Imperialismo y crisis en tiempos de pandemia

Luis Meiners – LIS EEUU

«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos» Antonio Gramsci

Las crisis hacen que las tendencias de largo plazo salgan a superficie. La pandemia de Covid19 no ha sido una excepción. Un elemento que se ha vuelto cada vez más claro es el declive y la crisis en la hegemonía imperialista de Estados Unidos. Los retratos de liderazgo internacional y el sueño americano han dado paso a imágenes de la vida real de miles de personas en las filas de los bancos de alimentos y el número más elevado del mundo de casos y muertes de Covid19. Las conferencias de prensa diarias de Trump son una combinación de tragedia y farsa. El negacionismo inicial ha mutado a un exagerado despliegue de historias de éxito y sugerencias de inyecciones de desinfectantes.

Uno de los aspectos más notables de la crisis actual ha sido el vacío de liderazgo internacional. No ha habido una respuesta coordinada a escala mundial. Los distintos estados se lanzaron a una competencia a gran escala por los suministros médicos. El marco institucional mundial entró en «cuarentena”. La interrupción del financiamiento a la Organización Mundial de la Salud por parte del gobierno de Trump en medio de la pandemia resume gran parte del panorama más amplio.

Mientras que los medios de comunicación se centran en la responsabilidad de Trump y abundan en su estilo personal, elementos que sin dudas deben ser señalados y criticados, las raíces profundas de esta crisis son deliberadamente dejadas de lado. Lo que está fallando no es sólo Trump, sino todo el sistema que se basa en privilegiar las ganancias por sobre la vida de las personas. El Covid19 ha sido el disparador de la crisis capitalista más importante en casi un siglo, y con ella toda la estructura de la hegemonía estadounidense se está agrietando.

El mundo unipolar y su crisis

Con el fin de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos emergió como el líder indiscutible de un mundo unipolar. El imperialismo estadounidense trató de organizar el mundo de acuerdo con las necesidades de la nueva hegemonía. Esto significaba incorporar estados en el marco internacional de las instituciones construidas para este fin y ampliar su influencia a través de nuevas instituciones y acuerdos comerciales. Así dio origen al «consenso de Washington».

Ambos partidos capitalistas de los Estados Unidos estaban comprometidos con esta estrategia imperialista. La administración Clinton concluyó los esfuerzos para firmar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que habían comenzado durante la administración de Bush. Durante los años de Clinton se firmaron alrededor de 300 acuerdos comerciales bilaterales y multilaterales.

El imperialismo estadounidense también actuó como gendarme global, tratando de estabilizar el orden mundial bajo su hegemonía. Una de las intervenciones militares más importantes de este período fue en los Balcanes, con Clinton como comandante en jefe y bombardeos de la OTAN dirigidos por Estados Unidos. Estas se llevaron a cabo bajo la falsa bandera de “intervenciones humanitarias».

Con George W. Bush el imperialismo estadounidense intentó consolidar su hegemonía fortaleciendo su control sobre Oriente Medio. Bajo esta estrategia lanzó guerras sobre Afganistán e Irak, con las que pretendía lograr rápidos cambios de régimen en dichos países, aprovechando la oportunidad posterior al 11 de septiembre para justificar un aumento del militarismo. Esta ofensiva, a su vez, se proyectaba como una plataforma para lograr un mayor control sobre la región y sus recursos estratégicos.

Pero los acontecimientos demostrarían que un nuevo orden mundial unipolar no era una apuesta fácil. A finales de los años 90 se produjo un ascenso en la lucha de clases en América Latina, y una serie de rebeliones y revoluciones golpearon a varios gobiernos respaldados por Estados Unidos y, por lo tanto, al propio imperialismo estadounidense en una región a la que siempre había considerado como su «patio trasero». En Irak y Afganistán su ofensiva militar se empantanó en interminables guerras sin signos claros de victoria. Esto también provocó un aumento del sentimiento antiguerra con enormes manifestaciones en todo el mundo y dentro mismo de Estados Unidos. Sus aliados militares en Europa y en otros lugares también se enfrentaron a crecientes movimientos contra la guerra. Estas acciones fueron parte de un ascenso de la lucha de clases y el surgimiento de movimientos de masas contra la globalización neoliberal. Desde Seattle contra la Organización Mundial del Comercio en 1999, hasta Génova contra la cumbre del G8 en 2001, masivas protestas ocuparon las calles contra las instituciones que encarnaban la globalización neoliberal y la hegemonía estadounidense. En este contexto, EEUU quedó crecientemente aislado en la medida en que sus planes para consolidar la hegemonía imperialista produjeron resultados opuestos a los esperados. Además, comenzaría a enfrentar una competencia cada vez mayor en el escenario mundial.

El auge de China

Uno de los cambios más importantes que tuvo lugar en las últimas décadas ha sido el ascenso de China como potencia imperialista. La crisis de Covid19 ha visto el crecimiento de las tensiones ya existentes entre ambas potencias. China está aprovechando la oportunidad para ampliar su influencia política, económica y diplomática. Mientras tanto, en EEUU, Trump y Biden se lanzan acusaciones cruzadas de ser demasiado blandos contra el gobierno chino.

El ascenso de China a la plana principal de la política internacional estuvo precedido por una enorme transformación económica y social que condujo a la restauración del capitalismo. A principios de la década de 1980, una serie de reformas económicas comenzaron a cambiar drásticamente el país. Las transformaciones capitalistas en la agricultura condujeron a la migración masiva del campo a las ciudades. Esta nueva población urbana de alrededor de 300 millones de personas conformaría una nueva clase obrera de migrantes internos despojados de todos los derechos, lo que permitió al régimen romper la resistencia previa de los trabajadores industriales y comenzar a promover cambios radicales orientados a la apertura hacia el mercado en las empresas estatales. También alimentarían las crecientes industrias establecidas en las Zonas Económicas Especiales abiertas a la inversión extranjera directa. Estos cambios pronto convirtieron al país en la «fábrica del mundo».

Después de la derrota de la insurrección de Tiananmen este movimiento se aceleró. Las privatizaciones dieron lugar a un aumento sostenido de la participación de las empresas de propiedad privada. La elevada tasa de explotación permitió obtener beneficios extraordinarios tanto para el capital interno como para la inversión extranjera de empresas que externalizaron su producción a China. Este auge manufacturero y exportador proporcionó un enorme superávit en la balanza comercial que permitió a China convertirse en uno de los banqueros del mundo.

En los años 2000, mientras Estados Unidos enfrentaba mayores dificultades, China avanzó y consolidó su posición internacional convirtiéndose en un socio comercial cada vez más importante para gran parte del mundo, especialmente para los países que exportaban recursos naturales. Cuando estalló la crisis de 2008, desarrolló un plan masivo de infraestructura y cada vez más países pasaron a depender de las exportaciones al gigante asiático. También se ha vuelto cada vez más importante como proveedor de inversión en el extranjero. Esta se incrementó más de trece veces entre 2004 y 2013 pasando de $45 mil millones de dólares $613 mil millones. También se diversificó, con una creciente inversión fuera de Asia en América Latina, Africa y Europa. La iniciativa del «Cinturón y Ruta de la Seda» es el ejemplo más ambicioso del nuevo papel de China en la economía mundial. Todo esto ha llevado a un escenario mundial de crecientes tensiones y competencia.

Las tensiones Inter imperialistas aumentan

Después de la crisis de 2008/9, el imperialismo estadounidense tuvo que enfrentarse a un mundo en ebullición. El mayor ejemplo de ello fue la Primavera Árabe que derrocó dictaduras que habían durado décadas, incluyendo a importantes aliados estadounidenses como el régimen de Mubarak en Egipto. Estados Unidos intervino para desviar y frenar las revoluciones y apuntalar regímenes contrarrevolucionarios, pero sólo contribuyó a desestabilizar aún a más toda la región.

Pero un mundo con una mayor polarización social y política no era la única preocupación para el imperialismo estadounidense. Durante el gobierno de Obama, contrarrestar a China se convirtió en prioridad. El enfoque adoptado para ello fue intentar aislarla garantizando el control de EEUU sobre el Pacífico. El Tratado Trans Pacifico (TTP) fue una iniciativa clave en este sentido, estableciendo un acuerdo comercial entre los países de toda la región, dejando explícitamente a China fuera para obstaculizar la expansión de su influencia a través del comercio y la diplomacia.

Trump ha aumentado aún más las tensiones con China, pasando de una estrategia basada en el aislamiento y la contención hacia una postura más directamente confrontativa. Esto se puede ver en la retirada de Estados Unidos del TTP y la guerra comercial iniciada por Trump en 2018. Esta escalada no está exenta de lógica. Expresa la necesidad del imperialismo estadounidense de enfrentar a un rival en ascenso en la etapa de su propio declive. Detrás del estilo en apariencia trastornado de Trump se encuentra la lógica clara de un poder imperialista que intenta sostener su hegemonía.

Pandemia y Perspectivas

Estados Unidos sigue siendo la potencia imperialista hegemónica. Pero no hay duda de que su crisis se ha acelerado con la pandemia. Un final de Hollywood en el que «américa salva el día», parece completamente fuera del horizonte. En la última década hemos sido testigos de un mundo marcado por una mayor polarización, con regiones enteras hundiéndose en la inestabilidad. Aumentaron las tensiones inter imperialistas y se exacerbaron conflictos regionales.

La pandemia y la crisis económica han asestado un gran golpe a la globalización y al orden mundial basado en la hegemonía estadounidense con sus instituciones internacionales y equilibrios geopolíticos. Esto producirá mayores tensiones en el mundo. Las recientes amenazas de Trump a Irán, y más notablemente la presión que se acumula en el Mar de China Meridional con una mayor presencia militar tanto de China como de Estados Unidos son los indicadores más recientes de esto. 

Los gobiernos de Estados Unidos y China agitan el nacionalismo y se lanzan acusaciones cruzadas, al mismo tiempo que continúan descargando los efectos de la crisis sobre la clase trabajadora y los oprimidos. Mientras que parte de la izquierda cede a las presiones del campismo, apoyando al gobierno contrarrevolucionario de China, lxs socialistas revolucionarixs debemos posicionarnos en contra del imperialismo estadounidense y del régimen capitalista y burocrático de China.

Pero al mismo tiempo en que el capitalismo y el imperialismo hunden a millones de personas en la miseria, la clase trabajadora está dando pelea. Se están produciendo cambios rápidos en la conciencia de millones de personas. El sueño americano y otras promesas del capitalismo dan paso a la experiencia de una profunda desigualdad estructural, el aumento de la pobreza y la injusticia.  Incluso los medios liberales como The Economist ven esto. Una editorial reciente de esta revista argumenta que «una profunda y larga recesión avivará la ira, porque la pandemia ha mostrado en el espejo un reflejo poco halagador para las sociedades ricas. (…) También a partir de ver que una carga injusta ha recaído sobre la gente común. (…) La demanda popular de cambio podría radicalizar la política aún más rápido que después de la crisis financiera en 2007-09»[1]. Nos movemos hacia un mundo que estará lleno de peligros, bien podríamos presenciar el claroscuro en el que surgen los monstruos para usar las palabras de Gramsci, pero también tiene inmensas oportunidades para quienes luchamos por un cambio revolucionario. Es hora de organizarse, de luchar por el nacimiento de lo nuevo. Esta es nuestra lucha en la Liga Internacional Socialista.


[1] The Economist, Life after Lockdowns. https://www.economist.com/leaders/2020/04/30/life-after-lockdowns?cid1=cust/ednew/n/bl/n/2020/04/30n/owned/n/n/nwl/n/n/LA/463610/n