Por César Latorre
El domingo 17/8 se realizaron las elecciones nacionales en Bolivia. Los resultados ofrecen una radiografía cruda de la situación política del país, luego de uno de los ciclos más largos de los llamados gobiernos populistas de la región. Se produjo un giro electoral hacia la derecha: los tres primeros candidatos concentraron el 54 % del electorado. El MAS, que había gobernado durante casi dos décadas, se derrumbó. Y casi un 20 % del voto fue nulo.
Este desplazamiento hacia la derecha no es un hecho inesperado en el marco de la polarización social y política mundial, ni tampoco ante el profundo desgaste del MAS y de Evo Morales. Este proceso lo venimos analizando en diversos artículos en este sitio y en nuestra revista Revolución Permanente.
En el caso boliviano, el MAS se erosionó cuando el ciclo excepcional de altos precios de las materias primas llegó a su fin, y el partido pasó a ser el administrador del ajuste económico. Mientras el empresariado boliviano y los capitalistas asociados (con algunas contradicciones puntuales) estaban en expansión, había margen para concesiones sociales. Pero cuando el ciclo económico comenzó a contraerse y la disyuntiva fue a quién ajustar, el MAS —como todos sus homónimos— optó por defender los intereses del capital.
Este es el factor determinante, aunque no el único: los demás elementos son consecuencias o expresiones de esta elección de fondo.
Bolivia es una muestra más de la deriva de los progresismos. Aunque en este caso, quizás, el MAS y Evo Morales encarnan uno de los ejemplos más extremos de descomposición política.
Los resultados de la elección
Con el 32 % de los votos válidos, el Partido Demócrata Cristiano (PDC), encabezado por la dupla Paz-Lara —que no figuraba entre los favoritos según las encuestas— se impuso con un discurso de “capitalismo para todos”: créditos, recorte del presupuesto estatal y combate a la corrupción. Un programa de centroderecha disfrazado, pero claramente defensor del sistema capitalista.
En segundo lugar, con el 26 % de los votos válidos, quedó Alianza Libre, encabezada por Jorge “Tuto” Quiroga, viejo exvicepresidente del dictador Banzer, y quien llegó a la presidencia tras su muerte.
Entre estos dos candidatos se definirá el ballotage en octubre.
En tercer lugar, con el 19 %, quedó Samuel Doria Medina, empresario y figura clave de las privatizaciones de los años 90, formado por el imperialismo económico. Compitió con Quiroga por quién podía derechizar más la agenda, pero quedó afuera del ballotage y rápidamente expresó su apoyo a Paz.
Se hundió la centroizquierda
El MAS, debilitado por disputas internas, terminó presentando dos candidatos surgidos de sus filas, mientras Evo Morales llamó a votar en blanco o nulo. El candidato oficialista, Castillo —apoyado por el presidente Arce— apenas alcanzó un 3 %.
El otro candidato proveniente del MAS fue Andrónico Rodríguez, quien superó el 8 % de los votos válidos y quedó en cuarto lugar, lejos del tercero.
El voto nulo también tuvo una incidencia importante: más de 1,3 millones. Este dato debe analizarse con cuidado. Aunque refleja en parte el llamado de Morales, también expresa una tendencia más general: el rechazo a las alternativas políticas tradicionales y, en muchos casos, al mecanismo electoral en sí mismo.
De modelo progresista a descomposición
Más allá de estas consideraciones preliminares, es un dato político contundente: una fuerza que había emergido eliminando el bipartidismo se desplomó electoralmente. La pregunta —mal respondida en muchos análisis— es cómo un partido que fue referente del populismo latinoamericano, que implementó medidas como la recuperación parcial de la renta hidrocarburífera o la inclusión de las nacionalidades oprimidas, terminó apenas rozando el umbral legal para mantener su personería.
Producto de las circunstancias
Como señalamos más arriba, la base material del proceso del MAS y Evo Morales fueron los altos precios de los commodities. El ciclo populista latinoamericano se sostuvo en esa renta extraordinaria: el petróleo venezolano, el gas boliviano o la soja argentina, por tomar algunos ejemplos.
Ese contexto favorable se combinó con:
- el rechazo popular a las políticas neoliberales y sus consecuencias sociales;
- un ascenso en la lucha de clases que arrinconó a los regímenes bipartidistas;
- y la ausencia de una derrota estructural del capitalismo.
Así surgieron proyectos de centroizquierda —algunos montados sobre partidos tradicionales, como en Argentina— que aprovecharon el superávit comercial y el aumento de reservas para ofrecer concesiones mínimas, acompañadas de un discurso recargado en lo simbólico.
Una oportunidad desperdiciada
En el caso de Bolivia, esas condiciones permitieron recuperar parte de la renta nacional proveniente de los hidrocarburos. El hecho de que un dirigente indígena —el primero en llegar a la presidencia— tomara el poder reforzó simbólicamente la legitimidad del proceso y le valió un apoyo masivo entre las mayorías explotadas y oprimidas.
Con ese capital político, se podría haber ido mucho más lejos. Para eso, había que tocar los intereses del imperialismo y de la burguesía nativa: nacionalizar de manera real e integral los resortes fundamentales de la economía; dejar de pagar la deuda externa; planificar un desarrollo autónomo; coordinar políticas de independencia económica y política con los países de la región; reformar la Constitución para abolir la sacrosanta propiedad privada capitalista además de reconocer constitucionalmente a los pueblos originarios.
Pero nada de eso sucedió. No era ni la orientación del MAS, ni la de Evo Morales, ni la de su vicepresidente, Álvaro García Linera, quien se referenció como uno de los principales intelectuales del proceso. En aquel entonces, Linera advertía que no se debía “girar demasiado a la izquierda” para no espantar al electorado y evitar que el proceso retrocediera.
La derecha germina del fruto podrido del progresismo
Además del ajuste económico, la descomposición del MAS fue particularmente profunda. No solo se vio envuelto en escándalos de corrupción, sino que Evo Morales intentó modificar la Constitución que él mismo había impulsado para perpetuarse en el poder. Ese hecho le dio a la derecha una poderosa arma política, que usó para posicionarse tras los acontecimientos de noviembre de 2019.
En 2020, el MAS eligió a Arce como candidato presidencial, en una operación que recuerda a otros ejemplos latinoamericanos, Arce devino en “traidor” y enemigo de Morales. Éste quedó implicado en la intentona golpista y terminó de dividir al partido. Quizá la imagen más acabada de esta descomposición es la de un Evo Morales escondido, prófugo, llamando a votar en blanco o nulo.
Más allá de esta deriva personal, la raíz del derrumbe es clara: la incapacidad del MAS de ofrecer soluciones económicas reales a las grandes mayorías.
Hasta el propio García Linera lo admite:
“Un gobierno progresista o de izquierdas pierde en las elecciones por sus errores políticos. Y estos errores pueden ser múltiples. Pero hay una falla que unifica a los demás: el error en la gestión económica al tomar decisiones que golpean los bolsillos de la gran mayoría de sus seguidores… El progresismo y las izquierdas están condenadas a avanzar si quieren permanecer. Quedarse quietos es perder.”[1]
El progresismo es una utopía. Y para no “quedarse quieto”, la única salida es avanzar tocando los intereses del capital. Esa es la verdad que se comprueba, una y otra vez, con dolorosa claridad. Ya no puede haber dudas, es una ley: el progresismo no da paso al progreso, sino a una derecha que se alimenta de la decepción y la frustración de las expectativas traicionadas.
[1] https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/08/16/mundo/por-que-la-izquierda-y-el-progresismo-pierden-elecciones. El artículo también fue publicado por el diario Página 12 de Argentina.




