Estados Unidos se precipita hacia una crisis política

El intento de asesinato envalentona a Trump e inmoviliza aún más a los demócratas

Ashley Smith analiza el impacto del intento de asesinato de Donald Trump en la profundización de la crisis política en Estados Unidos y la debilidad cada vez mayor de la campaña de Joe Biden.

Estados Unidos ya se encaminaba hacia una de las crisis políticas más agudas de los últimos tiempos. El entonces expresidente y delincuente convicto Donald Trump casi fue asesinado en un acto en Pensilvania. Habiendo sobrevivido, Trump consolidó su base y arrinconó a los demócratas culpándolos del ataque.

Trump ahora se posicionará como un hombre fuerte y sobreviviente contra una debilitada campaña de Biden. Tiene un camino interno hacia la victoria en las elecciones con una clara ventaja a pesar de ser ampliamente despreciado.

Incluso antes del intento de asesinato de Trump, la catastrófica actuación del presidente Joe Biden en el debate había puesto en duda su candidatura ante la prensa burguesa, los donantes capitalistas demócrata y los políticos centristas, todos pidiéndole que pasara la posta a otro candidato.

El Partido Republicano capitaliza el intento de asesinato

El atentado contra Trump ha ahogado todas las demás cuestiones. La imagen de él ensangrentado, desafiante con el puño en alto y cantando “luchen, luchen, luchen” ha inundado los medios de comunicación y sin duda terminará en las camisetas de la Convención Republicana de esta semana en Milwaukee.

En este momento no sabemos mucho sobre el tirador, Thomas Matthew Crooks, excepto que era un republicano registrado, blanco, de veinte años, que donó al PAC (Comité de Acción Política) demócrata, Act Blue, después de la elección de Biden. Sus motivos y su política aún no están claros, aunque los informes lo describen como una persona solitaria con un historial de acoso escolar.

Pero Trump y sus secuaces ya han culpado a los demócratas del intento de asesinato. El candidato a la vicepresidencia, J.D. Vance, exclamó: “La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario al que hay que detener a toda costa. Esa retórica condujo directamente al intento de asesinato del presidente Trump”.

Acorralados por estas acusaciones, los demócratas condenaron inmediatamente el intento de asesinato y retiraron sus anuncios de campaña por todo el país, algo que, por supuesto, no fue correspondido por los republicanos. Los demócratas, en retirada, ya están silenciando sus críticas más duras, al menos por ahora, mientras que los republicanos han redoblado sus ataques contra Biden y los demócratas.

En medio de la agudización de su disputa, ambos partidos se han unido en una cosa: la condena feroz de la “violencia política”. Su hipocresía en este punto es evidente para todos. Ambos partidos han financiado conjuntamente la maquinaria de guerra del Pentágono con casi un billón de dólares al año, han armado a Israel para llevar a cabo su genocidio en Palestina y han desencadenado su policía militarizada para imponer las desigualdades de clase racializadas del capitalismo estadounidense.

Al contrario del actual teatro político bipartidista, la violencia política es una característica sistemática de la sociedad estadounidense. Es tan americano como el pastel de manzana.

Y está empeorando. La crisis global de largo plazo del capitalismo está profundizando la desigualdad, alimentando la polarización política, abriendo espacio para la extrema derecha, incluidas las fuerzas fascistas, e intensificando la violencia social y política.

Hasta Biden admitió esto en su discurso nacional cuando enumeró sólo algunos ejemplos recientes, como el golpe de Estado de Trump del 6 de enero, el ataque al marido de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el complot para secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer. Las súplicas retóricas de Biden y especialmente de Trump a favor de la unidad nacional no frenarán esa violencia, que es producto de una profunda crisis socioeconómica y una polarización política intratable.

Los beneficiarios del intento de asesinato serán la campaña de Trump, la extrema derecha, el Estado de seguridad, el ejército y la policía. Ellos, junto con el apoyo, en el mejor de los casos, calificado de los demócratas, agitarán un pánico moral sobre el “extremismo” para justificar una represión en pos de la ley y el orden.

Como resultado, es probable que veamos una erosión aún mayor de nuestros ya amenazados derechos democráticos de organizarnos, expresarnos, protestar y hacer huelga. Independientemente de la identidad, el motivo y la política del tirador, el objetivo de esta represión será la izquierda, los movimientos progresistas, los sindicatos y, especialmente, la gente de color. En particular, esto reforzará los ataques al movimiento de solidaridad con Palestina, que ya padece una caza de brujas macartista.

El Times of Israel informa que los funcionarios de campaña de Biden declararon, bajo condición de anonimato, que “en lugar de atacar verbalmente a Trump en los próximos días, la Casa Blanca y la campaña de Biden se basarán en la historia del presidente de condenar todo tipo de violencia política, incluida su dura crítica al ‘desorden’ creado por las protestas universitarias contra Israel por la guerra en Gaza con Hamas”.

Crisis en el Partido Demócrata

Mientras los republicanos aprovechan el intento de asesinato, los demócratas se encuentran en una crisis política completa. Su abanderado, Biden, ve erosionar el apoyo de los votantes jóvenes como resultado de su implacable apoyo político, económico y militar a Israel y su guerra genocida contra Palestina.

Su posición lo ha colocado a la derecha de la mayoría de los demócratas y ha alejado a casi todos los palestinos, árabes y musulmanes. Biden es ampliamente y con razón llamado “Joe Genocida” por los activistas jóvenes.

Además de eso, sus políticas no han logrado aliviar la crisis en las vidas de los trabajadores y los oprimidos. La financiación de la pandémica se le ha terminado, los gobiernos estatales y locales ahora están recurriendo a la austeridad para equilibrar sus presupuestos, y los aumentos salariales de los trabajadores no han logrado igualar la inflación, particularmente en los costos de vivienda, especialmente para los inquilinos.

Para la mayoría de los oprimidos, las condiciones se han deteriorado en los últimos cuatro años. El aborto se ha restringido masivamente, la violencia policial racista y el gatillo fácil han continuado a su ritmo, y la deportación de inmigrantes ha aumentado dramáticamente bajo el gobierno de Biden. No sorprende que los votantes, incluso antes del debate, tuvieran poco entusiasmo por los demócratas.

Biden tenía dos tareas en ese debate: demostrar que es mentalmente competente para postularse y centrar la atención del electorado en Trump y el programa autoritario y reaccionario de los republicanos. Fracasó en ambos aspectos. Esto causó pánico entre los demócratas que se encontraron con un candidato que simplemente no es apto para el cargo.

Los republicanos olieron sangre en el agua. Un alto estratega del Partido Republicano alardeó: “Joe Biden es un yunque alrededor del cuello de cada candidato y banca demócrata. Los republicanos deben rezar sin parar para que permanezca en la carrera”.

Eso llevó a los centristas de los distritos en disputa, así como a los donantes y los medios de comunicación burgueses, que claramente se han inclinado hacia los demócratas, a pedir que Biden se retire de las elecciones y apoye a Kamala Harris o algún proceso para seleccionar un candidato competente. Sin embargo, en lugar de escuchar la voz de la razón, Biden se ha atrincherado, promocionando su historial, negando su evidente fragilidad clínica relacionada con la edad y señalando encuestas nacionales que lo muestran en un empate con Trump.

Pero para la mayoría de la gente su historial es, a pesar de tal o cual reforma menor, un globo de plomo. Y sus repetidos errores en casi todas las apariciones no guionadas sólo confirman su incapacidad.

Y las encuestas nacionales son irrelevantes. No vivimos en una democracia. Las elecciones estadounidenses no dependen del voto popular, sino de los estados y sus delegados asignados en el antidemocrático colegio electoral. Esa carrera real gira en torno a siete estados en disputa en los que Biden va detrás de Trump.

De hecho, la mayoría de los analistas electorales piensan que las oportunidades de Biden de ganar se han reducido a sólo tres estados: Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Sin ellos perderá, y después del intento de asesinato sus probabilidades, especialmente en Pensilvania, parecen terribles.

Biden y los demócratas tienen la culpa de este desastre. Si bien Trump puede ser un narcisista maligno, Biden ha demostrado ser, en el mejor de los casos, un narcisista arrogante, más preocupado por promocionarse a sí mismo que por derrotar a Trump y a los republicanos.

Todo el partido comparte la responsabilidad de promover a un candidato que no es apto para el cargo, incluida su llamada ala progresista. Ni los candidatos competentes del establishment ni los progresistas lo desafiaron en las primarias, lo que dejó a Biden un camino abierto para asegurar su nominación. Y ahora, tras el asesinato, él y sus asesores defenderán su candidatura en nombre de la estabilidad y tratarán de bloquear cualquier intento de desalojarlo de la cima de la lista.

Frente Progresista por el Genocida Joe

La posibilidad, si no la probabilidad, de una victoria de Trump ha precipitado el pánico y la desesperación en toda la izquierda liberal y socialdemócrata. El establishment político negro, la burocracia sindical, así como Sanders y el llamado Escuadrón, con la notable excepción de Rashida Tlaib, en su mayor parte han redoblado su apoyo a Biden.

Como la candidatura de Biden parece estar en grave peligro, la representante Alexandria Ocasio-Cortez se apresuró a defenderlo y declaró: “El asunto está cerrado. Él está en esta carrera y lo apoyo”. La representante Ilhan Omar, cuya hija formó parte del campamento de protesta contra el genocidio en la Universidad de Columbia, intervino: “Ha sido el mejor presidente de mi vida y lo respaldamos”.

Peor aún, Bernie Sanders, que en repetidas ocasiones ha llamado a Biden el “presidente más progresista desde FDR”, escribió una columna en The New York Times que sondeó las profundidades del argumento del mal menor para apoyar a Biden. Si bien admitió que se oponía a Biden en muchas cuestiones, incluido su apoyo a la guerra de Israel, Sanders afirmó que Biden es “un presidente demócrata bueno y decente con un historial de logros reales”.

La condición previa para que el Escuadrón y Sanders hagan tales afirmaciones es desjerarquizar la oposición al genocidio. Pero eso no es nuevo. Han vestido a la administración de Biden con piel de oveja desde que Sanders perdió la contienda por la nominación del Partido Demócrata en 2020.

En realidad, el gobierno de Biden siempre fue un lobo, con una estrategia de cooptar a la izquierda con un programa imperialista keynesiano de modestas reformas liberales, apuntalando la hegemonía estadounidense y confrontando a su gran potencia y a sus rivales regionales, especialmente China y Rusia. El apoyo de Biden a la guerra genocida de Israel contra Palestina ha arrancado la piel de oveja y lo ha expuesto no sólo como un partidario sino como un arquitecto del genocidio.

Eso, a su vez, ha generado la radicalización de lo mejor de toda una generación, expresada de manera más dramática en los campamentos en las universidades contra Biden y el Partido Demócrata en su conjunto. Como resultado, a los ojos de estos activistas de solidaridad con Palestina, Sanders y el Escuadrón serán considerados cómplices, no opositores, del régimen de Biden y su guerra genocida.

Estos políticos están dispuestos a correr el riesgo de alienar a los activistas de solidaridad con Palestina basándose en la fantasía de que, al apoyar a Biden, lo han influenciado durante los últimos cuatro años y que, trabajando para su victoria en estas elecciones, pueden salvarlo de la derrota y, por lo tanto, asegurarse una influencia mayor en su segundo mandato. En realidad, el establishment capitalista respaldó a Biden para derrotar a Sanders y sus seguidores en las primarias de 2020.

Luego los utilizó para acorralar al DSA y a la izquierda en general, a los movimientos sociales y a los dirigentes sindicales para que apoyaran su programa, no el nuestro. Como detalla el libro reciente, The Internationalists, el programa de Biden fue creado por su propio grupo de expertos imperialistas sin consultar a los demócratas progresistas y mucho menos a los socialistas.

En lugar de pregonar nuestro programa y movilizar fuerzas para luchar por él, Sanders y el Escuadrón adoptaron el programa de Biden y se convirtieron en sus mejores defensores contra los demócratas centristas y los republicanos. Como resultado, el Card Check, Medicare para todos, el Green New Deal, la codificación de Roe, los derechos de los inmigrantes y muchas otras demandas volaron por la ventana.

Además, incluso si Biden desafiara todas las probabilidades y ganara, no hay motivo para pensar que adoptaría algo parecido a nuestro programa de reformas. En realidad, si es reelecto, Biden redoblará su propio programa. Así, Biden ha bloqueado a la izquierda en el Partido Demócrata, neutralizando y cooptando a sus funcionarios electos como portavoces de su régimen en el momento de su mayor crisis y posible derrota inminente en noviembre.

La lógica contraproducente del mal menor

Para justificar su estrategia, Sanders, el Escuadrón y muchos en la izquierda están esgrimiendo una vez más todos los argumentos clásicos del mal menor, a pesar de que los últimos cuatro años han refutado definitivamente su posición. Los más honestos no intentan disfrazar a Biden de nada más que malvado. Lo reconocen sin dudar. Insólitamente, argumentan que la única manera de detener a Trump y lo que ellos consideran fascismo es hacer campaña a favor de un candidato que lleva a cabo un genocidio.

La base de su argumento es que Trump es el peligro inmediato, que hay que detenerlo y que la única manera de hacerlo es apoyando a Biden. Argumentan además que las condiciones bajo una segunda administración de Biden serán más auspiciosas para el crecimiento de la izquierda, los movimientos sociales y los sindicatos.

En realidad, los últimos cuatro años desmienten sus argumentos. El amplio apoyo de la izquierda a Biden en 2020 y desde entonces debilitó a los socialistas organizados, redujo la lucha de clases y social y no logró detener el ascenso de la derecha. Nos ha atado a un enemigo de clase en casa y a su proyecto imperialista en el exterior.

Antes de la capitulación de Sanders ante Biden, el DSA era una organización en expansión y al menos una parte de ella discutía abiertamente cómo construir una alternativa socialista de masas al establishment del Partido Demócrata y al Partido Republicano. Pero, en lugar de esto, siguió a Sanders, AOC, Jamaal Bowman y otros en sumarse al apoyo al gobierno de Biden.

Se han evaporado las discusiones sobre la organización de una ruptura sucia, la construcción un partido alternativo e incluso de la intención de realinear el Partido Demócrata y convertirlo en un partido socialdemócrata. Todo eso fue reemplazado por los esfuerzos por la elección de demócratas progresistas y presionar al establishment para que adopte sus demandas. Por supuesto, eso no produjo casi nada.

La primera crisis que sufrió el DSA fue, como era de esperar, la del imperialismo estadounidense y Palestina. Cuando el Grupo de Trabajo de Palestina protestó por el apoyo del miembro del DSA Jamaal Bowman a Israel, el Grupo de Trabajo, no Bowman, fue disciplinado, lo que provocó un éxodo de activistas de solidaridad con Palestina de la organización.

Además, ante el impasse general de la izquierda dentro del Partido Demócrata, el DSA ha perdido decenas de miles de miembros, sus organizaciones locales se han vuelto en gran medida inactivas y los miembros restantes están en su mayoría inactivos. Señalar tal o cual triunfo electoral no hace más que encubrir la evidente crisis que ha sufrido la organización. Ya no es la expresión dinámica y vibrante de radicalización que prometió ser.

La mayoría de los movimientos sociales han enfrentado el mismo resultado bajo el gobierno de Biden. La lucha popular en la mayoría de los frentes, desde el cambio climático hasta los derechos de los migrantes e incluso la justicia reproductiva, sigue en reflujo. Pero quizás el peor revés sufrido fue el de Black Lives Matter, al que el Partido Demócrata y el establishment político negro convencieron para que se retirara de las calles y, en cambio, hiciera campaña por Biden en 2020.

Si bien ese tremendo levantamiento ha dejado a su paso una profunda radicalización política, ya no es una fuerza política organizada a escala nacional. Ambos partidos están revocando todas sus reformas, financiando, no desfinanciando, a la policía y reinstituyendo medidas represivas racistas en todo el país.

El único movimiento social que ha obtenido importantes victorias ideológicas y algunas reformas institucionales –el movimiento de solidaridad con Palestina– lo ha hecho desafiando a los burócratas universitarios liberales, a los funcionarios electos del Partido Demócrata y al gobierno de Biden. Todos ellos se oponen al reclamo de Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel y a toda la lucha por liberar a Palestina del colonialismo de asentamiento israelí.

Los logros que ha obtenido el movimiento sindical no fueron el resultado de la elección de Biden ni de ningúna presión ejercida sobre él. De esta manera se han obtenido poco y nada. Y ha habido derrotas masivas a manos de su gobierno, que rompió la huelga de los trabajadores ferroviarios, por ejemplo. Las únicas victorias reales se han obtenido mediante la organización y realización de huelgas como la del UAW contra los Tres Grandes fabricantes de automóviles.

Pero lo más condenatorio de todo es que el apoyo a Biden en las últimas elecciones y durante los últimos cuatro años no ha logrado detener la resurrección electoral de Trump y la extrema derecha. De hecho, aunque son profundamente impopulares y ampliamente repudiados por el 6 de enero, están más organizados que hace cuatro años.

Trump y sus secuaces han tomado el control del Partido Republicano, así como de los think tanks republicanos tradicionales, expulsaron del partido a los supuestos moderados, desarrollaron un programa mucho más integral para un gobierno nacionalista autoritario establecido en el “Proyecto 2025” y construyeron un gabinete unido en espera, listo para intentar implementarlo tras la victoria. Peor aún, Steven Bannon con su podcast “War Room”, junto a otros de ese ecosistema derechista, están organizando, en palabras de Bannon, “un ejército de despiertos” preparado, según Kevin Roberts, el líder del “Proyecto 2025”, para llevar a cabo un una revolución “incruenta” si es posible, pero implícitamente violenta si es necesario.

Es hora de enfrentar la dura realidad de que el mal menor nunca ha funcionado para hacer avanzar a la izquierda, la lucha de la clase trabajadora ni la liberación de los oprimidos. Los últimos cuatro años lo demuestran sin lugar a dudas. Nuestras fuerzas son más débiles, más desorientadas y no están preparadas para llevar a cabo la lucha. La única excepción es el movimiento de solidaridad con Palestina, que sabe en el fondo que Biden es nuestro principal enemigo en este momento.

Construyendo resistencia a la derecha y al establishment

Cualquiera que sea el partido que gane en noviembre, Estados Unidos parece dirigirse a una crisis constitucional. Si Biden y los demócratas de alguna manera logran ganar, el Partido Republicano no reconocerá su victoria e intentará implementar su programa de extrema derecha en los estados que controlan, estableciendo leyes separadas y desiguales para los oprimidos y explotados. El poder judicial, tanto estatal como federal, y especialmente la Corte Suprema, han demostrado estar igualmente sujetos a esta manipulación partidaria y polarización, e incapaces de mitigar la crisis constitucional.

Si el Partido Republicano gana estas elecciones, intentará implementar el “Proyecto 2025” a nivel federal. Los demócratas en los Estados que controlan se opondrán a esto, lo que generará un conflicto abierto entre ellos y la administración Trump.

Tal polarización y radicalización ha llevado incluso a los principales medios de comunicación como CNN a preguntarse si Estados Unidos se dirige a otra guerra civil. El neoconservador Robert Kagan, en su libro Rebellion, teme que una revuelta de extrema derecha –una contrarrevolución contra el orden constitucional existente– sea un peligro real e inminente.

Ante esta crisis que se avecina, es hora de poner fin al ciclo de ilusiones de la izquierda. Todos aquellos que siguieron a Sanders en el Partido Demócrata ahora tienen que tomar una decisión: continuar acelerando este callejón sin salida o comenzar el difícil proceso de construir una alternativa tanto al Partido Demócrata, que ahora es el principal partido del capital estadounidense, como a sus oponente de extrema derecha, el Partido Republicano trumpista. Es hora de trazar un rumbo diferente hacia adelante.

Independientemente de lo que hagan los individuos en las urnas, la izquierda no debe malgastar tiempo, dinero y energía en hacer campaña por Biden y el Partido Demócrata. En lugar de ello, debemos construir nuestras luchas sociales y de clases, especialmente el movimiento de solidaridad con Palestina contra la guerra genocida de Israel. Nuestra alternativa debe comprometerse principalmente a construir la lucha social y de clases y presentar candidatos únicamente en una plataforma independiente y con el objetivo de ser tribunos y constructores de movimientos de masas independientes por demandas progresistas.

No hay atajos, como lo han demostrado los últimos años. Pero debemos ser honestos acerca de los desafíos que enfrentamos en esta estrategia alternativa. En primer lugar, nuestra infraestructura de resistencia –nuestra organización democrática para la lucha social y de clases– sigue siendo muy débil. Debemos superar eso para construir los tipos de huelgas y movimientos de masas disruptivos que serán necesarios para ganar incluso las demandas de reforma más modestas.

En segundo lugar, debemos afrontar el hecho de que nuestras fuerzas se enfrentan a una derecha envalentonada y cada vez más peligrosa. No serán bloqueados por el establishment capitalista del Partido Demócrata y, de hecho, sólo ganarán impulso mientras los demócratas son vistos como la única alternativa política. Nuestras fuerzas de izquierda deben ser inteligentes en este contexto: debemos defender nuestros derechos democráticos, brindar la máxima solidaridad a las luchas de los demás, continuar protestando por nuestras demandas tanto contra el establishment como contra la extrema derecha, y utilizar tácticas diseñadas para llegar a las filas más amplias de la clase trabajadora y oprimida.

En este momento, también debemos recordar que, por más envalentonada que esté temporalmente la derecha, no podrá crear un régimen estable en Estados Unidos ni en ningún otro lugar. No tienen soluciones a las crisis sistémicas del capitalismo que están explotando políticamente ni respuestas a las demandas de la gran mayoría de nuestra sociedad. Tampoco las tiene el establishment capitalista, cuyos regímenes en Estados Unidos y en todo el mundo también son inestables. La izquierda debe comenzar a construir un polo independiente que pueda ofrecer una alternativa real para la humanidad.