Por Luis Meiners
Frente a la histórica rebelión antiracista de los últimos meses, se han desarrollado violentas acciones de individuos y grupos paramilitares de extrema derecha en varias ciudades de Estados Unidos. Entre los más recientes se destaca el ataque armado contra una protesta perpetrado por Kyle Rittenhouse (junto a un grupo paramilitar), asesinando a Anthony Huber y Joseph Rosenbaum. Grupos como “Blue Lives Matters”[1] y otros abiertamente neo-fascistas como los “Proud Boys”, han convocado contra-manifestaciones o se han movilizado para confrontar con las protestas.
El hecho de que en estas acciones el apoyo a Trump sea explícito, y que éste a su vez las aliente a través de Twitter, sumado a su discurso de “Ley y Orden” y la respuesta fuertemente represiva que ha desplegado frente a las protestas, generan lógicos debates en torno a la caracterización de su gobierno y la política de la izquierda. Simultáneamente, sectores “progresistas” del Partido Demócrata y de la izquierda reformista utilizan la caracterización de Trump como fascista para argumentar la necesidad de votar a Biden.
Partiendo de compartir el objetivo de terminar con el autoritarismo, el supremacismo blanco y la extrema derecha, es necesario decir que el camino propuesto por los demócratas y sus aliados progresistas no conducirá en este sentido. Existen muchos ejemplos históricos de esto. La cuestión del fascismo y cómo enfrentarlo ocupó un lugar fundamental en los debates y la actividad de la izquierda en el periodo de entreguerras. Aquí se recuperan algunos de sus aportes para el debate sobre las tareas del presente.
¿Qué es el fascismo?
Al final de la Primera Guerra Mundial gran parte de Europa se encontraba en una aguda crisis económica, social y política. La Revolución Rusa abrió un periodo de ascenso revolucionario que se expresó con fuerza en todo el continente y más allá. La derrota de este ascenso abrió un período de contrarrevolución marcado por el ascenso del fascismo, provocando importantes debates en el movimiento comunista. Caracterizar adecuadamente al nuevo fenómeno era fundamental para dar una respuesta a la altura del desafío que planteaba. Trotsky realizó algunos de sus aportes más importantes al análisis y la política marxista en el marco de este debate.
Posiblemente por inexperiencia primero, pero luego decididamente por la orientación impuesta a la Internacional Comunista por el estalinismo, las direcciones de los partidos comunistas no veían las especificidades del fascismo y tendían a diluirlo en las características generales de la reacción burguesa. El estalinismo llevó esto a sus últimas consecuencias, borrando las diferencias entre el fascismo y la socialdemocracia, y sosteniendo que el ascenso de Hitler sería el preludio de la revolución socialista.
Trotsky, en cambio, define sus rasgos específicos. Para él, “la esencia y el papel del fascismo consisten en liquidar completamente todas las organizaciones obreras e impedir todo renacimiento de las mismas. En la sociedad capitalista desarrollada, este objetivo no puede ser alcanzado por los simples medios policiales. La única vía para conseguirlo consiste en oponer a la presión del proletariado -cuando ésta se relaja- la presión de las masas pequeñoburguesas abocadas a la desesperación. Es precisamente este sistema particular de la reacción capitalista el que ha entrado en la historia con el nombre de fascismo.”[2]
La posibilidad de que la burguesía movilice a la pequeña burguesía para aplastar al proletariado y sus organizaciones con métodos de guerra civil, se abre a partir de una combinación específica de circunstancias históricas. Al respecto Trotsky señalaba: “el fascismo es en cada oportunidad el eslabón final de un ciclo político específico que se compone de lo siguiente: la crisis más grave de la sociedad capitalista; el aumento de la radicalización de la clase obrera; el aumento de la simpatía hacia la clase trabajadora y un anhelo de cambio de parte de la pequeña burguesía urbana y rural; la extrema confusión de la gran burguesía; sus cobardes y traicioneras maniobras tendientes a evitar el clímax revolucionario; el agotamiento del proletariado; confusión e indiferencia crecientes; el agravamiento de la crisis social; la desesperación de la pequeña burguesía, su anhelo de cambio; la neurosis colectiva de la pequeña burguesía, su rapidez para creer en milagros; su disposición para las medidas violentas; el aumento de la hostilidad hacia el proletariado que ha defraudado sus expectativas. Estas son las premisas para la formación de un partido fascista y su victoria.”[3] A esto agrega que la incapacidad del proletariado para tomar el poder no se debe a sus propias limitaciones, sino fundamentalmente a las vacilaciones y abiertas traiciones de sus direcciones socialdemócratas y estalinistas.
Definir con precisión el nuevo fenómeno era clave para poder dar una respuesta adecuada. Una definición demasiado amplia, que no señalaba las características específicas que diferencian al fascismo de otras formas de reacción burguesa, condujo a minimizar el peligro contrarrevolucionario que representaba. En el caso del estalinismo, la política de igualar el fascismo incluso a la socialdemocracia, lo llevó a rechazar la táctica del frente único para derrotarlo. Así, le abrió la puerta al ascenso de Hitler en Alemania.
Trump y la extrema derecha
La presencia de grupos de extrema derecha y su violencia ha sido constante a lo largo de la historia de EEUU. Sin embargo, está claro que durante la presidencia de Trump estos grupos han encontrado simpatía y eco en la Casa Blanca. Trump ha contribuido en ampliar su auditorio, dándoles una legitimidad para salir de la marginalidad, contribuyendo a difundir sus teorías conspirativas por twitter y otorgando cobertura a sus acciones violentas. En su reciente visita a Kenosha cargó contra las protestas, defendió a las fuerzas de seguridad e insinuó que Kyle Rittenhouse actuó en defensa propia.
La presencia de Trump en la Casa Blanca es una de las condiciones que contribuye al crecimiento de estos grupos, pero no la única. Tampoco es la central. Al contrario, las mismas condiciones profundas, estructurales, que alientan el desarrollo de la extrema derecha, explican en parte la llegada de Trump a la presidencia. La crisis económica de 2008 dislocó las condiciones de estabilidad que venían siendo erosionadas por décadas de políticas de austeridad. El resultado de esto fue un periodo de creciente polarización social y política. Esto allanó el camino para un “outsider” con un discurso populista de derecha.
El estilo autoritario, bonapartista, de Trump es también un reflejo de la crisis de las instituciones tradicionales del régimen democrático burgués: del congreso, de los partidos políticos, etc. Se muestra como una figura fuerte contra “el pantano” de Washington. Pero estas mismas instituciones siguen ahí. No se ha producido un cambio hacia un régimen fascista. Trump no se ha apoyado en una base radicalizada hacia la derecha para aplastar a la clase trabajadora con métodos de guerra civil, liquidando a su paso a la democracia burguesa formal.
Debemos además incorporar al análisis la dinámica mundial. En respuesta a la profundidad de la crisis capitalista, la burguesía intenta avanzar con más políticas de austeridad. Para lograrlo, acentúa los rasgos bonapartistas y autoritarios en los regímenes. Gobiernos como el de Trump en EEUU son expresiones claras de esto, pero es una tendencia generalizada incluso entre quienes se esfuerzan por presentarse como más democráticos.
Imponer un régimen fascista implica dar una dura derrota a la clase trabajadora. Liquidar a sus organizaciones, partidos y sindicatos, a su vanguardia. Además desarticular, en general, a todos los movimientos de lucha y organizaciones de todos los sectores oprimidos. Y esto conlleva destruir las instituciones democráticas, por más formales y limitadas que sean. En este sentido, no se puede definir al gobierno de Trump o el régimen de EEUU como fascista, aun cuando existan grupos pro-fascistas en los sectores más extremos de su base.
A pesar de la polarización creciente, lo que marca la dinámica de la situación politica en EEUU es el ascenso de la lucha de clases con la enorme rebelión antiracista. Es desde esta correlación de fuerzas que se debe analizar la situación y elaborar la política.
¿El mal menor frente al fascismo?
Si el desarrollo de grupos fascistas se debe a una serie de causas que no pueden reducirse a Trump, su sola salida de la presidencia no va a detener este proceso. Un eje central de la convención Demócrata fue la “unidad nacional” para defender la democracia. Luego Alexandria Ocasio-Cortez sostuvo claramente que es necesario votar a Biden para derrotar al fascismo. Sobre esto, la experiencia histórica nuevamente puede servir para obtener lecciones para el presente.
Luego de su desastrosa política que permitió el ascenso del nazismo, el estalinismo dió un nuevo giro brusco y llamó a conformar frentes con los partidos burgueses “democráticos” para frenar la llegada al poder del fascismo. La política del “frente popular” implicaba frenar el impulso revolucionario de las masas frente a la crisis. Los partidos comunistas y socialistas predicaban la prudencia, contener las demandas de cambios estructurales para no enemistar a sus aliados de los partidos burgueses.
En un escenario de crisis y rápida descomposición de la sociedad burguesa, como el de la década del 30, evitar los cambios estructurales se traduce rápidamente en sostener las condiciones de miseria y pauperización, no solo de la clase trabajadora sino de amplias capas medias y de la pequeña burguesía. Agudizando, precisamente, las condiciones que posibilitan el surgimiento y consolidación del fascismo.
Más aún, la política del frente popular no solo sostuvo las condiciones estructurales de crisis, sino que creó las condiciones políticas para que se fortalezca el fascismo. La clase trabajadora se desmoraliza al ver que el gobierno integrado por sus partidos no produce ninguno de los cambios que demanda y que al mismo tiempo esas direcciones la llaman a la calma. La pequeña burguesía golpeada por la crisis ante el retroceso del proletariado se vuelca hacia el orden. Y así se fortalece “el partido de la desesperanza contrarrevolucionaria” (L. Trotsky).
Podemos trazar algunos paralelos con la situación actual, que nos permiten analizar la política del mal menor. La pandemia ha agudizado cualitativamente la crisis social. Se ha producido un cambio brusco en las condiciones de vida de millones. Esto ha afectado fuertemente a la clase trabajadora, pero también a sectores de la pequeña burguesía como pequeños propietarios de negocios que vieron sus fuentes de ingresos repentinamente cortadas y miran hacia adelante un panorama que no parece alentador.
En este marco, se ha producido un ascenso de la lucha de clases, que ha dado un salto de calidad con la rebelión contra el racismo sistémico y la violencia policial. En simultáneo, aunque de una magnitud muchísimo menor, también ha habido expresiones callejeras de la ultraderecha, como las manifestaciones contra la cuarentena en abril/mayo y las organizadas en respuesta a la rebelión.
Trump polariza cada vez más, endureciendo su discurso de derecha. Apuesta a agitar a su base para tener chances en Noviembre. Biden y el Partido Demócrata buscan poner paños fríos en la movilización social, argumentando, junto con los medios masivos, que las protestas alimentan las posibilidades electorales de Trump. Esta combinación puede generar la sensación de que es la derecha la que tiene la iniciativa.
Un triunfo de Biden no modificará las condiciones estructurales que alimentan a la extrema derecha. Wall Street sabe bien que no hará nada que afecte sus intereses, por eso lo recompensa con su apoyo. Para la izquierda cerrar filas detrás de Biden y los demócratas significa seguir posponiendo la tarea urgente de construir un partido socialista independiente.
Con Trump o con Biden, la perspectiva es a que se
agudice la crisis, y se produzca un ascenso mayor en la lucha de clases y una
ola de radicalización. Ese será el momento clave que pondrá a prueba a la
izquierda socialista. Sin un partido independiente, la izquierda estará atada
de pies y manos para intervenir, y contribuirá a un escenario de retroceso y
desmoralización, cuyas consecuencias son conocidas. Por ello, para derrotar
cualquier perspectiva de fascismo, la tarea urgente, impostergable, no es votar
a Biden, sino construir un partido socialista independiente.
[1] “Las vidas azules importan”, grupo de apoyo a la policía surgido como respuesta al movimiento “Black Lives Matter”.
[2] Trotsky, León (1932). ¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado Alemán.
[3] Trotsky, Leon (1940): Bonapartismo, fascismo y guerra.