipo de ataque y la agresividad bélica del imperialismo yanqui suelen acompañarse. Los incidentes con armas de fuego habían bajado en la década del 90, pero comenzaron a subir nuevamente a partir del 2001. El cambio coincide con la escalada militarista de la “guerra contra el terrorismo” iniciada tras los atentados del 11 de septiembre. Estados Unidos debió justificar las invasiones de Afganistán e Irak, la masacre de cientos de miles de personas y las extendidas ocupaciones de esos países. También inició un salto en la violencia estatal interna, con una creciente militarización de las fuerzas policiales y extensión de la vigilancia interna.
De hecho la violencia con armas de fuego más concurrente en el país es la ejercida por las fuerzas policiales, como saltó a la vista del mundo tras el asesinato de George Floyd y el surgiemiento del movimiento Black Lives Matter.
La preponderancia de la violencia estatal tampoco es el único factor por el cual es imposible analizar la tenencia de armas como un problema general. Un estudio del Pew Research Center revela que un 61% de los propietarios de armas son varones blancos, que representan el 30% de la población. Contradictoriamente, los controles y las regulaciones sobre la tenencia de armas que existen, limitan el acceso a las armas desproporcionadamente a las personas de color.
En una sociedad estructuralmente racista, donde la policía asesina personas de color regularmente, los ricos y poderosos roban y violentan con impunidad y el régimen justifica permanentemente sus propias masacres y genocidios en nombre de la defensa del estilo de vida o la “democracia” americana, es lógico que la violencia se naturalice y el valor de la vida decaiga.
La reducción del problema de las masacres estadounidenses a un problema de control o regulación de la tenencia de armas, oculta las causas profundas de este flagelo y la soluciones igualmente profundas que hacen falta. Soluciones que no vienen por el lado de regulaciones que refuerzan el monopolio de las armas en manos del Estado y los sectores de poder, sino por el lado de acabar con el sistema capitalista que genera violencia, miseria y alienación en masa.