Por Rubén Tzanoff
La movilización es el único camino para frenar a los racistas y desenmascarar a los cínicos. Por un mundo sin fronteras, con plenos derechos democráticos y sociales para todxs.
El 21 de marzo es reconocido como el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Fue proclamado como tal por la Asamblea General de las Naciones Unidas. La fecha recuerda un hecho sucedido en 1960 en el Transvaal meridional: la Matanza de Sharpeville perpetrada contra manifestantes que protestaban por la aplicación del Apartheid en Sudáfrica. Ese día, la policía abrió fuego contra una manifestación antigubernamental pacífica, asesinando a 69 personas negras, entre las cuales había mujeres y niños. Unos días más tarde, a la represión policial le siguió la declaración del gobierno del estado de emergencia con la detención de 11.727 personas y la prohibición de las organizaciones antirracistas.
Al igual que sucede con otras fechas destacadas, como el Día Internacional del Migrante, la ONU las exhibe con una cínica formalidad. Publica declaraciones y lanza hashtags para reproducir en las redes sociales, con la supuesta finalidad de “fomentar una cultura mundial de tolerancia, igualdad, antidiscriminación, contra los prejuicios raciales, las actitudes intolerantes y por la igualdad de derechos”. Más allá de las palabras, éstas son las actitudes que permiten, fomentan y/o avalan los dirigentes del organismo internacional, de los países que lo integran y de las “democracias avanzadas”.
Con la juventud y las mujeres en la primera línea, son las movilizaciones, las manifestaciones, las protestas y las acciones por la igualdad de derechos las que llenan de contenido los reclamos contra la discriminación y el racismo. Los asesinatos y la violencia policial en Estados Unidos provocaron gigantescas movilizaciones y acuñaron una frase que recogió solidaridad activa en todo el mundo: “Black Lives Matter”.
Los pueblos son los que rechazan el cinismo de sus gobernantes. Los altos cargos de la Unión Europea y de los funcionarios miembros del Club se llenan la boca de discursos contra la discriminación racial, mientras sus decisiones provocan la muerte de miles de personas en el Mediterráneo y el Atlántico, lo que se profundizará con el Pacto sobre Migración y Asilo de la UE. Luego de saquear las riquezas de los países africanos durante siglos, blindan militarmente sus fronteras para que aquellos que escapan de guerras, de persecuciones políticas, del hambre y la misera extrema, no puedan buscar una vida mejor en el Viejo Continente. Los que lo logran arriesgando su vida, son deportados inmediatamente a sus países de origen, es decir, al horror del cual escapan o son encerrados en improvisados campos de refugio hasta su deportación posterior.
Las personas que aun así logran permanecer en algún país son perseguidas institucionalmente por no tener papeles y discriminados por el color de su piel, mientras buscan alimentos en los contenedores de las grandes ciudades. Sí consiguen algún trabajo, son sumergidas en precariedad laboral y social. En el campo, las mujeres migrantes sufren abusos y agresiones que ni siquiera pueden denunciar. Los trabajadores temporeros soportan condiciones de semiesclavitud mientras que se repiten los casos de personas abandonadas cuando enferman o tienen accidentes laborales y mueren. En distintas regiones crecen las precarias “chabolas” o “villas de emergencia” en las que pobres provenientes de distintos países se ven obligados a vivir mientras son superexplotados. Según denuncian las ONG humanitarias, sólo en Andalucía hay 119 asentamientos, 40 en la provincia de Huelva y 79 en Almería, en los que viven alrededor de 13.000 personas.
Las expresiones políticas de ultraderecha son abiertamente xenófobas. Valgan como ejemplo Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Vox en el Estado español, Amanecer Dorado en Grecia, los fachos de Polonia, Hungría, Italia y otros países. Es imposible dejar de mencionar la discriminación y los abusos que sufren los pueblos oprimidos del Sáhara Occidental y Palestina, a manos de regímenes que violan los derechos humanos -con la complicidad de la ONU-, tales como los que existen en el Reino de Marruecos y en el Estado sionista de Israel o el que sufren los refugiados sirios con los regímenes de Grecia y Turquía como verdugos.
Las organizaciones socialdemócratas, de centroizquierda y reformistas se expresan habitualmente contra el racismo, pero lo hacen desde una posición formal y en muchos casos electoral ya que, no impulsan la movilización callejera contra este flagelo y las medidas que adoptan son de limitada utilidad o directamente discriminatorias, aunque siempre se camuflan tras discursos “de izquierdas”, como lo hace el “gobierno de coalición progresista” PSOE-Unidas Podemos en el Estado español. Las leyes de extranjería, las instituciones de encierro y las fuerzas de seguridad les brindan a los gobiernos burgueses la infraestructura jurídica y represiva necesaria para su accionar violatorio de los derechos humanos más elementales.
Con la pandemia y la crisis de la economía capitalista se han propagado las muestras de odio, violencia y discriminación a los más vulnerables, mayormente personas pobres de distintas nacionalidades del Este Europeo, Asia, África y Latino América. Frente a esto, también hay movilizaciones populares masivas, solidaridad y lucha contra las manifestaciones que adquiere el monstruo de la discriminación allí donde asoma la cabeza, allí donde pretende impedir el reconocimiento de derechos democráticos y sociales básicos, de legalidad, vivienda, educación, trabajo, género, expresión política o libertad.
El despropósito y los mecanismos del capitalismo imperialista llegan al punto de hacer todo lo que esté a su alcance para enfrentar a pobres contra pobres. Actúan sobre la clase trabajadora y los sectores medios para inculcarles que el origen de todos sus padecimientos está en los “distintos que vienen de afuera”. Así señalan y discriminan también mexicanos, venezolanos, hondureños, bolivianos o de cualquier otra nacionalidad que en cualquier región del mundo quieren una vida mejor para sí y sus familias.
Desde SOL y la Liga Internacional Socialista decimos: Ninguna persona es ilegal: papeles para todos, anulación de las leyes discriminatorias, combate activo al racismo y la discriminación racial, igualdad de derechos humanos, democráticos y sociales para todxs, y cierre inmediato de todos los Centro de Internamiento de Extranjeros. Por eso, este 21 de marzo somos solidarios con las acciones antidiscriminatorias y antirracistas que se desarrollan en distintos países. Es una utopía reaccionaria creer que el capitalismo se puede reformar, cuando lo único que hace es empeorar las condiciones de vida de las grandes mayorías populares, por eso hay que organizarse para derrotar este sistema injusto que tiene a la discriminación y al racismo como marca registrada de origen. Luchamos por un mundo sin fronteras, sin discriminación racial, social ni de género, a sabiendas que sólo se podrá lograr en su totalidad con un modelo completamente distinto: el socialismo con democracia.