Después de los ataques del 11 de septiembre, el gobierno de Bush y sus cómplices internacionales invadieron Afganistán y comenzaron la «guerra contra el terrorismo». Supuestamente, el objetivo era eliminar a las organizaciones islamistas radicales como los talibanes y Al Qaeda en países como Afganistán e Irak y llevarles la supuesta democracia y libertades derrocando a dictadores como Saddam Hussein. Sin embargo, la experiencia de Afganistán muestra claramente que nada más que mentiras e hipocresía deben buscarse detrás de las elegantes palabras del imperialismo.
Al final de la guerra de 20 años, que se ha cobrado innumerables vidas, el destino del país de 38 millones quedó en manos del régimen ultrarreaccionario de los talibanes. Mientras éstos capturaban Kabul, los colaboradores locales de los imperialistas, como Ashraf Ghani, y los señores de la guerra como Rashid Dostum y Ata Muhammed Nur, huían del país sin mirar atrás, decenas de millones de las peores pesadillas se han convertido en realidad.
Después de la revolución Saur de 1978, la CIA comenzó a formar militantes islamistas en la región, política que se profundizó tras la invasión de la URSS el año siguiente. Estos fanáticos religiosos fueron entrenados, equipados y financiados por Estados Unidos y sus socios. Años después, estos fanáticos organizarían un baño de sangre sectario en los países musulmanes. Estas fuerzas oscuras también se utilizan como excusas para perpetrar intervenciones imperialistas. Sin embargo, ya estaba claro que para Estados Unidos y sus socios el peso de la guerra en Afganistán había perdido sentido. Los imperialistas, que han convertido el país en un infierno durante 20 años con el pretexto del terrorismo islámico, ahora encontraron la solución en la reconciliación con los talibanes.
El año pasado, el gobierno estadounidense firmó el «Acuerdo para llevar la paz a Afganistán» con los talibanes, con la mediación de Qatar. El gobierno de Biden, que se mantuvo fiel a este acuerdo, intentó tranquilizar al público con que los talibanes, que tienen un grupo de 75.000 combatientes, no tenían ninguna posibilidad de triunfar contra el ejército afgano de 300.000 soldados, equipado con el apoyo del imperialismo. Sin embargo, hemos visto claramente cómo el ejército afgano se derrumbó tras la decisión de Estados Unidos de retirarse y cómo los ricos huyeron con el botín de guerra. En este sentido, debemos subrayar que Estados Unidos y sus socios imperialistas internacionales se estaban ahogando en el pantano afgano. Esto también muestra cuánto Estados Unidos, que ha asumido el liderazgo del imperialismo desde la Segunda Guerra Mundial, ha perdido su impulso y no logra producir alternativas.
Sin embargo, Estados Unidos y sus aliados están tratando de moldear sus fracasos de una manera que traerá nuevos enfrentamientos imperialistas y nuevas ecuaciones a la agenda. Diversas potencias imperialistas, tanto globales como regionales, incluidos los países vecinos de Afganistán, intervienen en la evolución de la situación en Afganistán. China, Rusia y otros ven una oportunidad para afianzar su posición en base a la relación que mantienen hace tiempo con los talibanes, mientras Estados Unidos busca reubicarse tras su derrota y establecer alguna relación con el nuevo régimen. Figuras autoritarias islamistas como Erdogan, por otro lado, declaran a los talibanes casi como hermanos. En la medida en que los talibanes cumplan con los planes imperialistas, la opresión de las mujeres, los niños y todo aquel que no obedezca, no representarán un problema para el llamado «mundo democrático». Además de esto, la cuestión de quién compartirá el negocio del tráfico de drogas que se extiende desde Afganistán al mundo también está en la agenda de Estados Unidos.
Los que no quieren aceptar un futuro en Afganistán con los talibanes son mayoría, especialmente las mujeres, que ya han comenzado a alzar la voz contra ellos.
Los videos que muestran personas intentando huir del país agarrándose al ala de un avión han demostrado una vez más lo urgente que es la construcción de una vanguardia revolucionaria. La existencia de un sujeto revolucionario que pudiera postularse y dirigir la lucha contra la barbarie talibán en un contexto en el que el orden burgués se había derrumbado y los políticos burgueses buscaban hacia dónde escapar, habría cambiado por completo las ecuaciones no solo en Afganistán sino también en toda la región. La historia está llena de oportunidades y de derrotas. Si hubiera una organización revolucionaria que organizara la resistencia contra los talibanes en Afganistán hoy, podría crecer rápidamente y convertirse en la vanguardia del pueblo. Desde la LIS, somos conscientes de que tenemos la responsabilidad histórica de estar preparados para estas oportunidades con la vanguardia revolucionaria internacional que construimos.
El pueblo trabajador y los oprimidos de Medio Oriente también deben concluir de la experiencia de Afganistán que nunca se puede confiar en el imperialismo. La única preocupación de Estados Unidos y sus socios, que venden sus sueños de democracia, son sus intereses imperialistas. Por lo tanto, los trabajadores y los oprimidos solo pueden confiar en su propia organización y solidaridad contra la pobreza y la tiranía. La forma más concreta de hacer esto es perpetuar la revolución contra los dictadores locales, el capitalismo y el imperialismo, en base a la unidad socialista internacional. La unidad y lucha de los trabajadores es la única salida.
Desde la LIS, declaramos que nos solidarizamos con los trabajadores, las mujeres y el pueblo pobre de Afganistán y llamamos a la más amplia movilización contra la barbarie de los talibanes.