Javier Milei, acompañado por otros sectores de la derecha, busca provocar un profundo cambio político, económico y social en el país. Apoyado en el desastre que significó el saliente gobierno del PJ (Partido Justicialista, peronista), se propone ir a fondo con un paquete de reformas que reconfigurarían por completo el escenario y significarían un impulso para la extrema derecha a nivel continental. La pelea por frenarlo es compleja y está abierta.
Por Martín Carcione
Con el lanzamiento de un mega Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y posteriormente un paquete de medidas conocido como “Ley Ómnibus”, el gobierno encabezado por Javier Milei, en sociedad con sectores de Juntos por el Cambio (coalición de centro-derecha encabezada por el macrismo) y el PJ, se dispone a provocar una transformación profunda del país. En el debate que existía entre sectores de la burguesía sobre si provocar un ajuste más gradual o un shock profundo y rápido, es la segunda opción la que se impone, lo que representa un cambio radical, no solo en Argentina, sino, incluso, en muchos países del mundo. Asistimos a un experimento que, no casualmente, se lleva adelante en este país del cono sur, sin dudas unos de los más importante a nivel continental a nivel económico y político.
La necesidad de la burguesía de quebrar definitivamente un ciclo económico negativo que arrastra desde hace años y al mismo tiempo provocar una derrota de proporciones a los sectores obreros y populares del país, activos protagonistas de la lucha de clases en estos años, es la motivación central del experimento Milei, pero no la única. En la aventura parece jugarse también la definición de cómo enfrentar la crisis, cada día más profunda, del régimen económico, político y social que se pretendió instaurar como hegemónico con posterioridad a la caída del muro de Berlín y que ha tenido expresiones diferentes y ciclos con elevada conflictividad social, caída de gobiernos y un profundo deterioro institucional en todos los niveles: la democracia capitalista, tal y como la conocíamos, parece estar llegando a su fin, el contenido y la forma de su reemplazo comienza a discutirse en las calles.
A escasas semanas de haber asumido el gobierno, la principal confederación sindical del país, la Confederación General del Trabajo (CGT) se vió obligada a convocar un paro nacional que va a paralizar el país este 24 de enero. La izquierda trotskista, un factor de peso en el país, que realizó la primera movilización contra el nuevo gobierno el 20 de diciembre, y la respuesta de diversos sectores que se han movilizado en estas semanas, han generado una parte significativa de la presión que impuso el paro. Es una medida poco vista en el mundo, el arma de mayor calibre de la clase trabajadora. Tanto es así que, efectivamente, todo el plan de Milei está en el limbo, a la merced de una pelea dura pero abierta, en la que todos los bandos esperan el resultado de la batalla del 24 para evaluar la perspectiva hacia adelante.
Una crisis global, un mundo polarizado
Es imposible entender el desarrollo de los acontecimientos en el país sin situarlo en el contexto internacional de profundización de la crisis global sistémica del capital a la que asistimos y, como consecuencia de la misma y de su no resolución en ningún sentido, el desarrollo de una polarización social y política que se extrema.
En este contexto, a nivel general y también en Argentina, los fenómenos políticos de extrema derecha han logrado un nivel mayor de institucionalización en fuerzas políticas, partidos y coaliciones. Esto se debe, entre otros factores, a la búsqueda de sectores de la burguesía, con todas sus posibilidades materiales, de constituir un cierre definitivo (en términos relativos al menos) a la inestabilidad, provocando un corrimiento del centro político hacia la derecha. Otro factor de peso está dado sin dudas por el fracaso de las experiencias de la denominada “nueva izquierda” internacional, sectores del progresismo o el bolivarianismo que abonaron a un proyecto de capitalismo “humanizado” o con ciertos controles estatales para terminar como garantes de los intereses imperialistas, provocando un serio desprestigio a la posibilidad de una salida radical por izquierda o socialista.
Ambos factores se expresan, con sus particularidades en Argentina. por un lado, el viraje liberal y de entrega operado en el principal partido del país, el Partido Justicialista, que continuó de manera casi inalterada el camino del gobierno de Mauricio Macri y Juntos por el cambio de 2015-2019, aplicando un enorme ajuste sobre los sectores populares, pagando la estafa de la deuda externa y profundizando el sometimiento a las potencias imperialistas. Por el otro lado, el desarrollo de una fuerza política alentada por sectores de la burguesía que avanzó sobre el espacio de la derecha tradicional golpeando no sólo sobre los aspectos económicos sino también sobre la estructura política y social, ubicándose “por fuera” del sistema tradicional de partidos y coaliciones hasta el momento mismo de la definición electoral, para luego dar un giro brusco hacia acordar con lo más concentrado de la “casta” que decía proponerse a combatir.
Pero esto no es más que uno de los polos de la situación internacional, hay otro con mucha vitalidad y fuerza, aunque sin referencias politico ideologicos claras aún, que tiene que ver con la movilización popular y el enfrentamiento a los planes globales de la burguesía, que tiene y ha tenido experiencia significativas en los últimos años. Sin ir más lejos, es esta expresión de luchas, huelgas, movilizaciones masivas y levantamientos, la que ha impedido en muchos casos que las fuerzas de extrema derecha, como así también las de centro, logren imponer derrotas significativas y ha coartado la posibilidad de que sus programas se impongan.
El experimento Milei incorpora esas conclusiones
Milei puede ser calificado claramente como un demente, sin embargo, quedarnos con esa expresión nos desarmaria para enfrentarlo. En torno a este personaje que habla con sus perros muertos y mantiene una dudosa relación con su hermana, se ha organizado la mayor parte de la burguesía con el objetivo de llevar a fondo una experiencia política que se basa en la tésis de que hace falta un shock brutal, no solo en el terreno económico, sino también político y social, para cerrar la crisis e inaugurar un nuevo ciclo de acumulación.
No alcanzan las medidas económicas, las privatizaciones, los despidos, la devaluación y la reducción del Estado. Para lograr darle consistencia y durabilidad a esos golpes, hace falta transformar el régimen político y provocar un cambio social profundo. Por eso no es exagerado decir que el avance del DNU, la Ley Ómnibus y el protocolo anti movilización implicaría un cambio de régimen político, un golpe reaccionario que apunta a enfrentar el principal problema que la burguesía no ha logrado erradicar del país y el mundo, la movilización y la organización social.
El parlamentarismo, la institucionalidad burguesa tradicional, la existencia del derecho a protesta y asociación, la “división de poderes” que conforman la base del régimen democrático burgués están en cuestión no solo para amplias capas de trabajadores y sectores populares, sino también para la propia burguesía y sus propagandistas. Es el momento de ir a otro tipo de organización social y es por eso que no se trata solamente de una disputa parlamentaria por la aprobación de un paquete de medidas, sino del inicio de un enfrentamiento para definir cuál será y al servicio de qué sectores estará el nuevo modelo. En esta coyuntura, la ofensiva en esa pelea está en manos de la derecha reaccionaria, sin embargo empiezan a darse muestras de resistencia y la convocatoria a un paro general el próximo 24 de enero es un dato más que importante que seguramente marcará la agenda de las próximas semanas. La entrada en escena del movimiento obrero organizado, de las organizaciones sociales y populares y la de la izquierda en disputa con los aparatos burocráticos, los partidos reformistas y de centro y la propia represión del gobierno, se pondrán a prueba.
Doble desafío: enfrentar el paquete reaccionario y disputar por un cambio de dirección y una salida socialista
El país, y en gran medida la situación, con sus ritmos y particularidades, está entrando en un momento de definiciones. Una encrucijada que tensionará al máximo la lucha de clases.
Desde la izquierda revolucionaria tenemos, ante este escenario, un doble desafío. Por un lado, ser la primera línea de enfrentamiento al paquete de medidas y el gobierno que lo impulsa. Es por eso que desde hace semanas impulsamos el llamado a las centrales sindicales y demás sectores a la convocatoria a una huelga general con movilización, acción que finalmente tuvieron que convocar para el próximo 24/1. Lo hicimos movilizándonos desde la semana siguiente a la asunción de Milei, con una importante acción el 20/12 que dinamizó la respuesta esa misma noche con cacerolazos en todo el país y logró romper el protocolo represivo impulsado por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich. El 27/12, la CGT convocó a una concentración frente a Tribunales para presentar un recurso contra el DNU, que fue masiva a pesar de que la propia burocracia se encargó de que solo participaran los cuerpos orgánicos de cada sindicato (los afiliados con cargo sindical) y no llamó a paro. Han comenzado a desarrollarse, tímidamente aún, espacios de organización barrial que buscan emular las asambleas barriales que surgieron en el 2001 y las y los trabajadores y estudiantes de la cultura se encuentran claramente a la vanguardia de la lucha, protagonizando enormes asambleas y acciones a lo largo y ancho del país. No casualmente, se trata de un sector en el que la izquierda tiene un peso destacado. Unidxs por la Cultura, un espacio que funcionó como ariete en la pelea por la extensión de los fondos para cultura durante la gestión del anterior gobierno del PJ, se va transformando poco a poco en una referencia nacional, claro que sin la fuerza decisiva: los pesos pesados del movimiento obrero.
Frente al paro nacional convocado, la tarea fundamental tiene que ver con trabajarlo con fuerza, difundirlo y lograr que la acción sea masiva y la movilización tenga una continuidad, rompiendo el cerco de una burocracia que pretende utilizar la acción para contener el proceso y negociar las reformas con el gobierno. En el mismo sentido actúan el PJ y los gobernadores. Massa, ex ministro de economía y candidato derrotado en la pasada elección y Cristina Kirchner, una referente fundamental de este espacio, han llamado a no enfrentar al gobierno de Milei y darle tiempo para gobernar, mostrando que la sociedad para el ajuste, más allá de los matices, es global.
En el marco de esta ardua tarea, desde la izquierda, tenemos un segundo desafío muy importante, clave en todo sentido, que es el de construir una fuerza capaz de terciar en el recambio de dirección que se comienza abrir frente al golpe sufrido por el PJ y sus más que probables claudicaciones al servicio del ajuste. Para ello, no alcanza con solo impulsar la movilización y la organización independiente, fundamentalmente del movimiento obrero. También es indispensable lograr una implantación más extendida y firme en sus bases, disputando la conducción a la burocracia y la representación política a los partidos del régimen.
Días claves, tareas urgentes, debates estratégicos
Como se señala con anterioridad, está en juego en el país una disputa que excede largamente las fronteras y puede tener implicancias regionales. Ante esto, es clave una respuesta acorde a la magnitud del ataque e incluso superior. El trabajo por el éxito, la extensión y continuidad del paro general es sin duda el paso fundamental que tenemos por delante. Participar y desarrollar asambleas, la organización de base y todas las formas de participación masiva del movimiento obrero y popular cobran un sentido estratégico en estos días. Unidad y enfrentamiento, disputa lugar por lugar, trabajador por trabajador, para lograr no solo contundencia sino una cohesión cada vez mayor de la izquierda revolucionaria con el movimiento obrero, estudiantil, piquetero, ambiental y popular en general con el claro objetivo de voltear el paquete de medidas que apuestan a pasar por el angosto camino del parlamento burgués, confiando en la podredumbre de la rosca y la negociación a espaldas de las mayorías.
En ese marco, en la tensión de esas disputas, sería un error obviar los debates estratégicos que tenemos la responsabilidad de encarar desde la izquierda revolucionaria si queremos realmente jugar un rol dirigente en los tiempos que se vienen empalmando con los sectores que se jueguen a fondo en la movilización contra el gobierno y su curso golpista, como así también contra las falsas opciones que apuestan a la negociación. Partimos de una adhesión importante desde el punto de vista electoral, pero es insuficiente para resolver la situación al servicio de las mayorías, hay que organizar esa fuerza y multiplicarla, construyendo espacios de participación para los centenares de miles que nos acompañan con su voto y logrando que avancen de adherentes a activos militantes, eso nos proponemos desde el MST y la LIS en Argentina, debatiendo fraternal pero firmemente contra aquellos sectores que privilegian la postulación electoral o sectorial propia, renegando de la necesaria transformación del FITU en una herramienta de organización de masas.