De la indignación a la adaptación: Apuntes críticos sobre la “nueva izquierda” reformista

nueva izquierda reformista

Por: Luis Meiners y Martin Carcione

La última década ha sido testigo de la irrupción, ascenso y ocaso de una serie de formaciones políticas que se presentaban bajo banderas de ruptura con los partidos políticos tradicionales, la institucionalidad vigente y el modelo neoliberal. Surgieron en escenarios de crisis, polarización y radicalización política de la que se identificaban discursivamente como voceros. Sin embargo, devinieron en defensores de la institucionalidad que cuestionaban e integraron coaliciones de gobierno con los partidos que habían venido a enterrar.

Esta breve descripción abarca a fenómenos como el de Podemos en el Estado Español, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos, el Frente Amplio chileno y otros. Más allá de las diferencias y especificidades de cada uno, el presente artículo busca analizar los rasgos comunes de estas experiencias, el contexto en que surgieron y sus límites, buscando aportar al debate de las tácticas y la estrategia de los socialistas revolucionarios.

Los orígenes

Varios factores y procesos contribuyeron a este fenómeno. El punto de partida fundamental para analizarlos es la crisis de 2008/9 que inauguró un período de estancamiento económico y polarización política. La crisis sacudió el modelo neoliberal y las estructuras políticas que lo habían edificado. Produjo una ola de movilizaciones y un ascenso en la lucha de clases a nivel internacional. La primavera árabe, las rebeliones y ocupaciones de las “plazas” desde Tahrir en Egipto hasta la Puerta del Sol en Madrid, pasando por la plaza Syntagma de Atenas y llegando hasta Occupy Wall Street en las calles de Nueva York. En América Latina este ciclo se sintió con fuerza en las calles de Santiago de Chile con la rebelión estudiantil de 2011 y en Brasil contra el aumento del transporte en 2013.

En este clima de ascenso en la lucha de clases, radicalización y polarización política, los regímenes políticos, es decir, las articulaciones institucionales específicas a través de las cuales se ejerce el poder de la clase dominante, fueron sacudidos. Un rasgo común a muchos de los regímenes democrático-burgueses durante el periodo previo había sido su articulación en torno a un consenso de los partidos políticos tradicionales hacia el “centro” neoliberal. La alternancia, comúnmente bipartidista o construida en torno a dos grandes coaliciones, no implicaba modificaciones sustanciales en las políticas de gobierno. Esto se construyó sobre la base de un giro a la derecha de los partidos políticos socialdemócratas, laboristas o “progresistas”, que en muchos casos fueron los principales ejecutores de las reformas neoliberales y los planes de austeridad. La crisis y el ascenso golpearon fuertemente sobre esta realidad, castigando particularmente a los viejos partidos de “centro-izquierda”. Así, se fue abriendo espacio político para el surgimiento de nuevas alternativas a izquierda.


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Esta primera “ola” de movilizaciones y ascenso de 2008/09 encuentra a las direcciones de la clase obrera atadas al camino de la gestión burguesa del Estado y sin ser parte de la resistencia a estos planes. Por lo tanto la participación de la clase obrera se da de forma más bien desorganizada, diluida en el carácter “popular” del ascenso. Este rasgo, que ya se había expresado en el 2001 argentino por ejemplo, constituye una limitante global al proceso.

Al mismo tiempo esta característica incide en la fisonomía y estructura de las nuevas formaciones políticas que surgen desestructuradas de la clase y con un modelo organizativo débil en la base y construido esencialmente para la disputa electoral y la actividad política en los marcos de las instituciones. Si bien su discurso interpela a los “movimientos sociales” e incorpora programáticamente debates ambientales y feministas, los canales de participación y organización política concreta son electorales. Esto marca, además, una diferencia no menor con los partidos reformistas históricos que tenían una sólida base en la clase obrera y vínculos orgánicos con sus organizaciones.

Por último, un factor determinante también, lo constituye la debilidad y dispersión de la izquierda revolucionaria a nivel internacional. Sin polos de referencia claros y con sectores enteros del espectro cediendo abiertamente a los postulados de este “reformismo 2.0”, mientras que otros sectores se concentraron en las características de la dirección e ignoraron de manera sectaria la necesidad de tener una política ofensiva para ser parte del proceso sin dejar de lado la construcción de partido.

Límites

Programáticamente, estas formaciones se definían como contrarias a los regímenes políticos asociados a la implementación del neoliberalismo y como impulsores de una transformación democrática. Así, Podemos se presentaba como una alternativa frente a la “casta”, Sanders hablaba de la necesidad de una “revolución política”, el Frente Amplio de la “revolución democrática”, para nombrar algunos ejemplos.

Sin embargo, su desarrollo posterior demostró una creciente (y veloz) asimilación al régimen y un abandono del programa “democrático radical”. Podemos le dió la espalda a la lucha por la autodeterminación del pueblo Catalán, para luego pactar con el PSOE y terminar co-gobernando en los marcos del régimen del 78. Sanders se mantuvo dentro de los marcos del Partido Demócrata, llamando a votar por Hillary Clinton primero y por Biden después, para terminar integrándose a la administración de este último. El Frente Amplio terminó pactando una salida institucional en medio de un proceso de movilización histórica.

Este devenir está profundamente vinculado a una estrategia limitada a los marcos de la institucionalidad democrático-burguesa. Una orientación electoralista, que reduce todo a la táctica electoral. Temerosa de asustar a la “opinión pública” y perder votos, modera su discurso y su práctica política a tono con sus progresos electorales. Así, termina defendiendo la institucionalidad a la que antes se oponía. El fantasma del “fascismo” en un mundo polarizado es utilizado como argumento para pasar de la crítica a la defensa del régimen.

Un punto fundamental explica en gran medida este devenir: la ausencia en su programa de una crítica profunda, sistemática y radical al sistema capitalista. Estas formaciones y sus “teóricos” han concentrado sus esfuerzos en denunciar el neoliberalismo, que es apenas una fase o modo particular del capitalismo. Esta limitación no es menor, el régimen político no se sostiene sobre ideas o conceptos, sino sobre una determinada estructura social en la que la dominación de clase, en este caso de la burguesía, es determinante.

Tal como se expresa en el Manifiesto Comunista, “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. Por lo tanto un programa que contemple simplemente el reemplazo de este gobierno o incluso una reformulación más “democrática” de las instituciones fundamentales del mismo, será esteril sin cuestionar los “negocios comunes de toda la clase burguesa” y su dominación. Ignorar las condiciones específicas de los regímenes y gobiernos puede llevar sin duda a desviaciones sectarias. Ocultar que esas especificidades surgen de una determinada estructura de clases, y por lo tanto está determinada por la lucha entre explotadores y explotados, ha llevado a que el “neo-reformismo” recorra los pasos del reformismo clásico administrando los negocios comunes de la burguesía.

Y ahora qué

El balance del período anterior y sus enseñanzas cobran una gran relevancia en la actualidad. Asistimos a los inicios de un dinámico ascenso del movimiento de masas a nivel mundial. Las rebeliones y revoluciones que recorrieron distintos países del mundo desde finales del 2019, con nuevos y profundos capítulos en Colombia y el Medio Oriente, junto a los elementos de inestabilidad y crisis que ha aportado la pandemia, apuntan al desarrollo de una situación pre-revolucionaria a nivel global.

Sin dudas se está cerrando el ciclo de “novedad” de las direcciones “neo-reformistas” surgidas en la etapa anterior. Muestran crudamente su decadencia como alternativa, en algunos casos disfrazadas tras buenas elecciones. Ante este escenario se reaviva el debate sobre cómo lograr transformaciones radicales que puedan resolver la situación al servicio de los intereses de las mayorías trabajadoras.

En el período posterior a la II Guerra Mundial una serie de factores produjeron una excepcionalidad histórica: direcciones pequeño burguesas y reformistas que superaron sus propios programas y, empujadas por circunstancias concretas, avanzaron más de lo que se proponían. Ello, sin embargo, no reemplazó la necesidad de construir herramientas revolucionarias independientes de la clase obrera, tal como el propio devenir de esos procesos demostró en muchos casos trágicamente. Hoy, las circunstancias concretas van en sentido contrario. El “neo-reformismo” se ha demostrado incapaz, no sólo de producir cambios revolucionarios avanzando más allá de sus objetivos, sino de cumplir con sus propios postulados. Su evolución a derecha se ha producido en muchos casos aun antes de llegar al gobierno.

¿Esto implica que no se debe tener una política frente a estos fenómenos, que en muchos casos puede ser participar de los mismos? De ninguna manera. Por el contrario, reivindicamos la necesidad de desarrollar políticas frente a fenómenos de este tipo partiendo de las circunstancias concretas de la lucha de clases. Lo que este análisis busca es marcar sus límites a la luz de la experiencia vivida de la última década, resaltando el carácter transitorio de las tácticas y subrayando la necesidad estratégica de mantener la independencia política. Ésto sólo es posible si desarrollamos la construcción de direcciones revolucionarias como lo hacemos desde la Liga Internacional Socialista en cada uno de los países y a nivel global.

El sectarismo, que niega de antemano la necesaria ductilidad táctica, y el oportunismo, que se adapta y diluye en los fenómenos políticos que impactan al movimiento de masas, se han demostrado estériles para aportar a esta tarea. Balancear críticamente las experiencias es una herramienta clave para la intervención en el presente y se expresa en las peleas por un polo de izquierda radical al interior del PSOL en Brasil, la pelea por un bloque entre el fenómeno independiente y la izquierda anticapitalista en Chile o los esfuerzos por la construcción de organismos democráticos de base para impulsar la actuación organizada de la clase obrera y la juventud en la rebelión colombiana, por solo mencionar algunos de los procesos en pleno desarrollo en la actualidad.

Vivimos tiempos históricos, las condiciones objetivas para provocar transformaciones revolucionarias en la realidad están más que maduras, redoblemos los esfuerzos para poner en pie una herramienta política que de la talla. Lograrlo es posible y necesario.


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