El gobierno impulsa un nuevo marco de incentivos para que las empresas inviertan en eficiencia energética y aprobó la ley de calefacción para que las nuevas instalaciones edilicias sean en base a energías renovables. Pero su rumbo en lo ambiental es engañoso. El ala liberal se aferra a los motores de combustión y al sueño de los combustibles electrónicos (e-fuels) hoy en debate, sigue el descontento hacia su política de transporte y no se logra reducir las emisiones de CO₂ a lo esperado. Nuestras propuestas alternativas.
Por Carolina Menéndez Trucco
El “corazón verde” de Europa tiene una arritmia severa. En especial en sus bosques, tan indispensables para proteger el clima y la biodiversidad. Inundaciones, incendios forestales, sequías extremas y tormentas, entre otros factores, causan estragos. Según los expertos, en los próximos años se perderán medio millón de hectáreas forestales. El resto del panorama ecológico no es para nada alentador.
Alemania es responsable de la friolera de 5,37 % de las emisiones globales de CO₂, mientras que hoy la Unión Europea emite tantos gases de efecto invernadero per cápita como China, el mayor emisor mundial. Personas de todo el mundo padecen la destrucción de sus entornos y en vez de tomarse las medidas necesarias frente a la crisis, el poder y los negocios sin escrúpulos giran en falso. Ante tal escenario, la gran pregunta es cómo salir adelante.
Durante décadas, los investigadores advirtieron sobre las consecuencias del cambio climático que ahora son visibles en todo rincón de la tierra. La tragedia ambiental es sin duda política. El rumbo del capitalismo es hacia un inminente colapso social y ecológico, además de guerras y otros flagelos. Los sectores dominantes de los países imperialistas siempre fueron conscientes de ello y hoy el problema estalla. Por eso, más que tal o cual restricción o regulación parcial e insuficiente, se necesita un cambio de raíz de toda la matriz energética, productiva y de consumo capitalista.
Llueve y no llueve…
La lógica del buen juicio, ¿dónde quedó? Alemania, el motor económico de Europa, se presume pionera en el campo de las energías renovables. Pero ante la urgencia ecológica, más preocupada por su estanflación, sigue permitiendo inversiones dañinas para el clima, disfraza acuerdos con corporaciones y hace poco impuso la Ley de Oportunidades de Crecimiento para impulsar más producción de medianas y pequeñas empresas.
La lucha capitalista de poder se perpetúa a espaldas de lo social y a expensas de la naturaleza. Respecto de las prioridades presupuestarias, tal como en debates previos en el gabinete, el canciller socialdemócrata Olaf Scholz (SPD) quedó en medio de los liberales y los ecologistas. El ministro liberal de Finanzas, Christian Lindner (FDP), cuestionó las objeciones del Partido Verde en manos de la ministra de Familia, Lisa Paus (Bündnis 90/Die Grünen), al priorizar la inversión en niñez antes que en empresas. Pero la confrontación y la falta de sentido común ya no sorprenden. Más de una vez las posturas han sido incompatibles. Con todo, el parlamento (Bundestag) aprobó el proyecto de ley de rebajas fiscales.
Uno de los fines de dicha ley es incentivar a las empresas a invertir en la protección del clima, ofreciéndoles a cambio ventajas fiscales. Pero no afecta al greenwashing de tantas organizaciones que gastan más tiempo y dinero en marketing que en minimizar realmente su impacto ambiental. Además, como contrapartida, acarrea un ajuste social severo: desde recortes a la seguridad infantil básica y los desempleados hasta el desmantelamiento de los centros de asesoramiento migratorio. Es decir, lo pagan los sectores más vulnerables.
El sesgo “ecuánime” alemán o el falso equilibrio, como un reloj de arena, parece agotarse. El gobierno del semáforo[1] no es decidido ni imparcial, el viento social en contra aumenta y el tiempo apremia. Como bien planteaba Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás, de nada sirven ya los esfuerzos si no se mantiene la coherencia y se examinan las circunstancias que llevan a la contradicción y la división. Es que toda “transición” ambiental atada a reorganizar la lógica económica capitalista-imperialista es un círculo vicioso.
Una de cal y otra de arena
Un atisbo de sensatez en el programa: Robert Habeck sentado en la sala de calderas. Así se lo vio al vicecanciller y ministro federal de Economía y Protección Climática. La Ley de Energía para la Construcción, conocida como ley de calefacción, impulsada por dicho ministro, se enmarca en el debate sobre las nuevas regulaciones para ahorrar energía en los edificios. Aunque se levantó la obligación directa de utilizar bombas de calor, desde 2024 todo nuevo sistema de calefacción deberá funcionar con un 65% de energías renovables. Es decir, ya no se podrán instalar calefacciones de gas o gasóleo.
Se podría decir que este es uno de los principales proyectos del gobierno amigables con el clima, ya que la participación de energías verdes en el sistema de calefacción y refrigeración alemán es de tan solo un 17,4%. El 80% de los hogares hoy se calienta en base a combustibles fósiles. Aun así, todavía no se aclara quién se hará cargo de los costos, cuánto recaerá en manos del Estado, si serán los propietarios los que asumirán la mitad o si el asunto terminará recayendo sobre los inquilinos a través de una suba de alquileres.
Transición energética bajo la lupa
El gobierno no actúa de manera lógica ni constante. El plan de reducir las emisiones del sector de la construcción en un 42% para 2030 pone en duda de que esto pueda funcionar solo con las nuevas instalaciones de calefacción. Además, el oficialismo y la oposición también divergen en otros temas, mientras la extrema derecha directamente niega el cambio climático. También hay diferencias en el tema transporte, segundo sector emisor de gases de efecto invernadero después de la generación de electricidad: solo un 6,8% del mismo participa de energías renovables.
Por otra parte, como consecuencia del extractivismo, hay zonas totalmente exprimidas como la localidad de Lützerath en donde las excavadoras de lignito de la mina han desplazado casi por completo a la población: hoy solo quedan tres personas. Según el movimiento climático Fridays for Future la coalición tripartita gobernante en Alemania promueve inversiones dañinas para el medio ambiente, más gas fósil y actúa como si la protección del clima fuera a exacerbar los conflictos sociales cuando en realidad la justicia ecológica y social van de la mano. El hecho de que el gobierno federal quiera ahora posponer sin plazo la introducción del dinero climático, una ayuda social para aliviar a las personas pobres ante el aumento del precio del CO₂, entorpece esa supuesta justa redistribución. Por cierto, FfF llamó a una huelga global para el 15 de septiembre.
Reacción eco-social
Además de que un grupo de activistas roció con líquidos el Ministerio de Transporte, también una protesta de Greenpeace se hizo sentir hace un par de meses: estrelló simbólicamente contra el suelo un coche tipo SUV (utilitario deportivo) frente a la Puerta de Brandenburgo en rechazo a la decisión ministerial de bloquear la prohibición de coches con motores de combustión interna que fomenta la Unión Europea. En la Pariser Platz parecía como si un todoterreno hubiera embestido contra el piso.
La acción apuntó contra el fomento de los vehículos eléctricos, de hidrógeno y combustibles de nueva generación. Es que Alemania es el mayor fabricante de vehículos tradicionales de la UE y uno de los mayores del mundo. Por lo tanto, quiere aplicar la matriculación obligatoria de coches electrónicos recién a partir de 2035. En el gobierno federal, el liberal FDP presiona para retrasar la venta exclusiva de vehículos de emisión cero, se resiste a que desaparezcan los autos de combustión interna y para mantener su uso propone como “solución” el carburante sintético, menos contaminante.
¿Alternativa verde?
Finalmente, ¿cuál es el problema con los e-fuels? Estos combustibles sintéticos son más limpios y compatibles con algunos de los actuales coches. Aun así, la lucha contra la contaminación ambiental tiene otras aristas. La relativa ventaja ambiental de este tipo de carburantes no está exenta de problemas: siguen contaminando en su poscombustión[2], son complejos, poco eficientes, muy costosos y necesitan energías renovables para su producción.
No más a los combustibles fósiles como la gasolina o el diésel. Para muchos, la alternativa más eficiente es el coche eléctrico. Pero para justificar esa falsa “transición verde” omiten que el litio necesario para tales baterías proviene del extractivismo creciente en países periféricos, como el triángulo Chile-Argentina-Bolivia.
Además, el combustible verde no deja de ser una distracción y una excusa para indultar autos de combustión. Así y todo, el ministro de Finanzas insiste en sus “beneficios”, de modo que los e-fuels tendrán menores impuestos o estarán casi libres, igual que los autos que funcionen con ellos. No es casual que se prevea entonces un auge de los mismos, pero también de la industria automotriz alemana, una de las más ricas, que ahora apuesta por los combustibles electrónicos para preservar sus negocios.
Alerta roja
La incompatibilidad de posturas puede llevar a una contradicción permanente. A nivel ambiental, Alemania sigue estancada. Para evitar un daño masivo, dice querer alcanzar la neutralidad climática en 2045, pero para ello precisaría triplicar el ritmo de reducción de las emisiones de CO₂ y no actúa para lograrlo. Por ahora, la capital no pudo fijar objetivos más estrictos. “Berlín 2030 Clima Neutral” fue un referéndum que se votó en marzo pasado sobre una nueva ley que obligaba al Senado a reducir las emisiones nocivas en un 95% para esa fecha y a hacerlo de forma socialmente justa, compensando los alquileres netos más elevados. Pero el proyecto fracasó: muy pocos berlineses votaron a favor.
A la vez, los informes muestran que el país está lejos de alcanzar los objetivos en materia de naturaleza y clima. Las emisiones per cápita siguen siendo de las más altas, sobre todo por la cuota de la industria y la gran contribución de electricidad y calor de la producción.
Plan de acción ecosocialista
Pese a los efectos de la crisis y a ciertas medidas tentativas, no existe un modelo de transición sostenible y operativo sin plantear un cambio integral revolucionario. Comenzando por la planificación de la producción y la gestión de todo el abanico industrial en función de las necesidades sociales y no de la ganancia empresarial. Pues el actual modelo de acumulación capitalista solo ha causado mayor desigualdad social y desastres. Bien lo saben los alemanes.
Por la crisis energética y la posible interrupción del suministro de gas ruso, en su momento el gobierno alemán no dudó a la hora de plantearse intervenir en el mercado energético, en los precios de la energía, y, por ende, en la industria. Pero el punto de inflexión en dicho sector no se acabó con la pandemia, y mucho menos con la contracción posterior de la economía. Ahora se vuelve a impulsar la producción a gran escala a costa de lo socioambiental. Por ello, una verdadera transición para reducir la contaminación debe incluir medidas como parte de un plan económico alternativo anticapitalista, incluso con proyección europea e internacional:
- Que la ley de calefacción no se limite a los bienes inmuebles y residenciales, sino que incluya a la industria, comercio, servicios y sistemas de calefacción nuevos y antiguos. Puesta en marcha de sistemas de intercambio de energía para utilizar el calor residual de todos los sectores.
- Reducir el número de vehículos privados, ampliando las redes de transporte público, en manos del Estado y bajo control social, con conversión en energías renovables.
- Sustituir la matriz de combustibles fósiles por otra basada en energías renovables y limpias, incluida la reconversión de los actuales trabajadores del sector y preservando sus derechos.
- Reforestar todas las zonas dañadas, adaptándolas al cambio climático a largo plazo. Remediación ambiental a costa de las corporaciones responsables del perjuicio.
- Extractivismo cero. Los bienes comunes deben ser patrimonio social inalienable. Entendemos su uso en el marco de un plan productivo al servicio del pueblo trabajador, reeducando el consumo masivo en base a otros parámetros culturales y con respeto por el ecosistema.
Si bien Alemania aparenta ser un ejemplo a nivel mundial en cuanto a energías renovables y su implementación, su política climática está llena de incongruencias. Solo un gobierno de las y los trabajadores podrá avanzar en forma consecuente en una planificación económica genuinamente democrática, solidaria y ecológica. Desde la LIS y en cada país trabajamos para esos objetivos.
[1] Alude a los colores del Partido Socialdemócrata, el Partido Democrático Libre y la Alianza 90/Los Verdes, o sea rojo, amarillo y verde respectivamente.
[2] Emiten óxidos de nitrógeno, que son tóxicos y cancerígenos.