Alejandro Bodart, referente del MST y coordinador de la LIS
Se ha producido un cambio de enorme magnitud. En distintas regiones del planeta los trabajadores y excluidos se insurreccionan contra sus gobiernos y los regímenes políticos que los sostienen. A la vanguardia de las rebeliones y revoluciones que se están produciendo se encuentra la juventud, que el sistema capitalista en su decadencia está dejando sin futuro. Es mucho más que una nueva coyuntura: estamos presenciando un cambio en la situación mundial.
En el mes de octubre se han producido rebeliones de magnitud en Ecuador, Haití y una revolución extraordinaria en Chile. A miles de kilómetros, las rebeliones en Irak y el Líbano anuncian el despertar de una nueva primavera árabe. En Europa vuelve a la calle la heroica Cataluña y en Asia la rebelde Hong Kong no se doblega ante la brutalidad de la burocracia china. En el primer aniversario del surgimiento de los “chalecos amarillos” franceses, los precursores de los cambios que ahora se han generalizado, las calles de París han vuelto a conocer el calor de los olvidados del sistema y el 5 de diciembre se prepara una huelga general indefinida de la poderosa clase obrera francesa. En infinidad de países las huelgas y movilizaciones están a la orden del día. Junto a la crisis económica global, que no deja de profundizarse, en muchos países donde la movilización todavía no ha tomado la magnitud de otras latitudes afloran crisis políticas profundas.
La polarización política y social que atraviesa al mundo desde hace años comienza a tener claramente al movimiento de masas y sus luchas a la ofensiva.
En esta nueva edición de Revolución Permanente socializaremos conclusiones sobre algunos de los procesos más dinámicos, en la mayoría de los cuales las secciones nacionales de la Liga Internacional Socialista están participando activamente.
Rebelión global, nuevo Mayo del ’68, primavera latinoamericana, el mundo en llamas, son algunas de las expresiones periodísticas que desde los medios masivos de comunicación intentan graficar el nuevo momento que estamos atravesando. Existen manifestaciones del cambio que se está produciendo en todos los continentes, pero dos son las regiones del mundo que se han transformado en los epicentros de este nuevo ascenso revolucionario: Latinoamérica y Medio Oriente. En ambos lugares se vive una situación prerrevolucionaria o directamente revolucionaria, según tomemos como referencia la definición de Trotsky o la de Lenin y por eso cualquier chispa, como el aumento de la gasolina, del metro o incluso un impuesto al uso del WhatsApp es capaz de desatar una revolución.
Medio Oriente y el África del Norte han cambiado para siempre. El ascenso revolucionario conocido como Primavera Árabe logró que cayeran gobiernos y regímenes que durante décadas sometieron a sus pueblos con ajustes permanentes y mano de hierro. Se produjeron cambios cualitativos, incluso en aquellos países en donde las rebeliones fueron derrotadas. El motor de todos los estallidos y semiinsurrecciones que se vienen produciendo es una combinación de demandas sociales y democráticas. La oleada revolucionaria del 2010-2013, que arrancó con la inmolación del vendedor ambulante Mohamed Bouaziz en Túnez, rápidamente contagió a Egipto, Bahréin, Libia, Yemen, Siria y le dio un impulso a la lucha de autodeterminación del pueblo kurdo. Otro capítulo tuvo lugar a fines de 2018 y principio de este año con rebeliones en Túnez, Sudán y Argelia. En estos momentos estamos asistiendo a rebeliones muy profundas en Irak, el Líbano y ahora le llegó el turno a Irán, en donde un estallido social a lo largo y ancho del país está haciendo temblar el régimen de los mullahs.
En Latinoamérica, desde principio de siglo no se daban procesos de la magnitud que estamos presenciando por estos días. El año pasado la juventud y el pueblo nicaragüense se levantaron contra el ajuste que aplicó la dictadura de Ortega-Murillo y fue brutalmente reprimida. A mediados de este año fue el turno de Puerto Rico. Pero el cambio cualitativo en la región vino de la mano de la rebelión de los campesinos e indígenas ecuatorianos. Le siguieron Haití y ahora Chile, en donde una verdadera revolución está desmoronando al régimen reaccionario que la burguesía puso en pie a partir de la dictadura genocida de Pinochet. Evidentemente, el continente ha entrado en una dinámica que en cualquier momento puede contagiar a los trabajadores y jóvenes de otros países. Colombia, por ejemplo, se ha sumado a la rebelión con millones en las calles y una huelga general histórica; en Centroamérica las tensiones están al rojo vivo y en el resto de los países se desarrollan luchas y crisis políticas en las alturas. Por eso hasta los grandes medios de la burguesía alertan sobre lo que visualizan como un nuevo momento de consecuencias impredecibles.
Chile, una revolución impresionante
“No son 30 pesos, son 30 años”. Esta consigna resume la profundidad del proceso revolucionario que se inició en Chile con el aumento del precio del metro, pero que cuestiona al gobierno de Piñera, al régimen heredado del pinochetismo y objetivamente al propio sistema capitalista semicolonial del país andino. De un día para el otro, el modelo a seguir que enarbolaban con orgullo los sectores más concentrados del capital y las formaciones de derecha de todo el continente voló por los aires. Si la derrota electoral de Macri había dejado maltrecho al Grupo de Lima, punta de lanza de Trump en la región, la revolución chilena terminó de empujarlo hacia el basurero de la historia.
Con la juventud a la vanguardia, arrastrando tras de sí a la mayoría de la población y obligando a las direcciones burocráticas del movimiento obrero a llamar a dos paros generales históricos, con movilizaciones de millones de trabajadores, jóvenes y pobladores de una punta a la otra de su geografía, autoorganizándose en asambleas populares y cabildos, con barricadas y piquetes, enfrentando valientemente la represión de un ejército armado hasta los dientes, un doble poder en las calles ha ido derrotando cada una de las maniobras con las que el gobierno y las fuerzas del régimen han intentado desviar el proceso hacia una salida institucional controlada desde arriba.
Actualmente, el pacto espurio para intentar salvar a Piñera y lo que puedan de la vieja Constitución pinochetista entre la derecha que gobierna y la oposición parlamentaria, incluyendo al Frente Amplio, que se postulaba como la renovación por izquierda de la vieja casta política, abre un nuevo momento político. El rechazo a esta nueva y evidente traición está provocando la ruptura acelerada de franjas importantes de la población con todas las formaciones de la izquierda institucional, lo que potenciará el surgimiento de nuevos dirigentes en el movimiento obrero y la juventud y ampliará el espacio para fortalecer una organización revolucionaria como la nuestra.
Bolivia es parte de la ola revolucionaria
El imperialismo, las derechas latinoamericanas y sus escribas intentaron aprovechar la caída de Evo Morales para contrarrestar la oleada revolucionaria que sacude a Latinoamérica. Sin embargo, rápidamente la situación evolucionó hacia una confrontación del movimiento de masas contra el autogobierno golpista que la emparenta con las rebeliones que están haciendo tambalear a varios gobiernos en el mundo.
Más allá del debate interesado entre los sectores más reaccionarios, que se niegan a definir como un golpe de Estado lo que sucedió en Bolivia porque apoyan al gobierno interino de la racista Jeanine Áñez, y el falso progresismo, que se empeña por mostrar un avance fascista en todos lados que no es tal para tratar de asustar al movimiento de masas y hacer pasar su política posibilista y de pata izquierda de los regímenes democrático-burgueses en los países que gobierna o influencia, existe una polémica real en la izquierda. Algunos grupos se negaron a definir como golpe de Estado lo que sucedió y defienden que Evo Morales cayó por un levantamiento popular. Otros solo ven la acción de la derecha golpista y tienden a tener una visión acrítica de Morales al punto de plantear como estrategia su reinstalación en el poder.
No coincidimos con ninguna de estas visiones. En Bolivia se sucedieron tres momentos que se fueron combinando hasta llegar a la situación actual. La percepción, correcta o equivocada, de que el gobierno de Evo Morales realizó un fraude para evitar una segunda vuelta que muy probablemente perdería produjo en un primer momento un levantamiento de sectores medios, el estudiantado y diversos movimientos sociales que rompieron con el gobierno por su conversión pro-capitalista y hostil hacia todos los sectores populares que se opusieron a sus políticas de ajuste y pro-mercado. Todo esto también explica la pasividad durante todo un primer momento del resto del movimiento obrero, campesino e indígena o las declaraciones de la dirección de la COB y otros movimientos pidiendo a Evo Morales que dé un paso al costado.
Recién luego de un par de semanas, cuando Evo estaba debilitado y acorralado por el levantamiento al punto que primero acepta la auditoría de la OEA y luego del informe convocar a nuevas elecciones, algo que podría haber encauzado la situación, la derecha más recalcitrante aprovecha la oportunidad y se decide a dar el golpe de Estado atizando el acuartelamiento de la policía primero y convenciendo al ejercito después. Aun en este segundo momento, la COB y el resto de las organizaciones sociales, salvo un sector minoritario dirigido por el MAS, se mantiene al margen o apoya la salida de Morales. Aislado y sin apoyo, Evo renuncia y se va al exilio. Se consuma el golpe y luego de varios días de vacío de poder se autoproclama el gobierno de la extrema derecha. Esto genera el tercer momento, que estamos presenciando ahora y cuyo resultado final todavía está en disputa: irrumpe nuevamente el movimiento de masas, que obliga a todas las direcciones del movimiento obrero e indígena a pronunciarse contra el nuevo gobierno golpista y “de los ricos”. Este nuevo levantamiento, completamente distinto al primero, encuentra en un frente único a sectores influenciado por el MAS de Morales y otro espacio, mayoritario, que es crítico de Morales pero entiende que debe derrotar a los golpistas porque si se consolidan serán un enemigo peligrosísimo contra los trabajadores y el movimiento indígena.
Sin ver los distintos momentos y la complejidad de la situación no es posible tener una política correcta para intervenir en Bolivia. Hoy los revolucionarios tenemos que estar junto al pueblo movilizado hasta tirar abajo al autoproclamado gobierno, que es contrarrevolucionario. Ese es el eje que ordena nuestro programa. Pero junto a esto no le debemos dar ningún apoyo a Morales y el MAS, responsables en última instancia de que sectores marginales de la ultraderecha hayan llegado al gobierno y que ahora, cuando hay que ayudar a aislar y derrotar a esos golpistas está impulsando una negociación con ellos, una nueva traición. Nuestra orientación debe incluir el llamamiento a profundizar la lucha hasta tirar abajo la dictadura y a continuar hasta lograr un gobierno de las organizaciones obreras y campesinas, el único capaz de aplicar las medidas anticapitalistas que son imprescindibles para poder responder a las necesidades del conjunto de la población boliviana.
Las razones detrás del cambio
Existe una multiplicidad de elementos que explican por qué llegamos a este nuevo momento. En casi todos los procesos ha tenido peso el rechazo al autoritarismo y la vulneración de derechos democráticos. Pero lo determinante ha sido la profundización de la crisis económica mundial y las secuelas provocadas por los brutales planes de austeridad para pagar deudas y garantizar las ganancias de las corporaciones que vienen aplicando los distintos gobiernos. Estancamiento y retroceso de las economías, desigualdad obscena, desocupación creciente, precariedad laboral extrema, deterioro de la salud y la educación, viviendas inaccesibles y la párdida de toda perspectiva de futuro que experimentan millones de jóvenes en todo el mundo son el cóctel explosivo que comienza a estallar y extenderse de un país a otro.
A 30 años de la caída del Muro de Berlín, las ilusiones creadas a partir de la campaña imperialista de que el capitalismo traería “prosperidad y progreso” han desaparecido. El deterioro del nivel de vida, la pérdida de conquistas, la destrucción de la naturaleza, la exacerbación del machismo y la xenofobia hacen que millones empiecen a identificar al sistema capitalista como el origen de sus desgracias. En lugares impensados, como los EE.UU. o Gran Bretaña, la juventud masivamente gira hacia la izquierda y el socialismo.
La caída del estalinismo implicó el desplome del orden mundial creado en la IIª Guerra Mundial. Sin ese socio contrarrevolucionario, que jugaba un rol clave para contener a los trabajadores y pueblos del mundo, el imperialismo norteamericano lejos de fortalecerse, como creyeron ver desde distintos sectores de la izquierda, comenzó a concentrar en sus manos todas las contradicciones de la realidad mundial y a debilitarse. La debacle de 2008 fue un salto de calidad en su deterioro y los obligó a profundizar su política de contrarrevolución económica contra el movimiento de masas para salvar a los bancos y corporaciones. Actualmente nos encaminamos hacia una nueva crisis, reflejo de la decadencia del imperialismo norteamericano y del sistema capitalista en su conjunto. Las rebeliones que estamos presenciando son la respuesta del pueblo trabajador a la barbarie a la que están llevando a la humanidad para salvar al 1% que representan.
Revoluciones socialistas inconscientes[1]
Lo que estamos presenciando en Latinoamérica y Medio Oriente son rebeliones y revoluciones profundamente anticapitalistas. Parte de sus objetivos son democráticos y por eso además de los gobiernos se enfrentan a los regímenes y sus instituciones, profundamente antidemocráticas y represivas. Pero no se trata de procesos esencialmente democráticos: la movilización persigue sobre todo cambios económicos y sociales, incompatibles en los marcos del capitalismo en su fase de decadencia actual. En ese sentido son revoluciones anticapitalistas, socialistas, pero inconscientes, porque el nivel de conciencia de las masas aunque avanza rápidamente todavía está un estadio por detrás de sus acciones y no existen direcciones revolucionarias a la cabeza de la movilización.
Se trata de rebeliones o revoluciones populares. La clase obrera participa y en cada proceso va teniendo un rol más activo, pero en un primer momento lo hace de manera individual, no organizada, disuelta en el movimiento popular. La dinámica de los acontecimientos logra desbordar y empujar a las direcciones burocráticas y por eso se terminan produciendo huelgas generales muy potentes, como las dos que se acaban de realizar en Chile, la de Colombia, las de algunos países árabes o las que se preparan en Francia y en otras latitudes, pero todavía en ningún proceso la clase obrera se ha transformado nítidamente en la dirección del mismo.
Las masas se vuelcan a la acción directa porque han aprendido que por las vías institucionales no se logra nada. Las semi-insurrecciones que se producen terminan produciendo situaciones de doble poder pero todavía, al no tomar la dirección de los procesos la clase obrera, no han surgido organismos que lo institucionalicen. Se trata de un doble poder de hecho, en las calles, por la fuerza y radicalidad que adquiere la movilización; sí se desarrollan procesos asamblearios, cabildos abiertos y algunos organismos tradicionales toman formas nuevas, sin llegar a ser organismos de poder.
En casi todos los procesos está surgiendo un activismo joven, que al no tener nada que perder y todo por ganar se radicaliza, logra sobrepasar a los aparatos conciliadores y dejarlos en evidencia. Este sector es claramente la vanguardia en todos los procesos y el que no sólo no le tiene miedo a la represión sino que ha roto con el prejuicio pequeñoburgués de oleadas anteriores, que defendían la no violencia y se negaban a defenderse de las fuerzas represivas. La juventud le imprime un dinamismo extraordinario a todos los procesos y genera simpatía entre los trabajadores y demás sectores que se movilizan.
La política de los revolucionarios
En esta nueva situación mundial que atravesamos, la consigna de Asamblea Constituyente libre y soberana para reorganizar todo a favor de los trabajadores y el pueblo ha tomado importancia en muchos países. Es la instancia más democrática que puede ofrecer la democracia burguesa y sirve para profundizar los procesos y desenmascarar a las direcciones traidoras, tanto si se niegan a su convocatoria por miedo a no poder controlarla como si se ven obligados a hacerlo y queda en evidencia su negativa a tomar medidas de fondo a favor de las mayorías populares.
La AC empieza a estar planteada cuando la crisis política abre la posibilidad de la caída del gobierno o comienza el cuestionamiento a regímenes reaccionarios como el chileno, el español o el de varios países árabes. Cuando la movilización se transforma en semi-insurrección y no existen organismos de doble poder sigue siendo muy útil, aunque ahora toma fuerza el llamado al movimiento de masas a imponerla desde abajo.
No puede ser utilizada como nuestra consigna de gobierno, como equivocadamente hacen algunas organizaciones de izquierda, porque aun la AC convocada en el período más revolucionario estará compuesta por un importante número de representantes de la burguesía y de los partidos reformistas, que lo más probable es que sean mayoría.
En momentos de crisis política y mucho más cuando se producen estallidos revolucionarios, nuestro sistema de consignas debe arrancar planteando Abajo el gobierno. Esta consigna se combina con Asamblea Constituyente y con la salida por la positiva y de clase al problema del poder: que gobiernen los trabajadores.
Nuestra propuesta de poder será abstracta en la medida en que no surjan organismos de doble poder. Debemos impulsar su surgimiento, apoyar todas las formas de autoorganización por embrionarias que ellas sean -asambleas, cabildos, comités de huelga, etc.-, llamar a coordinarlas y centralizarlas. Puede suceder que las viejas organizaciones como los comités de empresa o sindicatos al calor del ascenso se transformen en organismos de nuevo tipo. Tenemos que estar atentos a todo, ya que nuestra política tiene que ser concretar lo más posible nuestra propuesta llamando a que gobiernen los trabajadores y el pueblo a través de los organismos más democráticos y que reflejen más genuinamente el estado de ánimo de las masas y su vanguardia.
Si la izquierda revolucionaria tiene representantes en el Congreso en momentos en que se produce la caída de un gobierno, no existen organismos y se llama a una Asamblea Legislativa para discutir la sucesión presidencial, podemos plantear propagandísticamente que gobiernen provisionalmente los diputados de izquierda, para disputar con los representantes de la burguesía y postular una alternativa clasista y de izquierda ante las masas.
Sólo el surgimiento de organismos democráticos y centralizados de los trabajadores, como fueron los consejos obreros (soviets), las coordinadoras, cordones industriales u otros similares, pueden permitir que en una situación revolucionaria sea posible contraponerlos a las instituciones de la burguesía y llamar a que sean ellos los que tomen el poder. Lamentablemente, en los procesos que estamos viendo una de las debilidades más importantes es la inexistencia de organismos de estas características.
Otra orientación que debemos darnos es sobre la autodefensa. Desde el surgimiento de los “chalecos amarillos” y lo que estamos viendo en las rebeliones actuales, surge una vanguardia decidida a enfrentar la represión. Debemos apoyar con entusiasmo el derecho de las masas a defenderse y promover la formación de comités de autodefensa. En momentos de crisis agudas si existe una autodefensa organizada y se tiene una política correcta, la creatividad del movimiento de masas puede dividir, desorganizar y derrotar a cualquier ejército o policía por más armada que se encuentre.
Las semi-insurrecciones que se están dando en distintas partes del planeta se desarrollan a partir de movilizaciones multitudinarias, la mayoría de las veces autoconvocadas y van creciendo día a día, con barricadas y enfrentamientos durante horas con la represión. Junto con participar activamente debemos levantar la necesidad de la huelga general y su continuidad hasta derrotar al gobierno y el régimen e imponer el programa del movimiento, exigiéndole y denunciando a la burocracia sindical que permanentemente tratará de contener y evitar que el movimiento obrero entre con fuerza y termine dirigiendo y definiendo a su favor la situación.
El partido y la LIS
A diferencia de lo que sucedió en el mundo entre la IIª Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín, cuendo varios de los estallidos revolucionarios que se produjeron terminaron expropiando a la burguesía sin un partido socialista revolucionario al frente[2] y en algunos sin ser la clase obrera la vanguardia, en esta etapa de la lucha de clases, por el giro escandaloso hacia la defensa incondicional del capitalismo y el régimen democrático burgués de todas las direcciones pequeñoburguesas, reformistas y filo-estalinistas, desde el punto de vista de los sujetos que hacen falta para lograr avanzar al socialismo estamos como en las primeras décadas del siglo pasado. Concretamente, sin la clase obrera como vanguardia de la movilización y sin un partido socialista revolucionario con influencia de masas al frente se pueden lograr triunfos parciales, pero es imposible que triunfe una nueva revolución socialista.
A la vez, para que la clase obrera se termine transformando en el sujeto de la revolución, además de la movilización, que la hace avanzar en su conciencia, es imprescindible que exista un partido revolucionario que logre desplazar a la burocracia y termine con la influencia de quienes predican la conciliación de clases y trabajan conscientemente para evitar que los trabajadores tomen el poder.
Por todo esto, las corrientes autonomistas o anarquistas que militan contra la construcción del partido revolucionario juegan un rol reaccionario y debemos enfrentarlos decididamente.
La actuación contrarrevolucionaria que están teniendo las corrientes estalinistas, socialdemócratas, neo reformistas, nacionalistas y populistas en las actuales rebeliones, pactando con la burguesía para frenar el ascenso revolucionario o aplicando los ajustes y reprimiendo en donde gobiernan, están poniendo en evidencia ante los ojos de millones en todo el mundo la necesidad de construir nuevas herramientas políticas.
La nueva situación plantea condiciones cada día más favorables para que crezcan y se fortalezcan organizaciones revolucionarias. Los jóvenes sin miedo, las mujeres que se levantan por sus derechos, los obreros que organizan las huelgas generales son la materia prima para construirlas.
Hasta los escépticos de izquierda, que hasta ayer nomás pregonaban que era la burguesía la que tenía el control estratégico de la situación y que el mundo giraba a la derecha, ahora tienen que aceptar a regañadientes que se ha producido un cambio favorable.
Quienes
conformamos la Liga Internacional Socialista estábamos convencidos de que las
tensiones que se estuvieron acumulando durante años tendrían un desenlace como
el que estamos presenciando. Todas nuestras secciones nacionales están en la
primera fila de los acontecimientos. Te invitamos a sumarte a nuestra organización.
Necesitamos ser cada vez más para que una nueva sociedad, sin explotación ni
opresión de ningún tipo, solidaria, igualitaria, realmente democrática,
socialista, esté cada día más cerca de hacerse realidad.
[1] Ver Actualización del Programa de Transición, tesis XV, Nahuel Moreno.
[2] Estas revoluciones se hicieron con direcciones estalinistas nacionales o pequeñoburguesas oportunistas al frente y debido a eso degeneraron en estados obreros burocráticos.