Elecciones en Argentina: Duro castigo al gobierno, avance de la izquierda

Alberto Fernandez y Cristina Fernández de Kirchner

Por Guillermo Pacagnini

La clara y contundente derrota del gobierno del Frente de Todos fue el hecho central de las primarias legislativas del 12 de setiembre. La oposición burguesa, el macrismo, capitalizó la mayoría de dicho voto-castigo, aunque no tuvo un crecimiento estructural. El «fenómeno Milei» fue una novedad aún más a la derecha, pero quedó limitado a la CABA. El dato positivo y fundamental de estas primarias fue la emergencia de la izquierda como tercera fuerza nacional. Se abre así un escenario de mayor crisis política y social, y de grandes desafíos para los luchadores y la izquierda.

Causas y consecuencias de una derrota contundente

Portada de Alternativa Socialista, periódico del MST

El gobierno del Frente de Todos perdió 4 millones de votos respecto de 2019 y fue derrotado en 17 provincias, entre ellas los principales centros políticos del país. El elemento cualitativo fue el terremoto en tierras de Kicillof y Cristina: la Provincia de Buenos Aires. Esperaban ganar y hasta lanzaron un prematuro festejo, pero fueron barridos en casi todos los municipios. ¿El bonus track? La paliza en Santa Cruz, cuna de los K. Quedaron comprometidas todas las líneas internas del rompecabezas que armaron como coalición gobernante. El presidente deambulaba como un boxeador groggy. Sergio Massa perdió hasta en su bastión tigrense. Lo mismo para el kirchnerismo que comanda la vicepresidenta y los candidatos que colocó el propio Alberto. Los gobernadores también salen muy golpeados. Y quienes sobrevivieron al temporal fue porque se despegaron del oficialismo e hicieron una campaña de perfil local. Nadie discute la derrota ni su magnitud. Más allá del «algo no hemos hecho bien» y del «hemos escuchado» de Alberto tras los cómputos, al oficialismo le cuesta fabricar un relato autocrítico sólido. Más bien prima la crisis, el desconcierto y están tratando de superar el fuego cruzado y reunificar filas buscando reponerse del golpe. La causa central es el tremendo deterioro del nivel de vida de trabajadores y sectores populares. Eso genera el malhumor social, la bronca y la conflictividad que precedieron la elección. Las heladeras siguen vacías. Un escenario de catástrofe social por la crisis económica, agravada por la pandemia y las medidas de ajuste que nos hicieron pagar a los de abajo los platos rotos. Un 51% de pobreza (70% en los jóvenes), devaluación del salario, 14% de desocupación y una carestía creciente se acompañaron de una cuestionable gestión de la pandemia que ya deja más de 112.000 muertos. De ese modo, hubo defraudación de las expectativas de millones que creyeron que el gobierno venía a cambiar los desastres de Macri. Pero al convalidar la deuda con el FMI, no expropiar Vicentin, otorgar una asistencia social menos que paliativa en la pandemia, no frenar realmente los despidos y vacunar de manera tardía e insuficiente fue generando este clima de bronca y desgaste. También hubo factores políticos que le dieron la estocada final, como la galería de fotos, la fiesta en Olivos como privilegio político y otras postales que salpicaron al gobierno y al régimen de conjunto, aumentando la desconfianza popular en toda la casta política. Seguramente pronto veremos consecuencias en la gobernabilidad, al punto que la CGT volvió a reclamar implementar un «acuerdo social». En las elecciones de noviembre, donde el gobierno podría perder el quórum propio en Diputados y la mayoría en el Senado. Es un horizonte de mayor inestabilidad por los cambios que se avecinan en el mapa político y en el terreno de la lucha social. Se habla de cambios de gabinete y seguramente repiensen algunas tácticas para tratar de retomar la iniciativa y contener el drenaje. Pero tienen que enfrentar las negociaciones con el FMI, el ajuste estructural a cambio del acuerdo de «facilidades extendidas» y más penurias para la clase trabajadora y el pueblo.

Voto-castigo no es giro a la derecha

Como oposición de derecha, Juntos por el Cambio y sus variantes aparecieron como los ganadores en todo el país, con unos dos millones de votos por sobre el oficialismo. Pero pese a algunas voces afines al gobierno, no hubo un giro a la derecha: JxC mantuvo su caudal de votos, no creció.

% de votos a nivel nacional

El voto a esa oposición patronal, con componente de voto-castigo y atraso en la conciencia, muestra que equivocadamente una franja de las masas quiso golpear al gobierno usando esta alternativa, o sea al gobierno anterior. Además, JxC se benefició de su interna: la UCR presentó listas que beneficiaron a la coalición, pero aun así no logra remontar su propia crisis de liderazgo a partir del debilitamiento de Macri. De la elección tampoco emerge alguien que lo reemplace: Larreta no termina de consolidarse, tampoco Vidal pese a haber ganado en Capital y los resultados en las provincias tampoco señalan una referencia clara. Los triunfos en Mendoza, Jujuy y la buena performance de Manes a nivel bonaerense fortalecieron a la UCR, lo que agrega un condimento de crisis a JxC. Por otra parte, la expresión de los «libertarios», que tuvo tanta promoción mediática, quedó limitada a la Ciudad de Buenos Aires. Con su discurso «antipolítica», en su 13% Milei acumuló un sector fascistoide peligroso, jóvenes de sectores acomodados y otros despolitizados y confundidos, y voto castigo. El marco continental de polarización, crisis de los regímenes y rebeliones -donde se licúan las opciones políticas de «centro»- se empezó a expresar en la Argentina. Hubo algo más de abstención, voto blanco y nulo, mientras que al voto castigo atrasado por derecha se le contrapone desde el otro polo político un crecimiento de la izquierda como tercera fuerza nacional. La izquierda, tercera fuerza nacional La izquierda hizo una gran elección. De un total de 1.248.000 votos, su principal expresión es el millón de votos que obtuvimos con el FITU en todo el país. Esto demuestra que todo un sector del movimiento obrero y popular optó por el cambio de modelo vía una propuesta anticapitalista y socialista, que en nuestro país corporizamos las fuerzas trotskistas. Se eligió a la opción unitaria de la izquierda, el Frente de Izquierda, reduciendo a votaciones muy marginales a los sectores que equivocadamente fueron por fuera. Con una votación promedio superior al 5% en todo el país, logramos el impacto de Jujuy (23%) y otros buenos resultados: Provincia de Buenos Aires (5,2%), CABA (6,2%), Chubut (9,4%), Neuquén (7,8%), San Juan (6,9%), Santa Cruz (7,8%), Salta (5%), La Rioja (5%) y Mendoza (4,9%). Las listas del MST sumamos más de 280.000 votos, casi el 30% del millón del FIT Unidad. Somos claramente una de las principales fuerzas del frente, ya que la otra lista 1A está integrada por tres partidos (PTSPO-IS) y varias organizaciones menores más. Dicha representatividad nuestra debe ser reconocida, pese al antidemocrático piso interno que impuso la lista mayoritaria. Este resultado de las PASO abre la posibilidad de obtener nuevas bancas. También muestra la necesidad de ampliar y fortalecer el Frente de Izquierda de cara a que se vaya transformando en una opción más fuerte, con vocación de gobierno, proyecto que fue el eje de nuestra campaña.

Perspectivas y desafíos

Las consecuencias inmediatas se verán en los próximos días y tendrán que ver con la posibilidad del gobierno de rearmarse, recalcular y tratar de retomar la iniciativa para recuperar parte del electorado que en estas PASO le dio la espalda. Pero más allá de la coyuntura y estas consecuencias, que cuestionan la gobernabilidad y el futuro del Frente de Todos, en las alturas del establishment ya preocupa y se ocupan del día después. Porque esta derrota también deja en claro una caracterización que generó debate cuando asumió Alberto: que este es un gobierno estructuralmente débil y que vino a aplicar un ajuste para superar la crisis y avanzar hacia un país capitalista «normal», tarea que Macri no pudo imponer por la lucha popular. El actual gobierno, con su fachada progresista y su doble discurso, tampoco parece poder. La perspectiva es a más remezones y crisis. A mayor conflictividad social, que se va a incentivar a medida que se deteriore la situación. El acuerdo con el FMI, en el que coinciden desde Milei hasta ambos lados de la «grieta» FdT-JxC, promete más miseria, ajuste y reformas estructurales pendientes: laboral, previsional, fiscal. No podemos descartar giros bruscos en la situación más temprano que tarde, hacia otra rebelión como la de 2001, a tono con la dinámica continental. Ello nos coloca como desafío de los luchadores la necesidad de avanzar en ganarle terreno a la burocracia y forjar direcciones sindicales combativas, así como en la juventud, el movimiento de mujeres y LGBTI+, las luchas ambientales. Y sobre todo, que el FIT Unidad se fortalezca, se amplíe y se transforme en una opción que, a la vez de ayudar a esas nuevas direcciones, se postule como alternativa política de gobierno. Para ello, el FITU debe cambiar, ampliarse, revolucionarse, evolucionar. Como lo venimos planteando desde el MST, necesitamos que el FITU supere el sectarismo, el dogmatismo, los personalismos y que convoque ampliamente a los grupos de izquierda que aún están por fuera. Que haga un amplio llamado para que sean parte de su construcción los luchadores de la izquierda social, los activistas ambientales, el nuevo sindicalismo combativo Que les dé espacio a los movimientos sociales, mujeres y disidencias, a la juventud rebelde que cuestiona y pelea contra este modelo capitalista. Para que se transforme en una verdadera alternativa de poder. Llamamos a todas y todos los que nos acompañaron en esta campaña y en la pelea cotidiana, a sumarse al MST para fortalecer este proyecto.


Fuerte crisis y grieta interna en el oficialista

Rebelión en la granja

Pasados menos de tres días de la derrota en las PASO se fue desarrollando una tremenda crisis en las alturas a inusitada velocidad. Sobre el cierre de esta edición, la misma está en pleno desarrollo y su dinámica aparece todavía incierta. Es un verdadero terremoto con réplicas sucesivas en todos los rincones del oficialismo, pero con un claro epicentro en la Rosada y en la figura de Alberto Fernández que quedó en la lona por la paliza electoral. Lejos de poder rearmarse y retomar la iniciativa con algunos tibios anuncios económico-sociales improvisados, desde el búnker de Cristina salió la orden de renuncia de sus ministros afines. La primera piedra la tiró Wado de Pedro con una carta abierta. Como efecto dominó, casi una decena de ministros y altos funcionarios colocaron en el escritorio presidencial sus renuncias. Antes, Alicia en Santa Cruz renunció a su gabinete. A nivel bonaerense, los ministros camporistas hicieron lo mismo ante Kicillof. Acto seguido, los ministros albertistas se abroquelaron y levantaron la guardia. ¿Golpe de estado, como dijo Carrió o susurraron otros sectores adictos a las teorías conspirativas? No: detrás del sainete se desarrolla una profunda crisis política. La desencadenó el cachetazo electoral en todo el país; alcanzó a todas las alas, sectores y referentes de Frente de Todos, y dejó nocaut al presidente.

Se desnudó la debilidad congénita del gobierno, el desgaste profundo en el movimiento de masas de estos dos años de gestión y el hartazgo de millones que lo castigaron en las urnas. Es evidente que Cristina y su sector K, además de pretender reposicionarse y esconder su propia derrota, leyeron la profundidad de la crisis y la necesidad de hacer ajustes en la política para parar la fuga y recuperar electorado. Buscan evitar que en las elecciones de noviembre se consolide el retroceso. Lo ven a Fernández en la lona, tomaron nota de la crisis de conducción y pretenden asumir el timón para pilotear el barco en la tormenta. Desde la oposición, fieles a sostener el régimen en momentos de crisis, la CGT y sectores de los movimientos sociales salieron a poner paños fríos, llamando a salvar la gobernabilidad y cerrar filas en torno a la figura presidencial.


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El Movimiento Evita, con cargos en el gobierno, llamó a movilizar para respaldar a Fernández y finalmente terminó suspendiendo la convocatoria. Los mercados, que habían festejado la paliza al gobierno con alzas, empezaron a caer ante la incertidumbre y el peligro de gobernabilidad. La CGT insiste, por boca de Daer, en la necesidad de un acuerdo social. Sin embargo, el grito de Cristina y sus muchachxs por un lado, los que respaldan a Alberto por el otro y la oposición burguesa que llama a salvar la «gobernabilidad» coinciden en una premisa básica: sostener el proyecto de Presupuesto 2022 que Guzmán manda al Parlamento, hacer los pagos pendientes con el FMI (empezando por la remesa que se va a pagar con los DEG el 22 de setiembre) y rearmar un programa de gobierno para que la crisis la sigamos pagando lxs trabajadorxs y sectores populares.

El posible nuevo IFE insuficiente y no universal, el ajuste jubilatorio y un tímido aumento del salario mínimo serían parches para intentar descomprimir la caldera político social. Como contrapartida, vendrían la ley de compre nacional y el incentivo a las patronales pyme, no sea cosa que se exagere con el «derrame». Con o sin cambio parcial de gabinete y más allá de que Cristina jure que no pidió la renuncia de Guzmán, la crisis no terminó. Y si la cierran en la coyuntura, la perspectiva no es hacia un escenario de tranquilidad: vamos a un agravamiento no sólo del ajuste y las penurias para el pueblo trabajador, sino de la respuesta en las calles, la conflictividad social y la inestabilidad política más general del gobierno. El fantasma de otro 2001 sobrevuela. Lo dijimos en el análisis del resultado electoral y este cimbronazo lo confirma. Por eso, fortalecer el FIT Unidad y el MST es de vida o muerte en esa perspectiva hacia una crisis de poder.


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Necesitamos una izquierda que se postule para gobernar. En lo inmediato hay que movilizar, pero no para apoyar al gobierno sino, como lo van a hacer los movimientos sociales combativos, entre ellos nuestro MST Teresa Vive, para reclamar plata para trabajo, salud y educación. Movilizar como lo reclaman los trabajadores en lucha por la reapertura de paritarias y un aumento general de salarios jubilaciones y planes sociales actualizados según inflación. Rechazar el acuerdo con el FMI y no pagar ni un peso. Meter un impuesto progresivo y permanente a los ricos, lo opuesto a lo que hace el gobierno. Estos serían los primeros pasos de un plan alternativo obrero y popular. Hay que reclamar y preparar un plan de lucha y un paro nacional, denunciando y exigiéndolo a las centrales sindicales, que se preocupan por la estabilidad de los de arriba y no por la clase trabajadora. Si la crisis política se ahonda se plantearán otras salidas, mientras que la tarea inmediata es respaldar los reclamos sociales y fortalecer al Frente de Izquierda.

G.P.