Por Luis Meiners
Con el cierre de la Convención Nacional Demócrata y la fórmula Biden-Harris proclamada oficialmente, los demócratas comenzaron la recta final de la campaña hacia las elecciones presidenciales de noviembre. Las cifras de Trump en las encuestas han estado bajando durante meses y Wall Street, el establishment político bipartidista y el aparato estatal parecen haber encontrado una apuesta más segura en la boleta demócrata. Unidad nacional para derrotar a Trump, el grito de guerra del mal menor.
Las últimas dos semanas han sido una muestra de la línea electoral del Partido Demócrata, especialmente en cuanto a redoblar la estrategia del mal menor. En el contexto de una rebelión histórica contra el racismo sistémico y la brutalidad policial, una crisis económica en curso y una pandemia que no da tregua frente a un desmanejo criminal, el Partido Demócrata quiere canalizar la energía de las calles y la ira justificada contra el gobierno de Trump hacia el terreno electoral. Al hacerlo, no solo busca ganar por un margen cómodo, sino también ahogar efectivamente el actual desafío al statu quo.
Unir al partido por la “unidad nacional”
El surgimiento de candidaturas insurgentes que hicieron campaña contra el establishment del Partido Demócrata, como la de Sanders en 2016 y las exitosas candidaturas en 2018 de quienes luego se convertirían en “el escuadrón” progresista, fueron indicadores de una tendencia más profunda. La crisis de 2008 tuvo fuertes consecuencias para el Partido Demócrata y el régimen político estadounidense en su conjunto.
La última década ha sido testigo de una creciente radicalización política, especialmente en grandes sectores de la juventud. Este proceso fue alimentado por el surgimiento de importantes luchas y movimientos, en combinación con la decepción con el gobierno de Obama. La victoria de Trump en 2016 y su presidencia a partir de entonces polarizaron aún más el panorama político.
En este contexto, la derrota de Hillary Clinton en 2016 fue un duro golpe para el establishment neoliberal de demócratas «centristas» y «moderados». Este era el cuadro al inicio de las primarias de 2020, con un campo fragmentado, Joe Biden en retroceso y Sanders aparentemente liderando. El establishment cerró filas y logró marginar a Sanders y asegurar la nominación de Biden. Pero esto no cerró los procesos subyacentes que crearon la crisis y las condiciones para que emergiera Sanders. Tampoco hizo que “Joe” fuera más atractivo como candidato.
Esta situación explica la insistencia en la “unidad del partido” y arroja luz sobre el papel jugado por Bernie Sanders, AOC y otros “progresistas” en este proceso. Al abandonar temprano la carrera presidencial, respaldar a Biden e integrarse en los «grupos de trabajo» para la plataforma del partido, reconocían que Biden sólo no alcanzaba para entusiasmar al electorado y asegurar la victoria en noviembre. Los «progresistas» debían desempeñar un papel activo en la reconciliación de una base desencantada. Los halagos de Sanders a Biden son la consecuencia lógica de su estrategia. Tratar de “realinear” al Partido Demócrata solo conduce al realineamiento de los “insurgentes”.
Esta orientación se justifica bajo la consigna de detener a Donald Trump. El argumento del mal menor ahora destaca la necesidad de defender la democracia. Y así, el “paraguas” del Partido Demócrata termina acomodando a Republicanos «moderados» e incluso «conservadores». Bajo la bandera de la unidad nacional, los “progresistas” terminan compartiendo escenario con gente como Colin Powell.
“Unidad nacional”
No es coincidencia que la “unidad nacional” fue uno de los temas principales durante la Convención Nacional Demócrata. La lista de oradores, que incluía desde progresistas como Sanders y AOC hasta republicanos como John Kasich y Colin Powell, estaba claramente destinada a transmitir este concepto. Y también tuvo un lugar relevante en los discursos.
Sanders fue el encargado de hacer el argumento desde la “izquierda”. Presentó las elecciones como “las más importantes de la historia moderna” y las enmarcó como una lucha en defensa de la democracia contra el autoritarismo. Esto, argumentó, requería trabajar en conjunto con “progresistas, moderados e incluso conservadores”. El espejo de este discurso desde la derecha estuvo a cargo de John Kasich, ex gobernador republicano de Ohio. “América”, dijo, “está en una encrucijada” y “lo que está en juego es mayor que nunca”. Argumentó que estaba hablando en la convención Demócrata como un Republicano de toda la vida, porque «los estadounidenses deben unirse para superar el divisionismo».
Wall Street se ha encuadrado en este enfoque. La campaña de Biden supera a Trump en donantes multimillonarios. Como decía un titular reciente del New York Times “Las billeteras de Wall Street están con Joe Biden”. La elección de Kamala Harris como candidata a vicepresidenta profundizó aún más esta tendencia. El Wall Street Journal describió el sentimiento en el mundo financiero como un «suspiro de alivio», ya que confiaban en que su elección reflejaba que «una regulación financiera más estricta no es una prioridad en absoluto». La conexión de Kamala con los gigantes tecnológicos de Silicon Valley es bien conocida.
La fórmula demócrata también ha ganado un apoyo cada vez mayor de la llamada «comunidad de los servicios de inteligencia», a medida que la brecha entre la administración Trump y las altas esferas del aparato estatal se vuelve más abierta. El caso más reciente fue el del exjefe de personal de Trump en el Departamento de Seguridad Nacional, Miles Taylor, quien expresó públicamente su respaldo a Biden con el argumento de que Trump es «peligroso para Estados Unidos».
Está claro que los progresistas son simplemente los «socios menores» de la verdadera coalición demócrata, integrada por prominentes figuras del establishment republicano, las billeteras de Wall Street e importantes voces de la «comunidad de los servicios de inteligencia». Una vez más, los “intereses nacionales” son la forma en que la clase dominante presenta su propia agenda.
“Liderazgo en el exterior”
Uno de los principales puntos de ataque de la campaña demócrata es enfatizar que “Trump ha minado la imagen de Estados Unidos en el exterior” y que “no es apto para ser comandante en jefe”. En contraste, como argumentó Obama en su discurso en la convención: “Joe y Kamala restablecerán nuestra posición en el mundo”. Liderazgo en el extranjero es el eufemismo utilizado para presentar la defensa del imperialismo estadounidense.
La presencia de Colin Powell como orador destacado en la Convención fue una clara indicación de esto. Invitar al «hombre que presentó el argumento para la invasión de Irak», como en artículo reciente del New York Times describió a Powell, es ciertamente un mensaje contundente. Tampoco es casual que él a su vez pida apoyo para un presidente que “confía en la comunidad de inteligencia”.
El dúo presidencial tiene sus propias credenciales para demostrar su apoyo a los intereses del imperialismo estadounidense. Biden tiene un historial de larga data en este sentido, incluido su voto a favor de la invasión de Irak como senador en 2004. Como senadora, Harris co patrocinó la resolución 6 del senado, que objetaba una resolución de la ONU condenando la política de asentamientos de Israel en territorio Palestino. Ha elogiado públicamente al Estado genocida de Israel y posó en fotos amistosas con Benjamin Netanyahu.
Entonces, ¿qué podemos esperar en materia de política exterior con Biden y Harris en la Casa Blanca? Los demócratas hablan de reafirmar el liderazgo estadounidense en el escenario mundial contra el «aislacionismo» de Trump. También han dejado claro que adoptarán una posición dura contra China y han criticado abiertamente a Trump por ser blando con Rusia. Con este enfoque, hay pocas dudas de por qué se han convertido en la opción favorita de la «comunidad de los servicios de inteligencia». Expresan el camino hacia adelante para el imperialismo estadounidense en la actualidad.
Los debates en la izquierda
El racismo, el machismo y el autoritarismo de Trump, su descarado desprecio por la vida humana frente a la pandemia y el simple hecho de que es un multimillonario que defiende abiertamente a los multimillonarios, dan a millones de personas razones más que suficientes para aborrecer la perspectiva de tenerlo cuatro años más en la Casa Blanca. El Partido Demócrata lo sabe. Es por eso que están apuntando hacer girar la campaña en torno al «carácter» personal. Desde la noche de apertura de la convención hasta el discurso de aceptación de Biden, el “decente” Joe frente al “malvado” Trump fue uno de los temas principales.
Sobre la premisa de que las elecciones son un plebiscito sobre el carácter de Trump, florece la lógica del mal menor. Hay una gran presión sobre la izquierda. Por supuesto, los sectores estalinistas y maoístas se subieron rápidamente a bordo, y varias personalidades importantes de la izquierda han seguido su ejemplo. Una reciente es Angela Davis, quien ya había pedido un voto en contra de Trump y ahora ha declarado que Kamala Harris hace que la boleta sea «más pasable». Esto es particularmente llamativo si se tiene en cuenta el historial de “mano dura contra el crimen” de Kamala como Fiscal de Estado. Lejos del progresismo, tuvo hitos como el encarcelamiento de los padres por el ausentismo escolar de sus hijos. Todo esto llevó a que se popularice la frase “Kamala es una policía”.
Esto trae nuevamente a primer plano el debate sobre el mal menor. Gramsci describió esta lógica como el proceso de adaptación a un movimiento regresivo. Esto es completamente cierto. Junto con la idea de «realineamiento», que sugiere que el Partido Demócrata puede ser ganado o empujado hacia políticas progresistas, estas estrategias han debilitado efectivamente a la izquierda. Compartir escenario con personas como Colin Powell debería ser una advertencia suficiente sobre el rumbo de esta orientación.
Algunos sectores de la izquierda, y más recientemente parte de los principales medios liberales, han descrito a Trump como un fascista y han enmarcado las elecciones en términos de una lucha en defensa de la democracia. Ya sea que el concepto sea adecuado o no para describir a Trump, es inadecuado para describir la realidad de Estados Unidos. Más aún, en términos de lucha contra el fascismo la historia enseña la lección de que la movilización de masas, y no el voto al mal menor, es la clave para enfrentarlo. Entonces, votar al partido que tiene como objetivo sacar a la gente de las calles claramente no es el camino para detener el fascismo.
Todo este debate coloca una vez más la necesidad crucial de construir un partido socialista independiente. Las ideas socialistas han ganado popularidad, hay una verdadera apertura para esta tarea estratégica. Desafortunadamente parte de la izquierda socialista está enfocada en el electoralismo y la presentación de candidaturas a través del Partido Demócrata y posponen la construcción de un partido independiente hacia un futuro indefinido. Depende de los socialistas revolucionarios reagruparse y defender la necesidad de empezar a dar pasos concretos en esta dirección.