Crisis climática: ¿socialismo o extinción?

Por Fátima Shahzad

Hoy somos testigos del proceso de destrucción de las propias condiciones que sustentan la vida en medio de una catástrofe climática y ambiental producto de la más grave crisis del imperialismo capitalista. Nuestros tiempos hacen eco de las palabras de Lenin:

“La historia nos ha enfrentado ahora con una tarea inmediata que es la más revolucionaria de todas las tareas inmediatas que enfrentan las masas de todos los países”.

Primero, debemos identificar la lógica sobre la que opera el capitalismo, a saber, el crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos, la explotación del trabajo para generar ganancias máximas y, por supuesto, la propiedad privada sobre los medios de producción y distribución. En segundo lugar, debemos comprender el desarrollo del capitalismo global al sembrar las semillas de la crisis climática y cómo vemos que se desarrolla actualmente. La fase mercantil inicial se centró en la transición del feudalismo al capitalismo en Europa, en obtener el control del comercio interno y externo, incluida la búsqueda de mercados en el extranjero que resultó en el colonialismo. Luego vino la Revolución Industrial, que se definió por la formación de fábricas, molinos y ferrocarriles, etc. con un fuerte aumento en la producción que se vio facilitado en gran medida por la extracción de materias primas y mano de obra barata, e incluso esclava, de las colonias. Es en esta era en la que podemos encontrar aumentos en las emisiones de carbono a medida que la economía se volvió dependiente del consumo de combustibles fósiles. Las etapas anteriores sentaron las bases para el imperialismo, bajo el cual vivimos hoy, donde las multinacionales y los grandes monopolios de los países del Norte Global, que se enriquecieron debido a estas relaciones capitalistas y coloniales, controlan la economía global con instituciones como el FMI y el Banco Mundial para mantener su hegemonía y continua explotación y saqueo de los recursos del Sur Global.

Por lo tanto, a pesar del hecho de que los países desarrollados contribuyen de manera abrumadora a las emisiones globales de carbono que impulsan el cambio climático, en la medida en que el complejo militar-industrial de EE. UU. es responsable de un tercio de todas las emisiones, son los países pobres los que cargan con la peor parte de la crisis. Esto incluye aumentos récord de temperaturas que hacen que regiones enteras sean inhabitables, desplazamientos masivos, escasez de alimentos y agua, aumento del nivel del mar, inundaciones, deslizamientos de tierra, etc. Es el resultado inevitable del desarrollo desigual inherente al capitalismo global, donde las partes históricamente colonizadas y oprimidas del mundo se utilizan para extraer materias primas y emplear trabajadores con salarios de hambre, para producir bienes que los países ricos exportarán para obtener superganancias. Los países subdesarrollados están atrapados en ciclos de endeudamiento y sus políticas económicas están dictadas por los llamados “Programas de Ajuste Estructural”. Esto constituye un tipo de desarrollo muy específico en tales países, donde nunca pueden construir sus fuerzas productivas para ser verdaderamente independientes, mientras que el Estado capitalista comprador ejerce herramientas coloniales en semi-colonias y naciones y etnias oprimidas dentro de sus fronteras. Esto es en forma de cercamientos y privatización de bienes comunes como la tierra, los suelos, los ríos, la pesca, etc. para megaproyectos de desarrollo como represas, planes inmobiliarios, complejos turísticos, etc. por parte de grandes conglomerados que alteran los medios de vida tradicionales, despojan a las comunidades nativas y destruyen las ecologías naturales.

También se debe señalar que también se culpa a los oprimidos por el estado que los imperialistas imponen a las economías de los países en desarrollo. Por la falta de regulaciones ambientales y las malas condiciones de trabajo, la tercerización por parte de las multinacionales y sus emisiones, desechos y contaminación es achacada a aquellos países cuyas masas locales explotadas difícilmente tengan condiciones de beneficiarse de tal producción o consumir alguno de estos bienes. India y China son ejemplos de esto, donde la demanda de una parte importante de la producción está determinada por, y se exporta a, los países occidentales y, sin embargo, se cuentan entre los segundos y cuartos emisores de carbono que contribuyen al calentamiento global.

Un breve repaso de los recientes desastres climáticos en Pakistán e India incluye una ola de calor sin precedentes y escasez de agua que resultó en varias muertes, de las cuales un ejemplo se dio en Pir Koh, Baluchistán. Hay inundaciones en las zonas del norte, el sur de Punjab y Baluchistán, cientos de personas perdieron la vida y el número de muertos sigue aumentando. En Karachi, las fuertes lluvias provocaron inundaciones que sumergieron partes de la ciudad y se cobraron el mayor número de víctimas en los asentamientos y barrios marginales (Katchi Abadis) de Gujjarnala y Orangi, sin alivio. En Bangladesh, las lluvias torrenciales dejaron casi una cuarta parte del país bajo el agua, destruyendo los hogares de millones. Los países de África también se han enfrentado a efectos profundamente catastróficos, como sequías prolongadas en Kenia, Etiopía y Somalia, que han llevado a las comunidades rurales al borde de la inanición. La situación en muchos países latinoamericanos no es diferente, con glaciares derritiéndose a un ritmo sin precedentes y deforestación, especialmente en la Amazonía. Con las subidas y bajadas extremas de temperatura y la escasez de agua y alimentos, son los pobres y la clase trabajadora quienes son expuestos a lo peor y se enfrentan a graves peligros para la salud e incluso a la muerte.

Otro factor importante en la exacerbación del cambio climático es el consumismo sin sentido que conduce a la producción de productos de lujo que son únicamente para el consumo de los segmentos medios y de élite de la sociedad, mientras que las necesidades básicas de las masas trabajadoras se descuidan, porque las necesidades se subordinan a las ganancias. Un claro ejemplo de cómo la privatización de los servicios públicos y las medidas de austeridad propias de la era del neoliberalismo han agudizado la crisis climática es el caso del transporte público. La industria del automóvil y la aviación no se beneficia de la provisión de transporte público como lo hace con los automóviles y los aviones privados, por lo que el transporte representa el 14 por ciento de todas las emisiones de carbono.

En 1972, la científica Donella Meadows publicó un informe titulado “Los límites del crecimiento”, en el que estudia y observa los patrones del crecimiento económico y hace predicciones sobre su impacto en el medio ambiente. Concluyó que la premisa misma para el crecimiento exponencial con recursos naturales limitados es un modelo económico insostenible y colapsaría aproximadamente a mediados del siglo XXI. Los hallazgos de gran parte de la investigación más contemporánea indican una tendencia similar. La investigación de la ONU estima que para 2050 habrá desplazamientos masivos de hasta 20 millones de refugiados climáticos como resultado de un desastre ambiental, en su mayoría de los países del Sur Global.

Ante la inminencia de la crisis climática y sus efectos que estamos viviendo actualmente, surge la pregunta de cuál puede ser la alternativa. Una de las respuestas de la clase dominante ha sido el lavado verde que hace el movimiento de justicia ambiental para dejar de lado por completo la cuestión fundamental de cómo se organiza la producción y sus efectos, y en cambio enfatizar la transición a las energías renovables. Ya sean propuestas como el Green New Deal o el Great Reset, todas se basan en la suposición errónea de que las corporaciones que son las primeras responsables de causar estragos en el medio ambiente, seguirán pautas de sostenibilidad y cambiarán a modos de producción menos rentables en pos del interés a largo plazo de todos. Estas propuestas también parecen ignorar la existencia del imperialismo y se quedan tan cortas al abordar la cuestión, que son similares a una forma de negación. La campaña por el capitalismo verde se puede describir simplemente de la siguiente manera: un activista climático en una ONG en el núcleo imperial con una camiseta que dice «estamos todos juntos en esto» con el símbolo de la tierra, que fue confeccionada por un trabajador de una maquila de un país pobre donde se vierten desechos tóxicos cerca de su barrio marginal.

Entendiendo estos factores, ¿cuál es entonces la verdadera solución? Primero, tenemos que disipar cualquier noción y todo intento de preservar el sistema antinatural y destructivo de la clase capitalista que es el única culpable de la crisis, como la noción maltusiana arraigada e institucionalizada en la mentalidad colonial y racista de que la sobrepoblación y el atraso de los países subdesarrollados es el problema. En segundo lugar, debemos reconocer que un problema global hace que el internacionalismo y la solidaridad entre las poblaciones oprimidas de todos los países, particularmente las del Sur Global, sobre líneas anticapitalistas y antiimperialistas, sea un requisito previo para imponer una acción climática radical. Es imperativo que las masas, que son las primeras en sufrir los peores efectos del cambio climático y que menos han contribuido a producirlo, y no quienes serán los últimos en padecer el desenlace de la crisis que ellos mismos crearon, lleguen a determinar la solución.

La crisis climática se diferencia de otras crisis en que empeora y agudiza todas las demás crisis y contradicciones. Desde la crisis de 2008-2009, hemos sido testigos del declive del orden neoliberal y de esfuerzos cada vez más desesperados por salvarlo. La pandemia de Covid dejó más claro que nunca que esto no era posible y cuál es exactamente la respuesta y el respeto por la vida que tiene este sistema. El hecho de la degradación ambiental trae consigo la probabilidad de más pandemias y virus también. Y ahora, en medio del conflicto interimperialista, el expansionismo militar de Estados Unidos y la OTAN, la inflación récord y la posibilidad de una guerra nuclear, nos enfrentamos una vez más con la necesidad de la revolución y la construcción socialista. Es la única alternativa que ofrece el marco económico, social y político que puede responder al problema del medio ambiente y al futuro de la vida misma, que es socialismo o extinción.
Los principales académicos e intelectuales nos quieren hacer creer que la historia es lineal, de la barbarie a la ilustración. Algunos como Fukuyama irían tan lejos como para declarar que la democracia liberal es el “fin de la historia”. Para tales pensadores, el pasado se reduce a una serie de individuos y sus ideas, y las perspectivas de futuro para ellos también dependen de lo que decidan los miembros de la élite gobernante. Pero las masas de trabajadores y oprimidos siempre han sabido mejor, y es en tiempos de crisis que nuestra conciencia se transforma y articulamos la dirección que queremos tomar. La historia se desarrolla en zigzag, retrocede a la reacción y da saltos de progreso. Son precisamente estos conflictos históricos y las cambiantes condiciones materiales los que moldean más profundamente la lucha de clases y la sociedad. La amenaza existencial del colapso climático también nos sitúa en ese momento de la historia que, como Marx señaló acertadamente, conduce a “una reconstitución revolucionaria de la sociedad en general, o a la ruina común de las clases contendientes”.

* Originalmente publicado en Asian Marxist Review