Julia Salazar ganó la elección primaria al Senado del Estado de Nueva York el 13 de septiembre. Su campaña, así como otras que no ganaron, demuestran cómo el Partido Demócrata combate a los candidatos de izquierda, y cómo podemos vencerlos.
A primera vista, las noticias salidas de Nueva York arrojan un balance mixto para la izquierda. Pero igual se siente bien.
La socialista democrática Julia Salazar derrotó al hijo consentido de la industria inmobiliaria, Martin Dilan, con un 59% de los votos, en un distrito del norte de Brooklyn, de alta composición trabajadora y un acelerado proceso de gentrificación. Salazar no tendrá oposición en la elección general, así que, si no hay imprevistos, será la próxima senadora estatal del 18 distrito de Nueva York.
La candidata progresista a la gobernación Cynthia Nixon perdió en un intento por reemplazar al gobernador Andrew Cuomo, quien ganó casi dos tercios de los votos. El veterano activista social y actual concejal de la ciudad de Nueva York, Jumaane Williams, perdió por poco ante la actual vicegobernadora Kathy Hochul en su intento por desbancarla.
Una lista de demócratas progresistas conocida como No IDC, logró varias victorias sobre un grupo de demócratas que se alinearon con los republicanos en el Senado estatal. Alessandra Biaggi, Rachel May, Jessica Ramos, John Liu, Robert Jackson, y Zellnor Myrie, todos derrotaron a los titulares.
Con el triunfo de Salazar, los Socialistas Democráticos de América continuamos nuestra racha ganadora, sobrepasando (especialmente en la campaña de Salazar) ataques calumniosos de la prensa sin precedente. ¿Qué conclusiones debe sacar la izquierda de los resultados de las elecciones del jueves 13?
Los trabajadores no pueden ser una preocupación secundaria
La mejora del subte fue la propuesta central de la campaña de Nixon. Pero dos semanas después de anunciar su candidatura en marzo, lanzó un ataque a los trabajadores sindicalizados que trabajan en las obras de construcción de una nueva línea subterránea: “con los acuerdos que (los sindicatos de la construcción) tienen ahora, no se puede mejorar el subte de manera fiscalmente responsable … todos tienen que colaborar, y todos tienen que hacer sacrificios”.
Esta cita fue, efectivamente, una de sus primeras declaraciones públicas como candidata. Los dirigentes sindicales rápidamente contraatacaron:
“¿Qué sabe Cynthia Nixon de la construcción? ¿Qué sabe de los subtes? Dice que es una progresista, pero esta retórica anti-sindical demuestra que no es amiga de los trabajadores y trabajadoras”, dijo Gary LaBarbera, presidente del Consejo Sindical de la Construcción del Gran Nueva York, a la revista Político. Los dirigentes de la Unión de Trabajadores del Transporte Local 100, TWU internacional, y el presidente de la federación AFL-CIO de Nueva York, también denunciaron rápidamente a Nixon.
Cuomo había cultivado una intensa lealtad de la alta dirigencia sindical mucho antes de marzo, y nunca estuvo seriamente planteada la posibilidad de que la apoyaran los dirigentes de los principales sindicatos. Pero, aunque Nixon sacó una tibia corrección a su declaración inicial, prácticamente no habló de los problemas de los trabajadores hasta agosto.
Eventualmente su plataforma laboral fue, en muchos sentidos, ejemplar para candidatos progresistas compitiendo en el nivel estatal. Pero para cuando salió, ya era tarde para llegar a sectores importantes de la base sindical.
Nixon dejó a los militantes sindicales que acordaban con ella en otros temas atados de manos a la hora de convencer a sus compañeros de apoyarla. ¿Si lo único que dijo sobre los trabajadores durante cuatro meses era que tendrían que cobrar menos, porqué habría que darle cabida a sus otras propuestas?
Futuros candidatos que compitan como socialistas democráticos -o simplemente progresistas- deben enfatizar los problemas de los trabajadores, los que están sindicalizados así como los que no. Las organizaciones socialistas en particular deben priorizar que los candidatos que apoyen impulsen agresivos reclamos de clase en sus plataformas laborales.
Vienen por nosotros
La difamación de figuras de izquierda por parte de la derecha y el establishment no es nada nuevo. Pero desde el triunfo inesperado de Alexandria Ocacio-Cortez en la primaria legislativa, el Partido Demócrata de Nueva York, notoriamente corrupto, mezquino y retorcido, no escatimó balas contra los candidatos de izquierda de la elección del 13.
En los últimos días de la campaña, el Comité Demócrata del Estado de Nueva York envió una carta a los votantes judíos en la que sugiere que Nixon “calla sobre el el ascenso del anti-semitismo”. No existe evidencia de que Nixon sostenga posiciones anti-semitas, y tiene dos hijos judíos.
Para empezar, es injusto e inapropiado que un partido activamente apoye a un candidato sobre otro en una primaria. Y ni hablar, acusar sin fundamentos a un candidato de racista. Con el Partido Demócrata apenas manteniendo una imagen de neutralidad y democracia interna, dicha propaganda es deplorable, pero no sorprendente.
Más asombrosa fue la intensidad de los ataques a la candidata socialista democrática Julia Salazar. La candidata a senadora posiblemente haya recibido más cobertura mediática nacional y local que cualquier candidato legislativo estatal en la historia. Sin embargo, hacia el final de la campaña -cuando más atención prestan los votantes- muy poca de esa cobertura se focalizó en sus propuestas para expandir el control de alquileres, aprobar el proyecto de ley de sistema único de salud para Nueva York, expandir los derechos laborales o reformar las opacas y antidemocráticas leyes de financiamiento electoral.
Esto último sobresale especialmente por la manera en la que fue atacada Salazar. Considerando la extensiva investigación que se realizó sobre el pasado de Salazar, los esfuerzos de la candidata por frenar la gentrificación y robustecer el control de alquileres, los estrechos lazos de su oponente con la industria inmobiliaria y su historia de recibir donaciones de campaña dudosas, cabe preguntarse quién tendría un interés en cuestionar la credibilidad de Salazar.
Detalles íntimos de la historia familiar, religiosa, educativa y una falsa detención de Salazar, fueron examinados y cuestionados en la prensa en un nivel sin precedentes en una elección local. También se hizo público, sin su consentimiento, que ella es sobreviviente de un asalto sexual por parte de un oficial del gobierno israelí.
La mayoría de estos ataques no vinieron directamente de su oponente, sino de la prensa. Pero este tipo de cobertura en profundidad y atravesando varios estados -y hasta continentes- es tan ajeno a elecciones locales como esta, que es dudoso que decenas de periodistas locales hayan investigado de manera independiente lo que publicaban. Un periodista agresivamente anti-Salazar, de hecho, reconoció públicamente que le soplaron los datos de por lo menos una historia salaz.
Nada de esto se relacionaba en absoluto con las propuestas de Salazar. No se develó ningún gran escándalo que destruyera su credibilidad. Y no era ese el objetivo. El mensaje de quién fuera responsable en última instancia de indagar sobre el pasado de Salazar es claro: si nos confrontas, no hay reglas. Te vamos a despojar públicamente de tu dignidad. Pero en el caso de Salazar, no funcionó.
En esta ronda electoral, al menos seis demócratas relativamente progresivos de la lista No IDC desafiaron a legisladores titulares atornillados a sus puestos. Ninguno enfrento el nivel de escrutinio e intriga que tuvo que soportar la socialista Salazar. En la medida que la izquierda continúe ganando peso en las elecciones y la opinión pública, se debe preparar para convertirse nuevamente en un blanco particular, porque representa un peligro particular a intereses poderosos.
La izquierda debe orientar la lucha directamente contra los que encabezan el Partido Demócrata
Desde la campaña de Bernie Sanders del 2016 se ha derramado mucha tinta en la izquierda sobre el tema de las primarias demócratas. Es decir, sobre si es aceptable que los socialistas se presenten en las primarias demócratas o si es más adecuado que se presenten como independientes o con pequeños partidos no capitalistas.
Incluso quienes apoyan que la izquierda se presente en las listas demócratas, reconocen que hacerlo representa un compromiso desafortunado. El partido es controlado en última instancia por el capital, que delimita las fronteras de las políticas aceptables para sus miembros y alebosamente da ventajas a los candidatos que prefiere en las primarias. No es el terreno en el que uno elegiría librar batalla. Pero también hay una noción de que presentarse en las primarias demócratas y enfrentar directamente a aquellos que controlan el partido es un bien mayor, ya que acelera la alienación de la base demócrata de sus líderes.
Desde el 2016, la dinámica de los votantes demócratas y los dirigentes y funcionarios partidarios han continuado divergiendo. Una encuesta reciente demuestra que más votantes demócratas perciben el socialismo de manera más favorable que los que perciben favorablemente al capitalismo. Mientras tanto, líderes del ala liberal como Elizabeth Warren y Nancy Pelosi han redoblado explícitamente su compromiso con el capitalismo.
Los esfuerzos progresistas por reconstruir el Partido Demócrata están destinados a fallar, ya que el partido está dominado por capitalistas. Sin embargo, toda perspectiva de formar un partido de la clase trabajadora en el futuro también fallará si ese partido no logra el apoyo de un gran numero de personas que hoy se consideran demócratas. Al presentarse en las listas demócratas en las elecciones primarias, los socialistas pueden exacerbar las contradicciones entre los votantes y los dirigentes y ayudar a acelerar el proceso a través del cual la creación de un partido independiente se vuelva viable.
La izquierda debe consolidar una identidad de votante propia e inconfundible
Es evidente que los capitalistas perciben incluso a un pequeño movimiento socialista que pueda dialogar directamente con las necesidades materiales de la gente común como una amenaza. Dentro de poco, los triunfos electorales de socialistas democráticos dejarán de ser una novedad y se convertirán en parte de la cotidianidad. Sin embargo, no esta claro si los votantes todavía ven al “socialista democrático” como una identidad política particular y coherente, lo que sería un factor clave para la eventual fundación un partido independiente.
Por ejemplo, varios demócratas convencionales han adoptado -al menos retóricamente- reformas apoyadas por el socialismo como la salud universal. Bernie Sanders, el socialista democrático más famoso del país, se ha dedicado a impulsar la elección de progresistas en general, sean socialistas o no. ¿Qué diferencia a los socialistas democráticos entonces?
Al enfrentarse con un poderoso enemigo que lo toma más en serio que la mayoría de sus potenciales seguidores, el creciente movimiento socialista democrático enfrenta el peligro de volverse irrelevante al caer en uno de dos caminos de menor resistencia: el desdentado y hecho-para-fracasar progresismo demócrata, o la amplia y complaciente subcultura activista.
Para evitar esos dos potenciales callejones sin salida, la izquierda debe seguir el ejemplo de Salazar y trabajar para consolidar una identidad política colectiva inequívoca y consistente basada en un análisis material de la sociedad, centrada en la solidaridad de clase y la lucha contra la clase capitalista, y en reformas fáciles de entender que ofrezcan verdaderos beneficios a los votantes a expensas de los capitalistas.
Para que el movimiento socialista democrático se convierta en una fuerza mayor en la política estadounidense, una masa crítica de votantes y trabajadores deben identificarse como socialistas democráticos y tener una idea clara y relativamente consistente de los que significa esa identidad. Sin esa auto-percepción colectiva, al movimiento le costará arraigarse en la clase trabajadora, la mayor parte de la cual hoy no puede o no desea invertir grandes cantidades de tiempo en organizarse activamente. Esa identidad unitaria de grandes segmentos de la clase trabajadora también es un prerrequisito para la construcción de un partido independiente de trabajadores.
Bernie Sanders ya comenzó este proceso, con sus constantes ataques a los capitalistas (“los millonarios y mil-millonarios”) y su plataforma de políticas de redistribución como salud universal, educación superior gratuita, aumento del salario mínimo y facilitar la formación de sindicatos. Sin embargo, aunque que el potencial de la candidatura de Bernie Sanders en 2020 es una oportunidad única, el movimiento socialista no puede depender de un solo hombre.
En cambio, a corto plazo, el movimiento debe centrarse en políticas arraigadas en la lucha de clase (como el control de alquileres universal, el derecho universal a la huelga, y la cobertura médica universal gratuita) y en cómo los votantes se perciben (como un bloque universal atacado constantemente por los ricos) cuando apoyan dichas políticas.
Esta es la razón por la cual la victoria de Salazar es especialmente importante. Si bien se presentó en la primaria demócrata, ha articulado una plataforma que es popular en la clase trabajadora, y superadora de lo que puede ofrecer el Partido Demócrata con su composición actual (bajo el control de capitalistas).
Salazar ha establecido una base programática sobre la cual se puede anclar una nueva identidad de votantes. Sin embargo, no podrá consolidar una identidad colectiva ni impulsar un movimiento por si misma. Eso depende de todos nosotros.
Ben Beckett*
*Originalmente publicado en jacobinmag.com. Ben Beckett es delegado sindical en la Ciudad de Nueva York y miembro de los Socialistas Democráticos de NYC.