Las placas tectónicas políticas de Estados Unidos se están moviendo. La irrupción de Bernie Sanders en las primarias demócratas de 2016 provocó cambios en el escenario político que se siguen acomodando y modificando. La masiva movilización de mujeres en repudio a Trump cuando asumió fue un terremoto cuyas réplicas siguen sacudiendo el suelo norteamericano. Y el lento despertar de la clase trabajadora estadounidense está pegando un sacudón este año, de la mano de los docentes de varios estados “rojos”, de predominio republicano y en los que Trump triunfó por márgenes amplios dos años atrás.
Ola feminista
La gigantesca marcha sobre Washington que protagonizaron las mujeres contra la misoginia de Trump cuando asumió la presidencia, no resultó una acción aislada. La revolución feminista que viene recorriendo el mundo ha penetrado profundamente en Estados Unidos, comenzando a revertir la reacción machista que había avanzado paulatinamente desde el reflujo de la ola feminista de los 1970.
La expresión más notoria del ascenso feminista en Estados Unidos. ha sido la extensión y las repercusiones que ha logrado el movimiento #MeToo (Yo También) que arrancó con las denuncias de varias mujeres contra los abusos del productor de Hollywood Harvey Weinstein, y que se ha extendido a todos los ámbitos de la sociedad. La campaña ha pateado el tablero en Washington, llegando a los estratos más altos del poder político. En un mes, seis diputados y senadores nacionales han tenido que renunciar ante acusaciones de abuso sexual. Varios ministros enfrentan acusaciones, y el propio Trump ya cuenta con las denuncias de 20 mujeres. Desde entonces, decenas de miles de mujeres se han sumado a la campaña, contando sus experiencias de abusos y denunciando abusadores. #MeToo está en proceso de conformarse en un movimiento social, encontrando formas organizativas y reclamos puntuales, pero ya ha puesto a la defensiva a la reacción machista y dejado en claro que la ola feminista en Estados Unidos. está recién comenzando a alzarse.
Rebelión docente
La clase trabajadora estadounidense viene protagonizando un lento despertar, proceso que se visibilizó en las elecciones de 2016 a través de la campaña nacional por un salario mínimo digno. En las últimas semanas este proceso pegó un inesperado simbronazo. Los docentes de varios estados en los que históricamente ha predominado la derecha republicana y en los que Trump ganó cómodamente, se han rebelado contra la progresiva privatización de la educación y obtenido algunos importantes triunfos.
Comenzó en West Virginia, donde, después de un paro total de dos semanas, los docentes lograron un aumento del 5% para ellos y todos los empleados estatales. Siguieron los docentes de Kentucky, Oklahoma y Arizona, donde obtuvieron promesas de significativos aumentos incluso antes de llegar al paro. En todos los casos, los docentes se organizaron desde abajo, por fuera de las sindicatos establecidos, coordinando de distrito a distrito, y llevando adelante acciones masivas. En Arizona los docentes le han arrancado al gobernador una promesa de aumentar los salarios un 20%, pero siguen movilizados, exigiendo que los fondos para financiar el aumento no vengan de ajustar otros programas sociales, sino de un impuesto a los más ricos.
Debates en la izquierda
La campaña de Sanders movilizó a cientos de miles en apoyo a una plataforma que reflejaba la crisis del régimen bipartidista neoliberal yanqui, con propuestas como un sistema de salud universal, educación universitaria gratuita y un salario mínimo digno. Fue indicación de un profunda cambio en la conciencia de masas, no sólo porque estuvo muy cerca de ganarle la primaria a Hillary Clinton -que finalmente obtuvo la nominación gracias a las reglas antidemocráticas del aparato demócrata y alguna que otra trampa fraudulenta- sino también porque diversas encuestan posteriores han coincidido en demostrar que si Sanders hubiera sido el candidato demócrata, le hubiera ganado la elección general a Donald Trump. Un senador que carece del apoyo de ningún sector de la burguesía imperialista, y que se dice socialista, podría haber ganado la presidencia de Estados Unidos.
No se trató de una anormalidad pasajera, sino que reflejó un corrimiento de la base demócrata hacia la izquierda que continuó su curso desde entonces. Una encuesta de la CBS en mayo indicó que un 72% de posibles votantes demócratas priorizarían candidatos que impulsen agendas progresivas, por encima de simplemente oponerse a la agenda de Trump. Además, el mayor sector de encuestados dijo que estaría más inclinado a votar a un candidato que contara con el respaldo de Sanders.
Esta dinámica ha resucitado un viejo debate en la izquierda estadounidense, sobre si es posible disputar el Partido Demócrata para transformarlo o utilizarlo para lograr cambios progresivos. La principal organización de Sanders tras las elecciones de 2016, Our Revolution (Nuestra Revolución) y grupos como los Socialistas Democráticos de América (DSA) se han abocado a dar esta pelea, y han tenido algunos logros. El 16 de mayo, en las primarias demócratas de Pennsylvania, por ejemplo, las candidatas Summer Lee y Sara Innamorato, respaldadas por DSA, desplazaron candidatos del establishment del partido en dos distritos de la zona metropolitana de Pittsburgh, con 65% y 68% de los votos respectivamente.
El medio conservador National Review tituló una nota en tono alarmante: “Demócratas nominan socialistas literales, no metafóricos, en primaria de Pennsylvania”. Del otro lado del bipartidismo, el Washington Post, históricamente alineado con el establishment demócrata, escribió: “El martes fue un día terrible, horrible, nada bueno, muy malo para los demócratas moderados. El éxito de candidatos
muy radicales … refleja un giro más general hacia la izquierda entre los demócratas en todo el país desde que asumió Trump”.
Es que también en otras zonas de Pennsylvania, como en los estados Nebraska, Idaho y Oregon, cayeron en las primarias varios candidatos oficiales ante candidaturas desde la izquierda. Sin embargo, el aparato del Partido Demócrata está firmemente en manos de la conducción ligada a los principales bancos y corporaciones de la burguesía imperialista.
Es por esto que otro sector de la izquierda, que incluye a agrupaciones como la Organización Socialista Internacional (ISO) o Alternativa Socialista (que tiene a la concejal Kshama Sawant en Seattle), es escéptico sobre la utilidad de disputar dentro del Partido Demócrata. Para algunos, como Alternativa Socialista, fue correcto apoyar la candidatura de Sanders, para empalmar con un sector de masas que se radicalizaba y acercaba a las ideas socialistas; pero no para disputar el Partido Demócrata. Esto, coinciden diversas organizaciones, es imposible porque se trata de un aparato orgánico de la burguesía imperialista, con una estructura inherentemente antidemocrática. Y los intentos por hacerlo -abundantes en la historia- solo sirven para subordinar movimientos sociales a ese aparato y alejar la tarea
ineludible, que es construir una alternativa política independiente del bipartidismo burgués.
En la década del 2000 el Partido Verde, con la participación de diversas organizaciones de izquierda, jugó un rol progresivo, a partir de la candidatura de Ralph Nader, que movilizó a cientos de miles de jóvenes y activistas en masivos actos -al estilo de lo que lograra Sanders más recientemente- pero a favor de una alternativa independiente del bipartidismo. Pero la feroz campaña demócrata que culpó a Nader del triunfo de Bush en el 2000, el movimiento se dividió. En las presidenciales de 2004 y 2008 tuvieron mayor peso las campañas de Denis Kucinich, que disputó en las primarias demócratas desde una plataforma progresista y anti-guerra. El propio Partido Verde cedió ante la presión demócrata, y adoptó una política de presentarse solamente en los “estados seguros”, es decir, donde el triunfo del candidato demócrata esté asegurado o bien sea imposible. Las expectativas que generó Obama debilitaron aún más la perspectiva de una alternativa independiente en 2012. Y en 2016 el fenómeno Sanders opacó la tímida candidatura de Jill Stein del Partido Verde, que no lanzó su campaña hasta terminada la primaria demócrata.
Como había anunciado que haría, Sanders llamó a votar a Clinton una vez que perdió la primaria, cumpliendo con el rol que el aparato demócrata le otorga a sus contendientes de izquierda: contener a los sectores radicalizados dentro de los márgenes del Partido Demócrata, impidiendo que se desarrolle una alternativa por fuera. Para un sector importante de la izquierda, la tarea impostergable, a pesar de las dificultades, es el desarrollo de una alternativa independiente del Partido Demócrata.
Más allá de validas variantes tácticas, desde Anticapitalistas en Red reafirmamos que la tarea estratégica de la izquierda en Estados Unidos es la construcción de una organización revolucionaria que luche por desarrollar la movilización de los trabajadores, las mujeres y pueblo y busque los caminos hacia una alternativa política independiente con una perspectiva anticapitalista.
Federico Moreno