Por Vicente Gaynor
El asesinato de George Floyd por parte de la policía de Minneapolis desató una rebelión masiva en Estados Unidos de una magnitud y profundidad históricas, exponiendo y enfrentando radicalmente el racismo institucional y estructural del capitalismo yanqui.
Analizar el origen y la historia de ese racismo y de la resistencia del pueblo negro de Estados Unidos es de suma utilidad para comprender el proceso actual e intervenir en el mismo.
Esclavitud, capitalismo y racismo
El capitalismo estadounidense se construyó sobre la base del despojo territorial y genocidio de los pueblos originarios norteamericanos y la esclavitud masiva de africanos y sus descendientes. La mano de obra esclava en las colonias fue el motor de la revolución industrial inglesa y le otorgó a la oligarquía colonial las ganancias extraordinarias y acumulación de capital que crearían en pocas generaciones una de las burguesías más poderosas del mundo.
El reconocido autor afroamericano James Baldwin explicó en un discurso que brindó en la Universidad de Cambridge en 1965:
“Desde un punto de vista muy literal, los puertos y los ferrocarriles del país, la economía, especialmente de los estados del sur no podría haberse convertido en lo que es, si no hubieran tenido, durante tanto tiempo, a lo largo de tantas generaciones, mano de obra barata. Estoy diciendo muy seriamente, y esto no es una exageración, que yo coseché el algodón, yo construí los ferrocarriles, bajo el látigo de otro, a cambio de nada.”
Casi medio millón de esclavos fueron importados de África para trabajar en las plantaciones de tabaco y algodón en las colonias británicas de América. Al momento de su emancipación en 1863, había cuatro millones de esclavos negros en los Estados Unidos. En los estados de Georgia y Mississippi constituían una mayoría de la población.
Los esclavos y sus familias eran propiedad absoluta de sus dueños y carecían de derecho alguno. Eran obligados a trabajar hasta morir, torturados, violados y asesinados sin consecuencias para sus amos.
El racismo se desarrolló para justificar la barbarie de la esclavitud capitalista, para mantener a la clase trabajadora dividida y específicamente para evitar rebeliones contra la clase dominante.
Desmintiendo la concepción de la supuesta docilidad de los esclavos negros, su resistencia fue un constante durante los 250 años que la esclavitud duró en Norteamérica. El historiador Herbert Aptheker documentó 250 revueltas en plantaciones y 55 motines en barcos esclavistas.
Pero la esclavitud también servía para mantener bajos los salarios de los trabajadores blancos, muchos de los cuales trabajaban en condiciones de semi-esclavitud. Incluso hubo esclavos blancos hasta el siglo XVII. La Rebelión de Bacon en 1676, en la que un ejército de campesinos, esclavos y sirvientes blancos y negros tomaron Jamestown, obligando al gobernador de Virgina a huir, cambió todo.
Se le dieron concesiones a los blancos y se institucionalizó la esclavitud racial, acompañada de la ideología de la “supremacía blanca” que sostiene que los negros pertenecen a una “raza” distinta e inferior a la blanca.
Pero el racismo es mucho más que una ideología, está fuertemente arraigado en instituciones que han perdurado más allá de la esclavitud y hasta nuestros días. Todas las instituciones del régimen estadounidense son estructuralmente racistas. El racismo está incorporado en la Constitución del país, la esclavitud legal fue eliminada de la misma mediante una enmienda solo después de la revolución que acompañó la Guerra Civil. Los departamentos de policía actuales tienen su origen en las «patrulals de esclavos» creadas para recapturar a los esclavos que se escapaban. Los sistemas de salud, de educación, los planes de urbanización, los sistemas judiciales y las leyes fueron construidos en base a la diferenciación racial.
El racismo estructural le ha resultado increíblemente efectivo al capitalismo yanqui como arma para mantener a los trabajadores divididos hasta nuestros días. Como explica el militante socialista de Boston Khury Peterson-Smith en una reciente entrevista en Panorama Internacional:
“El racismo implica que sectores enteros de la clase trabajadora jamás han tenido contacto real, y mucho menos desarrollado relaciones profundas, significativas, con personas negras. Y por el contrario, el racismo de Estados Unidos funciona de manera tal que somos usados de chivo expiatorio para los problemas del país. Sería un gran país si tan solo no lo arruinaran los negros, si no estuviéramos usando los servicios sociales, si tan solo nuestra criminalidad no hicieran que las ciudades fueran tan inseguras, las ciudades estarían tanto mejor sin nosotros.”
Sin embargo, la resistencia del pueblo negro y las luchas interraciales de la clase trabajadora estadounidense también tienen una rica historia que aún se está escribiendo.
Revolución emancipatoria
A pesar de las ideas democráticas progresivas de la revolución de independencia de las colonias británicas de América, esta no abolió la esclavitud. Al contrario, le dio un nuevo marco legal e institucional y, aunque en el norte industrial fue disminuyendo paulatinamente, en el sur agrario se profundizó.
Hizo falta una nueva revolución para acabar con la institución de la esclavitud. Fue la disputa interburguesa entre los industriales del norte y la oligarquía sureña, que quería expandir la esclavitud – y, por consiguiente, su poder en desmedro de los anteriores – hacia los nuevos estados que se establecieron a lo largo del siglo XIX hacia el oeste, la que desencadenó la secesión de los sureños y la Guerra Civil en 1861.
La burguesía del norte, representada por Lincoln y su recientemente fundado Partido Republicano, acababa de llegar al poder y no pretendía abolir la esclavitud en los estados en los que ya regía. La presión de años de lucha del movimiento abolicionista, y la necesidad de recurrir a las masas afroamericanas para ganar la guerra los llevó a emitir la Proclamación de Emancipación de 1863, que liberó a los esclavos de los estados rebeldes.
Fue a partir de la Proclamación que el Norte revirtió la guerra y comenzó a ganar. La misma convirtió a las tropas de la Unión de un ejército de ocupación a uno de liberación y desató una revolución. Más de 200.000 negros, muchos de ellos esclavos recién escapados o liberados se enlistaron, llegando a representar el 10% del ejército. Además, se propagaron nuevas olas de rebeliones de esclavos por todo el sur, desviando del frente a importantes sectores del ejército confederado.
La Guerra Civil, que terminó con la rendición del sur en 1865, y el período de Reconstrucción que le siguió, culminaron el proceso de revolución democrático burguesa que había comenzado un siglo antes, destruyendo el sistema de esclavitud que rigió durante 254 años.
Tras la derrota de la Confederación, la burguesía norteña pretendía una rápida conciliación con la del sur, pero el fortalecido movimiento abolicionista, junto a las masas de ex esclavos victoriosos, muchos de los cuales conservaron sus armas después de la guerra, impusieron la Reconstrucción Radical.
Fue un período de ocupación militar del sur, para imponer gobiernos nuevos que garantizaran la ratificación y aplicación de la abolición de la esclavitud. Fue durante la Reconstrucción que se construyeron escuelas y hospitales públicos por primera vez en los estados del sur. También se abolieron las penas de encarcelamiento por mora y surgieron las primeras leyes de asistencia social a los pobres.
Con el voto ex esclavo – el 90% de los negros participó – el Partido Republicano arrasó en las elecciones de los estados del sur en 1867 y 1868. Solo dos estados tenían una mayoría afroamericana, pero las conquistas de la Reconstrucción beneficiaron enormemente a los blancos pobres también.
A dos años de haber salido de la esclavitud, 600 negros fueron electos a legislaturas estatales, catorce a la Cámara de Diputados y dos al Senado. En total, unos 2000 negros ocuparon cargos públicos en este período.
Sin embargo, un reclamo fundamental por el cual el ala radical del Partido Republicano había peleado no se logró: la promesa de darle a cada hombre liberado “40 acres y una mula”. Una reforma agraria en el sur provocaría reclamos redistributivos en el norte, donde la burguesía enfrentaba luchas obreras por las ocho horas y de campesinos contra los bancos.
El ala conservadora del Partido Republicano aprovechó la crisis económica que estalló en 1873 para acordar el fin de la Reconstrucción con el Partido Demócrata de la oligarquía sureña. En cuanto las tropas federales fueron retiradas, los gobiernos de la Reconstrucción fueron derrocados por violentos golpes de Estado en medio de una campaña de terror y masacres encabezada por diversos grupos racistas, incluyendo el recién formado Ku Klux Klan.
Los nuevos gobiernos inmediatamente impusieron legislación que criminalizó todo tipo de colaboración interracial y relegó a los negros a un estado de ciudadano de segunda clase, prácticamente sin derechos y sometidos a una sistemática violencia racista. Fundamentalmente, se les cercenó completamente el derecho al voto, pero también fueron separados de la gente blanca de todo ámbito de la vida. No solo las escuelas y áreas de trabajo fueron segregadas, sino también las piletas, los parques, los bebederos, los baños públicos, las salas de espera, los buses y los trenes. Había empezado le era “Jim Crow”, como se llamó el régimen de segregación legal que duraría hasta 1965.
Por supuesto, el régimen Jim Crow también significó un fuerte retroceso para los derechos de los trabajadores blancos del sur, donde los salarios siempre serían más bajos que en el norte, y los sindicatos prácticamente no lograrían establecerse.
Los Comunistas negros
Durante la Primera Guerra Mundial, más de 750.000 negros emigraron del sur hacia las ciudades del norte, por primera vez entrando masivamente en la clase obrera industrial del país. Influenciados por la Revolución Rusa y el ascenso revolucionario mundial que la misma generó, muchos de los 300.000 veteranos negros se quedaron con sus armas de la guerra y organizaron grupos de autodefensa contra los ataques racistas.
Lamentablemente, los sindicatos racistas se negaban a organizarlos. Aunque los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), dirigidos por socialistas y anarquistas, organizaron a negros y blancos juntos en algunos lugares, la hegemónica Federación Americana del Trabajo (AFL) mantenía la segregación en sus sindicatos.
La Gran Depresión que comenzó con el crack de 1929 golpeó con fuerza a todo el pueblo trabajador de Estados Unidos, pero más aún a los negros. La desocupación que llegó al 30%, era del 50% entre los negros, que además tenían salarios un 30% más bajos que los blancos, una tendencia que continúa hasta nuestros días.
La situación comenzó a girar en 1934, cuando huelgas generales sacudieron las ciudades de Minneapolis, San Francisco y Toledo, demostrando el poder de la clase obrera industrial, mayoritariamente no sindicalizada. Sucede que la AFL, además de racista, era elitista y sus sindicatos se organizaban por actividad, no por industria, dejando afuera a la mayoría de los trabajadores descalificados de la producción industrial.
En 1935, una ruptura de la AFL fundó el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) con el objetivo de sindicalizar las automotrices, siderúrgicas y otras industrias. En pocos años, el CIO organizó a millones de trabajadores en las principales industrias del país, mérito en gran medida debido a su política antirracista de organizar juntos a negros y blancos. Antes del surgimiento del CIO, había unos 100.000 trabajadores negros sindicalizados. En 1940 llegaron a ser medio millón.
Además, fueron sindicalistas negros, muchos de ellos comunistas, los que encabezaron la construcción de la CIO y dirigieron las históricas huelgas con tomas de fábricas de 1936 quienes sindicalizaron a las automotrices. Los trabajadores negros se habían organizado masivamente con el Partido Comunista durante la Depresión, ya que era el único partido abiertamente antirracista, y formaron la línea de cuadros que encabezó lo que fue la época de mayor influencia en la clase obrera que tuvo el partido en su historia.
Lamentablemente, la política stalinista del frente popular llevó al PC a apoyar al gobierno de Roosevelt, adoptando una política contra las huelgas y abandonando la lucha contra Jim Crow en el sur.
La política efectivamente pro-patronal del PC durante la guerra lo aisló de la base obrera, lo que permitió que los sectores anticomunistas los echaran de la dirección del CIO durante el Macartismo de la posguerra. Su abandono de la lucha contra Jim Crow en el sur y la denuncia a los reclamos de organizaciones como la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), por ser “divisivas” ante la necesaria “unidad nacional”, también aisló a la izquierda de la lucha anti-racista. El presidente de la NAACP incluso aprovechó la cacería de brujas anticomunista para expulsar al fundador de la organización, el Marxista W.E.B. DuBois.
Derechos civiles
El millón de soldados negros que lucharon en la Segunda Guerra Mundial contra el nazismo, en defensa de libertades que les eran negadas en casa, fueron catalizador de un nuevo ascenso en la lucha democrática contra la segregación Jim Crow.
La presión del primer boicot al transporte segregado, en 1953 en Baton Rouge, más los intereses imperialistas que buscaban influenciar a las naciones recién independizadas de África y Asia –para los que los aspectos más brutales de la segregación comenzaban a ser un obstáculo – llevó a la Corte Suprema a dictaminar en 1954 que la segregación era inconstitucional.
Sin embargo, el presidente Eisenhower se opuso al dictamen y dejó su aplicación en manos de los gobiernos locales. Lógicamente, diez años más tarde, solo el 1,2% de alumnos negros iban a escuelas mixtas en el sur. La segregación fue finalmente destruida después de una masiva rebelión que sacudió al régimen capitalista hasta sus cimientos.
Comenzó en Montgomery, la segunda ciudad y capital del estado de Alabama. Es conocida la historia de Rosa Parks, que se negó a levantarse de su asiento en el bus, desencadenando el boicot de un año que liquidó la segregación del transporte en la ciudad. También es conocido Martin Luther King Jr. (MLK), el joven pastor de Montgomery que surgió como figura dirigente de ese boicot y se transformó en el principal referente del movimiento masivo nacional por los derechos civiles que estalló en los siguientes años.
Menos conocido es el hecho de que lo de Montgomery fue una verdadera pueblada, en la que 50.000 afroamericanos, con una joven vanguardia organizada a la cabeza, sostuvieron una movilización permanente durante doce meses, enfrentando todo tipo de ataques y hostigamientos, para lograr el primer triunfo contra un siglo de segregación “Jim Crow”.
En 1960, una nueva fase del movimiento comenzó con las “sentadas” de estudiantes negros en los comedores para blancos de Greenboro, Carolina del Norte. La medida se expandió: a las dos semanas, se habían realizado sentadas en 15 ciudades de cinco estados; durante el primer año se realizaron en 100 ciudades. El movimiento se fortaleció y extendió al ritmo de los triunfos, logrando la desegregación en establecimiento tras establecimiento.
Aunque los dirigentes religiosos de la primera ola como MLK se mantuvieron como las principales figuras públicas, los estudiantes tomaron la dirección efectiva del movimiento. En abril de 1960, 150 delegados estudiantiles del sur y 19 representante de universidades del norte fundaron el Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC), que se transformó en la principal organización del movimiento nacional.
Aunque fue fundado con un programa cristiano y de no violencia, el SNCC se radicalizó rápidamente al calor de la experiencia de enfrentar la represión despiadada del Estado capitalista. En 1963, el año de la Marcha Sobre Washington donde MLK pronunció el famoso discurso de “tengo un sueño” ante un millón de personas, el SNCC formaba a sus militantes con cursos sobre marxismo, la revolución cubana y las luchas de liberación africanas.
En 1964 organizó los “Viajes de Libertad” en los que estudiantes negros y blancos viajaban juntos al sur en buses segregados, enfrentando violentos ataques racistas y el “Verano de Liebrtad”, en el que encararon el desafío de registrar a la gente afroamericana para votar en los estados Jim Crow. La represión se cobró la vida de cuatro activistas, incluyendo dos estudiantes blancos, hecho que recorrió los medios nacionales.
La masividad y radicalización del movimiento llevaron a sus mayores conquistas, la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derecho del Voto en 1965, que efectivamente enterraron la segregación legal y el régimen de Jim Crow.
Poder Negro
La conquista de estas leyes marcó la transición del movimiento por derechos democráticos centrado en el sur, a la lucha por derechos económicos y políticos, centrado en las ciudades del norte, y de la estrategia de no violencia a la de auto defensa. Cinco días después de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles estalló la revuelta de Watts en Los Angeles en repudio a un caso de violencia policial.
Fue el dirigente de SNCC Stokely Carmichael quien empezó a usar el término “poder negro” que definiría la siguiente fase del movimiento. Esa juventud radicalizada era parte de una nueva vanguardia mundial que surgía al calor del ascenso en la lucha de clases. Una vanguardia que ya no miraba a la vieja burocracia soviética como inspiración, sino a la revolución cubana, a los movimientos de liberación nacional en África, a la revolución cultural china y en particular a la resistencia del pueblo vietnamita ante las tropas del imperialismo yanqui. Era parte de la “nueva izquierda” que motorizó el mayo francés, el movimiento contra la Guerra de Vietnam y que apoyó la Primavera de Praga contra la represión de los tanques soviéticos. Lamentablemente, por la debilidad del trotskismo, la mayor parte de esa vanguardia se organizó bajo otras variantes stalinistas, como las maoístas o castristas.
No solo los estudiantes del SNCC se radicalizaron. Malcom X, dirigente religioso de la Nación de Islám, adoptó posiciones antiimperialistas y anticapitalistas, y su mensaje de auto defensa y violencia legítima de los oprimidos tuvo un alcance de masas que influyó a millones. El propio MLK giró a la izquierda, rompiendo con el Partido Demócrata a partir de su crítica a la Guerra de Vietnam, calificando al gobierno de Johnson como “el mayor proveedor de violencia en el mundo”, y comenzó a cuestionar el sistema capitalista.
En el último año de su vida, reconoció que los logros en el sur habían sido limitados, que su organización debía promover una “redistribución radical de la riqueza y el poder” y que los Estados Unidos necesitaría un “socialismo democrático” para garantizar trabajo y salario para todos.
Pero la expresión más acabada del poder negro fue la de las Panteras Negras. Fundada en los guetos negros de Oakland, California en 1966, nació como grupo de auto defensa ante el abuso policial. Se dedicaban a “patrullar” (armados) a la policía. A meses de su surgimiento, los arrestos y casos de abuso policial cayeron un 50% y el jefe de la policía de Oakland se quejaba públicamente de que sus efectivos tenían “miedo de hacer su trabajo”.
La Panteras cobraron fama nacional en 1967 cuando la legislatura de California se dispuso a votar una ley que limitaría la portación de armas. Ante la mirada atónita del gobernador Ronald Reagan, una delegación de 24 hombres y 6 mujeres con pistolas y escopetas cargadas entraron al recinto y leyeron una declaración denunciando la ley que buscaba “mantener al pueblo negro desarmado e indefenso”.
Antes del fin de la década, el Partido Panteras Negras tenía miles de militantes organizados en todo el país y un seguimiento aún mayor. Su periódico llegó a una circulación de 250.000. Una encuesta de 1970 señaló que el 25% de la población afroamericana, incluyendo el 43% de los menores de 21 años apoyaba a las Panteras Negras. Un dato significativo, teniendo en cuenta que defendían públicamente su programa de revolución socialista contra el gobierno imperialista de Estados Unidos.
Las Panteras Negras, más que nadie, tenían el potencial de actuar como dirección revolucionaria ante la oleada de revueltas que sacudió cada ciudad importante del país en 1968, mientras comenzaba una extendida rebelión en la base del ejército en Vietnam. Pero su debilidad, así como la del movimiento de conjunto, estuvo en su aislamiento de la clase trabajadora.
El apogeo del movimiento de poder negro coincidió con un importante ascenso en la lucha obrera y una oleada de huelgas. En Detroit, surgió el Movimiento Sindical Revolucionario de Dodge (DRUM), dirigido por una vanguardia de jóvenes revolucionarios afroamericanos, quienes encabezaron una serie de huelgas ilegales contra las automotrices y organizaron una red de organizaciones sindicales de base que alcanzó varias ciudades industriales bajo un programa de poder obrero.
Lamentablemente, esta experiencia de fusión del poder negro y el movimiento obrero fue una excepción. El SNCC tenía su base en el estudiantado y la clase media. Las Panteras Negras habían adoptado el maoísmo y veían a los “oprimidos” más que a la clase obrera como sujeto revolucionario, por lo cual centraron su trabajo en los barrios populares pero le dieron poca importancia a la organización sindical o de los trabajadores en sus lugares de trabajo. Esta debilidad le permitió al régimen encarar una feroz contraofensiva que los terminó derrotando.
En 1965 fue asesinado Malcom X, en 1968 MLK. Entre 1968 y 1969, 35 militantes de las Panteras Negras fueron asesinados por la policía y cientos fueron encarcelados. En diciembre de 1969, con los dos fundadores de la organización presos, el FBI entró a la casa del dirigente de Chicago y figura nacional Fred Hampton y lo asesinó en su cama.
¿Un Estados Unidos pos racial?
Con los sectores más radicales aplastados y los más moderados cooptados por el Partido Demócrata, el gran ascenso del 68 se desmovilizó y, ante su reflujo, sobrevino una feroz contraofensiva reaccionaria para revertir sus conquistas.
Cincuenta años más tarde, la opresión y violencia sistemática contra los negros en Estados Unidos se parecen mucho a la realidad anterior al estallido de los 60. La autora Michelle Alexander lo denomina el “Nuevo Jim Crow”.
El logro más emblemático del triunfo sobre la segregación institucional de los estados del sur fue la integración obligatoria en la educación. Casi medio siglo después, se ha vuelto al punto de partida. Ya en 2003 las escuelas estadounidenses estaban más segregadas que en 1968. Hoy más del 40% de los chicos negros van a escuelas apartheid, donde el 90% del alumnado es de color.
Otra víctima de la contraofensiva ha sido el Affirmative Action, la política de discriminación positiva impuesta a empresas, universidades y otras instituciones en donde las “minorías” siempre estuvieron sub-representadas. Cada vez menos lugares aplican esta política y muchas instituciones la han prohibido.
La punta de lanza del avance contra las conquistas de los 60 ha sido la criminalización de la juventud negra vía la supuesta “Guerra Contra las Drogas”. Desde 1970, la cantidad de presos en Estados Unidos aumentó más de 700% y hoy representan el 25% de los presos de todo el mundo. La mitad de ellos están presos por delitos relacionados con la droga. El 50% de los presos por delitos ligados a las drogas son negros, aunque sólo representan el 13% de la población y el consumo de drogas es mayor entre los blancos. Uno de cada cuatro hombres negros de 20 a 29 años está preso o en libertad condicional.
La pobreza y la desocupación en la población negra siempre duplican las de la población en general, una disparidad que se ha agudizado con la ofensiva neoliberal y las crisis económicas. La deslocalización de la industria desde los 90 afectó particularmente a los trabajadores negros, altamente concentrados en la producción. La crisis capitalista del 2008 golpeó desproporcionadamente a los negros, primero por haber sido especialmente victimizados por las aseguradoras de préstamos inmobiliarios tóxicos, y luego por la mayor vulnerabilidad a la desocupación y la pobreza. Desde el 2008, la brecha entre el salario medio de los blancos y el de los negros se ha duplicado. Además, la violencia institucional del siglo XXI no tiene nada que envidiarle al pasado Jim Crow. Cada 28 horas, una persona negra es asesinada por la policía en Estados Unidos.
Sin embargo, el relato dominante había instalado la idea de que se había logrado una América “pos-racial” en la que el racismo era un problema del pasado, que la presidencia de Obama venía a corroborar, cuando estalló por los aires en 2014.
Black Lives Matter
El asesinato del adolecente negro Mike Brown por parte de la policía inició una pueblada en Ferguson en agosto de 2014. Meses después, el asesinato de Freddie Gray en Baltimore provocó un estallido, esta vez en un una importante metrópolis. En medio del estallido, un jurado de Nueva York decidió no imputar al policía que había ahorcado y asesinado a Eric Garner, lo cual desató una rebelión nacional bajo la consigna Black Lives Matter (Las vidas negras importan). Cientos de miles se movilizaron durante semanas a lo largo y ancho del país. Aunque no se lograron grandes conquistas, Black Lives Matter enterró el relato de la América “pos-racial” y destapó a escala masiva el violento racismo institucional que persiste en Estados Unidos.
Ese racismo institucional ha empeorado desde que llegó Trump. Como explicó Peterson-Smith en Panorama Internacional:
“En 2015, luego del asesinato de Freddy Grey a manos de la policía de Baltimore, hubo una pequeña, pequeña, respuesta del gobierno federal. Escribieron un informe, reconocieron que existía racismo en el Departamento de Policía de Baltimore e hicieron algunas recomendaciones. Esto es una respuesta muy pequeña, pero incluso eso fue retirado cuando Trump asumió la presidencia. El Departamento de Justicia bajo Trump dijo: no hay problema, acá no pasó nada.”
El coronavirus agudizó todas las contradicciones sociales de la sociedad estadounidense. El manejo desastroso y cínicamente desidioso de la pandemia por parte del gobierno y la falta absoluta de cobertura médica de millones de personas provocó una catástrofe que lleva más de dos millones de casos y casi 120.000 muertes. La resultante crisis económica ha generado más de 44 millones de desocupados nuevos, llevando el desempleo a los niveles más altos desde la depresión de los años 30.
Los trabajadores negros, sobrerrepresentados en los trabajos esenciales, especialmente afectados por la precariedad laboral, los despidos y la falta de acceso al sistema de salud, constituyen un foco de contagio del Covid-19. Los casos y muertes en la población afroamericana son proporcionalmente el doble que en la población en general.
Con esta bronca acumulada, vino la chispa que encendió el país. Millones vieron el video del asesinato de George Floyd, en el que un policía blanco le sostiene la rodilla sobre el cuello durante nueve minutos mientras Floyd repite una y otra vez “no puedo respirar”. Estas habían sido también las últimas palabras de Eric Garner, y una de las consignas más gritadas en las marchas de Black Lives Matter.
La rebelión que estalló y sigue en curso es más extendida y radicalizada que la de 2014. En ciudad tras ciudad la gente ocupa las calles día tras día, desafiando los toques de queda y enfrentando represiones de la policía y la Guardia Nacional. Ya no piden solo justicia, sino cambios estructurales como el desfinanciamiento de la policía. Las movilizaciones son masivas y multirraciales, lo que expresa una bronca que va más allá del racismo y cuestiona el manejo de la pandemia, la pobreza y la desigualdad, el sexismo y la falta de derechos en general.
Esto es importante porque el racismo estructural del capitalismo yanqui no se puede desterrar sin enfrentar y derrotar a ese sistema de conjunto. Es igualmente cierto que es imposible encarar un serio desafío al capitalismo estadounidense sin arrancar por la lucha contra ese racismo que tan efectivamente ha dividido a la clase obrera.
A lo largo de la historia, los trabajadores afroamericanos estuvieron una y otra vez a la vanguardia de la lucha de clases en Estados Unidos. Hoy, una vez más, encabezan una rebelión que cuestiona al régimen capitalista yanqui en su conjunto como no había sucedido desde las gestas de medio siglo atrás.