Esta nota fue escrita originalmente para los compañeros de la fracción L’Étincelle del NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) de Francia, que el 13 de noviembre la publicaron en su web.
A poco más de una semana del ajustado triunfo electoral de Lula, su vicepresidente Alckmin se reunió con ministros de Bolsonaro para iniciar la transición de gobierno, que culminará el 1º de enero cuando asuma el nuevo presidente. Los bloqueos de rutas del bolsonarismo y los incidentes entre partidarios de ambos sectores se van apaciguando. El complejo panorama político de Brasil presenta grandes desafíos para las y los socialistas revolucionarios e importantes debates abiertos.
Por Alejandro Bodart, dirigente de la Liga Internacional Socialista (LIS)
Si bien la derrota del semifascista Bolsonaro ha traído una evidente alegría y alivio para el pueblo trabajador y la juventud de Brasil y también para importantes sectores progresistas de América Latina, de Europa y otros continentes, no menos cierta es la profunda preocupación por el alto score del bolsonarismo y, más en general, por el crecimiento de las fuerzas de extrema derecha en varios países del mundo.
El escrutinio final del balotaje presidencial del domingo 30 de octubre totalizó un 50,9% frente a un 49,1% de los votos, es decir que Lula le ganó al ultraderechista Bolsonaro por un muy apretado margen del 1,8%. De seis millones de votos en la primera vuelta, dicho margen se redujo a poco más de dos millones en la segunda. Esta tensa paridad confirma la existencia de un escenario de fuerte polarización social y política en Brasil, un hecho que también se expresó en los días siguientes a la elección.
Miles de bolsonaristas, con apoyo de la Policía Rodoviária Federal y ante la inacción de la justicia del sistema, realizaron más de mil cortes de rutas en todo el país buscando sabotear el resultado electoral desfavorable.
Es evidente que la base electoral y social que ha ganado Bolsonaro, que mantiene la mayor bancada parlamentaria, no son sólo algunos terratenientes, policías, militares y evangelistas fanáticos, sino que recoge una parte del descontento popular hacia los gobiernos de Lula, Dilma y el PT que aplicaron planes capitalistas de austeridad y defraudaron las expectativas que habían generado. En Brasil y en todo el mundo, es esa profunda decepción política de millones de trabajadores y jóvenes con el falso progresismo y la ausencia de direcciones revolucionarias con peso de masas lo que le abre las puertas del poder a la derecha y la extrema derecha.
Se abre una nueva etapa
El festejo popular fue masivo en las calles de las principales ciudades brasileras. Es que Bolsonaro es el responsable político número uno por más de medio millón de muertes por Covid-19, de la destrucción de la Amazonia y el medioambiente, del ataque contra todo lo público y contra los derechos de la clase trabajadora, las mujeres y LGBTI+, los pueblos indígenas y la población negra. A partir de ahora el pueblo trabajador y pobre tendrá que organizarse y movilizarse, con independencia política del nuevo gobierno de Lula y Alckmin, para así defender todas sus conquistas y lograr nuevos avances.
Ya los editoriales de los principales diarios burgueses de Brasil señalaron con claridad el rumbo que deberá asumir Lula, que al comenzar 2023 iniciará su tercer mandato presidencial y el quinto del Partido dos Trabalhadores (PT):
- “Lula tiene que dar muestras inmediatas de responsabilidad presupuestaria y de voluntad de acercarse al centro, política y económicamente. Debe rodearse de expertos y cuadros cualificados, más allá del estrecho radio del partido y de los aliados de la izquierda.” (Folha)
- “¿Qué Lula gobernará? ¿El socialdemócrata de la primera mitad de su primer mandato? ¿El que defendió un ajuste fiscal a largo plazo capaz de reducir la deuda pública, aumentar el superávit primario, promover reformas para mejorar el entorno empresarial, mejorar los instrumentos de crédito y reducir las restricciones a la competencia en el sector privado? ¿O el nacional-desarrollista que vino después?” (O Globo)
Además de las señales pro-sistema que Lula ya había dado en la campaña, en su primer discurso tras el triunfo reafirmó que defenderá la unidad nacional y la estabilidad capitalista: “Gobernaré para 215 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación… Recuperaremos la credibilidad, la previsibilidad y la estabilidad del país, para que los inversores vuelvan a confiar en Brasil”. Como repite para diferenciarse del capitalismo rentista e inestable de Bolsonaro, Lula se compromete ante los empresarios en un “Brasil que vuelva a producir, reconstruyendo un capitalismo serio”. Por eso los más importantes sectores de la burguesía y el imperialismo apostaron por Lula, empezando por el presidente norteamericano Biden.
El vicepresidente Alckmin es un socialdemócrata devenido derechista tradicional. Otros nombres que se barajan para ministros o altos cargos son la empresaria del agronegocio Simone Tebet y los economistas neoliberales y gerentes Henrique Meirelles, Armínio Fraga, Jean Paul Prates, Pérsio Arida y Bernard Appy o Gabriel Galípolo, ex presidente del Banco Fator. Es decir, el Lula de este tercer mandato parece ajustarse al reclamo de la burguesía que le exige gobernar para “mejorar el entorno empresarial”. Y por eso los capitalistas expresan confianza en él:
- “Lula dio un gran discurso, de bienvenida, de apertura, de reinserción de Brasil en la agenda mundial” (Fabio Barbosa, presidente de la multinacional brasileña Natura y ex presidente de la Federación Brasilera de Bancos).
- “La reacción positiva debe garantizar un flujo creciente de inversiones a Brasil, algo urgente, considerando la infraestructura del país” (Welber Barral, ex secretario de Comercio Exterior del Banco Ourinvest).
- “Respetamos la democracia, por encima de todo. Al fin y al cabo, el voto emitido es un voto de confianza, que para nosotros es un sentimiento innegociable”, Asociación Brasileña de Agronegocios (ABAG)[1].
Pero hoy Lula y el PT están ya muy lejos de ser la dirección que entusiasmaba a las masas brasileras en la década del ’90 con alusiones al socialismo y la justicia social. En el próximo período veremos si su gobierno puede o no responder a la demanda burguesa de disciplinar a las mayorías en base a un nuevo pacto de conciliación de clases y “paz social” en favor de la minoría de ricos y poderosos.
Los debates en la izquierda
En Brasil, ahora el desafío es organizar toda la fuerza obrera, juvenil y popular expresada en las calles para derrotar en forma definitiva al bolsonarismo y al mismo tiempo prepararse para enfrentar las medidas antipopulares que aplicará el PT. Es decir, defender las conquistas sociales contra cualquier intento de ataque, sea de la extrema-derecha bolsonarista o del nuevo gobierno capitalista que encabezan Lula y Alckmin. Estos últimos seguramente les pedirán “paciencia” y “esfuerzos” a las masas y no criticar al nuevo gobierno, que intentarán sea de “unidad nacional”, para “no fortalecer a Bolsonaro”, cuando en realidad serán sus propias medidas reaccionarias y la decepción que volverán a provocar en franjas de masas las que seguirán alimentando a la derecha.
Esta situación va a tensionar los debates entre el progresismo, el reformismo y la izquierda. Los sectores socialdemócratas y los que defienden la hipótesis reformista de “cambiar las cosas desde dentro” se asimilarán cada vez más a la institucionalidad burguesa y apoyarán de entrada al gobierno de conciliación de clases que impulsará Lula.
Cómo posicionarse ante el nuevo gobierno va a profundizar la crisis al interior del PSOL (Partido Socialismo e Liberdade), organización anticapitalista amplia, de cuya ala izquierda forman parte nuestros compañeros de Alternativa Socialista y Luta Socialista[2].
La conformación del PSOL, surgido en 2004 a partir de la ruptura con el PT de un grupo de parlamentarios socialistas, fue una importante conquista y permitió poner en pie una alternativa de izquierda radical frente al giro neoliberal de Lula apenas comenzó su primera presidencia. En su origen, el peso del trotskismo en el PSOL fue determinante y rápidamente logró un desarrollo importante a nivel nacional. Pero con los años, la incorporación de distintos sectores socialdemócratas y reformistas fue cambiando su composición y se produjo una adaptación creciente de la mayoría de su dirección al régimen democrático-burgués. Hoy, la orientación claudicante hacia el PT de esta mayoría lo está liquidando como proyecto alternativo y superador.
Fue correcto tácticamente llamar a votar por Lula en este balotaje, aunque tendría que haber sido de una manera crítica y no como se lo hizo. Pero la negativa a presentar una candidatura presidencial propia en el primer turno fue un error político gravísimo, que ha debilitado al partido de una manera difícil de revertir. El PSOL quedó diluido detrás de Lula y el PT, y de hecho desapareció como alternativa de izquierda radical ante las masas, cuando se podría haber seguido fortaleciendo como un polo de referencia y seguir jugando un rol progresivo en el nuevo momento que se abre con Lula otra vez en el poder.
Una mención aparte merece el rol del PSTU, que viene de realizar la peor elección de su historia, quedando relegado a la marginalidad. Cosecha así años de una orientación sectaria y equivocada. Primero hacia el PT, de donde se fue antes de que las masas hicieran la experiencia con su dirección, y luego hacia el PSOL, que se negó a integrar y donde podría haber ayudado a fortalecer su ala izquierda, dificultando que los reformistas se transformen en mayoría.
En el PSOL se viven horas decisivas que marcarán su futuro. Si se integra al gobierno capitalista, firmará su acta de defunción como proyecto transformador. Si lo apoya sin integrarlo, será el inicio de un recorrido que terminará en el mismo destino. La batalla de la izquierda consecuente, que viene dando pelea contra el curso liquidador de la mayoría, pasa por defender el carácter anticapitalista de los orígenes y por una política de oposición y lucha contra el nuevo gobierno. Levantando un programa cuyo objetivo sea alcanzar un gobierno de las y los trabajadores, por la revolución y el socialismo. Sólo con esta perspectiva se podrá construir en Brasil una alternativa que colabore para derrotar a la extrema derecha, a la derecha liberal que se disfraza de centro y a cualquier gobierno que intente atacar los derechos y conquistas del pueblo trabajador para favorecer a los capitalistas.
[1] https://www.istoedinheiro.com.br/todos-os-homens-do-novo-presidente/
[2] Ambas organizaciones integran la LIS, conforman un comité de enlace y marchan hacia su conferencia de unificación en febrero próximo.