El mundo vive una polarización de características inéditas. Una de sus expresiones, la más preocupante, aunque no la única, es el avance de la ultraderecha. Del otro lado de la barricada crece la movilización de los explotados y oprimidos, pero sin una dirección consecuente que las oriente hacia una perspectiva revolucionaria. Este nuevo despertar de un fenómeno que nos hace recordar bastante al fascismo, nos aproxima peligrosamente a la barbarie y nos interpela a todos los que creemos que un mundo socialista no solo es posible, sino más urgente y necesario que nunca. Comprender las causas del surgimiento y auge de estas expresiones políticas retrógradas es el primer paso para elaborar una estrategia que nos permita enfrentarlas, avanzar en el reagrupamiento de los revolucionarios y en la disputa por gobiernos de los trabajadores a escala nacional y global.
Por Alejandro Bodart
El crecimiento de la ultraderecha comenzó con el nuevo siglo, pero viene acelerándose en los últimos años. Según algunos académicos, esta sería la cuarta ola ultraderechista desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Lo que diferencia a esta de todas las anteriores es que por primera vez han ganado peso electoral de masas, se han extendido a nivel internacional y llegado al gobierno en algunos de los países más importantes del mundo.
En EE.UU. y Brasil, con Trump y Bolsonaro, gobernaron hasta hace pocos años y aunque luego perdieron las elecciones siguen teniendo un peso enorme y Trump posibilidades de volver al poder este mismo año. Desde 2014 con el triunfo del nacionalista hindú Narendra Modi gobiernan la India, el país más poblado de la tierra, y desde ese mismo año Recep Erdogan gobierna Turquía. Recientemente el libertario Milei llegó a la presidencia de Argentina. Y desde el Estado de Israel, el gobierno encabezado por Benjamin Netanyahu es el responsable del asesinato en masa del pueblo palestino.
En las últimas elecciones al Parlamento europeo, el crecimiento de la ultraderecha en las principales potencias imperialistas conmocionó al viejo continente. En Francia el partido de Marine Le Pen salió primero, provocando un terremoto político, y aunque luego fue derrotado en la segunda vuelta de las elecciones legislativas, su crecimiento es innegable. En Italia la coalición encabezada por Giorgia Meloni, heredera del partido de Mussolini, se consolidó en el poder y en Alemania los neofascistas de Alternativa por Alemania salieron segundos. Ganaron en Austria, en Bélgica y tuvieron buenos resultados en casi todos los países de la UE. Ademas de Meloni en Italia, Viktor Orbán gobierna Hungría y otras fuerzas de ultraderecha son partes de coaliciones de gobierno en Croacia, Eslovaquia y Finlandia. Hasta hace unos meses gobernaban en Polonia, el gobierno sueco se sostiene por el apoyo externo de la extrema derecha y en las últimas elecciones parlamentarias los ultras se impusieron en Holanda. El panorama europeo comienza a teñirse de negro.
Pese a las importantes diferencias que tiene este fenómeno con el fascismo de la II Guerra Mundial, si llegara a consolidarse y lograra asestarle derrotas significativas al movimiento obrero, podría evolucionar a formas muy parecidas. Esta no parece ser la perspectiva más probable en lo inmediato, ya que en la actual situación internacional se desarrolla un ascenso de las luchas de los trabajadores, las mujeres y la juventud muy extendido, que más allá de las desigualdades sigue siendo dinámico y difícil de desmontar. La contracara del ascenso de la ultraderecha es el revulsivo que provoca en el resto de la población, lo que motoriza la movilización social para enfrentarlo, como acabamos de ver en Francia y hemos visto en casi todos los países donde asoma la cabeza. Incluso el Estado genocida de Israel, que es lo más parecido a un Estado fascista, no logra estabilizarse por la resistencia heroica del pueblo palestino y las extraordinarias muestras de solidaridad internacional, principalmente en el corazón del imperio americano y europeo. Pero no podemos minimizar un fenómeno que está en ascenso y que debemos enfrentar unitariamente en las calles y desplegando iniciativas audaces para fortalecer la construcción de nuestros partidos y reagrupar a los revolucionarios a nivel internacional.
Semejanzas y diferencias en la ultraderecha
Aunque las distintas fuerzas populistas de extrema derecha son muy heterogéneas, tienen una base común que las identifica. Son xenófobas, racistas y misóginas. Defienden abiertamente la desigualdad social existente como algo natural y se oponen férreamente a que el Estado burgués intervenga para matizarla. Son profundamente individualistas, elitistas y meritocráticos. Culpan a los individuos por ser pobres o indigentes y rechazan que se les brinde cualquier tipo de ayuda con los recursos públicos.
Su objetivo es terminar con los derechos que se han conquistado con décadas de luchas, principalmente los laborales, y reducir drásticamente los gastos sociales de los Estados para poder disminuir los impuestos a las corporaciones y garantizarles así superganancias. Para lograr esto saben que tienen que derrotar a la clase obrera y por eso intentan avanzar a regímenes cada vez más autoritarios y represivos, limitando o liquidando las libertades democráticas.
Se postulan ante la sociedad con una serie de ideas-fuerza y respuestas simplistas pero efectistas. Proponen prohibir la inmigración, a la que culpan del deterioro en el nivel de vida de las mayorías “nativas”, principalmente en Europa y EE.UU.; son los supuestos abanderados de la seguridad y proponen mano dura y una militarización creciente para “volver a poner orden”, negando toda relación entre marginalidad social y delito, intentando terminar con la protesta social; otro de sus ejes es la corrupción, que intentan asociar exclusivamente a la “clase política” y algunos colectivos que se les oponen, evitando relacionarla con el empresariado, los bancos y los entramados de regímenes corrompidos hasta sus cimientos; defienden políticas nacionalistas o un supuesto soberanismo en los países imperialistas, mientras que en los países atrasados o semicoloniales se presentan como lacayos del imperialismo.
Otro tema que los une es la islamofobia, que ha sido alentada desde sectores del poder luego de los atentados a las Torres Gemelas y que es la base argumental que los lleva a defender al Estado de Israel y su política genocida. En países con minorías étnicas como India son profundamente racistas hacia ellas. Están ligados a distintas iglesias y religiones y atacan lo que denominan ideología de género y conquistas del movimiento de mujeres y los colectivos LGBT+, como el derecho al aborto y al matrimonio igualitario, a los que acusan de “pervertir” la mente de los jóvenes y destruir la institución familiar. También rechazan los derechos ambientales para favorecer los negocios extractivistas.
Sin embargo, pese a estos acuerdos, los distintos partidos y movimientos de ultraderecha tienen diferencias entre ellos. Si bien todos se declaran “antisistema” y críticos de los regímenes democrático-burgueses o liberales, y por ahora disputan el poder a través de sus mecanismos, se diferencian entre los que son más “reformistas” para provocar los cambios que proponen y otros que quisieran ir por todo más rápidamente, aunque son pocos todavía los que proponen o intentan imponer otro tipo de regímenes por la fuerza o se dedican abiertamente a organizar grupos paramilitares.
También existen diferencias entre los que se alinearon con Ucrania y los que lo hicieron con Rusia en la guerra que ya lleva más de dos años. En Europa, aunque se declaran euroescépticos y soberanistas, no todos se plantean romper con la Unión Europea o la OTAN. Y mientras la mayoría intenta separarse discursivamente del fascismo de los años 30 para ampliar su base de apoyo, otros se niegan a hacerlo. Todos estos matices han llevado a que en el Parlamento Europeo surjan distintos espacios en permanente movimiento. Uno se referencia en Meloni, que en el último tiempo ha intentado un acercamiento con la derecha conservadora tradicional. Otro grupo que está ganando fuerza es Patriotas por Europa, referenciado en el húngaro Viktor Orbán, alineado abiertamente con Putin y simpatizante de Trump, al que se acaban de sumar Santiago Abascal de Vox (abandonando a Meloni), la extrema derecha neerlandesa, el bloque de Marine Le Pen y otras fuerzas, entre ellas la de Salvini de la coalición de gobierno italiana, transformándolo en el espacio más fuerte de este espectro ideológico. Existen otros espacios, con un discurso más abiertamente fascista, como Alternativa por Alemania, que está conformando su propio grupo.
Con Milei ha ganado impulso el discurso de la corriente libertaria. En regiones de Asia y Medio Oriente se viene fortaleciendo desde hace años el extremismo religioso, que donde gobierna impone prácticas medievales profundamente autoritarias contra las mujeres y el conjunto de la sociedad.
Las causas
La ultraderecha existe desde hace décadas. Lo importante a desentrañar es por qué están logrando ganarse la simpatía de grandes franjas de masas y transformarse en un fenómeno de alcance internacional. Aunque han confluido muchos factores, el determinante ha sido la crisis capitalista que se desencadenó en los primeros años del nuevo siglo. Esta crisis, por su magnitud, es comparable a las grandes crisis del capitalismo, que provocaron cambios de carácter histórico, condujeron a la humanidad a dos guerras mundiales, al nacimiento del primer Estado obrero en Rusia o al surgimiento del fascismo en Europa, entre otros.
El capitalismo como sistema y la democracia burguesa como mecanismo de dominación, que habían salido “victoriosos” del derrumbe de la Union Soviética en los 90 y que los ideólogos de la clase dominante pronosticaban que durarían eternamente, a los pocos años iniciaron su decadencia.
En 2008, la crisis económica que estalló fue la más grave desde la Gran Depresión de los años 30. Las penurias de los trabajadores y sectores populares se profundizaron hasta niveles insoportables. La desesperación de sectores de masas, en infinidad de países semicoloniales, causo una crisis migratoria sin precedentes. El extractivismo sin freno produjo catástrofes socioambientales que no dejan de agudizarse. Los recortes en los presupuestos públicos provocaron una crisis sanitaria, cuyo desenlace mas trágico fue una pandemia que obligó a encerrar durante meses a la población mundial.
Todo esto hizo que la “democracia”, que en las décadas de guerra fría contra la burocracia estalinista fue un arma de propaganda capitalista muy importante, se transforme en un cascarón vacío de contenido para la gran mayoría de la población mundial. Años de aplicación de planes neoliberales y profundización de las desgracias sociales llevaron a la crisis de los viejos partidos que se alternaban históricamente en el poder. De esta forma, el discurso hegemónico que el imperialismo y las burguesías habían logrado imponer se derrumbó. Hasta la hegemonía imperialista de EE.UU. comenzó a estar cuestionada.
Un giro a izquierda desaprovechado
En un primer momento esta nueva situación derivó en una enorme conflictividad social y el auge de distintas expresiones populistas de izquierda a nivel internacional. En Latinoamérica se desarrolló un nuevo nacionalismo, pequeño-burgués, no ligado a sectores burgueses tradicionales, con Chávez en Venezuela como máximo referente y variantes de centroizquierda llegaron al poder en gran parte del continente. La ola llegó a EE.UU. donde creció la figura de Bernie Sanders y una pequeña organización al interior del Partido Demócrata, el DSA, se llenó de jóvenes que se definían como socialistas. En Europa, Syriza se trasformaría en una referencia internacional de una nueva izquierda reformista, con un discurso radical, que comenzó a superar a la vieja socialdemocracia y tuvo expresiones similares en casi todo el viejo continente. Las limitaciones programáticas y de clase de todas estas direcciones, a las que les tocó cabalgar en medio de una crisis capitalista aguda, hizo que en vez de tomar medidas anticapitalistas para contrarrestarla, cuando llegaron al gobierno terminaran yendo contra el movimiento de masas, siguieran aplicando medidas de ajuste y planes diseñados por el FMI y el Banco Mundial, lo que aumentó las penurias de los trabajadores. El fracaso de todas estas experiencias provocó una gran desmoralización. La marginalidad de la izquierda revolucionaria en su conjunto, sumado al sectarismo de algunos y el oportunismo de otros, hizo que no fuera una alternativa para frenar este curso en ningún país. Aunque estuvo al frente de algunas iniciativas importantes en Brasil, Francia y Argentina, sólo logró mantener cierto grado de representatividad y seguir fiel a su programa el Frente de Izquierda Unidad (FITU) argentino.
El péndulo se mueve hacia la derecha
La debacle del nuevo reformismo que parió el siglo XXI, hizo que se perdiera la oportunidad de comenzar a superar las confusiones en la conciencia heredadas del derrumbe de la Unión Soviética. Por el contrario, estas se agravaron. Fracasado lo viejo y el nuevo reformismo de izquierda, la ultraderecha comenzó a tener tierra fértil.
Crecieron aún más la incertidumbre, el escepticismo y la desconfianza hacia todo lo existente. El desarrollo de los medios alternativos fue el canal para que se esparcieran toda clase de ideas disparatadas y mentiras, que empezaron a gozar de mayor credibilidad que las que provenían de las instituciones de una democracia degradada, de los partidos que gobernaban o lo habían hecho, de autoridades científicas y de los supuestos medios de comunicación “confiables”, que a su vez eran los responsables de haber trasmitido las ideas que emanaban de una burocracia estatal corrupta y descompuesta. La ultraderecha supo utilizar las redes y medios alternativos para propagandizar su discurso facilista y penetrar en franjas de masas.
Que por las décadas transcurridas, la mayoría de la población latinoamericana y europea no haya sufrido las consecuencias de las dictaduras de los 70 o el fascismo, les facilitó el terreno. Lograron influenciar a un sector de jóvenes que no ha logrado adaptarse a los avances en materia de derechos de las mujeres. Y a sectores de una clase media pauperizada, de trabajadores informales sin ningún derecho y franjas muy atrasadas de la clase obrera.
Al ver que ganaban peso, sectores de la burguesía y del propio imperialismo, golpeados por una crisis que parece no tener fin, comenzaron a financiarlos, apostando a que logren lo que no vienen pudiendo otras direcciones: derrotar a la clase obrera, terminar con sus conquistas históricas y comenzar a recuperar tasas de ganancia de antaño.
El giro a la derecha de franjas de la población no sólo ha fortalecido a la ultraderecha: también ha sido acompañado por una mayor derechización de las fuerzas politicas tradicionales, que de esa forma intentan sumarse a la ola de este segundo momento que atraviesa la nueva etapa iniciada con el nuevo siglo.
Los trabajadores resisten
Pero el crecimiento de estas expresiones retrogradas no es el único fenómeno de la etapa. El otro es la lucha encarnizada de los trabajadores contra los ataques a su nivel de vida y en defensa de sus derechos económicos, sociales y democráticos; de rebeliones de pueblos enteros contra sus opresores, de grandes movilizaciones de las mujeres y la juventud. Hemos visto rebeliones, levantamientos, huelgas generales y millones en las calles en una enorme cantidad de países de todos los continentes. El último, en Kenia.
Asistimos a un mundo radicalmente polarizado, donde un fenómeno alimenta al otro. Las expresiones de derecha generan una radicalización y rechazo en otras franjas de la sociedad, que está dispuesta a darles batalla en todos los terrenos, con lo que tiene a mano para hacerlo. Lo acabamos de ver en Francia, donde el peligro de un triunfo de Agrupación Nacional movilizó a millones que lograron revertir los resultados de la primera vuelta. En Alemania millones se han movilizado contra la amenaza de los ultraderechistas de Alternativa por Alemania. En Portugal, el 50° aniversario de la Revolución de los Claveles fue el canal para una movilización extraordinaria en respuesta al crecimiento de los fachos de Chega. En Argentina, dos huelgas generales y millones en las calles le dan batalla al liberfacho de Milei. Situaciones similares se repiten en casi todos los países donde los ultras avanzan.
Donde gobiernan, la resistencia de los trabajadores se multiplica y, como no logran derrotar a la clase obrera ni solucionar los problemas que los llevaron al poder, luego retroceden y pierden las elecciones, como ya pasó en EE.UU., Brasil o recientemente en Polonia, aunque en todos esos países la ultraderecha es un fenómeno que llegó para quedarse.
Las tareas de los revolucionarios
A las distintas variantes políticas de la burguesía y principalmente a la ultraderecha, la extrema derecha o la derecha radical, que ataca de manera global nuestros derechos y las libertades democráticas, hay que enfrentarla y derrotarla en las calles, con los métodos de la clase obrera. Es falso que hay que subordinar la movilización a posibles y futuros triunfos electorales, como propagan los reformistas. Incluso allí donde fuerzas de la derecha clásica o de centroizquierda logre derrotar electoralmente a la extrema derecha, como ha sucedido en EE.UU. con Biden, Brasil con Lula o Francia con el Frente Popular, ésta no desaparecerá y se alimentará de las traiciones de aquéllos para seguir actuando y volver al poder.
Para impulsar la más masiva movilización que sea posible y allí donde existan condiciones la huelga general, los revolucionarios tenemos que desarrollar la más amplia unidad de acción y el frente único, sin subordinarnos en lo más mínimo a las direcciones reformistas o burocráticas a las que emplazamos para que movilicen ni olvidar la crítica a sus inconsecuencias. Tenemos que movernos sin ningún tipo de sectarismo y dialogar fraternalmente con la base del resto de las organizaciones, sin caer en el oportunismo de adaptarnos a las posiciones equivocadas de sus dirigentes. Al mismo tiempo es fundamental alentar la coordinación entre los sectores más combativos para actuar como un solo bloque. También allí donde la ultraderecha tiene grupos organizados que actúan es fundamental ser vanguardia en la organización de la autodefensa. Recordando siempre que al fascismo o sus discípulos no se les discute: se los combate hasta derrotarlos.
Una de las grandes debilidades de la etapa, pese a la combatividad de nuestra clase, es la ausencia de direcciones revolucionarias con influencia de masas. El problema de dirección no es solo sindical: es esencialmente político. La tarea histórica más importante que tenemos por delante es construir fuertes partidos socialistas revolucionarios y una internacional que sea un polo de reagrupamiento. Y es posible dar pasos en este sentido si aprovechamos las pequeñas y grandes oportunidades que nos brinda la lucha de clases. Tenemos que explicarles pacientemente a los mejores activistas que no deben dejarse engañar nuevamente por los cantos de sirena de los reformistas, que ante el avance de la ultraderecha, que ellos mismos han facilitado, nos proponen las mismas recetas de siempre: unirse detrás de frentes sin principio, con un programa de reformas cosméticas y la negativa a encarar una lucha a fondo contra el sistema, para lo que nunca ven condiciones.
El sistema capitalista está en plena descomposición y si no ayudamos a sepultarlo nos llevará rápidamente a la barbarie. Que la ultraderecha y el fascismo nuevamente ganen terreno es la muestra cabal de que ese proceso se ha iniciado. Impedir que siga avanzando es crucial no solo para garantizar una vida digna para toda la humanidad, sino también para evitar nuevas guerras fratricidas y que la degradación de la naturaleza llegue a un punto de no retorno.
El único sistema alternativo a la barbarie capitalista es el socialismo. Pero hablamos del socialismo de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, no de la caricatura burocrática en que degeneró la Union Soviética bajo el reinado de Stalin. Ni de la farsa de dictaduras capitalistas que ensucian el nombre del socialismo en Venezuela o Nicaragua. Mucho menos de lo que intentan vender como alternativas al imperialismo occidental desde sectores de la izquierda “campista”: a China o Rusia, países que se han transformado en imperialistas y cuyos regímenes no tienen nada que envidiarle a las peores dictaduras.
El socialismo por el que vale la pena luchar es aquel donde los trabajadores gobiernen a través de consejos donde democráticamente se decida todo. Donde las riquezas de nuestros países permitan el disfrute de la vida, del goce del tiempo libre y donde nadie viva del trabajo ajeno ni de la opresión de otros. Un mundo donde los países sean libres para autodeterminarse.
Para pelear por este tipo de sociedad es imprescindible organizarnos nacional e internacionalmente, reagruparnos los revolucionarios verdaderos, luchar hasta la victoria.