Por Ezra Otieno
La contrarrevolución sudanesa estalló en combate abierto, lo que ha provocado un derramamiento de sangre generalizado que ya se ha cobrado la vida de casi 100 personas y herido a cientos más. Este conflicto tan anticipado sobre cuál grupo de criminales asesinos gobernará Sudán es el terrible resultado de la incapacidad de la insurrección de 2018-2019 en llevar al pueblo al poder.
El sábado, 15 de abril, estallaron combates entre miembros de las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF), el ejército regular del Estado, dirigidas por el general Abdel Fattah al-Burhan, el gobernante de facto de la nación, y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), una organización paramilitar formada por despiadados milicianos janjaweed que están bajo el mando del General Mohamed Hamdan Dagalo (más conocido como Hemedti).
Estos son los dos líderes clave de la contrarrevolución de Sudán. Desde la destitución revolucionaria del general Omar al-Bashir en 2018, las RSF han actuado como principal fuerza de represión, sofocando el estallido de masas de Jartum de 2019.
Burhan y Hemedti luego colaboraron en un golpe de Estado que dieron contra el primer ministro civil, el liberal Abdalla Hamdok, en 2021, eliminando así el gobierno títere de transición y reinstalando el control militar directo. La sociedad con los liberales no era más que una pantalla para cubrir la autoridad de los generales contrarrevolucionarios.
Desde el golpe, los dos generales han competido por el poder, colaborando con diversas potencias imperialistas para fortalecer sus respectivas posiciones. Ambos han participado en discusiones de transición al control civil monitoreadas por el ‘Quad’ (Estados Unidos, Reino Unido, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita).
Estas negociaciones, que lamentablemente incluyen a las Fuerzas de la Libertad y el Cambio (FFC), una coalición de organizaciones supuestamente prodemocráticas creadas después de la insurrección, son un fraude total. La población no se hace ilusiones de que los generales renuncien al poder, y cualquier ‘administración civil’ formada con su aprobación será una hoja de parra de la tiranía militar.
La reciente redistribución del personal de las SAF y la construcción de nuevas barreras altas alrededor del cuartel general del ejército en Jartum, así como el establecimiento de puntos de control de seguridad adicionales y la inspección de todos los pasajeros que llegan al aeropuerto, presagiaron un conflicto inminente.
La chispa que desató el conflicto actual fue una un cruce de declaraciones entre Burhan y Hemedti. Este último declaró que el golpe de 2021 había «fracasado» e (increíblemente) condenó a Burhan por obstruir la transición a la democracia. ¡Esto de boca del hombre que lideró las tropas que ahogaron la insurrección de 2018-9 en sangre! Burhan, por su parte, quería establecer un Consejo Superior del Ejército para deponer a Hemedti como vicepresidente del Consejo Soberano gobernante.
Las RSF afirmaron haber tomado posiciones clave en Jartum el sábado 15, incluyendo la residencia presidencial, la residencia del jefe del ejército, la estación de televisión estatal y el aeropuerto, así como otros sitios en Omdurman, la región occidental de Darfur y el aeropuerto de Merowe en el norte.
Las SAF tomaron represalias con tropas terrestres, ataques aéreos y artillería, destruyendo las posiciones de las RSF, muchas de las cuales están ubicadas en áreas metropolitanas o cerca de ellas. Una tregua temporal acordada el domingo 16 para transportar a los heridos se rompió rápidamente. Burhan hace declaraciones contradictorias que piden la disolución de las RSF y también que sus miembros se unan al ejército regular.
El ex portavoz de las RSF emitió un comunicado anunciando que ha perdido su influencia dentro de la unidad pero que él está acatando las instrucciones de las SAF. El Comando de Inteligencia de las RSF también se unió a las filas de las SAF, según las SAF.
Al momento de escribir, determinar qué bando controla qué región es bastante difícil. Lo cierto es que el pueblo está quedando atrapado en el fuego cruzado en todo el país.
Dada la intensidad de algunos de los combates, la recomendación de las SAF de «permanecer adentro» brinda escasa protección.
Hasta el momento, se han registrado ataques aéreos en Jartum, Bahri, Burri, Riyad y Omdurman, mientras que han estallado escaramuzas armadas en varias otras ciudades, incluidas Karari, Port Sudan y El’Obeid. También se ha producido una violencia significativa en las provincias occidentales, donde se recluta a la mayoría de los milicianos de las RSF, especialmente en Darfur, Kordofan y la región del Nilo Blanco.
Los pobladores han sido tomados de rehenes dentro de sus hogares, escuelas y hospitales, usados como escudos humanos para intentar prevenir ataques. Hay cortes de energía y agua en Jartum, y mucha gente no tiene alimentos ni medicinas (durante el Ramadán, cuando la mayoría de la gente ya está ayunando durante las horas diurnas). También ha habido denuncias de robos residenciales y de comercios, principalmente por parte de las RSF.
Los imperialistas, por supuesto, han derramado lágrimas de cocodrilo por el fracaso de la ‘transición a la democracia’ de Sudán. Antony Blinken, secretario de Estado de EE. UU., instó a un alto el fuego urgente y a un regreso a las «conversaciones que fueron muy prometedoras para poner a Sudán en el camino de una transición total hacia un gobierno dirigido por civiles».
Por supuesto, nada parecido saldrá de las negociaciones de trastienda con los mismos asesinos generales del ejército que ya han masacrado a miles de personas inocentes en su ataque deliberado contra la insurrección sudanesa en 2019 y desde entonces contra cualquier tipo de autoridad democrática.
El secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, James Cleverly, reprodujo la misma tontería, afirmando que «en última instancia, el momento presente está en manos de los generales comprometidos con esta lucha».
Depositar cualquier expectativa en que Burhan y Hemedti tengan mejores intenciones es una tontería, y refleja un gran cinismo de parte de los imperialistas.
Las naciones occidentales que participan en la supuestamente pacífica transición a la administración civil no han ocultado sus motivos subyacentes: mantener un fuerte control sobre Sudán, controlar el movimiento revolucionario que comenzó en 2018 y limitar el impacto de sus competidores geopolíticos.
Una cosa que todos tienen en común es la necesidad de «estabilidad». Por supuesto, la estabilidad de la que hablan se basa en proteger el sistema capitalista y evitar que la lucha revolucionaria del pueblo desate una ola de insurgencia en toda la región. Trabajan con matones como Burhan y Hemedti particularmente por este propósito.
El levantamiento sudanés ha sido traicionado en cada etapa por sus líderes, quienes siempre vacilaron a la hora de encarar una confrontación militar decisiva entre las masas y la clase dominante. En cambio, optaron por llegar a un acuerdo con los mafiosos capitalistas.
Las fuerzas más inescrupulosas, como las FFC, han entablado negociaciones directas con la contraarrevolución, perdiendo su legitimidad ante las masas y allanando el camino para la terrible derrota del movimiento.
Una vez más, vemos la bancarrota del pacifismo de la Coordinación de Comités de Resistencia. Los estratos dirigentes a menudo han invocado la amenaza de la guerra civil para jostificar su falta de voluntad para armar a las masas para un enfrentamiento final con los generales.
Como resultado, el pueblo ha sido víctima de un conflicto unilateral a manos de la contrarrevolución, que ahora amenaza con hundir a Sudán en una guerra civil entre camarillas de carniceros, ambas enemigas mortales de los trabajadores y los pobres.
La insurrección de 2018-2019 podría haber abierto el camino a la transformación socialista de la sociedad, el único camino para que el pueblo pueda vivir una vida buena y digna. En tal contexto, cualquier partido revolucionario, por pequeño que fuera, podría haber jugado un papel importante en esos eventos. Desafortunadamente, tal partido no existe.
Las masas están pagando un precio terrible por el fracaso de sus líderes. A pesar del extremo desgaste y la desmoralización, el pueblo ha seguido marchando y luchando hasta el día de hoy.
Nada mejorará para las masas sudanesas a raíz de quién gane esta guerra interna de la contrainsurrección.
Tampoco puede haber expectativa alguna en que la ‘comunidad internacional’ dirima este nuevo estallido de violencia sangrienta, que los imperialistas sólo exacerban. La única salida de esta pesadilla es la revitalización de la insurrección sudanesa, que debe aprender de los reveses del pasado, defenderse de todas las fuerzas reaccionarias a través de sus propios organismos de lucha y eliminar cualquier factor que la frene.