Por Lisbeth Moya González
Ya no pienso a Cuba como una isla, aunque pesen sobre mí todos los relatos insulares que la inmortalizan en su patrimonio intangible. Si tuviera que definir a Cuba, tal vez las palabras no fueran suficientes. La dibujo en mi cabeza como un mapa pequeñito en medio del Caribe, y atados a la cintura con lazos imaginarios, muchos de sus hijos, que se mueven por el mapamundi como buscando un sitio donde algo se les parezca al hogar. La pienso quizás como un conjunto de barcos que zarpan y vuelven, o una caravana de nómadas que se refugian en el pasado.
Migrar es añorar, y en el caso de los cubanos la migración ha sabido construir muchas Cubas allí donde se encuentre; mas no todo migrante se va por la misma razón, ni vive los mismos dolores. No todos partieron en iguales circunstancias y eso hace que Cuba comparta todo con el mundo, aunque no se parezca mucho al resto de los países. En Cuba, hasta la sociedad civil es trasnacional.
“Anoche yo tuve un sueño, qué cosa más placentera, yo me encontraba bailando en una esquina habanera” (Willy Chirino: La esquina habanera)
La Revolución cubana significó en 1959 un cambio radical en la dinámica migratoria. El proceso de migración tras esa fecha transita por diversas etapas. Entre 1959 y 1975 salieron hacia Estados Unidos aproximadamente 550 000 personas. La diáspora inicial se componía de sectores vinculados al gobierno de Fulgencio Batista, personas inconformes con el nuevo sistema político, otras cuyos bienes fueron expropiados y muchas más tras familiares que partieron por algunas de las razones anteriores. En este sector de la diáspora primaría el rechazo al nuevo orden político, y en sus demandas históricas al Estado cubano está recuperar posesiones expropiadas y el retorno a la vida republicana que una parte de ellos ejercía como clase privilegiada en la Isla.
Ese grupo migró fundamentalmente a Estados Unidos en medio del diferendo cubano-norteamericano instituido desde siglos anteriores y reforzado durante la Guerra Fría. La disputa política entre un gobierno declarado socialista en 1961, que arrebata su neocolonia más preciada al imperio más poderoso del mundo, configura para la diáspora cubana un contexto excepcional, marcado por leyes que favorecen su estancia en el país de acogida como refugiados políticos y la convierten en juez y parte de un combate político trasnacional que trasciende hasta nuestros días y que las administraciones norteñas han sabido financiar y potenciar para sus intereses.
Tales estrategias de subversión tienen como respuesta el blindaje legal y el discurso en torno a la seguridad nacional que despliega el gobierno cubano, así como la construcción de un imaginario de plaza sitiada que favoreció la criminalización del disenso tanto a nivel del Estado como de la ciudadanía.
Es importante resaltar desde la lectura afectiva de la migración y teniendo en cuenta los transnacionalismos de índole cultural, que desde esa primera migración cubana comienza a construirse una nueva Cuba en la Florida, donde se reproduce arquitectónicamente a La Habana añorada, se conservan hábitos y prácticas gastronómicas ya extintas en la nación actual y se afianzan tradiciones religiosas y culturales en todo el espectro de la palabra. De ahí que el sándwich cubano y la croqueta original sean más populares en Miami que en La Habana.
Se trata, además, de cubanos que añoran el retorno de la República anterior a 1959 y la Constitución de 1940; que se organiza como sociedad civil para, en muchos casos, pedir el refuerzo de medidas unilaterales coercitivas con el fin de derrocar a la «dictadura»; una sociedad civil trasnacional y heterogénea que incluye a otros activismos de existencia más reciente, constituidos para solidarizarse con sus compatriotas en momentos de catástrofe o precariedad, o que, en casos de organizaciones como Puentes de Amor, abogan por la normalización de las relaciones entre ambos países.
La existencia de esa diáspora inicial con las características ya mencionadas conviene no solo al gobierno norteamericano en su diferendo político, sino también al cubano que legitima la exclusión, politiza el tema y refuerza su discurso nacionalista. Se trata, según según la doctora en Sociología Velia Cecilia Bobes, de «exportar la oposición», «utilizar la migración como válvula de escape a presiones internas» y como carta de negociación con el gobierno de Estados Unidos.
«¿Qué clase de libertad van a darte?» (Pablo Milanés: Yo me quedo)
Hasta 1962 ocurre el primer flujo migratorio entre Cuba y Estados Unidos, que utiliza vuelos regulares. No obstante, con la crisis de los misiles el presidente John F. Kennedy suspende los vuelos comerciales hacia y desde la Isla, y la migración comienza a producirse de manera ilegal. Entre 1962 y 1965 llegan al menos 30 000 cubanos irregularmente a territorio norteamericano.
En octubre de 1965 en la Isla se abrió el puerto de Camarioca para que los residentes en Estados Unidos recogieran a sus familiares por vía marítima, y así salieron al menos 3 000 personas. Nuevamente es la migración una moneda de cambio político entre los gobiernos. La tensión favorece un memorando de entendimiento entre las partes, que trae consigo la creación de un puente aéreo Varadero-Miami prolongado hasta 1973, cuando el presidente Richard Nixon lo elimina.
Con la suspensión de los acuerdos de 1965 concluyó la «segunda oleada» migratoria, durante la cual abandonaron a Cuba, por vía legal o ilegal, alrededor de 400 000 personas en poco más de diez años. Para 1980 existía una población de 670 000 cubanos en Estados Unidos.
A finales de la década de 1970, un acercamiento diplomático dio lugar al establecimiento de Secciones de Intereses en La Habana y Washington. Como resultado del diálogo y las modificaciones a la legislación, desde 1979 los emigrados pudieron regresar a su patria y visitar a sus familiares, aunque en calidad de turistas. El humor popular convirtió a los otrora «gusanos» en «mariposas», pero en materia legal, la Constitución de 1976 mantuvo el rechazo a la doble ciudadanía y eliminó el derecho al libre tránsito.
En 1980 sobrevino una nueva crisis migratoria, tras la apertura del puerto del Mariel como resultado de la entrada de cerca de 10 000 cubanos a la embajada del Perú en busca de asilo político, y el incidente tuvo como resultado la migración de alrededor de 7500 personas a países centroamericanos por vía aérea. Ante la escalada de tensión, nuevamente el gobierno abrió la frontera marítima para quienes quisieran partir por esa vía.
Mas los llamados «marielitos» no fueron acogidos con tanta hospitalidad como los inmigrantes anteriores, al cargar con el estigma de ser de clases bajas y marginalizados ―un rechazo replicado hasta hoy con los «balseros». El propio Fidel Castro expresaría en el acto conmemorativo del primero de mayo de 1980: «Ese, ese es este pueblo, no los lumpens que quieren presentar como imagen del mismo, no la escoria que se alojó en la embajada de Perú! (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Que se vayan!”, “¡Abajo la escoria!”, “¡Que se vayan todos los que no quieren trabajar!”, “¡Pim, pom, fuera, abajo la gusanera!”)».
Por ende, la estigmatización de los migrantes cubanos en dicho contexto está mediada por no ser estos «víctimas» expropiadas por el socialismo, sino de desposeídos que salen de la Isla por las razones más diversas y que en muchos casos tenían un expediente criminal, o simplemente eran miembros de la comunidad LGBTIQ+, rechazada por la vieja guardia de ambas orillas.
Es importante destacar que, desde 1959 hasta los 80’s, no paró el estigma político sobre los migrantes por parte del Estado cubano, ya sea entendiéndolos como «escoria» o como «burgueses inadaptados», aunque necesariamente quienes migraban no lo hicieran por razones políticas sino económicas o de reunificación familiar. En este período se intensifican los actos de repudio como una forma de criminalización del disenso o simplemente de señalar a los familiares que quedaban en territorio nacional. Esos actos de repudio, condenados más adelante por la propia ciudadanía, se repetirían contra activistas opositores en los últimos años —aunque de forma menos intensa— principalmente tras los sucesos del 11J.
«… y ya no le dijeron más gusano, porque empezó a ser un comunitario…» (Frank Delgado: La otra orilla)
Las nuevas olas migratorias de la década del 80 en adelante no poseen un marcado carácter político. Paulatinamente deja de entenderse al migrante como «el extraño», «el contrarrevolucionario» o «la escoria». En la crisis económica de los años 90, tras la caída del muro de Berlín, el gobierno cubano se ve obligado a abrir sus puertas al turismo y poco a poco, con el advenimiento del nuevo siglo, quienes habían migrado retornan a visitar a sus familiares con regularidad.
Más adelante, las remesas se convertirían en un sostén para las familias en la Isla y la percepción de la migración cambiaría desde ambas partes. Como enuncia Cecilia Bobes, «En los años 90, nuevas modificaciones reconfiguran el escenario migratorio, esta vez asociadas a la crisis del Periodo Especial, la reforma constitucional (1992), la reforma económica (1993) y la “crisis de los balseros” (1994)». A esos repudiados que regresan a visitar a su familia, cargados de regalos, con cadenas de oro y rentando carros, se les comienza a llamar jocosamente, «comunitarios».
Según dicha autora, a partir de los años 2000, medidas como «la aceptación de la inversión extranjera (mixta y de capital privado) en diversos sectores, la legalización del trabajo por cuenta propia y la tenencia de divisas» abren las puertas al envío de remesas, que revaloriza socialmente a la migración.
La profesora de la Universidad de Massachusetts Denisse Delgado (2020) afirma respecto al cambio de postura de la diáspora cubana en Estados Unidos, que se produce «en la medida en que las generaciones más jóvenes, las que emigraron después de 1995, así como las segunda y tercera generaciones, mantienen lazos estrechos con la Isla».
Según la encuesta de 2018 a cargo de la Universidad Internacional de la Florida el 57 % de los encuestados estaban de acuerdo con el viaje sin restricciones de todos los norteamericanos a Cuba, y un 51% apoyaba el embargo —esto último cambia significativamente respecto al mismo sondeo de 2016, en el cual el apoyo solo fue de un 36% de la muestra—. En los últimos años estos criterios se han movido un poco. El mismo instrumento aplicado en 2022, arrojó que solo el 47% —10% menos que en 2018— apoyaban los viajes a la Isla sin limitaciones, y el acuerdo con continuar a las sanciones creció a un 63%.
En estos criterios es probable que haya influido el paso del presidente Donald Trump por la Casa Blanca y una narrativa agresiva hacia gobierno de La Habana que fue amplificada por políticos e influencers en la Florida, sumado a hechos visibles de violaciones de derechos humanos en la Isla. Ambos elementos han contribuido a aumentar la polarización y el extremismo político entre los cubanos.
«a la pura yo se lo prometí…» (Kimiko y Jordi: El campeón)
Solo con la reforma migratoria de 2013 los cubanos pudieron viajar libremente. Más adelante, ante la crisis política suscitada por la covid 19 y la crisis económica, el gobierno facilitó una salida migratoria con el libre visado para Nicaragua. De acuerdo con datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP) «casi 40.000 cubanos llegaron a la frontera sur entre noviembre de 2021 y febrero de 2022». En octubre de 2021, «el número de los que llegaron a la frontera de EE. UU. oscilaba en los 5.000, y en febrero de este año superaban los 16.000».
Se trata de la mayor ola migratoria de la historia cubana, durante la cual muchos han perdido la vida, por ser un trayecto peligroso que puede incluir el cruce de la selva del Darién o del Río Bravo en México. Las cifras mencionadas solo se refieren al fenómeno migratorio hacia Estados Unidos vía Nicaragua, pero no contemplan a quienes migran hacia otros destinos con libre visado como Rusia, Emiratos Árabes o Ecuador, con procesos migratorios similares, pero en menor escala.
La fuga de cerebros es otro de los factores para tener en cuenta, puesto que miles de universitarios cubanos se van sin retorno para cursar becas de maestría y doctorado en el extranjero. El abandono de misiones internacionalistas y los intelectuales o deportistas que salen del país a algún evento o competición y no regresan, es también una ruta.
Tras el 11J se da un nuevo proceso de marcada migración política, pues muchos activistas, periodistas independientes o presos políticos y sus familiares han debido abandonar su tierra a causa del proceso de criminalización del disenso y acoso al que han sido sometidos por parte del Estado. Otros, incluso, han sido exiliados, al no permitírseles regresar al territorio cubano. En estos casos, la migración no solo se centra en Miami, sino en destinos como Madrid, Alemania y Serbia, entre otros.
Lo que facilita la migración hacia España es la posibilidad de los cubanos de optar por la ciudadanía de ese país, como resultado de las medidas de nacionalización por origen familiar. En el caso de otros destinos dentro de la Unión Europea, suele ser consecuencia del libre visado hacia Serbia y las escalas de los vuelos hacia ese país, en Alemania o Suiza, donde muchos viajeros procedentes de la Isla piden asilo político.
«Tú cinco nueve, yo doble dos» (Yotuel Romero, Descemer Bueno, Gente de Zona, Maykel Osorbo y El Funky: Patria y vida)
La migración cubana posee un amplio matiz político, pero, a fin de cuentas, aunque el Estado reniegue de ella ―tanto al no otorgarle derechos de ciudadanía, como al condenarla en su discurso―, es la parte de la sociedad civil cubana más activa. En ello influye la no restricción directa del gobierno cubano y los contextos en que las diferentes generaciones diaspóricas abandonaron la Isla, además de las características del país de recepción. Parte de esa sociedad civil diaspórica tiene una postura de no diálogo con el Estado cubano y basa su agenda en el cambio de régimen, lo cual ha sido el escudo histórico del gobierno de la Isla, para no reconocerla.
La sociedad civil diaspórica es heterogénea y está en pugna constante a su interior. Desde el 11J se aprecia una mayor politización signada por la denuncia de la criminalización de la protesta en Cuba, que es objeto de enfrentamiento entre sus miembros.
No se puede pensar a la sociedad civil trasnacional cubana sin su propio proceso histórico y postura en el diferendo Cuba-Estados Unidos, ni obviando la heterogeneidad de los emigrados, fuertemente influida por el momento y las circunstancias históricas en que abandonaron su país, su postura política y cómo fueron tratados por el gobierno cubano y la nación de acogida.
Es fundamental en su configuración el componente afectivo y la nostalgia de una Cuba pre-1959, la pertenencia a una clase social o generación específica, la presencia o no del financiamiento norteamericano en sus campañas políticas y los motivos particulares de cada migrante, que pueden ser políticos, económicos, de reunificación familiar…
Finalmente, no debe pasarse por alto el rol del liderazgo de los activistas políticos desterrados o emigrados ni el capital simbólico-político acumulado por una diáspora que posee varias generaciones de organización política (en el caso de Miami) e influye en la política del país de recepción respecto a Cuba.
A pesar de que el discurso oficial cubano se niega a reconocer una sociedad civil más allá de las organizaciones de masas, y a pesar de que dentro de la Isla todo activista del signo político que sea puede llegar a ser criminalizado, la sociedad civil cubana existe. Y aunque no sea la soñada por las izquierdas oficialistas o críticas, aunque cargue con todo el dolor que supone la migración en contextos políticos hostiles como los descritos, aunque incluso adquiera tonos de derecha anticomunista; es un hecho, no se puede negar.
El fantasma de la sociedad civil siempre ha recorrido la Isla y el futuro de Cuba depende de ese diálogo trasnacional, que no implica necesariamente ponernos de acuerdo, pero debe implicar el cese de las falacias de ambas partes y el reconocimiento, por un lado, de Cuba como Estado indispensablemente independiente, soberano y libre de injerencia, y por el otro, de la sociedad civil cubana, trasnacional y heterogénea.