La trama es provocadora: un grupo elitista secuestra a una docena de personas comunes y luego las caza de forma atroz. Los “progresistas” caza-humanos usan lenguaje inclusivo y se preocupan por el cambio climático. Una distopía que da pie a debates hoy en danza.
Por Pablo Vasco
En los Estados Unidos, previo a su estreno, Trump tuiteó que el film “quiere provocar el caos”. Desde ya, hizo crecer las expectativas. Como bien señaló un periodista, la película “es un escándalo que ironiza sobre el progresismo… porque tal vez la guerra más brutal de todas sea la guerra de clases”(1).
En el contexto de dos fenómenos actuales, la nueva ola feminista internacional y su hermana menor ambientalista, La cacería satiriza la batalla de clases revestida de ideología vanguardista. “Personas deplorables, malditos brutos, homofóbicos pro-armas, racistas analfabetos, intolerantes sin dientes”. Así opina de sus presas la jefa de los “progres” acomodados, que hablan en inclusivo y se ofuscan por el calentamiento global…
Extremándola al paroxismo, la película aborda una contradicción que tiene existencia real: el sentido de pertenencia a una “vanguardia esclarecida”, de superioridad sobre “el resto”, que a veces surge en sectores pequeñoburgueses de movimientos policlasistas como lo son el feminismo y el ambientalismo.
Como activista del movimiento LGBTI+, siempre en diálogo con el feminismo, me interesa el tema del lenguaje inclusivo, que ya venimos abordando en otros artículos y libros, y sobre cuyo uso me han planteado inquietudes algunes militantes de la juventud de nuestro partido.
Un vistazo a la lingüística
Cabe recordar algunas aristas idiomáticas para despejar posibles confusiones entre forma y contenido. Por ejemplo el inglés, el ruso, el turco, el vasco y otros idiomas carecen de género. En inglés el artículo plural universal es neutro (the). En francés las palabras tienen género, pero el artículo plural es igual para masculino y femenino (les). El alemán tiene tres géneros: masculino, femenino y neutro. En cambio en castellano existen géneros, pero el plural universal es masculino (los).
¿Expresan esas diferencias un grado distinto de desigualdad de género? Para nada, porque el nivel de machismo no se vincula a tal o cual particularidad de uno u otro idioma, sino a la experiencia socio-política concreta que atraviesa cada nación. Y por cierto, pueblos que hablan la misma lengua pueden diferir en cuanto al machismo, así como hay desigualdades al interior de un mismo país o de una misma clase social.
Ahora bien; esto no niega que todo cambio social significativo influyen sobre el idioma. En Suecia, por la lucha de las personas trans, desde 2015 se incluyó un pronombre neutro (hen). En Francia, por la lucha feminista la izquierda y parte del progresismo cambian la ortografía y escriben un plural inclusivo (salarié.e.s, trabajadores/as). Y en los países de habla castellana, con fuerte ascenso feminista y disidente, avanzó más el lenguaje inclusivo. Aun así, en ningún caso lo usa el conjunto social: sólo una parte de la vanguardia y sobre todo juvenil.
Qué uso del lenguaje inclusivo
A nuestro juicio, como una de las expresiones de la nueva ola feminista global, el lenguaje inclusivo es un fenómeno progresivo y por eso lo defendemos ante ataques conservadores y promovemos su aceptación en los espacios educativos, culturales y mediáticos. En nuestra intervención política oral o escrita, tratamos de incorporarlo tomando en cuenta quién emite el mensaje, en qué consiste éste y a quiénes va dirigido.
No obstante nuestra valoración a trazo grueso positiva, el lenguaje inclusivo no posee poderes de transformador social y/o político por sí mismo, ya que no deja de ser esencialmente una forma. Lo decisivo es siempre el contenido del mensaje. Por caso, “les patrones son muy necesaries” es una afirmación reaccionaria se diga como se diga.
Tampoco, por elementales razones democráticas, coincidimos en alentar ni imponer el uso obligatorio del lenguaje inclusivo, tanto en forma externa como interna a nuestra organización. Respetamos por igual a toda la militancia en su derecho a expresarse libremente como prefiera ya que compartimos la lucha por los derechos de las mujeres y las disidencias, así como la necesidad de destruir el capitalismo y avanzar al socialismo como única vía para terminar con el patriarcado.
Vale aclararlo porque el arco feminista incluye corrientes que erradamente ubican su reclamo por separado y por sobre la lucha de clases, postura que como socialistas combatimos. De allí surgen hábitos, presiones y falsas ideologías típicamente pequeñoburguesas que consideran un sacrilegio patriarcal no utilizar siempre y en todo lugar el lenguaje inclusivo.
Esta “sororidad” sectaria se da en todos los países. Por ejemplo la autora feminista y trotskista Aurore Koechlin cuestiona en el feminismo francés “esa cultura de la radicalidad (que) es de hecho una cultura de la distinción. Llega sólo a una minoría porque sólo quiere llegar a una minoría. El feminismo se vuelve un instrumento de distinción”(2) y comenta que hasta segregan a quienes no se visten como ellas y no hablan como ellas. Una suerte de versión light de La cacería.
Como lo alertamos en uno de nuestros libros de género: “En el afán de romper con el lenguaje binario y heteronormado, a veces se cae en rebuscamientos que restringen la comprensión a minúsculos círculos selectos de personas ‘entendidas’.”(3)
Una política revolucionaria
“Sabiendo que erradicar definitivamente el patriarcado requiere derrotar su sostén estructural e institucional que es el sistema capitalista, nosotres asumimos la lucha feminista y disidente -una de cuyas expresiones es el lenguaje inclusivo- como parte inseparable del combate anticapitalista”(4).
Este encuadre marxista implica reconocer a la clase trabajadora como el sujeto social del cambio. Por ende, acercarla, elevar su nivel de conciencia y ganarla para el programa y al partido revolucionario, que incluye la igualdad y los derechos de género, requiere armarnos de toda la táctica y la paciencia necesarias a sabiendas que a menudo tiene prejuicios machistas -o religiosos u otros- que la vanguardia ha dejado atrás.
Esto se debe a que el partido revolucionario busca dialogar con el movimiento de masas, no sólo con una vanguardia y limitada a un único sector.
Si Trotsky después de la Revolución Rusa de 1917, hablando de la tensión entre cambio social y lenguaje, sostenía que “los distintos aspectos de la conciencia humana no se transforman y desarrollan simultáneamente por rumbos paralelos”(5), mucho más válido aún lo es antes de la revolución.
En suma, sólo un cambio total de la base material de la opresión de género, que es el capitalismo, podrá dar inicio al fin del machismo. Además, una vez que la clase obrera tome el poder, hará falta una permanente batalla cultural, de concientización, sin imposiciones, contra la opresión patriarcal y las demás opresiones como parte de la construcción del socialismo. Es toda una compleja integralidad de tareas, en transición hacia una nueva sociedad sin clases: el comunismo. Y lo mismo con el lenguaje, que es más bien resultado que motor del cambio. El factor determinante sigue siendo “esa guerra más brutal de todas”: la lucha de clases y el avance o no de la organización revolucionaria como referencia de masas.
- Nicolás Artusi, en el diario La Nación, 14/4/20.
- La revolución feminista, p. 141, Éditions Amsterdam, París, 2019.
- La rebelión de las disidencias, Cap. III, p. 45, Ediciones socialistas La Montaña, Buenos Aires, 2018.
- Polémica con Jorge Altamira, en Alternativa Socialista, 7/11/18.
- Problemas de la vida cotidiana (1923), “Por un lenguaje culto”.