En Italia, tras la dimisión por anticipado del primer ministro Mario Draghi, este domingo 25 de setiembre más de 50 millones de personas podrán votar a 200 senadores y 400 diputados por cinco años. Y como allí el parlamento vota al presidente, y la ultraderecha lidera las encuestas, esa fuerza podría llegar al gobierno. Aquí, un primer análisis de la situación.
Por Pablo Vasco
El régimen político italiano es una democracia burguesa de tipo parlamentaria: su principal institución es el Congreso bicameral, que tiene el poder de designar y destituir al jefe o jefa del gobierno. Así, la formación de gobierno depende de los pactos y/o rupturas parlamentarias coyunturales. Eso explica en parte los frecuentes cambios de gobierno, nada menos que 67 gabinetes en 77 años desde la posguerra, cuyo trasfondo estructural es el desgaste de las fuerzas políticas tradicionales que se arrastra desde hace varias décadas.
Según los sondeos, la más popular de los 34 candidatos que se presentan esta vez es Giorgia Meloni, con el 25% de intención de voto, por Hermanos de Italia: la fuerza heredera del partido neofascista MSI, fundado en 1946 por simpatizantes del ex dictador Benito Mussolini. Sus socios son el otro candidato de ultraderecha, Matteo Salvini (La Liga, 12%), y el derechista Silvio Berlusconi (Fuerza Italia, 8%). De mantener tales cifras, esta triple alianza sería mayoritaria y lograría el gobierno, con Meloni como jefa.
Aunque hace rato han abandonado el saludo fascista en sus actos y últimamente buscan distanciarse de las posturas más extremas, Meloni tiene un discurso nacionalista antiinmigrantes, antiecológico, antigénero, militarista y pro-represivo. Con sus propuestas populistas de rebaja impositiva y menos burocracia europea, este polo encuentra auditorio y votos en sectores sociales medios afectados por la grave crisis económica.
El otro polo político-electoral es la centroizquierda, debilitada, en una alianza que presenta cuatro listas: Demócratas y Progresistas (21%) que encabeza Enrico Letta, Más Europa (3%), Compromiso Cívico (1%) e Izquierda Verde (4%). Fuera de ambos polos, en el centro, quedan el ambiguo y en declive Movimiento 5 Estrellas (14%) y Acción (5%).
El crecimiento y la llegada al poder en varios países de sectores de ultraderecha no deja de ser preocupante. Sin embargo, es preciso aclarar que tienen diferencias importantes con las organizaciones fascistas de masas que surgieron en el período previo a la II Guerra Mundial. Las actuales tienden a aggiornarse en el poder, conviven con las demás fuerzas burguesas en el marco del régimen democrático burgués y no logran peso organizado y social como para intentar cambiarlo. No tienen grandes organizaciones paramilitares ni aplican métodos de guerra civil contra los sectores sociales que estigmatizan.
El crecimiento de la ultraderecha italiana se explica por la enorme crisis económica y social, que se profundiza desde 2008, y por el odio de franjas de masas hacia los distintos gobiernos de centroizquierda, que agravaron la crisis al aplicar los planes de austeridad dictados por la Comisión Europea y el FMI.
Aplicar ajuste tras ajuste desde el gobierno ha llevado a la centroizquierda a su actual retroceso y se sigue debilitando. Hace unos meses, de la coalición política que surgió Draghi se retiró 5 Estrellas (partido que en 2018 era el más votado) y aceleró la crisis de su gobierno. A su vez, un posible pacto de Demócratas y Progresistas con Izquierda Verde le genera al primero nuevos roces con Más Europa y Compromiso Cívico, más moderados. Y peor aún: Daniel Franco, actual ministro de Economía de Draghi, seguiría en ese mismo cargo clave con el nuevo gobierno de derecha. Encima, desde el Partido Demócrata dijeron que si se logra un pacto en el nuevo parlamento podrían votar a favor las mismas medidas “anticrisis” que propuso Draghi…
En Italia, entonces, asistimos a un fenómeno que se expresa a nivel global: la existencia de tensiones cada vez más fuertes y una polarización social que tenderá a incrementarse. Las poderosas huelgas en Gran Bretaña, Alemania, Francia y la propia Italia confirman que la clase trabajadora europea está lejos de ser derrotada y que, así como viene enfrentando a un gobierno tras otro, lo seguirá haciendo contra estos sectores ultraderechistas y neofascistas.
En el terreno político también existe polarización. Por la ausencia de una dirección socialista revolucionaria fuerte, y por la existencia de una centroizquierda tan pero tan parecida a la derecha, el descontento social hoy se canaliza por opciones más a la derecha que las tradicionales. La responsabilidad política no es de las masas, que -equivocadamente, desde ya- “castigan” al gobierno con la opción electoral que encuentran más a mano, sino de esa centroizquierda política y sindical agente del sistema capitalista.
Pero existe espacio para una alternativa política de extrema izquierda. Seguramente, el ascenso de Meloni al gobierno va a actuar como un revulsivo en franjas de masas. Los socialistas revolucionarios tenemos que postular otra salida distinta frente a esta alternancia viciosa entre la centroizquierda y la derecha-ultraderecha, ambas defensoras del capitalismo, y trabajar sin tregua para construir en la clase trabajadora y la juventud alternativas políticas revolucionarias de ruptura con el capitalismo-imperialismo y por el socialismo.