Publicamos traducido al castellano el siguiente artículo escrito por Ashley Smith y publicado originalmente en Tempest.
La barbárica invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin es el acontecimiento geopolítico más importante desde el final de la Guerra Fría. Es un punto de inflexión en la historia mundial que dará forma a todas las relaciones entre los estados dentro del sistema imperialista, así como a las luchas sociales y de clase dentro de ellos.
La izquierda y el movimiento contra la guerra deben estar a la altura de estas circunstancias y exponer posiciones y demandas claras. Debemos condenar la horrible guerra de Putin, construir solidaridad con la resistencia ucraniana y el movimiento anti-guerra en Rusia, y oponernos a que Estados Unidos y las potencias de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) convierten esta conflagración en una guerra interimperialista entre potencias con armas nucleares.
Una guerra criminal y catastrófica
Hace casi dos semanas, Putin ordenó a sus tropas que invadieran Ucrania con la expectativa de que serían recibidos como libertadores frente a un gobierno que, según él, no contaba con el apoyo popular. Prometió una victoria rápida. Claramente, sus expectativas eran catastróficamente equivocadas y lo llevaron a desplegar una cantidad inadecuada de tropas y armamento insuficiente para conquistar y someter rápidamente al país.
Ucrania ha librado una heroica resistencia militar y civil contra la invasión de Rusia. Obligados a reagruparse por la resistencia, Putin y sus generales parecen estar preparados para recurrir a la estrategia de tierra arrasada que usaron en sus guerras anteriores en Chechenia y Siria, poniendo en peligro la vida de millones de personas.
La invasión rusa ya ha llevado a 2 millones de ucranianos a huir de su país en busca de refugio en Polonia, Eslovaquia, Hungría y más allá. Los casi 40 millones que permanecen en el país se enfrentan a una catástrofe humanitaria. Rusia está bombardeando áreas civiles, poniendo en peligro el acceso al agua, alimentos, medicinas y electricidad.
Las potencias de Estados Unidos y la OTAN han respondido con todo excepto una intervención militar directa. Han lanzado una guerra económica contra Rusia, imponiendo sanciones al comercio y al sistema financiero del país. Si bien Estados Unidos ha impuesto un embargo sobre el petróleo y el gas rusos, la Unión Europea (UE) no lo ha hecho, ya que sigue dependiendo en gran medida de Rusia para su combustible.
Las sanciones no solo están dirigidas a Putin, su burocracia estatal y la clase dominante del país, sino a toda la economía. Tendrán un impacto devastador en la clase trabajadora y los oprimidos del país, que ya sufren una extrema desigualdad en medio de la extrema concentración de la riqueza en manos de los oligarcas.
Estados Unidos y las potencias de la OTAN también aceleraron el despliegue de tropas en los países miembros que limitan con Ucrania y Rusia y aumentaron los envíos de ayuda militar a Ucrania. Estado tras estado se está preparando para aumentar sus presupuestos militares a fin de equiparse para la rivalidad entre grandes potencias, con Alemania a la cabeza y prometiendo duplicar sus gastos para la guerra el próximo año.
Resistencia internacional a la guerra de Putin
La esperanza en medio de este horror es el surgimiento de una resistencia internacional desde abajo contra la guerra. El componente más importante es, por supuesto, la resistencia ucraniana en todas sus formas militares y populares.
Esa resistencia ha inspirado la organización contra la guerra en todo el mundo y, significativamente, dentro la propia Rusia. Allí, los activistas contra la guerra han desafiado la represión del gobierno protestando por miles en todo el país. Ya han sido arrestadas más de 13.000 personas, sometidas a tratos brutales a manos de la policía política de Putin. Aun frente a tal intimidación, cientos de miles han firmado una petición contra la guerra, artistas han arriesgado sus carreras en instituciones financiadas por el gobierno para alzar su voz contra Putin, profesores de la Universidad de Moscú se han manifestado en contra de la guerra y miembros del parlamento han pedido que se detenga.
Tal sentimiento contra la guerra se intensificará aún más a medida que los reclutas rusos pierdan la vida, las extremidades y la cordura en una guerra de conquista imperial. Eso avivará la acción contra la guerra en el país e incluso entre las tropas. Frente a la resistencia militar y civil de Ucrania, los soldados están viendo la realidad detrás de la mentira de Putin de que los invasores serían bienvenidos como libertadores. Ya hay informes de tropas que se niegan a luchar, sabotean su propio equipo y algunas desertan.
Además de la resistencia ucraniana y rusa, un movimiento internacional anti-guerra ha comenzado a surgir contra la guerra de Putin. Las acciones han variado en tamaño y composición, pero algunas han llegado a los miles, con una en Berlín superando los 100.000.
La política de la guerra en Ucrania
Esta resistencia internacional es políticamente heterogénea, con todo tipo de corrientes que presentan ideas tanto buenas como malas. La cuestión clave para los socialistas es qué posiciones debemos adoptar para educar, orientar y construir el movimiento.
Dado que, como argumentó Carl von Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, primero debemos comprender la política de esta guerra y sus diferentes combatientes.
Rusia está llevando a cabo una guerra de agresión imperial. Tal cómo Putin lo ha expresado claramente en discurso tras discurso, su objetivo es reconstruir el antiguo imperio de su estado en Europa del Este y ve a Ucrania como un escalón en ese proyecto. Tiene la intención de instalar un régimen títere en todo el país o dividirlo, conservando el control ruso sobre Ucrania y los “estados” disidentes de Lugansk y Donetsk.
Ucrania está involucrada en una guerra de autodeterminación nacional y, de hecho, de liberación nacional contra una potencia imperial invasora y ocupante. La lucha abarca dimensiones militares y populares, que continuarán como una insurgencia en curso incluso en caso de victoria rusa.
Estados Unidos y otras potencias de la OTAN buscan defender su esfera de influencia, que han ampliado cada vez más hacia Europa del Este desde el final de la Guerra Fría. Washington ha dejado en claro que está organizando a sus aliados para la rivalidad entre grandes potencias con Rusia, y detrás de ella, y mucho más importante, con China, para reforzar su hegemonía sobre el sistema capitalista global.
Contra el falso antiimperialismo
En esta guerra hay tres trampas que la izquierda internacional y los activistas contra la guerra deben evitar a toda costa. En primer lugar, no debemos adoptar la política de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” y apoyar a la Rusia de Putin como una especie de estado antiimperialista.
Aunque suene extraño para la mayoría de la gente, esta posición es de hecho sostenida por sectores de la izquierda. Son pocos numéricamente pero tienen una gran influencia en capas más amplias de activistas anti-guerra que desprecian con razón al imperialismo estadounidense.
Esta posición ve a Estados Unidos como el único estado imperialista en el mundo y apoya a todos y cada uno de los estados que supuestamente se le oponen, por repugnantes que sean, como la Rusia de Putin y la Siria de Bashar al Assad. En el proceso, sus adherentes explican y/o excusan los múltiples crímenes de estos estados, incluyendo guerras y contrarrevoluciones, como la realpolitik de lo que llaman antiimperialismo.
En realidad, esta posición no tiene nada que ver con el antiimperialismo. Apoyan, en el caso de Rusia o China, a estados que explotan a los trabajadores, oprimen a otras naciones y pueblos, y aspiran a convertirse en grandes potencias.
Sobre la guerra de Rusia contra Ucrania, estos falsos antiimperialistas adoptan varias posturas. Algunos apoyan la guerra de Rusia, otros suavizan sus críticas y otros reducen las tareas del movimiento contra la guerra a solo criticar a Estados Unidos y la OTAN.
Cualquiera que sea su forma, el falso antiimperialismo compromete fundamentalmente una posición contra la guerra en Ucrania. No se opone firmemente a la invasión y ocupación del país por parte de Rusia.
Peor aún, su negativa a oponerse a la guerra de Rusia viola la solidaridad con la resistencia ucraniana. En cambio, la ve como una guerra proxy bajo el control de Washington.
También viola la solidaridad con el movimiento contra la guerra ruso. Los falsos antiimperialistas han desechado durante mucho tiempo la oposición interna dentro de los llamados estados antiimperialistas como “revoluciones de color” totalmente orquestadas por Estados Unidos.
Fundamentalmente, los falsos antiimperialistas violan el internacionalismo de la clase trabajadora y el apoyo al derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas. Ven el mundo dividido solo entre estados y apoyan a los que creen que son antiimperialistas, incluso cuando explotan a los trabajadores y oprimen a los pueblos.
La adopción de tal falso antiimperialismo comprometerá fundamentalmente al movimiento contra la guerra. Alienará a la gente, especialmente a los ucranianos, que han salido a las calles en oposición a la guerra de Putin y empañará a la izquierda como apologista de ella.
Contra el apoyo a la intervención de Estados Unidos y la OTAN
La segunda trampa, y quizás la más peligrosa, es que la izquierda y el movimiento contra la guerra apoyen a Estados Unidos y la OTAN como medios para detener la guerra y asegurar la liberación de Ucrania. Eso llevaría al movimiento a ponerse del lado de la mayor potencia imperialista del mundo, cuyos objetivos son totalmente depredadores.
Nadie debe olvidar la larga y sangrienta historia de Washington desde la Guerra Hispano-Estadounidense hasta las dos guerras mundiales imperialistas, Vietnam, sus invasiones de Irak y Afganistán, y su actual apoyo a la ocupación de Palestina por parte de Israel y la guerra de Arabia Saudita en Yemen. Este historial llevó a Martin Luther King Jr. a llamar a Estados Unidos “el mayor proveedor de violencia del mundo”.
La alianza de la OTAN de Washington es parte de esa historia imperial. Estados Unidos la creó, como dijo su primer secretario general, Lord Ismay, para “mantener a los rusos afuera, a los estadounidenses adentro y a los alemanes abajo” en Europa. En otras palabras, es un vehículo de la dominación imperial estadounidense sobre el capitalismo europeo.
La mayoría de los demás estados de la OTAN y la UE tienen su propia historia sórdida de colonialismo. Y muchos han sido cómplices de las guerras de Washington, más recientemente en Afganistán, donde la OTAN desempeñó un papel importante en la “pacificación” del país, cometiendo numerosos crímenes de guerra en el proceso.
Además, la decisión de Estados Unidos y las potencias europeas de expandir la OTAN y la UE hacia Europa del Este es una de las causas de la guerra en Ucrania. Desencadenó la creciente determinación de Putin durante la última década por recuperar la esfera de influencia perdida de Rusia.
Estados Unidos y la UE no ofrecen otra alternativa a Ucrania que la sujeción a sus intereses imperiales y su economía neoliberal. De hecho, a través del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, Estados Unidos es uno de los opresores de Ucrania. Estas instituciones financieras internacionales han encerrado a Ucrania en una deuda que ahora supera los $129 mil millones. Los trabajadores y oprimidos del país han pagado un precio enorme por el servicio de estos préstamos.
Como lo han hecho en todo el Sur Global, las instituciones financieras internacionales han exigido a Ucrania que reduzca los programas sociales, privatice la industria estatal, despida a los trabajadores estatales y reduzca los salarios y beneficios de los trabajadores a cambio de más préstamos. Los pagos anuales de Ucrania desvían miles de millones de dólares que, de otro modo, podrían destinarse a reformas sociales muy necesarias para mejorar el nivel de vida abismalmente bajo de la mayoría.
Estados Unidos y la OTAN tienen como objetivo defender y, de hecho, expandir su dominio militar sobre Europa del Este y la aplicación de la economía neoliberal. No tienen solución a la difícil situación de la mayoría de los ucranianos que luchan por su liberación.
A pesar de todo esto, mucha gente horrorizada por la guerra de Putin exige erróneamente que Washington y Bruselas intervengan directamente o establezcan una zona de exclusión aérea. Eso conduciría a confrontaciones militares entre Estados Unidos/OTAN y Rusia, con el riesgo de una Tercera Guerra Mundial entre potencias nucleares.
Por la paz, no por el pacifismo
La tercera trampa es adoptar una posición de pacifismo, de oposición a toda guerra y violencia. Si bien es comprensiblemente atractiva en medio de la invasión de Putin, es una posición equivocada que conduciría a la traición de la solidaridad con la resistencia ucraniana.
El pacifismo eleva la no violencia a un principio para todas las circunstancias. En realidad, sin embargo, no todas las formas de violencia y guerra son reaccionarias. Pueden ser medios de liberación de la opresión.
La lucha de liberación vietnamita que derrotó al imperialismo francés y estadounidense, fue un uso progresivo de la fuerza militar que aseguró la independencia del país. La Guerra Civil de los EE. UU., que involucró tanto la conquista del sur por parte del ejército de la Unión como la huelga general de los esclavos, puso fin a la esclavitud en los Estados Unidos.
Sería un profundo error equiparar la violencia vietnamita con la del imperialismo estadounidense o la violencia de los dueños de esclavos con la de las personas que fueron esclavizadas y juzgar que ambos son malos. Un lado defiende el mantenimiento de los sistemas violentos de opresión y el otro lado su abolición.
En lugar de la moralidad abstracta, que puede conducir a una posición de neutralidad francamente inmoral en la lucha entre opresores y oprimidos, deberíamos abordar la cuestión de la violencia y la guerra políticamente y como una cuestión táctica. Debemos oponernos a las guerras que imponen la dominación, la opresión y la explotación, y apoyar las guerras que liberan a las personas de esas estructuras.
Esto no significa que debamos apoyar cualquier tipo de violencia en busca de la victoria. Debemos apoyar sólo los medios que organizan y mejoran la lucha colectiva de la mayoría oprimida. Y eso sólo puede juzgarse en las circunstancias concretas de una guerra determinada.
Posiciones de principio anti-guerra y socialistas
Entonces, ¿qué posiciones deberían adoptar los socialistas y activistas contra la guerra sobre la invasión de Ucrania por parte de Putin? Esta guerra combina tres elementos: la conquista imperial de Ucrania por parte de Rusia, la lucha de Ucrania por la autodeterminación y un conflicto interimperial entre Rusia y Estados Unidos, la potencia hegemónica mundial.
Nuestra consigna guía debe ser “Ni Washington ni Moscú, sino la solidaridad internacional desde abajo contra la guerra y el imperialismo”. Debemos apoyar el derecho de Ucrania a la autodeterminación y su lucha por la liberación nacional de la ocupación rusa. Debemos defender el derecho de los ucranianos a obtener armas de donde sea que puedan para defenderse, aun cuando debemos señalarles a los ucranianos las condiciones que estarán sujetas a cualquier arma y apoyo que busquen de los Estados Unidos y otras potencias imperiales.
Debemos apoyar a las fuerzas progresistas —la izquierda, las organizaciones feministas, los sindicatos— en la resistencia ucraniana que defienden los derechos de las minorías nacionales oprimidas del país, sus habitantes ruso-parlantes, la población judía y otros. Solo la unidad entre los ucranianos contra todas y cada una de las opresiones puede unir la resistencia contra el intento de Rusia de dividir y conquistar el país.
Debemos solidarizarnos con el movimiento anti-guerra Ruso. Si logra expandirse en tamaño y alcance, puede dar confianza a las tropas rusas para que se nieguen a luchar y así poner fin a la invasión.
De esa resistencia puede nacer una lucha aún más radical para desafiar la autocracia de Putin. Recordemos que las derrotas militares rusas han llevado históricamente a revoluciones: su guerra con Japón llevó a la revolución de 1905, la Primera Guerra Mundial condujo a la Revolución Rusa en 1917, y la ocupación de Afganistán por Moscú en la década de 1980 condujo a las revoluciones políticas de 1989 a 1991.
Mientras nos oponemos a la guerra de Rusia, no debemos llamar a que Estados Unidos y las potencias de la OTAN intervengan. No debemos apoyar sus sanciones, que en este caso son la guerra por otros medios financieros. Representan el castigo colectivo a la clase obrera y los oprimidos, que ya sufren una desigualdad extrema, por los crímenes de sus gobernantes.
Este régimen de sanciones es absolutamente hipócrita. Estados Unidos se opone a las sanciones a Arabia Saudita, a pesar de su guerra genocida en Yemen, y a Israel, a pesar de sostener el apartheid y sus décadas de ocupación de Palestina. Estados Unidos usa o se niega a usar sanciones para promover sus intereses imperialistas.
Las sanciones a Rusia están diseñadas para asegurar la hegemonía estadounidense, enviando un mensaje a China y otros estados sobre el poder geopolítico y económico de Washington y los riesgos para cualquiera que desafíe sus edictos. Intensifican las rivalidades inter-imperiales y regionales por el dominio del capitalismo global.
También debemos oponernos a los llamados para que Estados Unidos y la OTAN impongan una zona de exclusión aérea, lo que transformaría la invasión de Rusia en una guerra inter-imperial entre potencias nucleares, poniendo al mundo en riesgo de un armagedón atómico. De manera similar, deberíamos manifestarnos en contra de la nueva militarización de los Estados Unidos, los estados de la OTAN, Rusia y otros países que se preparan para la rivalidad entre las grandes potencias y guerras mundiales.
En cambio, tenemos que plantear demandas que aborden la crisis humanitaria inmediata. Lo que es más importante, debemos hacer un llamado al mundo para que abra sus fronteras a todos los ucranianos que huyen de su país y también a todos los demás inmigrantes, especialmente africanos y árabes que, de forma abiertamente racista, han sido empujados al final de la fila y se les ha negado la entrada a los estados de la UE y la OTAN.
Finalmente, debemos hacer un llamado a los Estados Unidos y sus instituciones financieras internacionales para cancelar la deuda de Ucrania. Solo entonces, si Ucrania logra liberarse de la ocupación rusa, podrá escapar de los grilletes financieros de Occidente y reconstruirse como mejor le parezca.
Reconstruyendo el internacionalismo de la clase obrera
La izquierda y el movimiento anti-guerra deben ponerse a la altura del desafío de la guerra de Putin. Dará forma a la política mundial por la próxima generación, impactará cada problema doméstico y afectará a todos los movimientos sociales y de clase.
La guerra ya ha sacudido a la economía mundial. Ha provocado fuertes contracciones en los mercados bursátiles de todo el mundo, ha aumentado drásticamente la inflación, especialmente en la gasolina y los alimentos, y está obligando a los bancos centrales de un país tras otro a aumentar las tasas de interés.
Esto, a su vez, llevará a los gobiernos a promulgar medidas de austeridad en los programas sociales y el empleo estatal, incluso mientras aumentan sus presupuestos militares. Sacrificarán nuestro pan para pagar por sus armas.
Sus preparativos militares exacerbarán las tensiones en el sistema estatal mundial. Cada estado intentará proteger su esfera de influencia, desgarrando las estructuras del capitalismo global. Y todos aumentarán sus esfuerzos para asegurar reservas confiables de combustibles fósiles, lo que conducirá a un calentamiento global aún mayor en el camino.
Estas dinámicas intensificarán la polarización política preexistente en todos y cada uno de los países. Con el establishment presidiendo la crisis, los recortes y los preparativos de guerra, tanto la derecha como la izquierda tendrán la oportunidad de ofrecer caminos alternativos a seguir.
Esto ocurrirá en medio de un probable recrudecimiento de la lucha social y de clases, avivada por las medidas de austeridad de nuestros gobernantes. Por ejemplo, en Estados Unidos, los patrones dirán en cada negociación de contrato con los sindicatos que la inflación y las tasas de interés elevadas les impiden otorgar aumentos en salarios y beneficios y garantizar la rentabilidad, lo que desencadenará huelgas potenciales.
En este momento histórico la izquierda debe aprovechar la oportunidad, oponerse tanto a Moscú como a Washington, construir luchas sociales y de clase, y hacer todo lo posible para conectarlas con batallas similares por la justicia social y económica en todo el mundo. Más que nunca, tenemos que construir y reconstruir la política del internacionalismo de la clase trabajadora y organizar una lucha por un mundo que anteponga a las personas al imperio y las ganancias.