La crisis que cruza nuestro país no es sólo económica y social, sino sobre todo política. Los gobiernos del macrismo y el peronismo siguen fracasando uno tras otro. Es que lo que ya no va más es este sistema capitalista semicolonial, dependiente, al servicio de los de arriba y los de afuera. Llevar adelante un proyecto de real equidad y progreso requiere ir por otro tipo de gobierno: un gobierno de la izquierda y los trabajadores, que inicie el camino a un sistema radicalmente distinto, el socialismo. Si no nos preparamos para lograrlo, inexorablemente vamos a seguir de mal en peor.
Por Pablo Vasco
En la Argentina se palpa un profundo malestar social, colapso económico y también desgobierno político. Y no son meras «sensaciones»:
- Ante la pobreza y la malaria cotidianas, la bronca popular viene creciendo.
- La inflación y la sumisión al FMI pulverizan la economía nacional.
- Y el gobierno de Fernández-Fernández anda de tumbo en tumbo, sin resolver su crisis interna y cada día más desgastado, inclusive frente a sus propios votantes.
En suma, se empieza a acumular un combo de elementos bastante similar al que produjo diciembre de 2001. Aunque quizás, todavía, con más descontrol del poder por arriba que estallido social por abajo. Pero todos los días hay desmentidas de renuncias y circulan los memes con helicópteros. Y nadie podría hoy firmar blanco sobre negro que el gobierno del Frente de Todos culmina su mandato recién en diciembre de 2023, fecha que parece tan pero tan lejana.
Ante este desastre generalizado, desde el MST en el Frente de Izquierda Unidad proponemos que se adelante la convocatoria a las elecciones, pero a diferencia de la derecha, que sólo quiere cambiar figuritas, que éstas sean para elegir diputadas y diputados a una Asamblea Constituyente libre y soberana en donde el pueblo pueda decidir democráticamente todos los cambios necesarios.
Vamos por medidas de fondo
Si el actual plan económico pactado y controlado por el FMI está hundiendo al país, los trabajadores y el pueblo, es evidente que la salida pasa por aplicar un plan alternativo diametralmente opuesto, antiimperialista y anticapitalista. En la emergencia, los ejes de dicho plan son un inmediato aumento de salarios, jubilaciones y planes de ayuda social; congelar las tarifas y reestatizar los servicios; dejar de pagar esa monumental estafa llamada deuda externa y reinvertir esos millones en crear empleo genuino y reactivar la economía nacional; nacionalizar el comercio exterior y la banca; anular el IVA a la canasta familiar y gravar fuertemente la riqueza(1).
Junto a otras medidas, como la reducción de la jornada laboral sin rebaja salarial para generar nuevos puestos y la reforma agraria, estos serían los primeros pasos de un plan de reorganización productiva más integral, con planificación democrática y preservación ambiental. Es decir, orientar las ramas de la producción en función de dar respuesta a las necesidades sociales y no a los bolsillos de una minoría privilegiada.
Estas medidas deben ir acompañadas de profundos cambios en el régimen político, para democratizar todo y eliminar hasta el más mínimo privilegio de casta. Elegir los jueces, juezas y fiscales por voto popular, con mandatos limitados y revocables, e implementar los juicios por jurados populares. Anular el Senado, ese resabio feudal en donde Tierra del Fuego, con casi diez veces menos electores, tiene tres senadores igual que la Provincia de Buenos Aires. Cámara única de diputados y proporcionalidad con el país como distrito único. Separar por completo a la Iglesia Católica del Estado y anular todos los subsidios a la educación religiosa. Que todo funcionario político gane como una directora de escuela con diez años de antigüedad y esté obligado a educar a sus hijos en la escuela pública y a atenderse él y su familia en el hospital público. Disolver la policía, los servicios de inteligencia y desmantelar todo el aparato represivo y crear una nueva seguridad comunitaria, preventiva y no represiva, bajo control social.
Ahora bien; la pregunta del millón es cómo se podría hacer realidad un plan así. Y esto nos lleva a la cuestión decisiva: ¿qué clase social y qué espacio político tienen la potencialidad de conducir estos cambios estructurales?
Izquierda y clase trabajadora
Desde el punto de vista económico-social, sólo existe una clase que tiene la capacidad de poner en pie un sistema distinto al capitalismo: la clase trabajadora, la que produce toda la riqueza del país y del mundo, la clase que es explotada por los empresarios. A diferencia de la burguesía, la clase obrera es la única que no está atada por ningún compromiso económico, político ni militar al FMI, las corporaciones multinacionales y todo el imperialismo.
El sistema capitalista produce una desigualdad social cada vez mayor, crisis cíclicas y una baja permanente en el nivel de vida de las masas, además de guerras y destrucción ambiental. No hay manera de terminar con esos flagelos si no reemplazamos la anarquía irracional del modo de producción capitalista, en donde cada burgués produce lo que le conviene en función de su ganancia individual, por una planificación acorde con las necesidades del conjunto social. Por ejemplo: ¿hasta cuándo vamos a tolerar que en nuestro país, que podría alimentar a 400 millones de personas, seis de cada diez pibes del conurbano bonaerense coman mal?
Las fábricas pueden funcionar perfectamente sin los patrones, pero no sin las y los trabajadores. Y lo mismo toda la sociedad. Desde ya, consideramos parte integrante de la misma a las y los desocupados y jubilados, y, como sus aliados, a los sectores medios empobrecidos por la crisis.
Desde el punto de vista político, quienes sostenemos esta salida emancipadora somos únicamente la izquierda. Macristas, radicales, peronistas, kirchneristas y liberfachos, con sus obvios matices entre sí, son todos firmes defensores del capitalismo. Lo repiten una y mil veces en cuanto micrófono tienen adelante. Y cuando decimos izquierda no nos referimos a la reformista o socialdemócrata, sino a la izquierda socialista revolucionaria. Porque no proponemos tal o cual modificación parcial para mantener este mismo sistema de explotación y opresión existente, sino hacer cambios cualitativos, de raíz.
Algunos ejemplos
El primer gobierno obrero de la historia fue la Comuna de París, en 1871. Fruto de una insurrección popular, decretó la autogestión obrera de las fábricas abandonadas por sus dueños, creó guarderías para los hijos de las trabajadoras, la laicidad del Estado y expropió los bienes de las iglesias, anuló los alquileres impagos y abolió los intereses de las deudas, redujo el salario de los funcionarios políticos y reemplazó el ejército convencional por una guardia ciudadana. A los dos meses, la Comuna fue duramente reprimida y derrotada.
La primera revolución obrera triunfante fue la conducida por Lenin y Trotsky, en Rusia en 1917. Apoyado en los soviets, que eran consejos de delegados obreros, campesinos y soldados, el gobierno bolchevique garantizó el pan para la clase trabajadora, la paz tan anhelada y la tierra para el campesinado, entre muchos otros derechos sociales y de la mujer. En pocos años, expropiaciones y reforma agraria mediante, Rusia desarrolló toda su economía y elevó el nivel de vida de las masas.
Pero la guerra civil interior y la no extensión de la revolución a Alemania llevaron al estancamiento y luego al retroceso, plasmado en el triunfo de Stalin, su burocracia y su concepción traidora del «socialismo en un solo país». Si el capitalismo y sus fuerzas productivas son globales, el socialismo, como sistema superador, no puede serlo menos. Por supuesto no será un proceso simultáneo, pero el objetivo es una integración socialista continental e internacional. Asimismo, el régimen totalitario stalinista nada tiene que ver con el modelo de socialismo con democracia que defendemos.
Desde 1917 a la actualidad se han producido revoluciones anticapitalistas en varios otros países, como China (1949), todo el Este de Europa (segunda posguerra), Cuba (1959) y Vietnam (1975). Todas ellas implicaron avances sociales indiscutibles, en materia de salud, educación y bienestar para sus pueblos. Pero su dirigencia política en vez de extender esas revoluciones las encerró dentro de sus fronteras, provocando así su burocratización y retroceso. En el caso de China, la propia burocracia gobernante restauró el capitalismo y se ha transformado en una potencia imperialista que compite con los Estados Unidos.
Más allá de su rumbo posterior, todas estas experiencias históricas nos dejan enseñanzas muy valiosas sobre la posibilidad y el ejercicio del poder por parte de la clase trabajadora, los puntos positivos a valorar y los errores a evitar.
Elecciones… y algo más
No compartimos en absoluto la postura de algunos movimientos sociales, que se niegan tozudamente a participar de la batalla político-electoral. Si desde la izquierda revolucionaria no presentamos nuestra propia alternativa y nuestros propios candidatos y candidatas para disputar cuando hay elecciones, ese espacio lo terminan ocupando sí o sí los enemigos de clase, es decir los sectores políticos capitalistas. Al mismo tiempo, nos parece muy equivocado centrar todas las energías militantes en la participación electoral, como suele hacer alguno de los partidos integrantes del FIT Unidad.
Siendo importante contar con parlamentarios de izquierda, el rol fundamental de una fuerza revolucionaria está en su capacidad para dirigir e influenciar a franjas enteras de trabajadores y sectores sociales en el terreno de la acción, en la lucha de clases directa. Está en dirigir sindicatos, listas de oposición gremial y fábricas, así como también barrios populares, centros de estudiantes y otros espacios de los movimientos feminista, LGBT y ambiental.
¿Por qué ocurre esto? Porque la llegada al poder de una fuerza política como la nuestra no puede depender sólo de un eventual resultado electoral, sino esencialmente del desarrollo de la movilización obrera y popular. Además, en caso de llegar tampoco la burguesía va a permanecer pasiva, sino que va a enfrentar a ese gobierno de la izquierda y los trabajadores. Es conocida la fallida experiencia de la «vía pacífica al socialismo», que en 1973 en Chile terminó en derrota y golpe militar por no querer enfrentar la contraofensiva capitalista-imperialista.
Una izquierda con vocación de poder
En la Argentina ya sabemos bien cómo ponerles fecha anticipada de vencimiento a aquellos gobiernos que defraudan las expectativas del pueblo trabajador. Así lo hicimos con Fernando De la Rúa a fines de diciembre de 2001 y en menos de un mes volteamos a otros tres presidentes provisorios: Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Camaño. No tuvimos ningún problema en sacar: el drama es que no tuvimos a quién poner de nuestro lado, en defensa de nuestros propios intereses.
Es más: así como en la década del ’70 en el país habían surgido coordinadoras obreras, a partir del Argentinazo de 2001 nacieron las asambleas barriales, que en el caso de la Capital y el conurbano bonaerense se agruparon más de un centenar en la Interbarrial de Parque Centenario y elaboraron un programa económico alternativo. Junto a las fábricas recuperadas por sus trabajadores y los movimientos de desocupados fueron formas genuinas de autoorganización popular, embriones de un doble poder en las calles paralelo al poder oficial. Son experiencias valiosas que de alguna manera se van a retomar y a la vez anticiparon que hay muchos economistas, ingenieros y demás especialistas dispuestos a colaborar con un gobierno de ruptura con el capitalismo.
Por cierto, no siempre hubo capitalismo ni tiene por qué ser eterno. Pero a diferencia de la revolución burguesa contra el feudalismo, en que los capitalistas ya dominaban buena parte de la economía y sólo tuvieron que sacarse de encima a la vieja clase feudal, bajo el capitalismo la clase obrera no puede construir una economía propia. Para sentar las bases de una nueva sociedad debe sí o sí tomar el poder, para lo cual es preciso convencer y ganar más y más voluntades políticas. De allí la importancia de fortalecer el partido revolucionario que venimos construyendo.
Por eso, precisamente, necesitamos una izquierda que vaya mucho más allá de lo testimonial y crezca con vocación de poder. Las fuerzas de izquierda que siguen aisladas deben abandonar su sectarismo y unirse al Frente de Izquierda Unidad, y éste, a su vez, tiene que intervenir unificadamente en cada ámbito del reclamo social, postularse como alternativa ante cada hecho significativo y, sobre todo, abrirse a la participación del activismo de izquierda independiente. Ésas son las propuestas del MST para acercarnos al objetivo que la crisis reclama: un gobierno de la izquierda y la clase trabajadora. Si coincidís, sumate a la militancia!