El 7 de octubre habrá elecciones en Brasil en medio de una grave crisis económica y política. Lula, el candidato más popular, está preso, proscripto y declinó su candidatura en favor de su vice.
Brasil viene sufriendo fuertes sacudones en las últimas semanas:
· Días atrás, el real sufrió una fuerte devaluación por la corrida cambiaria a causa de la crisis turca, lo que sacudió al resto de las economías emergentes y en particular a la Argentina.
· Luego el Tribunal Superior Electoral dejó fuera de la contienda a Lula, injustamente preso por una condena en segunda instancia por corrupción y que quería seguir como candidato del PT. Aún en prisión, Lula arañaba el 40% de aceptación.
· Y el viernes 7, un desesperado apuñaló y dejó malherido al candidato de ultraderecha Jair Bolsonaro (PSL), quien con Lula retirado registra el índice más alto: 24%. Este Trump a la brasilera expresa una polarización producto del descontento de amplios sectores con la vieja casta política.
Al vencer el plazo electoral el martes 11, Lula finalmente resignó su candidatura en favor de su compañero de fórmula, Fernando Haddad, un político de perfil académico poco conocido, que fue alcalde de San Pablo y ministro de Educación de los gobiernos petistas.
Ahora el PT apuesta a que Lula logre transferirle a Haddad la mayor parte de su intención de voto y que entre en el balotaje con posibilidad de ganarle al derechista Bolsonaro. La jugada no es fácil, ya que quizás el cambio se hizo con poco tiempo para hacer conocido a Haddad y quizás el voto se puede dispersar en otras opciones de esa franja política.
El candidato preferido del régimen, Geraldo Alkmin (PSDB), no supera el 10% pese a tener casi la mitad de la propaganda electoral gratuita. Ciro Gomes (PDT, laborista) y Marina Silva (Rede) disputan parte del espacio de la centroizquierda.
Falta menos de un mes para una elección en la que se elige presidente, un tercio de la Cámara de Senadores, la totalidad de la Cámara de Diputados y más de mil legisladores estaduales… ¡Y no se sabe quién puede ganar en el inmenso país hermano!
Crisis del régimen político
Esta grave crisis es producto del deterioro del régimen brasilero en su conjunto. Durante los gobiernos del PT entraron grandes cantidades de divisas. Pero éstos no las utilizaron para realizar las necesarias reformas a fin de independizar la economía brasilera de los vaivenes del mercado mundial. Al contrario: fueron fieles administradores de los negocios del capitalismo brasilero y se postularon como un tapón contra los desbordes que el proceso bolivariano pudiera plantear en la región.
La crisis que golpeó a Brasil en 2013 desató una rebelión juvenil que fue reprimida por el gobierno de Dilma. A partir de allí, y luego de que la presidenta traicionara todas sus promesas electorales, comenzó un desgaste irreversible que fue aprovechado por sus aliados de derecha para destituirla con un juicio político y entronizar a su vice Temer. Lo hicieron para atacar conquistas históricas de los trabajadores con la reforma laboral, las tercerizaciones de empresas estatales y preparar un brutal asalto al sistema previsional, todo para compensar la gran recesión, el retroceso del PBI y las pérdidas de los capitalistas brasileros.
A esto se sumó un importante deterioro de toda la dirigencia política y empresarial al destaparse en la operación Lava Jato una enorme trama de sobornos y corrupción en los que está implicado hasta el actual presidente Temer.
En un difícil clima de repudiable recorte de las libertades democráticas (proscripción de Lula, militarización de Río, asesinato de Marielle Franco, injerencia militar en decisiones políticas), este proceso electoral está en crisis y el régimen apuesta a él para tratar de corregir el rumbo.
A la vez, la crisis del viejo régimen político que sostiene al sistema capitalista en Brasil permite avanzar en la instalación de una opción anticapitalista y democrática. Anticapitalistas en Red apoya las candidaturas del PSOL, que expresan la unidad de los que supieron plantar una alternativa socialista frente a toda la derecha y a la adaptación de Lula y el PT al capitalismo brasilero.
Gustavo Giménez