Impulsados por el “fenómeno Sanders”, varios candidatos radicales y socialistas han ganado candidaturas en las internas demócratas que se han celebrado estos meses de cara a las elecciones legislativas del próximo 8 de noviembre. Pero el inesperado triunfo de Alexandria Ocasio Cortez el 26 de junio fue un bombazo que explotó en los medios estadounidenses e internacionales.
Alexandria es miembro “de carnet” -como expresan los medios, en alusión al modo en que se refería a los miembros del Partido Comunista durante la guerra fría- del DSA (Socialistas Democráticos de América). Le ganó la elección primaria a Joe Crowley, diputado nacional por el distrito 14 de Nueva York, que ocupa su escaño desde 1999 y es conocido como el “rey de Queens”. Crowley es el cuarto en línea de la dirección del bloque demócrata en la cámara baja, y estaba previsto que fuera presidente de la cámara en caso -probable- de que los demócratas recuperen la mayoría en noviembre.
Invirtió más de un millón de dólares en la campaña, contra los $128.140 que gastó Alexandria, cuya campaña centró en los ejes popularizados por Sanders, de salud publica universal y educación universitaria gratuita. Pero también adoptó posiciones categóricas en favor de los inmigrantes, viajando a Texas para participar de una manifestación contra los notorios centros de detención de niños de Trump, y llamando por la disolución del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, algo que el propio Sanders se ha negado a hacer hasta ahora.
El triunfo de Alexandria -por 15 puntos de diferencia- es, tal vez, la muestra más nítida hasta la fecha del masivo y creciente rechazo al establishment político-corporativo del pueblo estadounidense. La candidata está estrechamente ligada a los movimientos sociales y comunitarios, mientras que Crowley vive hace años una vida de lujo en Virginia como parte de la casta de élite política y económica de Washington. En un video de campaña, Alexandria explotó este contraste:
“Es hora de reconocer que no todos los demócratas son iguales. Que un demócrata que recibe dinero de corporaciones, que lucra con los desalojos, que no vive aquí, no manda sus hijos a nuestras escuelas, no toma nuestra agua ni respira nuestro aire, no tiene posibilidad de representarnos”.
El resultado es tanto más significativo porque, a diferencia de otros distritos en los que han ganado candidatos radicales o socialistas, este, que comprende el Este del Bronx y el Oeste de Queens -barrios de mayoría latina y negra- es un bastión demócrata en el que los republicanos juntan muy pocos votos. Por lo cual es casi seguro que Alexandria se convierta en la primera diputada socialista en largas décadas, además de la diputada nacional más joven de la historia del país.
Sin embargo, el margen que tendrá para llevar adelante sus políticas en el Congreso será extremadamente estrecho, al estar aislada en un bloque dominado por el aparato del Partido Demócrata. Partido que tolera la presencia de candidatos díscolos como Sanders o Alexandria en la medida que les sirven para contener a los millones de desilusionados con sus políticas antipopulares. Pero que está determinado a impedir que estos incidan en su orientación general, destinada a defender los intereses de los bancos y las corporaciones imperialistas.
Por ejemplo, la “Comisión de Reforma Unitaria” que constituyó el DNC (Comité Nacional Democrático) -la dirección nacional del partido- después de las primarias de 2016 que casi le ganó el independiente Sanders a Hillary Clinton, adoptó una resolución en junio que establece que quien pretenda ser candidato en las primarias presidenciales tendrá que “afirmar por escrito al presidente nacional del Comité Nacional Demócrata que A) es miembro del Partido Demócrata; B) aceptará la nominación demócrata; y C) hará campaña y ejercerá su mandato como miembro del Partido Demócrata”. Es decir, ni Sanders ni los socialistas democráticos podrán disputar la candidatura presidencial.
El batacazo de Alexandria confirma el espacio político que existe a izquierda del establishment político de Estados Unidos, resalta las oportunidades y los desafíos que tiene la izquierda para capitalizarlo, y suma elementos para profundizar el rico debate táctico entre la disputa por espacios dentro del Partido Demócrata y la pendiente construcción de una alternativa independiente.
Federico Moreno