Francia: Los sindicatos y la convergencia de las luchas

El siguiente artículo forma parte de un intercambio político que desde la LIS estamos desarrollando con los compañeros de la fracción L’Étincelle (La Chispa) del NPA de Francia. El NPA atraviesa fuertes debates internos y tendrá su próximo congreso en diciembre. En esta oportunidad los camaradas abordan la dinámica situación de las luchas obreras y las conducciones sindicales, que complementarán en los próximos días con sus reflexiones sobre la actualidad política francesa.

En Francia se vienen dando muchas huelgas por aumentos salariales. El aumento de precios, oficialmente en torno al 6,5%, es en realidad mucho mayor para las clases trabajadoras. De hecho, las cifras oficiales son sólo promedios y la inflación es mucho mayor en los alimentos: ¡hasta un 180% por un paquete de fideos! Sin embargo, la comida es una parte importante del presupuesto obrero, mucho más que para las clases medias y los ricos.

Por el momento, los empresarios de las mayores empresas conceden bonos para “compensar” la subida de los precios, alentados por el gobierno que exime a esos bonos de aportar a la seguridad social. Pero un bono es algo único. Y los aumentos salariales concedidos durante las paritarias anuales obligatorias son inferiores a la inflación y, además, sólo se producirán dentro de varios meses, con lo que los salarios quedan siempre desfasados respecto de la inflación pasada y no anticipan la futura. En la actualidad la inflación se traduce, por tanto, en un empobrecimiento real de las familias de la clase trabajadora, como ocurre en todo el mundo, aunque sea algo menos dramático en Francia que en los países más pobres[1].

La convergencia de las luchas: el gran temor del gobierno, la patronal… y las centrales sindicales

Los motivos de la bronca no se limitan a la cuestión salarial: en todas partes, la falta de personal se traduce en una carga de trabajo cada vez mayor. En la industria, los servicios y los hospitales, la jornada laboral se ha convertido en algo agotador, y son innumerables los trabajadores que se desgastan. Este fenómeno afecta incluso a los jefes. La cuestión salarial ha sido, por tanto, un detonante para la expresión del descontento obrero, que se ha traducido en una serie de huelgas desde la primavera pasada.

Debido a la política de los sindicatos, a la que volveremos, estas huelgas quedaron aisladas. Pero en octubre pasado, la huelga alcanzó a todas las refinerías de petróleo del país, provocó rápidamente un desabastecimiento de combustible en las estaciones de servicio y puso así en primera plana las huelgas, de las que los grandes medios apenas hablaban hasta entonces.

Patronal y gobierno se asustaron. Hasta entonces, las confederaciones sindicales no habían hecho absolutamente nada para romper el aislamiento de las huelgas y dotarlas de objetivos comunes -¡lo que no era muy difícil ya que todas eran salariales! – y tratar de coordinarlas en un movimiento a nivel nacional. Y eso hubiera bastado para limitar los riesgos. Pero la huelga de las refinerías, visible en todas partes y que paraliza una parte de la actividad, corría el riesgo de convertirse en un polo de atracción para las huelgas en curso, que podría incluso dar lugar a otras nuevas y desembocar en ese movimiento nacional que patronales y gobierno temen: lo habían experimentado hace poco, durante el movimiento contra una enésima reforma jubilatoria en 2019 que había suscitado la cólera de los trabajadores. Para aliviar la presión, los sindicatos de la RATP (transporte parisino) convocaron una huelga el 5 de diciembre, más de un mes antes, esperando que la bronca tuviera tiempo de recaer. Ocurrió lo contrario y el 5 de diciembre se convirtió en el punto de encuentro de muchos sectores, en particular de los ferroviarios. El resultado fue una huelga indefinida en febrero de 2020. Un mes más tarde, se produjo el primer confinamiento por el Covid-19 y, pese a su declarada voluntad de forzar el paso, el gobierno acabó abandonando su proyecto, aunque se había votado, lo que no deja de ser un mérito del movimiento.

Sin embargo, es notable que las confederaciones sindicales apenas jugaron un rol en esta huelga, que fue organizada simultáneamente por sindicatos de diferentes sectores bajo la presión de los trabajadores, en especial de los sindicatos ferroviarios que estaban a la cabeza de la lucha: ¡fue la huelga ferroviaria más larga!

Movimientos espontáneos fuera del alcance de los sindicatos

Desde hace varios años, los mayores movimientos sociales que estallaron en el país lo hicieron fuera del marco de las organizaciones sindicales. Es el caso del movimiento de los Chalecos Amarillos, que se movilizó masivamente casi todos los fines de semana desde noviembre de 2018 hasta mayo-junio de 2019 y al que las organizaciones sindicales se opusieron todas al inicio, luego algunas terminaron acompañándolo, pero sin tener nunca la iniciativa. Este fue también el caso de la movilización en los hospitales durante la crisis de Covid-19, iniciada por el Colectivo Inter-urgencias, compuesto por personal de urgencias, fuera de toda influencia sindical. Y fue en gran parte el caso de un movimiento docente-estudiantil contra la reforma del bachillerato, acompañado esta vez desde el principio por el principal sindicato docente, pero sin haber tomado la iniciativa.

Cada vez, sectores del proletariado se organizaron solos y desarrollaron su lucha fuera de los marcos sindicales o contra ellos.

Un movimiento que se busca a sí mismo

Mientras que las organizaciones sindicales como la CFDT, la UNSA, la CGC, actúan como de costumbre ante las huelgas, sin hacer nada para iniciarlas y luego nada para coordinarlas, la CGT ha adoptado una actitud diferente. Son los sindicatos de la CGT los que toman la iniciativa de las huelgas en las refinerías. Ante el discurso antihuelga del gobierno y su voluntad declarada de reprimir la huelga intimando a los trabajadores refineros a restablecer el suministro de combustible a las estaciones de servicio, Philippe Martinez, secretario general de la CGT, convocó de urgencia el 14 de octubre a una huelga nacional para el 18 de octubre. Pese a los comentarios interesados de algunos medios de comunicación, la jornada tuvo un éxito relativo con 150 concentraciones en todo el país.

El gobierno había hecho mucho ruido sobre la intimación a los trabajadores en huelga. En realidad, por temor a las reacciones de los trabajadores, fue sumamente prudente y al final sólo intimó a unos pocos huelguistas.

La dirección de la CGT, al calor de la jornada del 18, convocó otras dos jornadas de huelga y manifestaciones: el 27 de octubre y el 10 de noviembre. ¿Con el objetivo de ampliar la movilización permitiendo que crezca de un éxito a otro? ¿O para reducir lentamente la presión?

Ambas cosas eran posibles. En todo caso, el 27 de octubre fue un fracaso y el 10 de noviembre pasó completamente desapercibido. Con una excepción: el transporte parisino estaba totalmente paralizado.

De momento, la fiebre que vivió el país con la huelga de las refinerías se ha calmado parcialmente. Sigue habiendo huelgas por los salarios, pero ninguna que sea emblemática y pueda servir de punto de encuentro. A esto hay que sumar el hecho de que los trabajadores de los distintos sectores tienen la impresión de que solos pueden lograr más que en un movimiento general, que se les escaparía más porque la salida sería a nivel nacional.

¿Pueden los sindicatos dar un nuevo impulso?

Desde ya, todo es posible. Ya han sido capaces de movilizarse muy ampliamente “desde arriba” cuando patrones y gobierno daban la impresión de querer prescindir de ellos. Es decir, cuando su lugar de “organismo intermediario” -¡la razón de ser de las burocracias sindicales!- parecía estar amenazado por la clase dirigente. Este fue el caso, en particular, durante la gran lucha de 2010 contra la reforma jubilatoria, una movilización totalmente dirigida desde arriba por las confederaciones sindicales. En aquel momento la patronal y el gobierno estaban en la cuerda floja, y éstas se movilizaron ante todo para defender sus intereses burocráticos, por cierto con eficacia. Pero en cuanto los dirigentes patronales les tendieron la mano para iniciar las negociaciones sobre otro tema -el empleo de los trabajadores de más edad-, organizaron el fin del movimiento. Su propio objetivo se había logrado: tanto peor para los trabajadores, que sufrieron una nueva derrota sobre las jubilaciones.

Hoy la patronal y el gobierno juegan con las divisiones entre los sindicatos llamados “reformistas” (CFDT, UNSA, CGC) y los sindicatos “de lucha” (sobre todo la CGT, pero también la FSU -principal sindicato docente-, Solidaires y a veces FO), rindiendo homenaje a los primeros y denigrando a la CGT.

Sea cual sea el resultado de las luchas en curso, la CGT les demostró que siempre se podía contar con ellos: ante la huelga en las refinerías, agitó la amenaza de una convergencia de luchas, suficiente para que la patronal la tomara en serio. En Toulouse, algunos cientos de trabajadores de las fábricas de Airbus, de los más de 10.000 que hay allí (y más de 120.000 en el mundo), se declararon en huelga con el apoyo de la CGT -en Airbus, la dirección favoreció el desarrollo de FO, que en esa empresa tiene todas las características de un sindicato pro-patronal y tiene una mayoría muy amplia. Esto preocupó a la dirección lo suficiente como para conceder de inmediato un bono de 1.500 euros a sus empleados no sólo en Francia, sino también en Gran Bretaña, Alemania y España.

También podemos decir que, a partir de ahora, la CGT sin duda demostró la necesidad de que los empresarios no prescindan de ella.

¿Qué perspectivas para los militantes revolucionarios?

Por el momento, la perspectiva de convergencia de las huelgas por salarios parece haberse alejado. Pero la bronca sigue ahí: lo prueban la persistencia de las huelgas salariales y la movilización masiva en los transportes parisinos. El nivel de conciencia actual, que debe calificarse de corporativista, no permite que las huelgas vayan más allá del ámbito local sobre todo porque algunos patrones de ramas florecientes prefieren “pagar para no ver” la menor señal de lucha.

Pero con la reorganización del capitalismo a escala mundial a la que estamos asistiendo, los dirigentes de la burguesía han decidido reducir aún más la parte de los trabajadores para aumentar la de la clase dominante. Y los gobiernos a su servicio organizan esta transferencia de todas las maneras posibles. Esta situación ha provocado explosiones sociales en todo el mundo. Parcialmente también en Francia hace cuatro años con el movimiento de los Chalecos Amarillos que movilizó a las capas más precarias de las clases populares. Pero parece probable que en un futuro relativamente cercano estallen grandes luchas sociales.

Mientras la burguesía conserve las posiciones de las burocracias sindicales, éstas no harán nada para que esto ocurra y, en caso de que ocurra, pondrán todo su peso para que los trabajadores abandonen.

El desarrollo de un amplio movimiento obrero pasa necesariamente por superar los aparatos sindicales. Los revolucionarios deben permitir que los trabajadores se organicen en forma democrática e independiente de los aparatos sindicales. Se trata pues, a partir de ahora, de formar equipos convencidos de que un movimiento debe ser controlado por quienes lo hacen, desde las demandas planteadas, que deben fijarse, hasta la forma en que los trabajadores se organizan democráticamente, a nivel de cada empresa, pero también entre sí, y hasta los medios a aplicar para que no se pacten a sus espaldas acuerdos que no quieren.

Jean-Jacques Franquier

(Fracción L’Étincelle del NPA)

14 de noviembre de 2022


[1] Aunque Francia es un país rico, hay muchos pobres e incluso trabajadores pobres. Alrededor de 1,8 millones de hogares reciben el RSA (revenu social d’insertion, subsidio de inserción social), que es de 598,54 euros para una persona sola y de 1.077,37 euros para una pareja con dos hijos. Además, un tercio de quienes tendrían no lo solicitan.

Estas cifras deben compararse con el salario mínimo neto de 1.329,05 euros y la línea de pobreza de 1.102 euros al mes para una persona sola (casi el doble del valor del RSA) y 2.314 euros para una pareja con dos hijos (más del doble del RSA).